Inmigración
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El proceso de inmigración constituye una experiencia única que cada persona puede vivir de forma muy diferente en función de numerosas variables como el país de origen, el de acogida, el nivel económico, social y cultural, las variables de personalidad, la presencia de familiares, el apoyo que ofrece el país de acogida, etc. A pesar de que esta variabilidad puede resultar en una gran variedad de situaciones, existen dos elementos comunes a todo proceso migratorio: un elemento geográfico y un elemento temporal. El elemento geográfico se refiere a los dos puntos que quedan para siempre conectados y a través de los cuales se construye la vida del inmigrante (el país de origen y el país de acogida). El elemento temporal se refiere al antes y el después, el momento de dejar un país y llegar a otro. Este periodo constituye la ruptura real de la continuidad espacial y cultural en el que la persona venía desarrollándose y el inicio de un nuevo proyecto de vida. Así pues, aunque el proceso de inmigración puede ser experimentado de maneras muy diferentes todas las personas que lo inician comparten estos dos elementos. Veamos a continuación algunos ejemplos, tomados de casos reales, que ilustran estas diferencias en la piel de varios adolescentes (López Fuentetaja y Castro Masó, 2007):
Amina tiene 15 años. Acaba de llegar con sus padres y hermanos. Aún no conoce la lengua. Han comenzado a vivir en un piso compartido junto a otros compatriotas, aunque esperan que sea por poco tiempo, el que necesiten sus padres para encontrar un trabajo. Se ha incorporado al Instituto de su barrio, donde se encuentra totalmente perdida. Por la noche llora a escondidas. Añora su país, sus amigos y a sus abuelos, a los que estaba muy unida.
Jonathan tiene 16 años. Por fin ha logrado su deseo: venir junto a sus padres. Ellos emigraron cuando él tenía cuatro años, quedándose al cuidado de su abuela materna y de sus tías. Otro hermano, dos años mayor, se vino con los padres. Siempre han enviado dinero para su cuidado, fotos y regalos. También hablaban por teléfono con regularidad. Desde que los padres consiguieron sus papeles recibió visitas de ellos y de su hermano en tres ocasiones, envidiando, aún más, en esos momentos, esa otra vida a la que pertenecían. Ahora se siente extraño, como si no fuera él mismo. No se adapta al piso en el que viven, en el que se siente como atrapado, y a no ver el mar. Sin embargo, lo que le resulta más difícil es pasar casi todo el día solo, por el trabajo de los padres, que el hermano haga la vida sin contar con él y las frecuentes discusiones de sus padres, que nunca hubiera imaginado. Menos mal que ha encontrado un grupo de chicos de su país con quienes hablar y pasar el rato.
William tiene 13 años. Está en el aeropuerto junto a sus padres. Llevan una maleta llena de regalos para la familia, aunque sólo hace unos meses de la última visita. Los padres son profesionales cualificados, satisfechos con el trabajo y con las relaciones sociales actuales. Les costó dejar a la familia pero no lo llevan mal, ya que el contacto es bastante continuo, recibiendo con frecuencia a familiares y amigos en su casa. En su país de origen se van a encontrar con su hermana, de 20 años, que también va a acudir a casa de los abuelos, por ser Navidad. Ella estudia en una universidad que tiene prestigio en la carrera que ha elegido, en otro país diferente, compartiendo piso con estudiantes de otras nacionalidades, lo que le resulta muy enriquecedor por la confluencia de distintas culturas. Cuando escuchan las abundantes noticias sobre inmigrantes, parece que están hablando de otro mundo, ya que no se encuentran reflejados en nada. William nunca se ha encontrado, en los tres años que lleva aquí, a nadie que le haya discriminado por ser de otro país, del que él, al igual que sus padres, se siente muy orgulloso.
A pesar de la ruptura que supone la inmigración, existe para compensar la ilusión por iniciar un nuevo proyecto de vida y, en la mayoría de los casos, iniciar una vida mejor. En general, en los momentos previos a la puesta en marcha del proceso se mezclan sentimientos de pena y añoranza con otros de ilusión, curiosidad y un deseo por descubrir cosas nuevas. La curiosidad y el deseo de encontrar nuevos caminos son típicos de la adolescencia. Durante el proceso de inmigración estos elementos toman mucha relevancia y propician que en la adolescencia la adaptación sea más rápida y fácil que en otras etapas del desarrollo.
En un sentido amplio la inmigración se puede entender como un elemento de riesgo dentro del proceso de desarrollo del adolescente. El riesgo será mayor si las circunstancias son difíciles y el adolescente no dispone de factores de protección aunque las características personales de cada uno pueden incidir y modular el impacto de la inmigración. Se puede considerar que sólo el esfuerzo de adaptación que deben realizar los inmigrantes constituye un elemento estresante y, por tanto, un factor de riesgo que puede incidir en el desarrollo. Además, el adolescente tendrá que lidiar con dos procesos de transición -y las dificultades que ambos conllevan- que coinciden en un mismo momento: la adolescencia y la inmigración. A continuación vamos a explorar tres elementos que parecen tener una gran incidencia en el inmigrante en general y en el adolescente más en particular por el estrés que pueden causar: los momentos previos a la partida, los modelos familiares y la discriminación en el país de acogida.
Los momentos previos
Para el adolescente el proceso migratorio comienza mucho antes que el viaje que va a emprender. La etapa en la que se empieza a vislumbrar la posibilidad de inmigrar es emocionalmente inestable puesto que los padres deben tomar una decisión muy importante e, independientemente de que el adolescente viaje desde el principio o se incorpore más tarde, participa de la sensación de inestabilidad.
Cuando una familia se plantea emigrar afloran muchos temores y se crean incertidumbres. Las relaciones entre los miembros de la familia pueden cambiar y pueden convertirse en más inestables. Por lo general, las personas que se encuentran en este momento vital suelen aferrarse a los vínculos afectivos con familiares y amigos a pesar de que emigrar implica numerosas separaciones. Puesto que implica aferrarse a los vínculos afectivos en una etapa de inestabilidad, este proceso puede poner de manifiesto las carencias emocionales y afectivas más evidentes del adolescente y su familia, de su modelo de relación y de la calidad del vínculo afectivo.
Los modelos familiares
Las relaciones familiares se ven a menudo alteradas como consecuencia de la emigración produciéndose cambios tanto entre los adultos como con los hijos. Como ya hemos mencionado, dado que se trata de un período de inestabilidad y cambio, los vínculos y las relaciones se resienten de esta misma inestabilidad.
Cuando los padres y los hijos no emigran juntos pierden la ocasión de compartir esa experiencia tan importante. Además, los padres que se separan de sus hijos pierden de vista su desarrollo, sus cambios y las nuevas necesidades que van apareciendo. Para los hijos, la separación de los padres supone una importante ruptura que puede producir una sensación de vacío y abandono. En estos casos, los hijos quedan al cuidado de otros familiares con los que suelen establecer estrechos vínculos afectivos. No obstante, al cabo de un tiempo tendrán que sufrir otra ruptura. Cuando emigren y se unan a sus padres en el país de acogida deberán separarse de las personas con las que tenían una relación más cercana. Como veremos más adelante, si las separaciones de los padres son muy largas a veces resulta complicado restablecer un nivel de comunicación y confianza que permita ejercer la función parental de forma eficaz y satisfactoria.
En muchas ocasiones la emigración comienza con la marcha de uno de los progenitores. En estos casos se crea una situación monoparental que puede resultar muy larga con la carga y dificultad que ello conlleva. Con la distancia son también frecuentes las separaciones de los padres, la incorporación a la vida familiar de nuevas parejas y la instauración de nuevos hábitos en el seno de la familia. Todos estos cambios dificultan en el adolescente la formación de vínculos estables y la sensación de pertenencia a la familia.
Como consecuencia de todos estos cambios, el adolescente que sufre la emigración se encuentra en un punto de partida mucho más complejo que otros adolescentes. Los sentimientos de seguridad y continuidad que son básicos para que el adolescente enfrente adecuadamente su proyección de futuro pueden verse en estas condiciones muy afectados y dificultar todo el proceso, ya en sí complejo, de construcción de la identidad.
Las actitudes discriminatorias en el país de acogida
Este es, quizás, el elemento más importante a la hora de garantizar la adaptación del adolescente a su nuevo medio. Desde hace tiempo se tiene una idea de los inmigrantes como si se tratara de un grupo rígido, indiferenciado y que comparte una serie de características generalmente negativas. El miedo hacia los extraños y la idea transmitida por los medios de comunicación explican, al menos en parte, de dónde proviene esa idea que se encuentra plagada de estereotipos negativos y actitudes prejuiciosas.
La asociación que se suele hacer entre inmigración y marginalidad o delincuencia tiene repercusiones en la autoestima del adolescente. La visión negativa que se suele transmitir sobre los inmigrantes provoca en el adolescente la interiorización de dicha visión negativa de su cultura y termina aflorando un sentimiento de vergüenza e inferioridad. Esta visión negativa sobre uno mismo y sus orígenes genera malestar y hostilidad en las relaciones interpersonales.
La consideración habitual del inmigrante como alguien que quita recursos (trabajo, ayudas sociales, etc.) favorece la creación de dos grupos diferenciados y enfrentados. En este contexto, el inmigrante no es tratado como un ser individual y esta desconsideración genera reacciones negativas que se manifiestan en la forma de sentir, en la percepción e interpretación de la realidad y al relacionarse con los demás. En un momento del desarrollo como la adolescencia en el que la idea de uno mismo y su valoración dependen en gran medida de la imagen que el entorno devuelve, estos factores pueden tener un gran impacto. En los peores casos, el adolescente se sentirá desvalorizado y sin recursos para construir su individualidad.
Cuando existen actitudes discriminatorias se genera violencia y la violencia constituye una importante fuente de riesgo para el desarrollo de cualquier adolescente. La violencia impide establecer relaciones sociales sanas e integrarse. Por otra parte, la exclusión social puede impedir el desarrollo de potencialidades del adolescente por el mero hecho de ser inmigrante.
Cuantas más condiciones desfavorables sufra el adolescente inmigrante más difícil será su adaptación. Existen determinados factores que actúan como protectores y facilitan el proceso. Por ejemplo, el estatus social con todo lo que conlleva es un elemento fundamental. Es muy raro que en nuestra sociedad se discrimine a personas de un alto nivel económico independientemente de su origen geográfico, étnico o cultural. En realidad, los prejuicios que se mantienen hacia otras poblaciones tienen más que ver con el estatus económico que con el origen. No obstante, dado que la inmigración suele estar asociada a pobreza la mayor parte de las personas que emigran son víctimas de prejuicios y actitudes discriminatorias. Otro de los elementos que incide de forma relevante en el proceso de adaptación del adolescente es el acceso a la escolarización. Más adelante trataremos este aspecto en profundidad. Otros factores protectores tiene que ver con si la familia es legal, el grado de tolerancia del país de acogida, los recursos sociales a los que puedan acceder, la integración en lugares de residencia normalizados, etc.
La llegada
El momento de la llegada al país de acogida es crucial para los adolescentes. Generalmente, no tienen una idea muy clara de lo que se van a encontrar y adoptan un estado general de alerta que les hace estar muy atentos a todo lo que ocurre a su alrededor. En especial, los adolescentes se van a fijar en el grado de aceptación o rechazo por parte de las personas que le rodean. La actitud de los otros tendrá especiales consecuencias en la fortaleza del adolescente para emprender su nuevo proyecto de vida. Además, el bienestar y la tranquilidad que le puedan transmitir las personas cercanas le servirán como modelo y guía de lo que puede ser su vida futura.
La llegada al país provoca en el adolescente sentimientos contrapuestos. Por una parte, aparece la nostalgia del país de origen y de las personas queridas a las que se ha dejado mezclado con la atracción por lo nuevo, el descubrimiento y el cambio. Por otra, el adolescente aprecia las diferencias entre su propia manera de ser y vivir y la del resto de los jóvenes de su nuevo entorno. Con frecuencia, la percepción de estas diferencias crea sentimientos de inseguridad que pueden llevar al aislamiento y a buscar relaciones sólo con otros chicos de su misma nacionalidad. En este sentido, la posibilidad de acceso al sistema educativo junto con la acogida que le brinde es un elemento crucial en el proceso de adaptación del adolescente. La acogida que reciben los inmigrantes en el colegio en los primeros momentos marca las relaciones futuras. Según sea la acogida pueden percibir el entorno como una estimulante fuente de socialización y aprendizaje o como una amenaza y un lugar en el que sufren discriminación. Veamos a continuación un caso concreto que ejemplifica todos estos procesos:
Joaquín es un chico de 17 años que llegó a España hace pocos meses. Vino por deseo propio, con el proyecto de estudiar y hacer una vida, ya que considera que en su país hay mucha pobreza y desempleo. Sus padres se separaron hace años; el padre permaneció en su país y la madre emigró a España. Él vivió con su abuela materna, a quien considera como una segunda madre. Allí, el padre mantiene una buena posición económica y social y ha formado otra familia con nuevos hijos. No se despidió de él, ya que no estaba conforme con que se viniera. Sin embargo, la madre ha compaginado diversos trabajos sin cualificación y temporales, teniendo una vida más dura. Cuando Joaquín llegó, conoció también al nuevo marido de la madre. Reconoce que éste le ha acogido con cariño y se porta bien, pero él se siente celoso. Con la madre tiene frecuentes peleas por su escasa colaboración en las tareas de casa, llegar tarde, etc. Parece que no se entienden bien. Él desearía estar más tiempo con ella a solas, por lo que le molesta la presencia de su marido y se pone de mal humor, lo que le hace estar en desacuerdo casi por cualquier cosa. Cuando está en casa, para mucho tiempo en su habitación.
Llegó al Instituto de su barrio recién empezado el curso. Su tutor le presentó al resto de los compañeros y encargó a uno que le dijera los horarios. Allí ha conocido a bastantes chicos, pero dice sentirse inferior por su aspecto, por ser moreno. El resto ya se conocía de otros cursos, por lo que se nota un poco retraído y habla poco. Tampoco los demás se dirigen especialmente a él. No conoce bien sus costumbres y nadie se las explica. En su país era buen estudiante, pero aquí se enfrenta a muchas tareas para las que no se encuentra preparado, por lo que se está quedando de los últimos. Tampoco se atreve a preguntar a los profesores. Se ve muy diferente a los otros chicos, en los gustos y en la forma de vestir y expresarse, por lo que se ha empezado a relacionar fundamentalmente con otros dos compañeros inmigrantes, aunque de distinto país al suyo. Con ellos está cómodo y puede hablar de su país y el de los otros y de cómo se encuentra.
En muchos momentos siente como si su vida se hubiera truncado y tiene ganas de volver, pero también en muchos otros cree que tiene que luchar porque aquí ve más futuro y tiene esperanza en superar los momentos difíciles.
Como se aprecia en este ejemplo, Joaquín se encuentra en un momento frágil en el que percibe claramente las diferencias entre sí mismo y el entorno que le rodea. Por otra parte, no dispone de las claves necesarias para poder desenvolverse de forma adecuada en el nuevo contexto. Esta situación le crea importantes dudas acerca de sí mismo, sus capacidades (su apariencia física, su capacidad intelectual, etc.) y su decisión de emigrar. La falta de armonía en la relación familiar complica la experiencia aportando inestabilidad y decepción. En general, el estado de Joaquín es de confusión a pesar de que las cosas no le van demasiado mal. De hecho, cuando está tranquilo ve posible adaptarse y hallar su sitio ya que se encuentra con fuerzas para superar las dificultades.
Encuentros y desencuentros
Cuando uno de los padres -o ambos- decide emigrar solo se producirán encuentros posteriores con el resto de la familia. En general, esta decisión se toma para proteger a los otros miembros de la familia y asumir el primer impacto de la emigración. No obstante, cuando los reencuentros se producen mucho tiempo después, los miembros de la familia necesitan un periodo de adaptación para volver a aprender a convivir. Si los hijos quedaron en el país de origen de pequeños y se reencuentran con los padres en la adolescencia, es como si vivieran juntos por primera vez. Los adolescentes que se encuentran en esta situación suelen tener la sensación de que se les ha sacado de su país para irse a vivir con unos extraños aunque saben que son sus padres.
Tanto padres como hijos sufren de esta situación. Los padres sufren cuando dejan a los hijos durante mucho tiempo y se sienten culpables por no haberlos traído consigo. No obstante, con el paso del tiempo y la necesidad de adaptarse van distanciándose emocionalmente de sus hijos aunque les cueste mucho reconocerlo. Los hijos que se quedan en el país de origen sí sufren una pérdida de la que se enteran aunque sean pequeños.
Algunas veces los padres se marchan sin despedirse o sin anunciarlo para no hacer daño pero esta situación puede ser vivida por los hijos como un abandono. Las explicaciones y cuidados de los familiares que se quedan al cuidado de los hijos podrán conseguir que los chicos toleren la situación pero a menudo se trata de una experiencia que deja una huella imborrable. Como consecuencia de esta situación, estos niños pueden emplear claves algo distorsionadas para evaluar la realidad y la calidad de las relaciones con los demás. Así, pueden evaluar utilizando etiquetas sin matices que no reflejen bien la realidad -como, por ejemplo, o bien sentirse querido o bien despreciado, cuidado o abandonado-, sin que hayas término medio o situaciones más neutras. Además, suelen necesitar más demostraciones de afecto para sentirse queridos y aceptados y pueden interpretar situaciones habituales como hostilidad hacia ellos.
A pesar de las dificultades de la situación, los hijos desean volver a estar con los padres y los padres desean traer a sus hijos. La distancia y el paso del tiempo provoca que las relaciones y las personas se idealicen y, en ocasiones, los reencuentros no responden a las expectativas que ambas partes habían generado. Cuando el adolescente no encuentra lo que esperaba expresa su frustración contra sus padres mediante rebeldía extrema, no reconociendo el papel de los padres o reprochándoles el abandono. A su vez, los padres se encuentran frente a un adolescente desagradecido y desconocedor de su situación llegándose a plantear si la venida ha sido positiva. Veamos un ejemplo:
Narcisa es madre de dos chicos a los que dejó en su país cuando el pequeño tenía dos años y el mayor no llegaba a cuatro. Se vino sola. El padre de los niños no llegó a venir nunca, incumpliendo su acuerdo. Ella se casó con un español, se considera muy feliz, tiene casa propia y buenas condiciones económicas. Después de unos años de matrimonio decidió traer a sus hijos. Él la apoyó en todo momento, pensando en formar una familia normal. Llegaron con 14 y 16 años. Narra así su experiencia: Yo me vine aquí para poder sacar a mis hijos adelante. Anhelaba traerlos, para mí era como un sueño. Ellos también querían. Me imaginaba que todo iba a ser diferente, que por fin lo iba a tener todo, pero ahora la casa es un infierno. Parece que mis hijos me odian, no están conformes con nada y no escuchan ningún consejo. No entienden por qué les dejé allí, por más que se lo explico. Para mí son como desconocidos. Trato de darles cariño y oculto cosas a mi marido para que no se ponga en contra de ellos, pero ellos no son nada cariñosos. Sobre todo el pequeño se muestra muy frío conmigo. El mayor también se muestra muy rebelde. Traía la idea de arreglarse aquí las cicatrices de una quemadura que se hizo de forma accidental en la pierna, con agua hirviendo, hace unos cuantos años y que le acompleja. No ha sido aún posible y me culpa a mí de todo. También yo me siento cada vez más culpable por haberles dejado. Yo siempre he estado pendiente de ellos, pero me dicen que les abandoné y no me lo perdonan. Ahora estoy pagando todo lo que hice y no puedo justificarme con nada.
Si para la mayoría de los padres afrontar la adolescencia de sus hijos es un proceso complicado, para los padres inmigrantes supone un esfuerzo añadido. Cuando los padres están preocupados por sus circunstancias económicas y laborales es posible que dejen a los adolescentes solos durante muchas horas y se sientan abandonados. Por ejemplo, un chico de 18 años que llevaba dos años en España, después de una temporada en tratamiento psicológico por conductas disruptivas, contaba:
Me han dejado hacer, pasaba mucho tiempo en la calle sin que me dijeran nada y cuando me he equivocado han sido muy duros. Casi nunca estaban en casa. Llegué y me encontraba siempre solo. Ahora estoy cambiando. No me siento tan mal. Creo que lo que me ha pasado es que estaba perdido y me dio por ahí, pero hubiera necesitado poder hablar más con ellos, como hacemos ahora.
Cuando los padres no consiguen manejar la situación con los adolescentes suelen amenazar con volver a enviarlos a su país de origen. Cuando estas amenazas se cumplen comienzan unos movimientos de ida y vuelta que desestabilizan aún más al adolescente, no solucionan los problemas y desacreditan la función parental de los adultos. Los adolescentes que sufren esta situación, se van sintiendo rechazados y van generando ansiedades, relacionadas con la migración de sus padres, que pueden desembocar en agresividad hacia sus padres y otras personas.
Recuperando el tiempo perdido
El objetivo fundamental del reencuentro entre padres e hijos es convertirse en familia. Para eso, padres e hijos tendrán que adaptarse a la nueva situación, adoptar cada uno su papel, conocerse de forma íntima y construir lazos. En general, este proceso suele llevar bastante tiempo -aunque padres e hijos suelen tener bastante prisa- y ambas partes deben ser capaces de aguantar el periodo de adaptación previo al establecimiento de una relación satisfactoria. Hay que tener en cuenta que la llegada por sí sola no va a facilitar que se construya una nueva relación pero hay algunos aspectos que pueden ayudar en este proceso. Algunos de ellos son:
Es necesario pasar tiempo a solas
Los padres y los hijos necesitan conocerse estando juntos sin distraerse con otras personas. Cuanto más larga haya sido la separación, más tiempo necesitarán para estar a solas haciendo que el hijo se considere importante y único para sus padres. Cuando llegan varios hermanos a la vez, los padres deberán buscar tiempos distintos para dedicar a cada uno de ellos además de un tiempo común para compartir toda la familia.
Acercarse a las vivencias del hijo durante el tiempo de ausencia precisa de muchas conversaciones
Los padres deben estar disponibles para escuchar los relatos de los hijos sobre sus vivencias durante su ausencia. Cuando los hijos puedan contar sus experiencias con detalle sentirán que no tienen nada que ocultar a los padres y que pueden compartir con ellos cualquier vivencia, incluso aunque sea dolorosa para los padres. Es importante que se mantengan estas conversaciones porque se refuerzan los lazos emocionales entre padres e hijos, se relativiza el sentimiento de abandono y los hijos recuperan la sensación de ser un elemento relevante en la vida de sus padres. Veamos a continuación un ejemplo:
Soraya tiene 14 años. Se quedó al cuidado de su padre cuando tenía cinco años. Estuvo hasta los 12 sin ver a su madre, momento en que la pudo traer por reagrupamiento familiar, una vez que arregló legalmente su situación. Cuando tenía nueve, el padre formó una nueva familia en su país, con otra mujer y dos hijos, produciéndose rechazo hacia ella, expresado verbalmente y siendo maltratada tanto física como psicológicamente. El padre padecía un alcoholismo que le hacía estar cada vez más alterado.
La madre de Soraya mantuvo con ella un contacto telefónico frecuente, pero nunca supo de esta situación. Soraya siempre refería estar bien y a veces se inventaba cosas sobre lo que hacía, aunque estaba enferma con frecuencia, lo que era motivo de preocupación para su madre. En alguna ocasión a la madre le contaron algo en este sentido, pero no lo creía, ya que la niña refería estar bien.
La madre de Soraya es una mujer tranquila y luchadora. Desde que su hija vino a España, procuró organizarse sus horarios de trabajo para compartir el mayor tiempo posible con ella, lo que no siempre era fácil. Cuando no podía hacerlo, facilitaba que la chica estuviera con alguien conocido y llegaba cuanto antes. Intentó que su hija se sintiera a gusto, siendo para ambas fácil la convivencia, aunque la observaba muy retraída con otras personas. Se ocupó también de su salud, ya que era una chica muy frágil, llevando un seguimiento frecuente de su pediatra. Ha cambiado mucho físicamente.
Después de llevar casi un año juntas, Soraya empezó a contar sus experiencias, pudiendo aflorar en muchas ocasiones un llanto incontrolado, ante la sorpresa de la madre. Ella se pudo interesar, quiso saber con detenimiento qué había pasado y ayudarla a expresar sus sentimientos. También pudo sufrir por Soraya. Todo esto se fue haciendo poco a poco.
A Soraya se la ve bien, se siente segura en su nueva casa y ha empezado a hacer amistades con chicos de su edad. También ha empezado a no estar de acuerdo en algunas cosas con su madre, pero siguen conversando mucho.
Este caso muestra cómo el proceso mental por el que un adolescente se sitúa en un espacio diferente y la posibilidad de establecer otras relaciones verdaderas requieren de mucho tiempo. Se trata de procesos muy lentos que requieren relaciones íntimas que proporcionen seguridad y disponibilidad. El proceso será más largo y necesitará relaciones que proporcionen mayor seguridad cuanto más difíciles hayan sido las circunstancias iniciales.
El deseo de compartir todo también puede confundir a algunos padres
En algunas ocasiones, los padres que se han visto muy agobiados por las circunstancias pueden querer transmitir todo lo que han vivido a sus hijos. No obstante, estos relatos pueden ser difíciles de tolerar para los adolescentes porque en realidad no tienen capacidad para asimilar todas las preocupaciones que se les transmiten. De igual forma, los adolescentes no tienen por qué conocer con detalle los problemas de pareja que los padres tengan o hayan podido tener. Se trata de cuestiones adultas que los adolescentes no tienen por qué asumir. Los adultos que transmiten este tipo de preocupaciones suelen promover alianzas poco sanas que entorpecen el desarrollo saludable del adolescente y su tránsito hacia la edad adulta.
Cuando los padres han luchado mucho para poder enviar dinero, los asuntos económicos pueden estar sobrevalorados en las relaciones familiares
Hay veces que los padres utilizan los bienes materiales para expresar en la distancia el grado de afecto que sienten por sus hijos. Cuando los hijos llegan al país de acogida, los padres pueden seguir empleando este código sin establecer la diferencia entre las necesidades materiales y afectivas de los hijos. Es importante diferenciar entre ambos tipos de necesidad y, sobre todo, no sustituir las afectivas por las materiales creando una relación vacía e insegura.
Cuando el adolescente llega necesita escuchar de sus padres qué es lo que se espera de él en cuanto a su futuro inmediato y en qué entorno se va a desenvolver
Cuanto menos clara sea su situación, mayor será su confusión y su sensación de estar perdido. Es importante hacer explícito incluso lo obvio porque puede tratarse de claves para desenvolverse en el nuevo entorno que el recién llegado no conoce. Es fundamental que el adolescente sepa si su llegada es definitiva o cuánto tiempo va a durar su estancia. Conocer también si está prevista la llegada de otros familiares, si el domicilio es definitivo así como el entorno físico, le ayudará a situarse y sentirse más seguro.
El proyecto más a largo plazo que los padres tienen para los adolescentes inmigrantes, como cualquier otro padre, también debe ser discutido y consensuado con él. Aspectos como si va a estudiar o se va a incorporar al mundo laboral e incluso otros relacionados con la religión o cuestiones sociales también deben ser aclarados. Hay que tener en cuenta que cuando un inmigrante llega a un país nuevo no maneja las claves que facilitan la adaptación ni tiene muy claro qué cosas va a poder hacer. Así, disponer de una guía que ayude a establecer metas y objetivos y que explique cómo conseguirlos es una gran ayuda para el adolescente recién llegado.
Pertenecer y no pertenecer
Virginia tiene 17 años. Su padre es marroquí y su madre es española. Tiene otro hermano de 23 años ya casado. Está estudiando 2º de Bachillerato. Tanto ella como su hermano nacieron en Marruecos. Vinieron cuando ella tenía 8 años.
Virginia se presenta sola para realizar una consulta. Su padre no sabe que ha venido, su madre sí. Se encuentra muy mal, triste y con ganas de llorar. Le cuesta concentrarse en el estudio.
A su padre no le gustan las costumbres de aquí y en casa él impone las reglas. La madre acata las normas dictadas por el padre.
No la dejan salir con chicos. Se queda en casa y está aislada de sus amigas y compañeras. Su padre, si ella protesta, la castiga por lo que opta por callarse. Él manda y yo obedezco. También le obliga a practicar el islamismo.
Cree que su padre no tiene ninguna consideración hacia ella y que la impide desarrollar su propia vida. Su única salida es trabajar e irse de su casa.
El choque cultural es un elemento de conflicto y de dolor. El inmigrante se considera integrado cuando no se siente extraño. Eso exige que no sea discriminado. El mayor temor para el adolescente inmigrante es el de sentirse rechazado. Tanto para los padres como para los hijos emigrar implica un desarraigo. Hay miedo a perder la propia identidad. El desarraigo lleva al desamparo. El desamparo es tanto más difícil de superar cuanto peores sean sus condiciones psicológicas, es decir, su grado de salud y seguridad emocionales, así como las circunstancias reales en las que realiza el proceso de inmigración, las pérdidas que conlleve, condiciones sociales, exigencias y dificultades de distinto tipo.
El adolescente tendrá que adquirir un nuevo sentido de pertenencia, que implica no sentirse ni en todo igual ni en todo diferente, ni en todo de aquí ni en todo de allí. Aunque la familia se haya instalado en el país con bastante anterioridad a la adolescencia, cuando llega este momento el abismo entre las generaciones es aún mayor, fruto de las diferencias culturales, por lo que los conflictos son mayores. El proceso de inmigración rompe los círculos habituales de socialización familiar, ya que los chicos no han adquirido la suya propia en los mismos entornos y cultura que sus padres. Debido a esto, los hijos tienen que afrontar situaciones desconocidas para los padres, con la sensación de que sus padres no pueden ayudarles. Los chicos no se identifican con los valores de los padres. Este alejamiento cultural entre padres e hijos hace aún más vulnerable al adolescente inmigrante y más complejo su proceso de adolescencia. Tal y como hemos visto en el caso de Virginia, los roles de género que se atribuyen en las distintas culturas provocan grandes tensiones en la familia.
Veamos las principales razones que explican la dificultad del proceso de pertenencia a un grupo normalizado:
La incorporación precoz al trabajo. Esto aleja al chico de la posibilidad de compartir con otros chicos experiencias propiamente adolescentes.
La lengua. Provoca inhibición para comunicarse, con la consiguiente falta de contacto e intimidad con los otros.
La forma de vestir. En el caso de que se le atribuya un carácter esencial, deja en segundo término los valores esenciales.
El agrupamiento en entornos deprivados socialmente. Conlleva las mismas desventajas que para el resto, pero añadiendo sus propias dificultades particulares.
Para el chico inmigrante, sus raíces quedan plenamente truncadas si viene solo, sin familia ni nadie que le espere. Aunque esta sea la situación más infrecuente es la más dramática.
Facilitando el proceso: familia y escuela
Si la familia y la escuela son los dos soportes fundamentales sobre los que pivota la vida del adolescente, es desde ellos desde donde se le puede cuidar prioritariamente y, también a través de ellos, desde donde se puede incidir para mejorar globalmente sus condiciones.
Alois es el padre musulmán de una chica de 15 años que sufre frecuentes trastornes psicosomáticos. Estudió una carrera en su país de origen y otra aquí. Tiene un buen puesto de trabajo y está bien socializado. Le afectan mucho los comentarios negativos que oye sobre los musulmanes. Y se siente atacado. Teme ser socialmente rechazado. Se siente despreciado. Llora delante de su mujer y de su hija. No entiende lo que le pasa a su hija, pues ella es española.
En la adolescencia, tanto los padres como los hijos pasan por momentos de inseguridad, similares a los vividos por los padres en otras circunstancias vitales, como fruto del proceso emigratorio. Para padres que han pasado por momentos de incertidumbre en el proceso de inmigración, la nueva incertidumbre sobre el futuro del hijo que se despega de ellos, también puede resultar un elemento muy difícil de tolerar, por lo que necesitarán apoyo para manejarlo sin sentirse desbordados. El papel de la escuela es muy importante en el proceso de socialización y, por tanto, de pertenencia e identidad del adolescente inmigrante. La permanencia en la escuela actúa como factor protector, ya que es desde ella, desde la que se garantiza su integración social. Hay que fomentar los valores de tolerancia para conseguir desarrollar la autoestima de los adolescentes inmigrantes. En la escuela se puede luchar con garantías de éxito contra todos los tópicos, los estereotipos y los prejuicios culturales.