John Locke: Fundamentos de la Tolerancia y la Libertad Religiosa
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John Locke y la Tolerancia: Un Legado Fundamental
La obra de John Locke, especialmente su célebre Carta sobre la Tolerancia de 1689, marcó un antes y un después en la conceptualización de la libertad de cultos. Locke inicia su disertación asumiendo la tolerancia como la principal característica de la Iglesia cristiana, argumentando que la verdadera finalidad de la religión reside en la vida interior y moral de los hombres, así como en el culto que libremente deciden ofrecer a Dios.
El filósofo constata que el Evangelio no promueve el uso de la violencia contra personas con creencias distintas; al contrario, subraya que Jesús de Nazaret no impuso su religión, prefiriendo incluso ser perseguido. Esta premisa fundamental lleva a la conclusión de que ninguna Iglesia tiene el derecho de arrogarse una potestad coercitiva sobre las conciencias individuales.
La Esfera de Acción del Estado y la Religión
Locke afirmó categóricamente que el Estado tampoco tiene derecho a imponer una religión. Demuestra que el Estado es una sociedad de hombres que defienden los derechos civiles, basándose en que el magistrado solo tiene jurisdicción sobre estos derechos y no sobre las creencias espirituales. Es un hecho innegable que ningún hombre puede ser forzado a profesar una religión en la que, motu proprio, no cree. Si el Estado o la Iglesia pretendieran tal cosa, sería una empresa imposible y, por tanto, deberíamos tolerar la diversidad de cultos para evitar fomentar la hipocresía.
Autores anteriores a Locke sostenían que el Estado debía velar por el bien de sus súbditos, lo que a menudo implicaba considerar la salvación garantizada por alguna religión específica. El filósofo inglés refuta esta teoría con una analogía contundente: el Estado debe asegurar que todos los miembros del cuerpo social tengan alimentos, pero jamás imponer una dieta saludable y, mucho menos, tiene derecho a inmiscuirse en el cuidado de las almas.
Libertad de Conciencia y Pluralidad de Caminos
Locke llega a plantear la hipótesis de que, quizás, para la salvación del alma del hombre existen diversos caminos, considerando que las diferencias entre las sectas cristianas son, en esencia, frivolidades. Además, para Locke, el príncipe no tiene derecho a imponer ningún concepto sobre la salvación, ya que los individuos poseen la misma capacidad de juicio que él. Este principio es igualmente aplicable a otras religiones.
En definitiva, si consideramos que alguien vive en una farsa, podemos amonestarlo con consejos y argumentos racionales. No obstante, la libertad de culto para Locke no es equiparable a la libertad de pensamiento en todos los casos, ya que el ateo, al carecer de preocupaciones espirituales, su moralidad interna no tiene un freno trascendente en el mismo sentido que un creyente.