John Locke: Libertad Religiosa y Separación de Iglesia y Estado
Clasificado en Filosofía y ética
Escrito el en español con un tamaño de 9,51 KB
La Intolerancia Religiosa y la Separación de Iglesia y Estado según John Locke
El presente documento aborda la tesis de que las guerras de religión no se originan en la diversidad de creencias u opiniones, sino en la intolerancia fomentada por los líderes eclesiásticos.
Ideas Centrales sobre la Tolerancia y el Poder
- Los conflictos dentro del cristianismo no surgen de la diversidad de opiniones, sino de la intolerancia.
- Los líderes de la Iglesia, motivados por la avaricia y el ansia de poder, han manipulado a autoridades políticas ambiciosas y a masas supersticiosas, convenciéndolos de la necesidad de destruir a herejes y cismáticos.
- Esta dinámica ha propiciado la confusión entre Iglesia y Estado, dos esferas que, por naturaleza, deben permanecer separadas.
Conexión entre Intolerancia, Poder y Confusión Institucional
Este texto postula que las guerras de religión históricamente vividas en Europa son consecuencia directa de la intolerancia, y no de la mera coexistencia de diversas religiones. La raíz de esta intolerancia reside en la conducta de las autoridades eclesiásticas, quienes explotan tanto la ambición de los políticos como la superstición de las masas. Esta situación, a su vez, evidencia una peligrosa confusión entre la Iglesia y el Estado, dos instituciones con propósitos y funciones inherentemente distintas que no deben entrelazarse.
La Visión de John Locke sobre la Libertad de Conciencia y la Separación de Poderes
John Locke, en su defensa de la libertad de conciencia, aborda las devastadoras guerras que asolaron Europa. Sostiene que la causa de estos conflictos no reside en la diversidad de creencias, sino en la intolerancia. Para Locke, esta intolerancia emana directamente del comportamiento de la Iglesia. Los líderes eclesiásticos han manipulado a políticos ambiciosos y a masas supersticiosas, persuadiéndolos de la necesidad de aniquilar a quienes profesan otras creencias. Locke se refiere específicamente a la Iglesia Católica, a la que considera la más intolerante y peligrosa, siendo la única, junto con los ateos, que debería ser excluida de los beneficios de la tolerancia. Argumenta que los jerarcas eclesiásticos han usurpado un poder que legítimamente pertenece solo a las autoridades civiles. Además, Locke enfatiza que toda persecución es intrínsecamente anticristiana, dado que el principio fundamental del cristianismo es el amor.
En este sentido, la libertad de religión demanda una distinción clara y categórica entre la esfera civil, representada por el Estado, y la esfera de las creencias religiosas, es decir, la Iglesia. Ambas son comunidades con propósitos y fines distintos. El Estado tiene como objetivo primordial asegurar la libertad y proteger la propiedad privada de sus ciudadanos. Por su parte, la Iglesia busca la salvación eterna y la práctica del culto público a Dios. Para salvaguardar la libertad individual, es imperativo que Iglesia y Estado permanezcan separados: los gobernantes no deben inmiscuirse en asuntos de fe, y los eclesiásticos no deben intervenir en cuestiones civiles.
La "Carta sobre la Tolerancia" de John Locke: Un Hito en la Libertad de Culto
La “Carta sobre la Tolerancia” de John Locke, publicada en 1689, representa un punto de inflexión en la conceptualización occidental de la libertad de culto. El filósofo empirista inicia su obra postulando que la tolerancia es la característica fundamental de una verdadera Iglesia Cristiana. Argumenta que la finalidad de la auténtica religión no es ejercer la fuerza coercitiva sobre los individuos, sino regular su vida en lo que respecta a su moralidad íntima y al culto que deciden ofrecer a Dios.
La No Violencia como Principio Cristiano
Locke observa que en ninguna parte de los Evangelios se incita al uso de la violencia contra quienes profesan religiones distintas. Por el contrario, en la escena del prendimiento de Jesús, este recrimina la actitud violenta de Pedro al herir a uno de los captores. El autor inglés sostiene, además, que si alguien hubiera tenido la potestad de imponer la religión por la fuerza, ese habría sido precisamente Jesús de Nazaret; sin embargo, no lo hizo, prefiriendo sufrir persecución antes que convertirse él mismo en perseguidor. Por lo tanto, ninguna Iglesia cristiana tiene el derecho de arrogarse una potestad que el propio Hijo de Dios no se atribuyó: la de perseguir a sangre y fuego a quienes viven su relación con Dios de manera diferente.
El Estado y la Imposición Religiosa: Una Separación Necesaria
Lo verdaderamente revolucionario en la propuesta de Locke es su afirmación de que tampoco el Estado tiene derecho a imponer una religión o un culto a sus súbditos. Llega a esta conclusión tras demostrar que el Estado es una sociedad de hombres cuyo propósito es defender y promover los intereses civiles, tales como la vida, la libertad y la propiedad. El magistrado posee jurisdicción sobre estos intereses, pero sobre ningún otro. Del mismo modo, la Iglesia tampoco puede interferir en los asuntos del Estado, ya que su función es la salvación de las almas y no la protección de los intereses civiles.
La Imposibilidad de la Fe Forzada y la Hipocresía Social
Para Locke, al igual que para Spinoza, es un hecho innegable que a ningún ser humano se le puede forzar a tener fe en una religión en la que, por propia voluntad, no cree. Si el Estado o la Iglesia intentaran tal cosa, estarían persiguiendo un objetivo imposible o, peor aún, fomentarían la hipocresía como virtud social, algo indeseable para cualquier gobierno justo. Por consiguiente, no solo debemos tolerar la diversidad de culto, sino también permitir que quien considere falsa la religión en la que fue educado pueda abandonarla y abrazar aquella que, en conciencia, estime verdadera.
El Cuidado del Alma: Una Cuestión Personal, No Estatal
Autores anteriores a Locke sostenían que el Estado debía velar por el bien de sus súbditos y, por ende, si consideraba que la salvación estaba garantizada por una religión específica, tenía no solo el derecho, sino la obligación de imponerla. El filósofo inglés refuta esta teoría argumentando que, si bien es cierto que el Estado debe procurar el bienestar de sus ciudadanos, este cuidado no se extiende al ámbito de las almas, ni siquiera al daño que los individuos puedan causarse a sí mismos en el ámbito privado. Es decir, el Estado debe asegurar que todos los miembros de la sociedad tengan acceso a alimentos, pero no puede imponer una dieta saludable; tampoco puede obligar a alguien a vivir en la opulencia o la pobreza si así lo decide. Aunque creamos que es mejor vivir de una determinada manera, no podemos imponerla a nadie, siempre y cuando la vida que elijan nuestros conciudadanos no perturbe el orden social. Por lo tanto, mucho menos derecho tiene el Estado a inmiscuirse en el cuidado de las almas, que es, en definitiva, una cuestión profundamente personal.
Diversidad de Caminos hacia la Salvación y el Juicio Individual
Locke incluso plantea la hipótesis de que quizás existan diversos caminos para la salvación del alma humana, y no solo uno. Al analizar los conflictos entre las sectas cristianas, observa que sus diferencias a menudo radican en frivolidades, mientras que la esencia reside en un concepto de virtud moral y el amor debido a Dios. ¿No sería factible que esto último condujera a la salvación, más allá del tipo de vestimenta del sacerdote en la ceremonia o de si el pan de la eucaristía es realmente la carne de Cristo o solo un símbolo? Pero, aun suponiendo que solo exista un camino para la salvación, ¿qué garantía tiene el príncipe para conocerlo mejor que cualquier particular? Para Locke, ninguna, y por tanto, carece del derecho de imponer su peculiar concepto de la salvación a otros hombres que, en última instancia, poseen la misma capacidad de juicio que él.
Tolerancia Religiosa y Paz Social
Lo mismo que es aplicable a las sectas cristianas, lo es a otras religiones como la musulmana, la judía o incluso la idolatría. Si a un particular se le permite sacrificar un cordero en su casa, ¿por qué se le prohibiría hacerlo en un templo si cree que así agrada a su Dios? Ninguno de estos actos perturba el orden social y, por tanto, no deben ser perseguidos ni estigmatizados. Sin embargo, fomentar el odio contra otras religiones sí daña la paz social, y las religiones que incurran en ello serán justamente consideradas culpables de un delito de intolerancia y, por ende, perseguidas.
Límites de la Tolerancia: El Caso del Ateísmo
En resumen, si consideramos que alguien profesa una religión falsa, podemos amonestarlo con consejos y ejemplos edificantes, pero no es creíble que quien dice preocuparse por mi salvación me persiga, hostigue y asesine.
No obstante, la libertad de culto para Locke no es equiparable a la libertad de pensamiento en todos los aspectos. Por ejemplo, él sostiene que el ateísmo no debe ser tolerado por el gobierno. Según el autor empirista y muchos de sus contemporáneos, el ateo carece de preocupaciones espirituales y su moralidad interna no tiene un freno trascendente. Por lo tanto, el ateo no es considerado un ser moral y representa un peligro objetivo para la convivencia social.