La Literatura Española del Siglo XVIII: La Ilustración
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Contexto Histórico
El siglo de la Ilustración en España comenzó con un cambio de dinastía. Los Borbones ocuparon el trono e implantaron el despotismo ilustrado. Como consecuencia, tuvo lugar la Guerra de Sucesión, que concluyó con el segundo reinado de Felipe V y la implantación de un estado absolutista y centralista. Posteriormente, Fernando VI y Carlos III llevaron a cabo reformas a través de sus ministros con la intención de reconstruir el país. En 1789, la Revolución Francesa y la figura de Manuel Godoy favorecieron cierta tolerancia con los ilustrados.
El auge de la agricultura y el incremento de la población conllevaron a la consolidación de núcleos burgueses dedicados al comercio. De la mano de las Sociedades Económicas de Amigos del País, se luchó por la liberación comercial y el incremento de la producción. En esta etapa, la mayoría de la población era analfabeta; es entonces cuando comienzan a surgir los primeros novatores, precursores ilustrados partidarios de que la teología debía dar paso a la ciencia. Su ideario fue difundido por las Sociedades de Amigos del País y la prensa, iniciada también en dicho siglo. Hechos destacables de este período son la creación del primer periódico diario y la apertura de academias y museos.
Literatura
Primera Mitad del Siglo
En la primera mitad del siglo, los escritores continuaron con los modelos barrocos en los tres géneros. A través del ensayo se expresaron las ideas ilustradas.
Segunda Mitad del Siglo: Neoclasicismo
En la segunda mitad del siglo surge el neoclasicismo, caracterizado por proponer la austeridad, la limitación y la sujeción de la fantasía creadora a modelos preestablecidos. Esta tendencia literaria siguió unas líneas poéticas, las principales fueron las anacreónticas, el rococó. Se da una literatura sentimentalista y prerromántica en esta etapa. Poetas como Álvarez de Toledo y Gerardo Lobo imitaron en sus obras a grandes poetas barrocos como Quevedo.
En 1750 surge la poesía neoclásica, en la cual coexisten diversas tendencias: la poesía rococó, la didáctica, la filosófica y la sentimental. Al igual que sucedió con la poesía, fue a mediados de la centuria cuando los dramaturgos comenzaron a decantarse por un teatro neoclásico, caracterizado por su finalidad didáctica. En él se procedía a la imitación de las acciones humanas de muy distintas formas a través de la tragedia, la comedia o la comedia sentimental. Todas ellas compartían unas características comunes, como la regla de las tres unidades o la atención al "decoro". Cabe destacar la figura de Leandro Fernández de Moratín con su obra El sí de las niñas, en la que brinda el modelo de una organización social y una actitud basada en la razón. Paralelamente al teatro neoclásico se desarrolló un teatro costumbrista, donde destacaron los sainetes y Ramón de la Cruz.
Creado por Michel de Montaigne y Francis Bacon, el ensayo de la época abordaba las reflexiones y opiniones sobre aspectos de entonces. Teatro crítico universal o Cartas eruditas y curiosas son obras atribuidas a Benito Jerónimo Feijoo. Sus escritos pretendieron combatir los errores científicos o populares para lograr modernizar la sociedad española. A través de un estilo cercano, abordó temas muy variados como la economía o la política. José Cadalso, autor de Cartas Marruecas, usó la forma epistolar para ofrecer, a través de tres personajes diferentes, visiones diversas de la realidad española, todas ellas acordes con la mentalidad ilustrada.
Gaspar Melchor de Jovellanos es la figura más representativa de la Ilustración española. Sus escritos, dirigidos a las autoridades, están guiados por la razón. Abordó temas jurídicos y sociales, por ejemplo en su obra Informe sobre la ley agraria.