Liturgia, Misterio y Compromiso: Explorando la Relación Humano-Divina
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La Liturgia
La palabra liturgia era un término profano que se refería al ceremonial que exigían los actos públicos. Eran los actos propios del protocolo, las tareas de los servidores públicos, de los funcionarios. En la actualidad, sigue manteniéndose ese sentido profano cuando se trata de la celebración de acontecimientos sociales; por ejemplo, la celebración de una fiesta o de un concierto. Pero, en la religión, la liturgia significa celebración, y se refiere al conjunto de actos rituales realizados por un sacerdote que establecen la relación con lo sagrado.
El Misterio y el Compromiso
Este compromiso obliga al creyente a aceptar la separación entre él y lo divino. Lo humano es visible y manejable, se puede conocer y cambiar. Por ejemplo, cambiamos el peinado, el vestido, los libros, las aficiones, la profesión. Forma parte de nuestra vida cotidiana. Lo divino se presenta como misterioso, como algo oculto y secreto. Es invisible, extraño y superior, no se puede ver ni oír; e incluso se sospecha que tiene poderes destructivos. El creyente confía en que, si se comporta como los dioses quieren, está a salvo.
Los Dioses Siguen Ocultos
Los seres humanos parecen dispuestos a establecer un pacto con los dioses, pero estos se ocultan porque pertenecen al mundo del misterio, de lo divino. Se los debe imaginar a la vista de las señales con las que se manifiestan. Solo se puede aspirar a interpretar esas señales y tratar de representarlos en algún tipo de figura u objeto. Por ello, determinados objetos se convierten en símbolos de la divinidad. A estos símbolos se les atribuye la misma fuerza que se supone que tiene el dios al que representaban. Por ejemplo, los ocho brazos de la diosa Kali simbolizan su inmenso poder de creación y destrucción.
Religión y Confianza Colectiva
Cuando en la historia de la humanidad surgieron las primeras formas religiosas, el hombre vivía en grupos reducidos. En ellos, cada uno dependía de los demás en todo y para todo. El compromiso con la divinidad afectaba al individuo y al conjunto. Era un fenómeno colectivo. Además, que todo el grupo compartiera los mismos compromisos aumentaba la confianza en la resolución. Imaginaban que entre todos podrían comprometer más a la divinidad. De este modo, lo religioso formó parte de su organización social.