Marx y San Agustín: Fundamentos Filosóficos sobre Sociedad, Humanidad y Destino

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Metafísica en Marx

Para los autores medievales, Dios era la idea más importante de la metafísica y el mundo no era relevante. Para Descartes, la idea más importante era el yo, pero para Marx, la idea central será el mundo. Marx sostiene que la idea de mundo es primordial, ya que es la fuente de nuestras ideas y el factor que nos coacciona, es decir, que dirige la vida que vamos a tener.

La influencia de Hegel dará lugar a la dialéctica hegeliana, una gran aportación para la filosofía que Marx adaptará posteriormente. Esta es una forma de argumentación en la que se produce una interacción entre contrarios, que contiene:

  • Tesis: la idea principal.
  • Antítesis: la idea contraria que surge como respuesta a la tesis.
  • Síntesis: el resultado del choque entre la tesis y la antítesis.

Esta síntesis se convertirá en una nueva tesis, dando lugar a un proceso continuo.

Para explicar esta idea de mundo, Marx la divide en dos conceptos fundamentales, que constituyen la base de nuestro pensamiento:

  • Infraestructura: Es la base material de la sociedad. Incluye la clase social, el trabajo, el lugar donde se vive; en resumen, todo lo material que nos forma de manera inconsciente.
  • Superestructura: Se forma a partir de lo vivido en la infraestructura. Son los valores, las ideas, las instituciones (políticas, jurídicas, religiosas, culturales) que tenemos.

A esta concepción, que otorga más importancia a la idea de mundo y su base material (la materia) en detrimento de las ideas (que considera derivadas de aquella), la denomina materialismo. Al aplicar la dialéctica a esta visión, surge el materialismo dialéctico.

Marx afirma que el mundo es dinámico porque cambia y evoluciona; la realidad social se transforma y, con ella, la infraestructura también puede cambiar. Esto ocurre debido a la oposición en las fuerzas de producción (trabajadores, medios de producción, tecnología), que son el elemento más dinámico y donde se manifiestan los conflictos (reflejando la influencia de la izquierda hegeliana), los cuales se resuelven mediante la dialéctica. El mundo cambia porque existe una idea dominante (tesis) a la que se opone otra idea (antítesis). Esta oposición genera una lucha de la cual surge una idea nueva y mejorada (síntesis). Este proceso ocurre en todos los ámbitos de la sociedad y del mundo.

Según la Ilustración de la Edad Moderna, en la sociedad existía una idea dominante (tesis): la Ley del Progreso Indefinido, que sostenía que avanzamos como sociedad, mejorando de una generación a otra. Sin embargo, frente a visiones que cuestionan este progreso lineal, Hegel ya había formulado su dialéctica. Hegel postula una tesis a la que se oponen contrarios (antítesis), llevando a una lucha de la que emerge una nueva idea mejorada (síntesis). Este proceso se repite, impulsando el avance de la sociedad.

Además, Marx afirma que esta concepción materialista puede rastrearse a través de la historia, dando lugar al materialismo histórico. A lo largo de la historia, se han producido estos conflictos, pero no siempre se han estudiado desde esta perspectiva. Marx utiliza el materialismo histórico como una nueva herramienta para analizar la historia, buscando, además, fundamentar sus conclusiones con un enfoque que considera científico y basado en datos concretos de la realidad material.

Antropología Marxista: El Ser Humano y el Trabajo

El trabajo define y realiza al ser humano, siendo su dimensión principal, un aspecto que, según Marx, no se había estudiado con la debida profundidad hasta entonces. Marx sostiene que el trabajo puede ser una fuente de realización o, por el contrario, convertirse en una forma de esclavitud, como ocurría con los proletarios de su época. Considera que, a través de la alienación, el trabajador pierde el control sobre el fruto de su esfuerzo. Este producto se convierte en un objeto ajeno que servirá para generar beneficio al capitalista. La alienación implica vivir una vida extrañada de uno mismo, una vida que no se ha elegido auténticamente. En el contexto del trabajo alienado, la aparente igualdad en la despersonalización contribuye a la alienación, apartando al individuo de su autenticidad y de la vida que le gustaría elegir.

La Alienación en el Sistema Capitalista

En el sistema capitalista, el ser humano se ve desposeído de la realización que el trabajo podría aportarle. En lugar de ello, el sistema aliena al ser humano. En el capitalismo, el obrero está alienado: extrañado de sí mismo, vive una vida que no es auténtica porque su existencia y su trabajo están subordinados a otro, el capitalista. Según Marx, existen varios tipos de alienación, destacando principalmente:

  • Alienación económica
  • Alienación social
  • Alienación religiosa
Alienación Económica

La alienación económica se manifiesta principalmente en relación con:

  • El producto del trabajo: El trabajador es ajeno a sus propias creaciones. No vive su actividad productiva como algo que le pertenezca o forme parte de sus proyectos personales; si trabaja, lo hace fundamentalmente por necesidad económica, por dinero.
  • La actividad productiva: Los objetos que produce no le pertenecen, le son ajenos. No importa el bienestar del productor, sino que la mercancía sea producida. Esto, según Marx, destruye la individualidad y convierte al trabajador en esclavo de las cosas y del proceso productivo.

Esta alienación económica está intrínsecamente ligada a un instrumento de explotación: la plusvalía (plus: más, valía: valor), que es el valor adicional que generan los productos gracias al trabajo del obrero, pero del cual se apropia el capitalista. Marx explica que al obrero se le paga un salario fijo, mientras que los productos de su trabajo se venden por un valor mucho mayor. Ante las quejas de los obreros, los capitalistas y empresarios argumentan que deben cubrir no solo los salarios, sino también los costos de producción (alquiler de la fábrica, maquinaria, proveedores). Para ello, se necesita un capital, y el empresario argumenta que no puede destinar todas las ganancias al obrero porque necesita reinvertir. Marx reconoce que el empresario necesita un remanente, pero critica el abuso de la plusvalía. Se plantea entonces la cuestión de cómo los empresarios aseguran esta ganancia: a menudo, mediante medidas como despedir obreros o cerrar fábricas para mantener o aumentar la plusvalía. Esta es una de las críticas centrales de Marx al sistema. En última instancia, el capitalismo, según Marx, busca la acumulación de capital, a menudo a costa del obrero, al que no se valora como persona, sino como una mercancía más, una fuerza de trabajo. Marx concluye que el elemento crucial es la propiedad privada de los medios de producción (fábricas, máquinas, capital, etc.) por parte de los empresarios. Esto es lo que les otorga poder, los diferencia de los obreros y constituye la base de la explotación que Marx busca transformar.

Alienación Social y Religiosa

Para Marx, tanto la alienación social como la religiosa son formas derivadas y complementarias de la alienación económica fundamental.

Alienación Social

En el ámbito social, la estricta y discriminatoria división en clases (basada en la posesión o no de los medios de producción) conlleva el reconocimiento o la negación de privilegios sociales. Esto provoca que los desfavorecidos económicamente, además de sufrir penurias, se vean privados del reconocimiento de su dignidad como personas y ciudadanos. A menudo, carecen de conciencia de clase, es decir, de la comprensión de su situación de explotación y de sus intereses comunes como clase trabajadora.

Alienación Religiosa

En el ámbito religioso, Marx considera que las religiones actúan como un instrumento para mantener oprimida a la clase más desfavorecida. La creencia en un futuro celestial, donde todos los seres humanos serán iguales ante Dios, fomenta la resignación ante las desigualdades e injusticias terrenales. La promesa de un más allá mejor atenúa las ansias de transformación social y puede hacer que se acepten situaciones intolerables en el presente. Marx llegó a afirmar: “La religión es el opio del pueblo”, ya que, en su visión, adormece las conciencias y las reivindicaciones de los oprimidos.

La Propuesta Política de Marx: Del Capitalismo al Comunismo

La dimensión política es crucial en la teoría de Marx, ya que su objetivo fundamental era transformar la sociedad a través de la acción política. Marx se distingue por su intento de fundamentar teóricamente la praxis revolucionaria, buscando evitar que su proyecto se convirtiera en una mera utopía (un ideal irrealizable). Para ello, elabora un plan de transformación social que sigue las pautas de la dialéctica:

  • Tesis: El sistema capitalista.
  • Antítesis: La revolución proletaria y la dictadura del proletariado (socialismo).
  • Síntesis: La sociedad comunista.

La Tesis: El Capitalismo

Marx identifica como tesis el capitalismo. En este sistema, se defiende el liberalismo económico, que, según sus defensores, permite a los ricos acumular grandes fortunas. La teoría liberal clásica sostiene que, al enriquecerse, los capitalistas invertirán y gastarán su dinero, lo que supuestamente mejoraría la economía general, creando puestos de trabajo y beneficiando indirectamente a los pobres, bajo la premisa de que la economía se autorregula (laissez-faire).

Desde la perspectiva marxista, el Estado en el capitalismo favorece con sus leyes a los empresarios, es decir, a quienes poseen los medios de producción, perpetuando así la explotación del proletariado.

La Antítesis: Revolución y Socialismo (Dictadura del Proletariado)

Frente al capitalismo, Marx propone una antítesis. Para ello, considera fundamental desarrollar la conciencia de clase en el proletariado, uniéndolo para llevar a cabo una revolución obrera que se enfrente al sistema capitalista.

De este enfrentamiento revolucionario surgiría la dictadura del proletariado. En esta fase, el proletariado organizado tomaría el poder del Estado de forma transitoria y autoritaria para expropiar los medios de producción de manos de la burguesía. El Estado se convertiría en un instrumento fuerte que gestionaría estos bienes y los organizaría en beneficio de la clase trabajadora.

A esta etapa de transición se la denomina socialismo. Marx la caracteriza con el principio: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su rendimiento”.

Esta dictadura del proletariado se concibe como una fase transitoria, la antítesis necesaria para superar la tesis capitalista.

La Síntesis: El Comunismo

Como resultado de la superación dialéctica de la lucha de clases (entre la burguesía capitalista y el proletariado en su fase socialista), aparecería la síntesis: el comunismo. Este es el sistema social y político que Marx aspiraba a establecer, concebido como algo cualitativamente distinto, nuevo y superior.

En la sociedad comunista, el Estado se extinguiría, ya que, al desaparecer las clases sociales y la propiedad privada de los medios de producción, no sería necesario un aparato coercitivo para mantener el dominio de una clase sobre otra. Todo pertenecería a la comunidad.

Se aboliría la propiedad privada de los medios de producción, aunque se mantendría la posesión de bienes de uso personal que cada individuo necesite.

En esta fase, reinarían la igualdad, la paz social y la fraternidad, ya que las clases sociales habrían desaparecido, y con ellas, las contradicciones y antagonismos que generan.

La sociedad comunista se regiría por el principio: “De cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”.

El Fin de la Historia Dialéctica

Marx considera que, una vez alcanzado el comunismo, se llegaría al fin de la prehistoria humana y al comienzo de la verdadera historia. ¿Por qué? Porque si ya no existen clases sociales antagónicas contra las que luchar, la historia, entendida como una sucesión de luchas de clases (motor de la dialéctica histórica), llegaría a su fin. Se habría alcanzado una sociedad sin contradicciones fundamentales, superando la necesidad de avanzar mediante la lucha y la negación.

San Agustín: Cristianización de la Filosofía Platónica

El objetivo principal de San Agustín de Hipona es cristianizar la teoría de Platón, situando a Dios como el ser absoluto del que todo emana y hacia el cual todo tiende. Dios es el centro de su sistema filosófico-teológico. Para ello, San Agustín se apoya en parte en la filosofía de Plotino (neoplatonismo), quien afirmaba la existencia de un principio supremo llamado el Uno, que posee las cualidades del ser perfecto de Parménides y del cual emanan, en un proceso descendente, las ideas (Nous), las almas (Psique) y los cuerpos (materia). Según San Agustín, este ser supremo es el Dios cristiano, un Dios personal y creador que se encuentra fuera del tiempo lineal (pasado, presente, futuro), tal como lo concebimos. Dios existe en la eternidad, un presente perpetuo, sin estar limitado por el espacio ni el tiempo.

Dios, en su eternidad, está íntimamente ligado a la creación y a las almas que de Él dependen. La experiencia humana del tiempo (pasado, presente y futuro) encuentra su anclaje en la providencia divina. En la doctrina cristiana que Agustín defiende, Dios se revela como Trinidad:

  • Dios Padre: Creador, asociado a menudo con la historia de la salvación narrada en el Antiguo Testamento.
  • Dios Hijo (Jesucristo): Redentor, cuya encarnación marca un punto central en la historia, el presente de la gracia.
  • Dios Espíritu Santo: Santificador, que guía a la Iglesia y a los fieles hacia su destino final (el cielo), actuando en el futuro de la promesa.

La Gracia Divina y la Libertad

Dios, al acompañarnos constantemente, está siempre dispuesto a ayudarnos a tomar las decisiones difíciles de nuestra vida mediante la gracia divina. Esta gracia nos guía para tomar las decisiones que más nos acercan a Él. Cuando usamos la libertas (la libertad orientada al bien supremo) para tomar decisiones importantes, si lo hacemos sin la ayuda de la gracia divina, tenemos más oportunidades de pecar. Pecar significa alejarnos de Dios y acercarnos al mal, que San Agustín define como la ausencia de bien (privatio boni).

Es crucial entender que la gracia divina no anula la libertad que Dios también nos ha otorgado, sino que la perfecciona y la orienta.

Conocimiento, Fe y Razón

Más allá de la ayuda divina en las decisiones éticas, esta también es fundamental en el ámbito del conocimiento. San Agustín sostiene que nosotros solos no podemos llegar a la Verdad (con mayúscula, identificada con Dios o las ideas divinas) sin la ayuda de Dios. Sin embargo, que Dios nos ayude a encontrarla no significa que nos la revele de forma pasiva o que anule nuestro esfuerzo intelectual. La fe sola no es suficiente para obtener todo el conocimiento.

También se requiere de la razón. Esta interrelación entre fe y razón (crede ut intelligas, intellige ut credas: cree para entender, entiende para creer) es un pilar de su pensamiento, lo cual es comprensible dado que San Agustín no fue siempre cristiano y tuvo un largo itinerario intelectual antes de su conversión.

Dentro de esta cooperación, Dios actúa a través de la iluminación divina: Dios, como luz inteligible, ilumina nuestra mente para que podamos comprender las verdades eternas, sin revelárnoslas directamente de forma completa, sino capacitándonos para descubrirlas.

Para San Agustín, Dios es el fin último (summum bonum) de todos nuestros actos y de todo conocimiento verdadero.

Ética Agustiniana: Pecado Original, Libertad y Gracia

Según la doctrina cristiana que San Agustín defiende, todos nacemos con las consecuencias del pecado original; es decir, heredamos una naturaleza humana inclinada al mal como resultado del primer pecado. Este pecado se nos absuelve sacramentalmente (por ejemplo, en el bautismo), donde Dios, por su gracia divina, nos ofrece la limpieza de ese pecado original y la posibilidad de la justificación. Esta situación podría llevar a pensar que no somos libres, ya que no hemos decidido nacer con esta condición ni, en el caso del bautismo infantil, consentido activamente su remisión inicial. Ante esta problemática, San Agustín afirma que sí somos libres. Dios nos ha dado la libertad, que él distingue en dos aspectos o formas principales:

  • Libre albedrío (liberum arbitrium): Es la capacidad de elegir entre diferentes opciones, la libertad psicológica que usamos para tomar las decisiones cotidianas y mundanas. Es la capacidad de querer o no querer.
  • Libertad (libertas): Es la verdadera y plena libertad, que consiste no solo en poder elegir, sino en elegir el bien y adherirse a él. Es la capacidad de usar correctamente el libre albedrío para alcanzar nuestro fin último, que es Dios. Esta libertas se ve disminuida por el pecado y necesita de la gracia para ser restaurada y fortalecida.

Para alcanzar y ejercer la verdadera libertas, contamos con la ayuda indispensable de Dios, manifestada en la gracia divina, por la cual Él nos guía e inclina suavemente nuestra voluntad para tomar las decisiones que nos acercarán más a Él.

Tomar una decisión importante usando meramente el libre albedrío sin la orientación de la gracia hacia el bien (es decir, sin tender a la libertas) implica un mayor riesgo de equivocarnos. Esto puede llevar a pecar, lo que significa alejarnos de Dios y acercarnos al mal, entendido como ausencia de bien y, en última instancia, ausencia de Dios.

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