Memoria, Historia y Testimonio: Voces del Pasado y Sus Representaciones

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Memoria e Historia: Fundamentos y Relaciones

La historia nace de la memoria. La memoria es el recuerdo de un pasado vivido o imaginado y, por eso, subjetiva. Por naturaleza, es emotiva, afectiva y vulnerable a toda manipulación. Por otro lado, la historia es una construcción, siempre incompleta, de aquello que ha dejado rastros; por ello, es objetiva y se vale de documentos.

No puede existir historia sin memoria. El historiador se basa en datos vinculados a la memoria, ya que esta es portadora de una verdad reveladora que ayuda a establecer una verdad. Sin embargo, la memoria no es historia. Ambas se relacionan con el pasado, pero la segunda (la historia) tiene como objetivo la exactitud de la representación, mientras que la primera (la memoria) solo pretende ser creíble.

La verdadera historia tiene el deber de no ignorar ni la memoria ni el testimonio, por lo que se la considera “hija de la memoria”. Por su parte, la historia permite cuestionar y probar críticamente los contenidos de la memoria, lo que ayuda en la tarea de narrar y transmitir memorias críticamente probadas. Se puede decir, entonces, que en las sociedades pluralistas (que albergan distintos grupos culturales y religiosos) existe una “rivalidad organizada de la memoria”, mientras que en las sociedades totalitarias, la memoria y la historia coinciden y son oficiales.

El Testimonio y sus Límites: La Voz del Sobreviviente

El punto de partida es la huella “testimonial” que queda en los sobrevivientes. Existen dos sentidos para la palabra testigo:

  • Aquel que ha vivido la experiencia y puede luego dar testimonio.
  • Aquel que presenció un acontecimiento desde la posición de un tercero (cuyo testimonio sirve para verificar la existencia de cierto hecho).

Desde la aceptación del testigo-partícipe, se reconoce que hay acontecimientos y vivencias imposibles de testimoniar porque no existen sobrevivientes. Este vacío histórico marca un límite absoluto en la capacidad de narrar.

Para Primo Levi (sobreviviente de la Shoá), este testigo-partícipe, en el contexto de los campos de concentración, se encarna en la figura del musulmán: aquel a quien le faltaban las fuerzas (metafóricamente, los músculos, siendo la boca uno de ellos) y había perdido toda capacidad humana para poder testimoniar. Su verdadera muerte, según Levi, había comenzado antes que su muerte corporal.

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