La Metáfora del Ajedrez en la Poesía de Borges

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Estrofa 7: Se compara el río

Interminable con el arte, ya que este “pasa y queda”. Esta paradoja representa cómo lo que uno vive y siente se va, ya que transcurre el tiempo, pero al mismo tiempo se queda porque este tiempo es circular. En la misma estrofa, Borges nos presenta otra paradoja que habla de Heráclito, y que este es “el mismo y es otro”. Esto se refiere también a la temática recurrente en la lírica borgiana, que el tiempo es cíclico. Esto se debe a que toda la experiencia humana ya se ha vivido y se continúa a vivir al transcurrir del tiempo. Finalmente, Borges apuesta por un arte que tome como modelo a Heráclito. El poeta aboga por retornar a los inicios de la creación artística, a la sencillez e incluso ingenuidad de los primeros versos que escribió, más sencillos pero que, al mismo tiempo, expresaban todo lo que el poeta quería decir.

Ajedrez (El hacedor)

La vida, como un tablero de ajedrez, nos es mostrada en este poema. En el primer cuarteto, los dos ejércitos, ya sea blanco o negro, actúan de la misma forma, sin tregua y de manera encarnizada. Los contendientes, armados con sus piezas y con una estrategia destinada a vencer al contrario, no tienen piedad. En el segundo cuarteto se indica algo muy interesante: los movimientos de las piezas, como en los ejércitos, están predestinados; su libre albedrío está sujeto.

Referencias a Omar-al-Khayyam

En el primer terceto, hace referencia a Omar-al-Khayyam y su obra Rubáiyat, en la que se destaca la fugacidad de la vida y se aconseja al lector aprovecharla lo máximo posible, nuestro Carpe Diem. Pero también se nos previene que tampoco tenemos libertad para ello, concluyendo esta afirmación en el segundo terceto. En este se nos muestra a Dios como el gran jugador, que maneja los hilos de los jugadores y que sabe de antemano los movimientos y el final de la partida.

Reflexiones sobre la existencia

Borges se pregunta al final del poema si hay un Dios que nos maneja bajo la imagen de un Dios todopoderoso y creador de nuestra propia existencia. Como conclusión, parece que Borges, a través de la metáfora del ajedrez, nos muestra una existencia predeterminada, dirigida y organizada por una entidad superior, un Dios que nos ha concedido un falso libre albedrío y que, por mucho que queramos, nos maneja una y otra vez, dejándonos en una agonía constante.

La vida como un tablero de ajedrez

Pero las piezas del ajedrez no se mueven solas; es imposible, no tienen vida a menos que exista algún jugador que las mueva. En la representación de Borges, el tablero de ajedrez es la vida, y en ella se juega indefectiblemente una batalla. Oposiciones: el blanco y el negro, el bien y el mal. Los dos colores presentes en este juego son el blanco y el negro; en la batalla serían ejércitos contrarios, los buenos y los malos, donde la ventaja la tiene el que parte, o sea, el blanco, y donde el segundo adopta la postura defensiva para vencer.

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