Misterio en la Mansión del Monte: Un Relato Inquietante

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El Comienzo de una Inquietud

Desde el primer momento en el que mi padre compró esa casa, no me hizo ninguna gracia. Nunca habíamos vivido en el monte, donde los únicos vecinos que tienes están a más de sesenta kilómetros, pues siempre había vivido en el centro de la ciudad. Mi antigua casa no era un palacio, pero era bastante bonita y, lo más importante, tenía a mis amigos. La nueva casa era grande, vieja y ruinosa. Cuando abrí la gran verja de hierro, produjo un agudo ruido que me estremeció. Al entrar dentro del jardín, sentí como un frío repentino, a pesar de estar en pleno agosto. Fue como si los grandes árboles, las hojas secas amontonadas en el suelo y la gran casa provocaran una atmósfera fría y húmeda. Cada paso que daba, las hojas crujían. Intenté ir de puntillas, pero el ruido era el mismo, igual de estridente.

Antes de llegar a la puerta de la gran casa, me fijé en la fuente de piedra, que tenía una asquerosa agua verde por el estancamiento. Volví a la puerta, esta era grande, de madera maciza de color negruzco y con una gran boca de león que servía para llamar.

Una Entrada Espectacular y Sombría

Entré en la casa. La entrada tenía un espacio espectacular, era casi igual de grande que mi antigua casa. El suelo era de madera y las paredes de yeso estaban cuarteadas y con humedades por el paso del tiempo y el descuido de los dueños.

Mi padre, que estaba apoyado en la puerta, me preguntó:

—¿Te gusta? Es muy grande, la verdad, para nosotros solos.

Con un tono tenue de voz, dijo:

—A tu madre seguro que le habría gustado, siempre soñó con una casa como esta.

El silencio nos invadió a los dos.

El Recuerdo de una Tragedia

Mi madre había muerto en un accidente de coche. Sus últimas palabras fueron que no veía, mientras hablaba conmigo por el teléfono. Según la policía, un coche tenía los antiniebla puestos y deslumbraron a mi madre, que con un giro de volante se salió de la carretera y se precipitó por el acantilado.

Al final, respondí a mi padre:

—Sí, me gusta, pero hay que repararla y limpiarla a fondo.

Mi padre me contestó que sí, moviendo la cabeza y con los ojos a rebosar de lágrimas, y se dirigió al coche a sacar nuestras cosas; yo lo acompañé.

Explorando la Casa: Primeras Impresiones

Al entrar con las cajas a la casa, me di cuenta de que en la entrada había un polvoriento espejo con una altura considerable. Dejé las cajas en el suelo y empecé a explorar la casa.

  • El Salón: Estaba a la izquierda. Era una gran habitación con chimenea de piedra. Bajo las grandes sábanas encontré un sofá muy antiguo con los posabrazos de madera, una mesa de madera para diez personas y un piano viejo. Toqué una de las teclas negras de aquel teclado, que produjo un sonido grave que retumbó en toda la sala.
  • La Cocina: Salí de aquella habitación y entré en la cocina. Era de piedra y los fogones eran de leña. Estaba empezando a pensar que lo más moderno de la casa era la luz eléctrica de las bombillas.

El Piso Superior y un Misterioso Hallazgo

Salí de la cocina y me dirigí al piso superior. Las escaleras por las que subía eran también de madera y a cada paso crujían, como si le doliera a la casa cada pisada. Al llegar arriba, encontré seis puertas, dispuestas una enfrente de la otra, y al final del pasillo, una vidriera con una rosa negra. La primera puerta estaba cerrada con llave, pero la de enfrente se encontraba abierta. Entré y encontré una cama, con un bonito dosel de estilo medieval, y un gran armario de madera con tres dedos de polvo. Salí de aquella habitación, asqueado por el aire enrarecido que se respiraba. Abrí otra puerta...

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