El Nacimiento de Atenea en el Frontón Oriental del Partenón: Un Amanecer Olímpico
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Frontón Oriental
El nacimiento de Atenea fue uno de los acontecimientos más sonados en el Olimpo. De la cabeza de Zeus, de forma portentosa y extenuante para el dios, nació Atenea adulta, armada de pies a cabeza y dispuesta a no perder tiempo, a juzgar por los gritos ardorosos que profirió al ver la luz. No era un tema fácil de adaptar a un frontón, pero en el del Partenón se logró con una originalidad asombrosa.
Para empezar, el nacimiento de Atenea se centra en un momento concreto del día, sugerido por la posición de las divinidades astrales, Helios y Selene, que ocupan los extremos del frontón en sus respectivas cuadrigas. La de Helios emerge del mar y los caballos vienen frescos, con las crines húmedas que agitan para sacudir el agua; la de Selene empieza a sumergirse en el mar y los caballos parecen cansados después de un largo recorrido. El momento representado es, pues, el amanecer.
Junto al carro de Helios aparece un dios joven, desnudo, tendido en el suelo sobre un rico manto y una piel extendida; se muestra ajeno a lo que ocurre en el centro del frontón y mira absorto a Helios. Es Dionisos, uno de los olímpicos más aficionados a trasnochar, sumido en la contemplación de la aurora. Otra divinidad relacionada con la vida nocturna le da respuesta al otro lado del frontón, abstraída en la contemplación de Selene: es Afrodita, una belleza deslumbrante, por más que le falte la cabeza. Se ha recostado plácidamente sobre Artemis, y con tanta despreocupación como naturalidad, luce un atuendo elegantísimo, un chitón fino que le resbala y deja semidesnudo el pecho y un manto magnífico que le envuelve las piernas. Con razón le aplicó Himmelmann un comentario insuperable de Goethe en la "Aquileida": "Encantadoramente desfallecida, como si la noche no le hubiera reportado suficiente descanso".
La íntima compenetración entre Afrodita y Artemis, que también se da en el friso, llama mucho la atención por la disensión y falta de entendimiento que solía haber entre ellas, reacciones comprensibles en personalidades antagónicas. La avenencia entre ambas diosas, resaltada tanto en el friso como en el frontón por el contacto físico, demuestra el espíritu de concordia y de reconciliación latente en el programa iconográfico del Partenón, símbolo de la situación originada en Grecia tras la victoria sobre Oriente, en la que se fundamenta la grandeza de Atenas.