La Naturaleza y el Amor en la Poesía de Miguel Hernández

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La Naturaleza y el Amor en la Obra de Miguel Hernández

Naturaleza

Miguel Hernández, poeta profundamente ligado a la naturaleza, establece un contacto directo con ella debido a su origen y circunstancias, basando sus primeros conocimientos de la vida en la misma. La influencia de autores como Jorge Guillén, García Lorca y las églogas de Garcilaso lo conducen a la bucólica naturaleza virgiliana, inspirando su primer libro de poemas, Perito en lunas. En esta obra, se refleja una naturaleza embellecida, donde el título remite al astro lunar (símbolo de fertilidad) y la belleza se manifiesta en flores y otros elementos vegetales con connotación erótica, al igual que el agua. La fauna también tiene presencia.

A partir de El rayo que no cesa, la naturaleza se convierte en parte esencial de su imaginario poético, integrándose en la temática a través de símbolos y asociaciones. Flores, vergeles y vergas remiten al amor; el huerto a la fecundidad; el oasis a la amada. Algunos elementos vegetales adquieren la connotación del deseo amoroso desde la ausencia, mientras que otros simbolizan la pena, al igual que los fenómenos atmosféricos, ligados a los sentimientos. El viento representa el ansia de libertad, y la tormenta, el dolor.

La poesía hernandiana se nutre también de símbolos del animalario. En El rayo que no cesa, se aprecia un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro, destacando en ambos su destino trágico de dolor y muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza y la pena. En contraposición con el toro, el león y el águila. Frente al toro, el buey representa el vasallaje del enamorado: la mansedumbre, la sumisión y la cobardía. El ruiseñor simboliza al poeta-cantor del pueblo y, dentro de las aves cantoras (jilguero), la libertad.

La tierra simboliza al propio poeta y su arraigo en la naturaleza, pero también se convierte en madre generadora de vida, haciendo de sus compatriotas hermanos. La necesidad de raigambre se aprecia en el símbolo del vientre de la esposa, igualmente generador de vida. Y, frente a la vida, la muerte, representada por el mar.

Las metáforas y símbolos de su poesía se basan en la realidad cotidiana: situaciones y objetos comunes se reelaboran y convierten en elementos sublimados. En "Nanas de la cebolla", los huesos de Lorca simbolizan la perdurabilidad al transmutarse; la cebolla, "escarcha cerrada y pobre", simboliza el frío y el hambre que pasan su mujer y su hijo, un símbolo que nace de una cruda realidad.

Amor

Perito en lunas inicia la etapa gongoriana de Hernández. Es el primer poemario de expresión plástica de la naturaleza; pero, unido a los elementos tradicionales de la naturaleza levantina, hay poemas de una sensualidad encendida que revelan el vitalismo natural del autor.

El rayo que no cesa revela por primera vez la inmensa "herida" interior, encarnada en el "rayo" y el "cuchillo" fatídico y amenazante, que tiñen de sangre los temas del amor y de la vida. El amor es pasión atormentada por el anhelo insatisfecho y unas ansias de posesión frustradas. La herida del amor se encarna en el símbolo trágico del "toro". La voz herida del enamorado ha madurado, tiñéndose de tragicismo: el motivo central es el amor vivido como fatal tortura. La estructura y los componentes temáticos remiten al modelo del cancionero de la tradición del amor cortés petrarquista. Su experiencia se articula en tres tópicos: la queja dolorida, el desdén de la amada y el amor como muerte. El poeta vive su pasión amorosa como una tortura: la amada siempre inaccesible o esquiva, pero el poeta expresa sumisión incondicional. Además, como el "toro", vive la pena de amor como muerte.

La imaginación dominante en este poemario se centra en símbolos recurrentes: el toro representa al amante, por un lado, las fuerzas elementales de la virilidad, el arrebato y los ímpetus de la sangre, pero por otro, el destino trágico de lucha que le lleva a la muerte; los instrumentos de dolor, tortura, hirientes, simbolizan las heridas de amor; y los fenómenos atmosféricos remiten a estados de convulsión, pasión desatada, mediante los cuales el poeta traslada de un modo muy gráfico la vivencia del dolor amoroso a la esfera del dolor físico.

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