El ocaso de la alta costura: ¿espectáculo o moda?

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Por Vicente Verdú

EL PAÍS - Opinión - 10-02-2002

La revista Marie Claire estima en unas 1.000 mujeres del mundo las que siguen comprando alta costura. Margarita Rivière calcula que son aún menos. Si la producción ha dejado de ser industrialmente rentable, ¿qué importa la estatura de la haute couture?

En menos de veinte años, la gran mayoría de los desfiles internacionales han virado hacia colecciones más accesibles, modelos "ponibles". Pero, en el caso de las extravagancias, las pasarelas animan la televisión y las revistas. Gracias a ellas, la moda se hace moda; el desfile, producto de entretenimiento; y el signo de la mercancía, un símbolo total. Firmas como Gucci venden hoy desde zapatos a perfumes, desde relojes a canastillas para bebés, desde sillas para montar a comederos para perros. A la firma no le basta ser imaginativa, necesita conquistar. No se conforma con el favor del público, quiere provocar.

Hay una pasarela de lo que es para ponerse y otra de lo que es para exponerse. En medio se encontraba la haute couture, un mundo germinal de la moda que empezó a desfallecer en los años cincuenta bajo el embate industrial de Estados Unidos y la complicidad de los diseñadores italianos. Gracias a su industria y la amplitud del mercado, Estados Unidos llegó a ofrecer en sus ready-to-wear hasta 30 tallas distintas, mientras que en Inglaterra no pasaban de 10.

Con todo, la inspiración italiana fue decisiva para que la tendencia norteamericana triunfara. Italia estaba de moda entre escritores, artistas, intelectuales y el público con gusto. Italia era, por un lado, un lugar exótico y, por otro, un elegante sex appeal. Que la película Vacaciones en Roma (1953) se rodara en esos años, con actrices como Gina Lollobrigida, Claudia Cardinale, Elsa Martinelli o Sofía Loren, indica la mitificación de Italia.

En ese momento, Giovanni Battista Giorgini, considerado el padre de la moda italiana, actuó oportunamente logrando apoyos oficiales para promocionar colecciones domésticas en palacios como el Pitti y el Strozzi de Florencia, que acrecentaron los atractivos de los desfiles. Italia había empezado a triunfar poco antes con sus prendas de punto, pero la buena calidad de los tejidos y los cortes funcionales hallaron una gran acogida en la vida pragmática norteamericana. Giorgio Armani fue el puente perfecto para interpretar este nuevo espíritu. Junto a él, Yves Saint Laurent, Givenchy, Courrège o Pierre Cardin en Francia y Ralph Lauren en Estados Unidos, fundaron el mejor prêt-à-porter.

Hay un lugar común que fija el nacimiento de la moda moderna en Francia el 21 de noviembre de 1945, al coste de 15 francos: el precio de la revista Elle, que se inauguraba con una suerte de manifiesto. Adiós a la mujer delicada y frágil, bienvenida la chica fuerte y atrevida, curtida en las privaciones de la posguerra, decía Elle. Y agregaba: ni el elitismo ni el privilegio de clase podrán dominar la moda como en el pasado.

El semanario multiplicó sus primeros 100.000 ejemplares por 10 en una década. Elle y Marie Claire (fundada en 1937) representaron la alternativa joven para las clases medias frente al mundo de la alta costura, que siguieron patrocinando Vogue, L'Officiel o Le Figaro, atentos a lo que sucedía en torno a las carísimas tiendas de la Place Vendôme.

Todavía hoy es en París, y no en Milán o Nueva York, donde tienen lugar los desfiles más extravagantes como barroca herencia de una creación elitista. Un desfile-espectáculo que ahora no se dirige precisamente a las élites. Que ya, a través de una transustanciación posmoderna, se dirige a todo el mundo. No para hacerlos clientes, sino grandes espectadores; no para ofrecer artículos terminados, sino materia prima para las fotos y la televisión. Modelos no aptos para llevar, pero idóneos para anunciar, proclamar incluso ideologías.

La alta costura ha sido reemplazada por esta hipercostura irreal, pero los franceses siguen cultivando su tradicional leyenda. Su Chambre Syndicale de la Couture Parisienne, órgano histórico de la haute couture, continúa viva. Hasta hace poco contaba con 15 miembros de pleno derecho; siete miembros invitados, incluidos Gaultier y Mugler; una segunda generación de diseñadores como Thimister, Ocimar Versolato o Sirop; y tres miembros asociados (Valentino, Versace y Yudashkin), todos con dos desfiles-espectáculo por año y una presentación de al menos 50 modelos. ¿Puede pedirse más adhesión al conspicuo patriotismo del lujo, mejor adaptación al vigente imperio de la ficción?

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