Oratoria y Fábula en Roma: Legado de Cicerón, Quintiliano y Fedro

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Marco Tulio Cicerón: Orador y Filósofo

Retirado de la vida pública, Cicerón escribe tratados de retórica como Orator y De oratore, y de filosofía. Defiende a Celio en su discurso Pro Caelio. También pronuncia el discurso Pro Milone.

En la guerra civil, apoya a Pompeyo, siguiendo la tradición republicana. Tras la derrota de Pompeyo, vuelve a Italia, donde César lo recibe generosamente. Pronuncia discursos a favor de antiguos partidarios de Pompeyo, como Pro Marcello y Pro Ligario.

Al ser asesinado César y pretender Antonio ocupar el poder, Cicerón se opone pronunciando catorce discursos conocidos como las Philippicae (Filípicas). Cicerón apoya a Octavio, y Antonio finalmente manda ejecutarlo.

Como escritor, sus discursos y tratados tienen un evidente valor literario. Cicerón llenó de sentido filosófico las propias palabras latinas, creando así un lenguaje filosófico y científico en esta lengua.

Marco Fabio Quintiliano: El Maestro de la Retórica Imperial

Durante el Imperio, la oratoria judicial y deliberativa sufre un retroceso. La elocuencia se cultiva en las escuelas como un arte, y el género retórico más cultivado pasa a ser el epidíctico.

Quintiliano era originario de Calagurris (Calahorra), pero fue educado en Roma. El emperador Galba lo convirtió en el primer profesor de retórica a sueldo del Estado. Domiciano le encargó la educación de sus sobrinos.

Su obra principal, Institutio oratoria, se compone de 12 libros. Está basada en un vasto conocimiento teórico, en un juicio personal sobre la poesía y la prosa griegas y romanas y, sobre todo, en su propia experiencia en la escuela y en su práctica como orador.

Señaló a Cicerón como modelo, se opuso al estilo de Séneca y forjó su propio estilo basándose en Cicerón. Entre sus obras también se encontraba De causis corruptae eloquentiae, que hoy se halla perdida.

Sus cualidades literarias y sus conocimientos de la cultura contribuyeron a un nuevo tipo de cultura: fue el transmisor de conceptos del pensamiento griego a la lengua latina, logrando que esta se consolidara como lengua de las ideas.

La Fábula Latina

Características del Género

La fábula se desenvuelve en el ambiente más humilde de la sociedad. En Grecia, surgió como reacción ante la poesía de tono elevado, solemne e imponente. Frente a la epopeya, la fábula representa lo contrario: el transcurrir mediocre y vulgar de la vida cotidiana, con personajes comunes. Los poetas solían ir de ciudad en ciudad recitando sus obras.

La fábula transportaba a los oyentes a una época mítica, fantástica y seductora, en la que aún hablaban los seres inanimados, los animales y las plantas. Las fábulas solían difundirse de un país a otro por vía oral y con variadas vestiduras. Muchas fábulas griegas se convirtieron en latinas gracias a Fedro; otras procedían de países orientales como Egipto, India, Frigia... Los mercaderes y esclavos fueron sus principales transmisores.

Esopo fue un esclavo tradicionalmente vinculado a la fábula griega. Las fábulas esópicas representan a menudo una protesta satírica del pueblo más humilde frente a los privilegiados. Dado que en la época no se podía expresar con entera libertad lo que se pensaba, este género a menudo hacía hablar a los animales para vehicular críticas o moralejas.

Fedro: El Primer Fabulista Latino

Fedro es el primer y más importante cultivador de este género en Roma. Sin embargo, pasó tan desapercibido por la literatura de su tiempo que apenas conocemos datos sobre su persona. Su nombre no es mencionado por ninguno de sus contemporáneos.

Este espíritu reivindicativo de la fábula esópica aparece en los cinco libros de las Fabulae Aesopiae de Fedro. Curiosamente, Séneca, en su Consolatio ad Polibium, sugiere a Polibio que ponga en verso las fábulas esópicas y le asegura que es un género no tratado aún por los romanos. Esto sugiere que Fedro, quien aparece sin ninguna conexión aparente con los poetas de su tiempo, se enorgullecía de haber sido el primer romano en adaptar el género esópico al verso latino.

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