El Origen y Significado del Hombre: Perspectivas Filosóficas y Teológicas
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¿Qué significados pueden deducirse de la creación del hombre a partir del “barro”?
Dios formó a los hombres del barro, lo que constituye, al mismo tiempo, una humillación y un consuelo.
Humillación porque nos dice: no eres ningún dios; no te has hecho a ti mismo y no dispones del Todo; estás limitado. Eres un ser para la muerte como todo ser vivo, eres solo tierra.
Pero también supone un consuelo, pues, además, nos dice: el hombre no es ningún demonio, como hasta entonces había podido parecer, ningún espíritu maligno; no ha sido formado a partir de fuerzas negativas, sino que ha sido creado de la buena tierra de Dios.
De esta manera se pone de manifiesto la unidad de todo el género humano: todos nosotros procedemos solamente de una tierra. No hay «sangre y suelo» de diferentes clases. Y por la misma causa no hay hombres diferentes, como creían los mitos de muchas religiones y también se manifiesta en concepciones de nuestro mundo de hoy. No hay castas ni razas diferentes, en las que los hombres posean un valor diferente. Todos nosotros somos la única humanidad, formada por Dios de la única tierra.
¿Qué significa el que Dios haya creado al hombre a “su imagen y semejanza”?
El hombre ha sido creado a «su imagen y semejanza», en él se tocan el cielo y la tierra. Dios entra a través del hombre en la Creación; el hombre está dirigido a Dios. Ha sido llamado por Él. Cada hombre es conocido y amado por Dios; ha sido querido por Dios; es imagen de Dios.
En esto precisamente consiste la profunda y gran unidad de la humanidad, en que todos nosotros, cada hombre, cumple un proyecto de Dios que brota de la idea misma de la Creación.
¿Cuál es la correcta relación entre Creación y Evolución?
Muchos pensadores han reconocido desde hace ya mucho tiempo que aquí no se produce ninguna disyuntiva. No podemos decir: Creación o Evolución; la manera correcta de plantear el problema debe ser: Creación y Evolución, pues ambas cosas responden a preguntas distintas.
La historia del barro y del aliento de Dios no nos cuenta cómo se origina el hombre. Nos relata qué es él, su origen más íntimo, nos clarifica el proyecto que hay detrás de él.
Y a la inversa, la teoría de la evolución trata de conocer y describir períodos biológicos. Pero con ello no puede aclarar el origen del «proyecto» hombre, su origen íntimo ni su propia esencia.
Nos encontramos, pues, ante dos preguntas que en la misma medida se complementan y que no se excluyen mutuamente.
¿Cómo actúa la Evolución según Monod?
Existe la estabilidad y está creada de tal manera que cada organismo vivo transmite de nuevo exactamente su muestra, el proyecto que él es. Cada organismo ha sido construido —como expresa Monod— de una manera conservadora. En la reproducción se reproduce de nuevo a sí mismo.
Monod lo formula así: en la moderna Biología, la evolución no es ninguna característica de los seres vivos, sino que su característica es precisamente que son inmutables: se reproducen, su proyecto permanece.
¿Cómo responde a esta perspectiva la Teología?
Es asunto de la ciencia aclarar cuáles son los factores que determinan el crecimiento del árbol de la vida y la aparición de nuevas ramas (Esto no es cuestión de la fe).
Pero debemos y podemos tener la osadía de decir que los grandes proyectos de la vida no son producto de la casualidad ni del error. Tampoco son producto de una selección que se arroga atributos divinos, los cuales, de manera lógica e improbable, serían un mito moderno.
Los grandes proyectos de la vida remiten a una Razón creadora, nos muestran el Espíritu Creador.
De manera que hoy, con mayor certidumbre y con alegría, podemos decir: Sí, el hombre es un proyecto de Dios. Solamente el Espíritu Creador era lo suficientemente fuerte, grande y osado para concebir este proyecto. El hombre es fruto de un amor.