Orígenes de la Guerra Civil Española: La Sublevación Militar y sus Consecuencias

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La Sublevación Militar y la Internacionalización del Conflicto

La Sublevación Militar

La división de España en dos bloques, izquierda y derecha, en las elecciones de febrero de 1936 radicalizó las posturas extremas de ambas tendencias, lo que favoreció el enfrentamiento. Ya desde el triunfo del Frente Popular y en el seno del Ejército, una serie de generales (Mola, quien a la postre sería el organizador; Goded, Varela, Queipo de Llano, Cabanellas, Franco, entre otros) estaban en continuas conversaciones con vistas a un posible golpe de Estado, como lo demuestra la reunión que muchos de ellos tuvieron en Madrid en marzo de ese año. En la preparación de la sublevación participaron también diputados de la CEDA (como Serrano Suñer y el Conde de Mayalde), y el propio Gil Robles prestó apoyo económico con los fondos del partido.

El asesinato de Calvo Sotelo el 13 de julio, como represalia al del teniente Castillo por los fascistas, precipitó los acontecimientos y Mola, jefe técnico del levantamiento, dio la orden. El golpe tendría que ser simultáneo en el mayor número posible de guarniciones, extremadamente violento contra todo posible opositor y estaría seguido de la declaración de estado de guerra; tomada la capital, una Junta de Generales sustituiría al Gobierno.

La sublevación se inició el 17 de julio en Melilla e inmediatamente el Protectorado de Marruecos cayó en manos de los golpistas. Dos días después, Franco, quien se había sublevado en Canarias, se trasladó a Marruecos para hacerse cargo del Ejército del Protectorado, el más preparado, con mucho, de toda España. A partir del 18 de julio, la rebelión se extendió por todo el país y su resultado dependió de:

  • La preparación de la conjura.
  • El ambiente político de la región.
  • El grado de decisión de las autoridades.
  • La unidad o división de los militares y fuerzas del orden.

Para el día 21, España había quedado dividida en dos, y la razón de la guerra fue el fracaso del golpe de Estado diseñado por los generales sublevados. Del lado golpista se unieron, desde el primer momento, las fuerzas de la ultraderecha: Falange y las JONS, monárquicos, los carlistas y un gran sector de la CEDA, además de la Iglesia (que bautizó la guerra como una Cruzada), lo que contribuyó al éxito inicial en algunas regiones.

El golpe triunfó en Navarra, Álava, Castilla y León, Galicia, Aragón, parte de Extremadura, Baleares (excepto Menorca) y en parte de Andalucía (Sevilla, Córdoba, Cádiz y Granada). En Madrid, Barcelona y Valencia, el golpe fue abortado por la decisión de las fuerzas de seguridad y las milicias obreras, cuya acción fue determinante en Madrid, donde Fanjul y los golpistas se habían hecho fuertes en el Cuartel de la Montaña. En Asturias, solo en la ciudad de Oviedo triunfaron los sublevados, quienes quedaron cercados hasta la entrada de las tropas franquistas.

Planteado el conflicto, las fuerzas estaban bastante equilibradas. Si bien los sublevados contaban con la ventaja del Ejército de África, la República contaba con la mayor parte de la Marina y la Aviación, además de las principales ciudades industriales y el oro del Banco de España. Sin embargo, los oficiales de la Armada no fueron considerados “fiables” por la República, lo que hizo que su presencia en los comienzos fuera muy poco decisiva, y la superioridad aérea se vio compensada con la aportación masiva de aviones del Eje para trasladar el ejército desde Marruecos.

Casares Quiroga, desbordado, presentó la dimisión, y Azaña, quien, después de un intento fallido de formar gobierno por parte de Martínez Barrio, formó un gobierno presidido por Giral que procedió al reparto de armas entre el pueblo. En el territorio republicano se dio, simultáneamente a la guerra, un proceso revolucionario que, en realidad, fue la respuesta a la sublevación y que condujo a la colectivización del campo, de una parte de la industria y a una enorme confusión política con la constitución de Juntas que, a modo de cantones, dirigían la guerra y la revolución en su zona de influencia. Al no existir, hasta bien entrada la guerra, un mando unificado, las milicias populares, que pretendían sustituir a las unidades militares, resultaron ineficaces y, muy a menudo, indisciplinadas.

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