El Pazo de Nucha: Miedo, Superstición y la Lucha contra las Aprensiones
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Capítulo XX: El Castillo Prisión y el Miedo de Nucha
A la mañana siguiente, al despertar, el capellán, al salir a dar misa, se figuró que la casa solariega no era sino el castillo prisión que había soñado en su pesadilla. A ello contribuían el cielo gris plomizo y el ululante viento.
En cuanto pudo, fue a la habitación de Nucha para tomar allí el chocolate caliente que siempre le llevaban por orden de la marquesa y para ver a la pequeña. La madre le hizo un gesto de que guardase silencio, pues la niña estaba a punto de dormirse mientras oía la nana que su madre le cantaba, aprendida a su vez de la nodriza. El canto, ¡lai…lai!, era una queja lenta y larga, típica de las canciones populares de Galicia.
Una vez depositó a la niña en su cuna y mientras Nucha hacía calceta, el capellán le preguntó si se le había pasado ya el susto de la noche anterior. Ella asintió, aunque dijo que aún se encontraba un poco rara.
La Confesión de Nucha: Miedos y Debilidad
Nucha confesó al capellán que, desde que nació su hija, sentía miedo por todo e incluso imaginaba cosas raras, todas ellas relacionadas con la muerte, llegando a pensar que eran almas del otro mundo quejándose. Sabía que era algo enfermizo, pero, por vergüenza, no se lo contaba al doctor Juncal.
Julián le dijo que eso iba en contra de la fe y que no debía creer ni en aparecidos ni en brujería. Nucha contestó que ella no creía; de ahí que pensase que era una enfermedad a consecuencia de su debilidad.
El Pazo y las Aprensiones
Ambos coincidían, de todas formas, en que la casa daba miedo, sobre todo en invierno, opinaba la marquesa. Decía que no parecía la misma casa solariega y que ahora no se atrevía a salir de su habitación, ella que antes recorría todo el Pazo. Pidió al capellán que fuese con ella abajo porque necesitaba comprobar si había ropa blanca suficiente en los arcones. Además, eso le serviría para quitarse esas aprensiones de la cabeza.
El capellán, por su parte, temía por la salud de la marquesa, pues podía coger un enfriamiento al recorrer los pasillos tan fríos.
El Claustro y la Historia de la Esclavitud
Por el camino, y ya en el claustro de abajo, Nucha mostró al capellán una argolla en la que, según le había contado su esposo, los abuelos del marqués tenían atado a un esclavo negro. Hablaban de la crueldad y de los desmanes existentes en todas las épocas, y la marquesa se preguntaba cómo los hombres cristianos podían hacer semejantes barbaridades.
Descenso al Sótano: La Lucha contra el Miedo
De pronto, tronó, y el capellán recomendó a Nucha volver a su habitación, pero ella dijo que no, ya que ahí mismo estaba la puerta del sótano. Buscó la llave para abrirla. Al hacerlo, volvió a tronar, y Nucha se asustó, pues creyó ver que un gran perro se ponía en pie para atacarla.
El capellán insistió en dejarlo y volver a la habitación, pero ella dijo que estaba harta de ser tan boba imaginando esas cosas y que por ello tenía que entrar para demostrar que eran necedades. Pidió a Julián que encendiese una cerilla y buscó entre los objetos allí hacinados hasta encontrar el arcón. Después pediría que se los subiesen. Salió de allí triunfante: había ganado la lucha contra el caserón que tanto la asustaba.
La Tormenta y el Ataque de Histeria
Como proseguía la tormenta, al subir a la habitación, pusieron una vela al Santísimo y rezaron el Trisagio. Mientras Nucha rezaba, el sonido de los truenos hizo que perdiese los nervios y se pusiese histérica por el miedo que sentía. Necesitó que Filomena, el ama, le llevase, por orden del capellán, el frasco de la botica que contenía vinagre para que lo respirase.