La percepción y la conciencia humana: un desafío para la neurociencia

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Uno de los grandes retos de la neurociencia: comprender la percepción y la conciencia humana

Uno de los grandes retos de la neurociencia estriba en lograr una comprensión cabal del fenómeno de la percepción. Se han realizado importantes avances a este respecto, pero aún queda mucho por hacer, sobre todo si nos proponemos dar un paso más allá para, desde la temática de la percepción, abordar la conciencia humana.

La dificultad de estudiar la percepción desde una aproximación reduccionista

La dificultad de emprender el estudio de la percepción desde una aproximación exclusivamente reduccionista tiene mucho que ver con el conocimiento sobre cómo opera la mente humana. Sabemos, en la línea de las observaciones de la escuela psicológica de la Gestalt en los años '20, que el sujeto humano percibe totalidades, no meros agregados de elementos constituyentes. El enfoque reduccionista, por su propia naturaleza, es propenso a 'descomponer' la percepción en sus partes integradoras, al tratar de explicar cómo se procesa, en el sistema nervioso, la información relativa a cada 'pieza' y cómo se 'construye', sobre esas bases, el resultado final de lo que el sujeto percibe. Sin embargo, esta perspectiva es insuficiente. Sólo una combinación de los acercamientos reduccionista y holista podrá contribuir al esclarecimiento del fenómeno de la percepción y de sus raíces neurobiológicas.

La importancia de la forma en la percepción

El modo en que percibimos la realidad no puede desligarse de la configuración total, de lo percibido, intrínsecamente irreductible a la suma de sus partes, porque el modo en que se organizan los elementos afecta radicalmente a la forma adoptada por el sistema como un todo. El todo es más que la suma de las partes, pero no debido a la existencia de elementos emergentes ex nihilo, como generados espontáneamente, sino en virtud de la disposición de esas mismas partes de cara a constituir una determinada estructura, cuyos componentes se vinculan mutuamente de un modo concreto. El todo es más que la suma de las partes a causa del cúmulo de interacciones que se producen entre sus componentes. La forma adoptada, y no la materia que constituye el todo en cuestión, es lo que le permite 'ser más que la suma de sus partes'. La forma no puede explicarse desde la agregación de sus elementos materiales, sino que es preciso tener en cuenta cómo interactúan los elementos materiales entre sí. La formalidad del conjunto provoca que, con la sola consideración de la suma de las partes, no logremos identificar esa entidad en su dimensión única. No asistimos, en consecuencia, a un plus cuantitativo, sino a una determinación cualitativa que se refiere a la disposición específica tomada por las partes en su inexorable interacción.

La relación entre la forma y los elementos materiales

Este fenómeno, cuyas características remiten a la idea de 'relación' como categoría que 'trasciende' un conjunto material dado, no es separable de los elementos materiales. La Gestalt no esboza una entidad inasible que goce de autonomía con respecto a los elementos materiales, al modo de un principio oculto. Confiere, sí, un resorte externo a los constituyentes materiales, pues su sentido en cuanto que 'objetos de percepción' sólo puede dilucidarse desde su disposición global, desde su 'formalidad', lo que obliga a recurrir a una instancia epistemológica 'distinta' a la materialidad del objeto.

La forma como objeto epistemológico

Pero este hecho no responde a un incremento 'cuantitativo' en el orden material. La forma no modifica lo real 'en su materialidad', sino en cuanto objeto epistemológico. Estas consideraciones, que atañen al núcleo, siempre problemático, de la relación entre lo ontológico y lo epistemológico en el plano filosófico, y entre lo objetivo y lo subjetivo en el científico, quizás despierten suspicacias por las dificultades que plantean para una correcta fundamentación científica. En último término, no hacen sino remitir al epicentro mismo del problema 'mente-cerebro'. La pregunta podría formularse del siguiente modo: ¿es la forma un requisito del sujeto que percibe el mundo, pero no una categoría que posea una base 'real'? ¿Llegará a ser soslayable en algún momento la distinción entre materia y forma y, por tanto, entre objeto y sujeto? Este interrogante podría extrapolarse, sin embargo, a todo acto formalizador de la inteligencia humana. La propia intelección científica del universo, que opera mediante conceptos como espacio, tiempo, materia y energía, ciertamente cuantificables, pero siempre 'ideas totalizadoras' que no experimentamos directamente, podría generar dudas análogas.

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