La Peregrinación de Quinto a Delfos: Un Viaje al Oráculo de Apolo

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Conmovido por la muerte de Cicerón, Quinto anhelaba unirse al ejército de Bruto en Macedonia para vengar la muerte del padre de su amigo. Sin embargo, antes de partir de Atenas, decidió visitar el renombrado templo de Apolo en Delfos, un lugar sagrado donde personas de todo el mundo acudían en busca de los oráculos del dios.

La Invitación a Pompeyo

Quinto invitó a su amigo Pompeyo a acompañarlo en su viaje a Delfos. Pompeyo, entusiasmado por la oportunidad de visitar un lugar que anhelaba conocer, aceptó sin dudar. Decidieron despedirse de Teomesto antes de partir. Encontraron a Teomesto en su escritorio, absorto en la lectura de un libro. Él alabó su intención y les aconsejó que observaran atentamente todo durante su viaje.

El Camino a Delfos

Al día siguiente, Quinto y Pompeyo partieron de Atenas. Inicialmente, transitaron por caminos llanos y rectos, pero al cuarto día, el terreno se volvió más difícil, ascendiendo colinas y adentrándose en las montañas. En su camino, encontraron pastores con sus rebaños y algunos viajeros que regresaban de Delfos.

La Llegada a Delfos

De repente, a lo lejos, vislumbraron Delfos, ubicado en la ladera de una montaña, entre dos imponentes rocas que brillaban bajo la luz del sol poniente. La majestuosidad del lugar los dejó en silencio durante un largo rato. A la izquierda, se extendía un vasto campo; a la derecha, escarpadas montañas se elevaban hacia el cielo; y en el centro, el templo de Apolo se aferraba a la montaña.

Finalmente, Quinto instó a Pompeyo a apresurarse para que la noche no los sorprendiera antes de llegar a su destino. El sol ya se había ocultado cuando arribaron a Delfos. Cenaron en una pequeña posada y luego se retiraron a descansar.

La Visita al Templo de Apolo

A la mañana siguiente, Pompeyo despertó a Quinto y lo animó a subir la colina para contemplar el templo de Apolo. Ascendieron lentamente por el camino sagrado. Las puertas del templo estaban abiertas. En el interior, algunas personas esperaban a la Pitia, la sacerdotisa del oráculo.

Pronto, la Pitia, ataviada con una túnica blanca y sosteniendo un ramo de laurel, fue conducida por el sacerdote hasta el santuario. Desde el interior del santuario, se escucharon murmullos. La Pitia, inspirada por el dios Apolo, transmitía el oráculo divino.

Los murmullos cesaron. La Pitia emergió del santuario en silencio, con la mirada fija en el suelo, y salió del templo. El sacerdote entregó al suplicante el oráculo escrito en una tabla. Este, con suma reverencia, recibió la tabla, la leyó detenidamente y agradeció al dios.

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