Personajes de El maestro de esgrima: arquetipos y simbolismo en la novela de Pérez-Reverte
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Personajes de El maestro de esgrima
El título de la obra remite ya al personaje central alrededor del cual se construirá la trama. A partir de este y de su sistema férreo de valores, podremos situar al resto de personajes en una clasificación en principio maniquea que divide el mundo en dos bandos: los honestos (el maestro de esgrima y quizá la criada) y los deshonestos (Ayala, Cárceles, los políticos corruptos...). Mención aparte merece, como veremos, la antagonista de la obra, Adela de Otero, que actúa de forma fría y malvada, pero lo hace de acuerdo a la gratitud que le debe a su mentor.
Jaime Astarloa
Encarna al héroe tradicional (compendio de personajes y obras literarias) por su ideal caballeresco y la firmeza de sus convicciones, aun cuando estas pueden costarle la vida, una vida destinada a cumplir una misión que parece imposible. Es íntegro, fiel a sus principios y defiende a ultranza aquello que considera verdaderamente importante. El resto de cosas del mundo le traen sin cuidado. La apariencia física del personaje es la de un hombre de más de cincuenta años, delgado, con fuerte musculatura, nariz aguileña, frente amplia, ojos grises, bigote cuidado, "a la vieja usanza", como su forma de vestir, y de semblante agradable. Desde el comienzo (p. 33-34) se nos presenta a Astarloa como un personaje "anacrónico", "decadente" y "detenido en el tiempo", cualidades que el narrador repite a lo largo de la historia cuando hace referencia a su indumentaria, su aspecto físico, sus costumbres... Se podría decir que es ritual en sus planteamientos morales y en su vida cotidiana, y que tanto esta como su oficio están regidas por el principio de la exactitud (p. 199). Permanecerá al margen del "progreso", las intrigas políticas, afanes de lucro o voluptuosidades, y es que los cambios sociales, de costumbres y creencias, el pragmatismo del momento no le agradan. Es honrado, caballeroso, no pertenece a la aristocracia, pero es noble de carácter, extremadamente hábil con la espada como fruto de la autodisciplina. Tanto Luis de Ayala como la joven Adela admiran su nobleza, "la antigua" (p. 117), su sentido del deber, el valor de su brazo y de su espíritu: merece ser un noble más que otros. Luis de Ayala y el policía Jenaro Campillo no dudan en calificarlo como honorable. El maestro, consciente de que la esgrima es un arte que está pasado de moda, dedica gran parte de su tiempo a hallar la estocada perfecta. Destaca en él la habilidad, imposible de enseñar, del sentiment du fer. Lee a los autores franceses románticos y realistas, a los clásicos, etc., y él mismo se identifica con un personaje literario (p. 162). Su único punto débil es el amor, resquicio aprovechado por Adela.
Adela de Otero
Se trata de la antagonista de Astarloa, el único personaje capaz de resquebrajar su existencia ritual gracias al poder de la seducción y a su hábil manejo del florete. A pesar de sus terribles crímenes, ella también actúa movida por su propio código moral, en este caso la gratitud a un benefactor que le salvó la vida y le proporcionó cultura y dinero como si de su propia obra se tratara, sin esperar nada a cambio (p. 238-241). Todo ello le sirve para justificar sus actos. Su mirada, unos ojos color violeta con destellos dorados, hechizan al maestro. De su aspecto físico destaca igualmente su sonrisa enigmática, marcada por una cicatriz en la comisura derecha de la boca y que se muestra contraída en los momentos del duelo (p. 87, 259). El misterio rodea a este personaje y fascina al veterano esgrimista.
Luis de Ayala
Aristócrata, ocioso, hedonista, pragmático, aficionado al juego, a los puros habanos y a las aventuras amorosas, confiesa no haber leído un libro en su vida. Su forma de expresión es muy coloquial, utiliza un registro familiar para el lector de hoy. Esto revela una caracterización peculiar de la supuesta aristocracia española de la época, lejana en su refinamiento cultural de otras noblezas europeas. Podemos contemplarlo en ejemplos como: "Nada que envidiar con esas mariconadas que se beben en el extranjero" (p. 32). Amante también de la esgrima, es consciente de su propio cinismo y no escapa a remordimientos que afloran cuando conversa con el protagonista: la voz de "su conciencia dormida" (p. 121). Termina siendo víctima de sus propias pasiones: su orgullo, su ambición, su inclinación a las mujeres y las intrigas políticas.
Bruno Cazorla Longo
Apoderado de la Banca de Italia en Madrid. Según el narrador, es un "canalla distinguido", vive en la opulencia, traidor, inteligente, sin escrúpulos, ambicioso, astuto. Actúa en su propio beneficio, pero también es el salvador y protector de Adela de Otero, según afirma ella, desinteresadamente.
Jenaro Campillo
Inspector de policía, trata de resolver una serie de crímenes en un momento de especial convulsión política. Tiene unos ojos húmedos y saltones, y destacan su estrafalario aspecto y modales (p. 172). Su ironía está en muchas ocasiones fuera de lugar.
Lucía
Es la doncella de Adela, a la que asesinan y desfiguran para simular la muerte de la Otero (p. 247).
Agapito Cárceles
Parece un "cura exclaustrado", periodista, republicano radical, anticlerical y antimonárquico. Cita a Rousseau sin haberlo leído. Representa a los liberales progresistas.
Don Lucas Rioseco
De buena familia venida a menos, solo (viudo sin hijos), misántropo, pobre, con orgullo de casta. Monárquico, católico y hombre de honor. Eterno contrincante verbal de Agapito Cárceles. Representa el partido conservador.
Marcelino Romero
Cuarentón, solitario y víctima de un amor sin esperanza. Representa a los centristas.
Antonio Carreño
Aunque aparentaba simpatizar con la masonería y estar en contra del poder establecido, no era esa la realidad. Representa a los liberales moderados.