Perspectivas Filosóficas: El Alma desde la Antigüedad y la Emancipación Ilustrada
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1.1. Concepciones del Alma en la Filosofía Antigua
Hacia el siglo VI a.C., los defensores del orfismo y el pitagorismo pasaron a interpretar la physis como una sustancia o entidad espiritual: el alma, de origen sobrenatural e inmortal, que estaba en comunicación intelectual con la divinidad. Esta representaba la dimensión positiva de la persona, mientras que el cuerpo contendría la parte negativa. Según estas corrientes, cuando un alma era expulsada del mundo divino por cometer alguna acción que molestaba a los dioses, esta llegaba al mundo material y quedaba encerrada en un cuerpo del que no se liberaría hasta la muerte.
Influido por ellos, Platón recogió la idea de que el alma es de naturaleza espiritual, hallándose unida temporalmente al cuerpo. Una vez que sale de este, su futuro dependerá de cómo haya vivido: si ha logrado mantenerse pura y no dejarse contaminar por las tendencias negativas del cuerpo, logrará volver con los dioses. Si se encuentra muy contaminada, descenderá al Hades y padecerá castigo durante años. En el caso de que no suceda nada de lo anterior, se reencarnará en otro cuerpo para poder tener una nueva oportunidad de purificarse.
Aristóteles se mostró crítico con la idea de la reencarnación del alma de su maestro Platón. Aristóteles interpretó el alma como la organización de la materia que hace posible que un cuerpo tenga vida. Atribuyó alma a todos los seres vivos, distinguiendo entre alma vegetativa, alma sensitiva y alma racional.
También en la antigua Grecia, encontramos concepciones atomistas. Leucipo, Demócrito y Epicuro optaron por una concepción materialista: para ellos, todo lo que existe, incluidos los cuerpos y las almas, se compone de átomos y vacío. Por tanto, no consideraban que cuerpo y alma fueran de naturaleza distinta, sino que ambos eran átomos.
1.4. La Emancipación del Ser Humano y el Progreso Ilustrado
Entre los siglos XVI y XVII, tuvo lugar un gran desarrollo de las ciencias, que dio lugar a una concepción mecanicista del cosmos, ya que el universo pasó a verse como una gran máquina. Este principio se aplicó también al ser humano, pues, en lo que se refiere al cuerpo, se consideró que funcionaba según esas mismas leyes físicas que se aplicaban a toda la materia.
Los avances científicos y técnicos que se fueron produciendo en la Modernidad fueron aumentando progresivamente la confianza en la capacidad de la razón para poder explicar la realidad en todos los niveles. La invención del microscopio y el telescopio había ampliado enormemente nuestra mirada sobre el mundo; William Harvey descubrió la circulación de la sangre; las leyes de Newton lograban dar cuenta de los movimientos tanto a nivel terrestre como celeste; y Lavoisier sentaba las bases de la química moderna en la segunda mitad del siglo XVIII.
Los ilustrados afirmaron que todo lo heredado de la tradición debía ser sometido a la crítica de la razón, que pasaría a constituirse ahora en el tribunal que establecería qué creencias y qué valores se mantendrían y cuáles debían ser desechados o eliminados. Esta confianza en la posibilidad del ser humano para alcanzar cada vez un mayor conocimiento de la naturaleza, junto al desarrollo creciente de la técnica, alimentó la idea de que la humanidad se había situado definitivamente en la vía de un progreso que prometía ser ilimitado.
Se esperaba que la ciencia y sus aplicaciones en la sociedad dieran lugar a un mundo mejor para todos; si bien, para que fuera realmente mejor para todos y no solo para una minoría selecta, se requerían cambios en la estructura social y la reclamación de la igualdad de derechos. De este modo, las reivindicaciones políticas formaron parte de la lucha por la emancipación humana, al ponerse en cuestión la legitimidad del Antiguo Régimen y el orden sociopolítico que se había mantenido vigente hasta entonces.