La poesía española después de la Guerra Civil (1936-1970)
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Introducción
Tras la Guerra Civil, España sufre una depresión económica, social, política y cultural. La poesía refleja, pues, las vicisitudes y preocupaciones de los autores de los decenios posteriores a 1936: las secuelas de la guerra, los problemas existenciales y sociales, así como sus inquietudes artísticas. Durante esta época coexisten, aun en el exilio en su mayoría, autores de diversas generaciones, desde Juan Ramón Jiménez y autores del 27 hasta nuevas vocaciones literarias desarrolladas en el seno de un país herido por el conflicto.
Desarrollo
La vida y obra de Miguel Hernández es, en palabras de Dámaso Alonso, un «genial epígono» de la generación del 27, nexo con la del 36. Tras poemas adolescentes, Miguel Hernández rinde culto a lo gongorino y compone Perito en lunas, en el que los objetos humildes y usuales son sometidos a una elaboración metafórica hermética y deslumbrante. Con El rayo que no cesa consolida su tríptico temático: vida, muerte y, especialmente, el amor («llegó con tres heridas:/ la del amor/ la de la muerte/ la de la vida.»). Con la Guerra Civil llega su poesía comprometida, iniciada con Viento del pueblo, seguida de El niño yuntero (preocupación social) y El hombre acecha (dolor por la tragedia de la guerra). En la cárcel compone Cancionero y romancero de ausencias (1938/41), donde trata el amor hacia la esposa y el hijo, frustrado por la separación; su situación de prisionero y las consecuencias de la guerra. De esta época son las Nanas de la cebolla, un canto al hijo en el que encuentra fuerzas para sobrellevar su trágico destino.
La generación del 36 transcurre entre los años 40 y principios de los 50. Es una generación escindida (algunos de sus autores continúan su obra en el exilio). Tras la Guerra Civil, la generación del 27 se dispersa, pero sus autores no abandonan la poesía humana: escriben sobre la derrota, la patria perdida, el anhelo de regreso y el régimen franquista, al que critican. Esta desolación se manifiesta en obras de Altolaguirre, Prados, Juan Gil-Albert y León Felipe. Dámaso Alonso distingue entre dos poesías en esta época:
Poesía arraigada
La dictadura se centrará en difundir valores tradicionalistas que idealizan el pasado histórico y artístico español. Los poetas afines al franquismo miran hacia Garcilaso y otros poetas del Imperio. Salen de la contienda con un afán optimista de claridad, perfección y orden y una visión del mundo coherente, ordenada y serena (incluso en la tristeza). Uno de sus temas es el firme sentimiento religioso, unido a otros tradicionales (amor, paisaje, cosas bellas). Destacan Leopoldo Romero, Vivanco, Ridruejo y Luis Rosales, quien se distancia del régimen cuando su escritura se centra en la búsqueda interior del sentido vital. Su obra La casa encendida, largos poemas en versículos de marcado lenguaje personal, es una de las obras más relevantes del lirismo español.
Poesía desarraigada
Dámaso Alonso responde al pesar de la Guerra Civil y el exilio en sus obras Hijos de la Ira e Insomnio («Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres»). El escenario de este grito poético es la posguerra, donde imperan la injusticia, la miseria material y moral y el odio. Su tono es trágico, enfrentado con un mundo deshecho y caótico invadido por el sufrimiento. La religiosidad, presente, adopta un tono de desesperanza, duda y, en ocasiones, imprecación. En esta línea se incluyen Victoriano Crémer, José Luis Hidalgo, Eugenio de Nora y los primeros libros de Blas Otero y Gabriel Celaya.
Hacia 1955 se consolida la poesía social. Las nuevas obras Pido la palabra (1955) de Blas de Otero y Cantos íberos (1955) de Gabriel Celaya suponen la consagración de un nuevo concepto de poesía, que toma partido por el mundo que la rodea. Los poetas anteponen los objetivos más inmediatos a las metas estéticas. De su temática destacan: el tema de España, enfocado de forma más obsesiva y política que en la generación del 98; la injusticia social; la alienación (pérdida del sentimiento de identidad propia); el mundo del trabajo y el anhelo de libertad y de un mundo mejor. Los autores más destacados son: Gabriel Celaya, Blas de Otero, Ángela Figuera, José Hierro y Ángel González. Continúan la línea rehumanizadora iniciada en la Guerra Civil, influenciados por figuras como Antonio Machado, Pablo Neruda, César Vallejo o Miguel Hernández.
La poesía social se prolonga durante los años 60, aunque en los 50 aparecen autores nuevos. La poesía de la experiencia es una corriente de poetas de los sesenta que no forman un grupo, pero presentan rasgos comunes: su preocupación por el hombre unida al humanismo existencial (huyen de tratamientos patéticos); el inconformismo con la realidad sin aspirar a cambiarla y basar su poesía en la experiencia personal. Su estilo difiere de tendencias precedentes; depuran y concentran la palabra. No les tientan las vanguardias: de tono cálido y cordial, utilizan con maestría la ironía, triste, imagen de su escepticismo. Renace el interés por lo estético y las posibilidades lingüísticas. Destacan Ángel González, Gil de Biedma, José Ángel Valente y Claudio Rodríguez.
En 1970, Josep Maria Castellet publica la antología Nueve novísimos poetas españoles (Pere Gimferrer, Panero -hijo-, Colinas, Ana María Foix, etc.). Representan una nueva sensibilidad en la generación del 68. Los poetas nacen tras la guerra y su educación sentimental aúna formación tradicional con nuevas formas culturales. Acceden a libros antes difíciles de encontrar y a viajes al extranjero que los conectan con nuevas tendencias. En sus temas se encuentra lo personal (infancia, amor y erotismo) junto a lo público (la guerra de Vietnam, la sociedad de consumo -frente a la que son sarcásticos y corrosivos-, etc.). Junto a los tonos graves (malestar íntimo), aparece una insolente frivolidad: Marilyn Monroe se codea con el Che Guevara y Karl Marx con Groucho Marx. Son escépticos frente a que la poesía pueda cambiar el mundo. Se mezclan con otras artes. El estilo es lo importante y buscan renovar el lenguaje; el surrealismo es una lección de ruptura con la lógica del mundo absurdo.
Conclusión
Para concluir, los poetas más jóvenes (que se dan a conocer a finales de los 70 o en los 80) continúan parcialmente las líneas apuntadas, pues se distancian de lo más característico de los novísimos y del vanguardismo más estridente. Presentan mayor interés por las formas tradicionales y la expresión de la intimidad. Algunos autores contemporáneos destacados son: Blanca Andreu, Ana Rosetti y Amalia Iglesias.