La poesía española de posguerra: Una mirada a la lírica del exilio interior
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La lírica española de los primeros años de posguerra no puede entenderse sin tener en cuenta la situación histórico-política y social del momento. Tras la Guerra Civil, la sociedad española queda dividida en dos bandos: el de los vencedores y el de los vencidos. La brecha que los separa afectará de forma muy particular al ámbito cultural. El asesinato de Federico García Lorca y el encarcelamiento del joven Miguel Hernández dejarán apenas sin modelos a las nuevas generaciones poéticas, y la producción lírica de aquellos que se quedan en el llamado exilio interior deberá esquivar la fuerte presión de la censura.
Década de los 40
La producción lírica de los poetas que se quedan en España girará, principalmente, en torno a las revistas literarias.
Garcilaso: La poesía arraigada
La revista Garcilaso agrupará a los escritores afines al régimen oficial, la llamada «juventud creadora» (Luis Rosales, Leopoldo Panero o Luis Felipe de Vivanco, entre otros) que practicará lo que Dámaso Alonso llamó poesía arraigada: una poesía que presentaba un mundo coherente, ordenado y sereno, inclinada hacia temas como Dios, la patria y la familia y formalmente caracterizada por una perfección de corte clásico.
Espadaña: La poesía desarraigada
Como contrapunto a Garcilaso nace en León Espadaña, revista que reúne a los poetas contrarios al régimen cuya visión del mundo está marcada por el pesimismo ante el caos y la injusticia. Se trata de una poesía desarraigada, la de aquellos para quienes «el mundo nos es un caos, una angustia y la poesía una frenética búsqueda de ordenación y de ancla» (en palabras de Dámaso Alonso). Se trataba de una poesía de corte existencialista y de tono trágico, más preocupada por indagar en las causas del sufrimiento humano que por los primores estéticos. La religiosidad, también presente, estará tratada con un tono de desesperanza y de duda en poemas en los que se increpa a Dios sobre las causas de tanto dolor. Los primeros poemarios de Gabriel Celaya y de Blas de Otero se enmarcarán dentro de esta corriente desarraigada cuya cumbre se alcanza, sin duda, en el año 1944 con la publicación de Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre e Hijos de la ira, de Dámaso Alonso.
Otras voces
No obstante, en los años 40 hay también voces que se alejan de estas dos tendencias predominantes. Cabría destacar, por su relevancia, a los poetas reunidos en torno a la revista Cántico (el cordobés García Baena, su principal representante y otros como Juan Bernier o Ricardo Molina) y a los poetas del Postismo, último movimiento vanguardista fundado por Carlos Edmundo de Ory que defendía la libertad expresiva y el sentido lúdico del arte.
Década de los 50: La poesía social
El tono individualista de la lírica anterior irá dejando paso a una poesía concebida como comunicación, en la que el poeta se erigirá portavoz del sufrimiento colectivo. De la poesía de indagación del dolor humano se pasa a la poesía de denuncia directa de los males sociales: es lo que se conoce como poesía social, una poesía que debe tomar partido ante los problemas del mundo y ser instrumento de cambio político y social, para lo cual es necesario un lenguaje sencillo y directo con el que llegar a «la inmensa mayoría». Gabriel Celaya (Cantos Íberos, 1955), Blas de Otero (Pido la paz y la palabra, 1955) o José Hierro (Quinta del 42, 1952) son los principales cultivadores.
Década de los 60: La poesía de la experiencia
Desengañados por la imposibilidad de llegar a esa inmensa mayoría, muchos poetas irán abandonando los preceptos de la llamada poesía social a la que se acusaba de haber caído en el panfleto y de convertir la literatura en un medio de cambio político, devaluando así su condición artística. Los llamados «niños de la guerra» tendrán una visión algo más distanciada que sus mayores en lo que se refiere a la Guerra Civil y, sin la urgencia de lo útil que éstos acusaban -pero sin olvidar al mismo tiempo el compromiso cívico y humano- serán los responsables de elevar la calidad artística de este género literario. Es lo que conoce como poesía del medio siglo o poesía de la experiencia, en la que cabe destacar el retorno de los temas íntimos: la evocación de la infancia, la familia y, sobre todo, la recuperación de temas como la amistad, el amor o el erotismo (con presencia de la homosexualidad). Español del éxodo y del llanto, de León Felipe, es una de las obras cumbre de la literatura del exilio.
Conclusión
En definitiva, la producción literaria de la inmediata posguerra sufre las consecuencias directas de la guerra y se hace eco de la fractura que separa a los vencedores de los vencidos en la contienda. Poco a poco y durante la década de los 50, esta poesía de corte existencial irá dejando paso a una poesía concebida como instrumento de cambio social y que, bajo la pluma de los «niños de la guerra», irá abandonando en la década siguiente, el tono de denuncia directa para inclinarse, con cierto distanciamiento irónico, hacia temas como la amistad o el amor en un lenguaje cuidado pero cercano al lector.