Poesía española de la segunda mitad del siglo XX: Un recorrido histórico
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Poesía española de la segunda mitad del siglo XX
La poesía de los años cuarenta
La poesía de la década de 1940 se caracteriza por la presencia de numerosos poetas exiliados, pertenecientes a diversas generaciones literarias, como el Novecentismo (Juan Ramón Jiménez, León Felipe) y la Generación del 27 (Salinas, Guillén, Alberti, Juan Gil-Albert). El tema central de su obra es la patria y su nostálgico recuerdo.
En España, destaca Miguel Hernández, considerado el epígono de la Generación del 27. El rayo que no cesa es una obra fundamental en su producción, cuyo tema principal es el amor con un destino trágico, simbolizado por elementos como el cuchillo o el toro. En este libro se encuentra la famosa "Elegía" dedicada a Ramón Sijé.
Durante la Guerra Civil, Miguel Hernández se alista en el ejército republicano y escribe Viento de pueblo y El hombre acecha, libros con un propósito de aliento para sus compañeros. En la cárcel, donde fallece, escribe Cancionero y romancero de ausencias, con temas como la desolación y el amor.
Los poetas afines al régimen franquista representan la poesía arraigada. Se trata de una lírica clásica, ajena a las circunstancias sociales de la posguerra, con métrica tradicional y temas religiosos, heroicos o íntimos. Destacan autores como Luis Rosales, Leopoldo Panero, Luis Felipe Vivanco y Dionisio Ridruejo.
En contraste, surge la poesía desarraigada, representada por autores que emplean un lenguaje directo y expresan la incomodidad de la vida en España, aunque la censura limita la claridad de su mensaje. Los sentimientos predominantes son la angustia, la muerte, el vacío y la soledad.
Esta corriente se inicia con Hijos de la ira, de Dámaso Alonso, y Sombra del paraíso, de Vicente Aleixandre. La revista Espadaña se convierte en un importante medio de expresión para estos poetas. Entre los autores destacados de la poesía desarraigada se encuentran José Hierro, Ángela Figuera, Gabriel Celaya y, especialmente, Blas de Otero, quien, con obras como Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia, manifiesta su reproche y desafío a un Dios que no responde a sus dudas, utilizando un ritmo entrecortado y un lenguaje vehemente.
La poesía social de los cincuenta
La poesía existencial evoluciona hacia la poesía social, un cambio que Blas de Otero describe como "del yo al nosotros". La lírica se convierte en un medio de comunicación con la gente, de solidaridad y denuncia de las injusticias. Se concibe como un instrumento para transformar la sociedad, con un lenguaje claro y directo, y una temática colectiva centrada en la vida de los campesinos, la lucha por la libertad, la represión política y la reivindicación de la paz. Destacan poetas como Crémer, Nora y Hierro. Gabriel Celaya escribe sus Cantos íberos, Blas de Otero publica Pido la paz y la palabra y José Hierro, Cuanto sé de mí.
La Generación del medio siglo
A finales de los cincuenta, la poesía social comienza a perder interés. Una nueva generación de poetas, nacidos en torno a 1930, renueva los enfoques poéticos. Forman la Generación del 50 o del medio siglo.
La poesía pasa de ser comunicación a ser conocimiento. El poeta no tiene claros los contenidos que desea comunicar, y el poema se convierte en una exploración mediante las palabras. Utilizan un lenguaje realista, conversacional y antirretórico, en un tono personal y narrativo. Comprometidos con la sociedad, extraen sus temas de circunstancias personales: la nostalgia por la vida, la evolución de la infancia y la juventud, la mala conciencia burguesa y la crítica de la situación española.
A esta generación pertenecen Jaime Gil de Biedma, Carlos Barral, José Agustín Goytisolo, Ángel González, José Ángel Valente, Francisco Brines y Claudio Rodríguez.