Portentos y Presagios en el Ritual Antiguo: Una Visión Dramática

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Diálogo de los Augurios: Presagios Inquietantes en el Sacrificio

Este documento presenta un fragmento de diálogo cargado de tensión y simbolismo, donde dos personajes, MA y TI, interpretan una serie de portentos ominosos durante un sacrificio. La descripción vívida de la llama, el comportamiento de los animales y el estado de sus vísceras crea una atmósfera de misterio y temor ante la manifestación de la ira divina y la alteración del orden natural.

I. La Llama Inestable y los Primeros Signos

MA: No fue uno solo el aspecto de la llama inestable. Como Iris, que trae la lluvia, mezcla en torno a sí variados colores y, abarcando con su arco gran parte del cielo, anuncia en su seno pintado las nubes (¿qué color dudas que es de ella y cuál no?), erró, mezclando cerúlea con tonos amarillos, luego sanguínea, finalmente se redujo a cenizas. Pero he aquí que el fuego tenaz se divide en dos partes y se escinde en rescoldo de un único sacrificio —Padre, me estremezco intuyéndolo—, las libaciones de Baco se vuelven sangre y rodea la cabeza del rey un denso humo y se asienta más espesa en torno a su rostro, y con una densa nube, la sórdida luz se aleja. —¿Qué es, padre? Habla.

TI: ¿Qué podré decir, debatiéndome entre la turbación de mi mente atónita? ¿Qué voy a decir? Existen males terribles, pero en lo alto. Suele la ira de los dioses mostrarse con señales evidentes. ¿Qué es esto que quieren que se manifieste y luego no lo quieren y encubren sus iras crueles? Vergüenza da a los dioses de no sé qué cosa. ¡Rápido! Acércalos aquí y rocía el cuello de los toros con la harina salada. —¿Acaso soportan con rostro sereno tus sagradas y conductoras manos?

II. El Comportamiento Anómalo de los Animales

MA: Levantando el toro su cabeza altiva, colocado hacia la primera salida del sol (Oriente), se espantó del día y, tembloroso, volvió su rostro y huyó de los rayos del sol.

TI:¿Acaso, abatidos de un solo golpe, caen a tierra?

MA: La novilla a sí misma se ha traspasado con el hierro colocado contra ella y ha caído con un solo golpe; pero el toro, habiendo sufrido dos golpes a un lado y a otro, se desploma vacilante y agotado, apenas exhala el último aliento.

TI:¿La sangre salta con rapidez de una herida estrecha o humedece lentamente heridas profundas?

MA: A aquella, por la brecha misma por donde se le abre el pecho, le mana un río; a este, las graves heridas se le tiñen con gotas, pero, volviéndose atrás, la sangre brota en abundancia por la boca y los ojos.

III. Las Vísceras y el Sacrilegio

TI: Los sacrificios infaustos suscitan enormes temores. Pero dinos las señales seguras de las vísceras.

MA: —Padre, ¿qué es esto? Las entrañas no tiemblan agitadas por un leve movimiento, como suelen, sino que sacuden las manos por entero y nueva sangre brota violentamente de las venas. El corazón está marchito, enfermo, y sumergido se oculta en lo profundo; las venas están lívidas. Falta gran parte de los pulmones y el hígado corrompido espumea negra hiel y, (¡presagio siempre funesto para un único imperio!), ¡eh!, dos cabezas se levantan iguales en volumen, negando una tenue membrana en las cosas ocultas. El lado hostil se alza con gran resistencia y extiende siete venas. A todas estas las corta un trazo oblicuo, prohibiéndoles que vuelvan atrás. El orden está cambiado: nada yace en su sitio propio; al contrario, todos los actos están al revés. Incapaz de aire yace el pulmón ensangrentado en la parte derecha; ni la región izquierda es para el corazón; el seno no cubre con blanca envoltura los grasos repliegues de las vísceras: la naturaleza está cambiada, ninguna ley permanece en el útero. Escrutemos: ¿de dónde viene esta rigidez tan grande de las vísceras? ¿Qué es este sacrilegio? Un feto de una novilla no fecundada y no colocado según la manera acostumbrada, sino en lugar ajeno, llena a la madre, mueve sus miembros con un gemido; sus débiles miembros se mueven violentamente con temblorosa rigidez. Mancha la sangre pálida las negras entrañas y, mutilados, torpes, intentan un paso móvil (andar); y surge un cuerpo vacío y busca con sus cuernos a los sagrados ministros; las vísceras se nos escapan de la mano. Y no es esta grave voz la que te sacudió de la res, ni los rebaños desde alguna parte resuenan aterrados: sobre el altar mugen las llamas y chisporrotea el fuego.

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