Positivismo e Historicismo: Corrientes Fundamentales en la Historiografía del Siglo XIX
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Positivismo: Un Paradigma Intelectual del Siglo XIX
A partir de mediados de siglo, el Positivismo se convirtió en el gran paradigma intelectual, un intento de aplicar los conceptos científicos decimonónicos a las estabilizadas sociedades burguesas. Su gran sistematizador fue Auguste Comte (1798-1857), considerado el fundador de la sociología. Defendía que la marcha progresiva del espíritu humano, concebida como algo autónomo, explicaba el cambio histórico, constituyendo la auténtica ley fundamental del desarrollo intelectual humano. Este atravesaba tres estados:
- El teológico o ficticio (religión)
- El metafísico o abstracto (Ilustración)
- El científico o positivo, del que Comte se erigía en profeta.
De ese modo, una vez que al historiador se le han proporcionado las leyes de la evolución social, solo debe aplicarlas a la investigación concreta. La historia positivista, íntimamente emparentada con la historicista, es por tanto la de los hechos, "establecidos a través de los documentos, inductivista, normativa, desde luego, pero sujeta a método". Aspirando a un modelo "científico", su horizonte era la plena objetividad en su forma de abordar el pasado. Por ello, esta escuela siempre insistió en el rechazo a toda "teoría" y "filosofía", sin ser conscientes sus defensores de su absoluta tributación a la idea positivista de ciencia, a su vez una elaboración de un modelo social plenamente impregnado de una cosmovisión burguesa y capitalista. Paradójicamente, el momento de su triunfo marcó el inicio de su declive. Como cien años antes, las convulsiones políticas y sociales con las que se abre el siglo XX dejaron obsoletos los modos historiográficos institucionales, abriendo la puerta a una rica, diversa y profunda transformación de la disciplina que se impondría tras la Segunda Guerra Mundial.
Historicismo: La Construcción de la Ciencia Histórica Alemana
En las tierras del extinto Sacro Imperio Germánico, el sísmico período que inició la Revolución Francesa y cerraron las guerras napoleónicas despertó la adormecida conciencia nacional alemana. El derrotado Estado prusiano reaccionó abordando mínimas reformas para lograr crecimiento sin revolución y crear un nuevo consenso cohesionador de la sociedad. En el proceso de construcción de una nueva identidad colectiva, el papel de la historiografía germana —a partir de la nueva noción de ciencia histórica— fue fundamental. La construcción nacional y el desarrollo de la disciplina histórica fueron de la mano.
Así, el Historicismo partía de los rasgos conservadores de la Ilustración para negar sus consecuencias: una reacción frente al universalismo racionalista de Kant y a la interpretación hegeliana de la historia. El Historicismo defendía la naturaleza individual de los hechos históricos, su constatación a través del análisis documental y el establecimiento de un nuevo sujeto histórico: el Estado-nación.
Al postular la diferencia radical entre los fenómenos de la naturaleza y de la historia, liberó a esta última del dominio de la ley natural y la consagró como única vía para entender todos los fenómenos humanos, reductibles en último término a su peculiar historia. De ese modo, liquidó la visión de una naturaleza humana susceptible de ser científicamente conocida por medio de conceptos de validez general. Si el objetivo de la historia era el conocimiento de hechos individuales por medio de su comprensión empática, al tiempo que se constituía un nuevo objeto histórico —el Estado-nación—, era necesario fundamentar una metodología específica. Ante todo, establecer los hechos ocurridos en el pasado, lo que exigía buscar fuentes que demostraran que aquellos realmente ocurrieron —impulsando poderosamente la crítica textual y la hermenéutica—. Siendo hechos humanos, el Historicismo postulaba la necesidad de entenderlos en su significado individual e irrepetible, lo que igualmente exigía cierta capacidad artística: una historia narrativa.