Los Postulados de la Razón Práctica según Kant

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Un postulado de la razón práctica es una proposición no comprobable científicamente pero rigurosamente necesaria para fundamentar la moralidad. Si prescindimos de los postulados, según Kant, el hecho moral carece de sentido. Los postulados o ideas metafísicas son como pilares sin los cuales se derrumbaría el edificio entero de la moralidad. Son tres: la libertad de la voluntad, la inmortalidad del alma y la existencia de Dios.

La libertad de la voluntad

Si la voluntad sólo estuviera determinada por causas empíricas (fisiológicas, psicológicas, sociológicas o educacionales, etc.), las acciones no serían libres y por tanto no podrían calificarse como buenas o malas. En consecuencia no existiría el hecho de la moralidad que sería simplemente una ilusión. Es evidente que no es posible atribuir valores o cualidades morales a los acontecimientos sometidos meramente a la causalidad natural. Un terremoto como el que asoló Lisboa el 1 de noviembre de 1755, la enfermedad incurable de un niño o los desmanes de un perturbado mental, no son acontecimientos evaluables moralmente... En consecuencia, tienen que existir en el mundo dos formas compatibles de causalidad: una por necesidad natural, de carácter empírico, que fundamenta el conocimiento científico; otra por libertad, de carácter metafísico, que fundamenta la existencia y el sentido de la ley moral.

La inmortalidad del alma

La razón práctica nos dicta aspirar al cumplimiento pleno de la virtud, es decir, al acuerdo completo de nuestra voluntad con la ley moral. Este ideal es inalcanzable en este mundo debido a la condición finita y limitada de la existencia humana. El cumplimiento de esta aspiración a la perfección moral solo puede realizarse en una duración ilimitada del tiempo. Es decir, si el alma es inmortal.

La existencia de Dios

La contraposición entre deseo y obligación, entre felicidad y deber como elementos de la dimensión moral del hombre, nos lleva a la conocida afirmación de que no siempre coinciden; es más suelen no coincidir en este mundo. Así, ni los felices son siempre virtuosos ni los virtuosos felices. Pero la razón práctica exige la síntesis última entre estos dos elementos constituyentes del hecho moral: felicidad y virtud. Esta síntesis constituye lo que Kant llama el bien supremo. No tendría ningún sentido actuar permanentemente por sentido del deber en un sobrehumano “ideal de la santidad” si finalmente este comportamiento ético no se viera compensado con toda justicia con la obtención de la felicidad como fin último e irrenunciable de la vida humana.

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