Problemas de la comunicación intercultural

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En cierta ocasión le preguntaron al escritor británico Chesterton qué opinaba de los franceses. Se cuenta que Chesterton contestó simplemente: 'No los conozco a todos'.

En el lenguaje de vuestra vida cotidiana solemos hablar de los franceses, los musulmanes, los occidentales, etc. Con harta frecuencia a la hora de hablar de estas agrupaciones utilizamos estereotipos que poco tienen que ver con la realidad, que es mucho más compleja.

Además hablar, por ejemplo, de los franceses es, en muchas ocasiones, un ejercicio de sobregeneralización. Esta sobregeneralización nos permite una economía mental, ya que el estereotipo preconcebido facilita la explicación de la realidad. El fijarse atentamente y el intentar descubrir el sentido de las cosas se vuelve innecesario. El estereotipo nos permite explicar hasta lo incomprensible: 'Ya se sabe... los franceses son así'.

Lo que caracteriza, la mayoría de las veces, a la comunicación intercultural es el desconocimiento que se tiene sobre la otra cultura. A medida que vas relacionándote con personas de distintas culturas vas tomando conciencia de la propia ignorancia. No se puede esperar que un estudioso de la comunicación intercultural pueda dar unas indicaciones muy precisas sobre cómo relacionarnos con personas de una cultura concreta, a menos que se haya especializado en ella. Como mínimo hay tantas lenguas como culturas, y no se conoce todavía al ser humano que las hable todas.

El constatar que hay muchas culturas distintas no debe hacernos caer en el error de sobredimensionar las diferencias culturales.

La forma más simple de conocer es comparar. A partir de un punto de referencia se establecen relaciones del tipo 'es igual a', 'es diferente a', 'es similar a', etc. En los contactos interculturales es muy frecuente utilizar el método comparativo para describir nuestra experiencia. Así se viene a establecer lo que es común y lo que es distinto. En la comunicación intercultural se puede dar la tendencia de construir a 'el otro' distinto. Es decir, ya que se trata de una persona de otra cultura, debe ser distinto. Así pues, se destacan sobre todo las diferencias.

Una mirada superficial sobre otras comunidades de vida no puede, generalmente, proporcionar más que una visión diferenciadora. A medida que se va profundizando es cuando las similitudes, inherentes a los seres humanos, se ponen de manifiesto.

Hay que combatir la tendencia a poner el acento en la diferencia y a olvidar lo común. Esto lleva a universalizar la diferencia. Se afirma que, en esencia, somos distintos. Así se cae de nuevo en el esencialismo cultural que busca diferenciar para excluir. Esto no significa que deban negarse las diferencias, pero hay que situarlas a su nivel real.

En ocasiones, se ha contrapuesto una visión universalista, que afirma que todos somos iguales, a una concepción relativista, que considera que todos somos distintos. Quizás de lo que se trata es de aceptar estos dos principios que parecen contradictorios. Es muy posible que los seres humanos, al nivel más profundo, sean todos iguales. Por ejemplo, todos sufrimos un proceso de socialización en una cultura determinada. Sin embargo, está claro que la cultura en que hemos sido socializados propicia que tengamos determinados pensamientos, sentimientos y comportamientos semejantes, en ocasiones, y diferentes, a veces, de los de personas socializados en otras culturas. En definitiva, se puede reducir esta contradicción si aceptamos el universalismo en el nivel más profundo del ser humano y el relativismo en el nivel más superficial. Es posible que con algunas culturas haya una mayor cantidad de manifestaciones culturales que podamos considerar semejantes que con otras culturas. Siempre situándonos a un nivel superficial de la manifestación cultural se trata de una graduación de mayor o menor proximidad. Por supuesto, no nos referimos a una proximidad de tipo geográfico sino de afinidad cultural, que en determinadas situaciones puede darse entre culturas muy distantes geográficamente. Por ejemplo, en cierto curso que recibí en los Estados Unidos discutíamos sobre distintas prácticas en la vida cotidiana. La profesora, que era norteamericana, nos comentaba que cuando iba a visitar a su padres, éstos establecían la hora exacta de inicio y final de la visita familiar. Entonces, un compañero de los Emiratos Árabes Unidos y yo nos cruzamos una mirada de inteligencia, que venía a significar que en nuestras respectivas culturas esto sería prácticamente inconcebible.

Situar las diferencias a un nivel superficial no significa que no sean importantes. Son importantes a partir del momento que pueden obstaculizar la comunicación intercultural. La forma de superar este obstáculo consiste, en primer lugar, en estar atento también

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