El Prolongado Avance de los Reinos Cristianos en la Península Ibérica (Siglos VIII-XV)

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Introducción: La Península Ibérica entre la Ocupación Musulmana y el Avance Cristiano

La presencia y el poder de los reinos cristianos en España, a partir del siglo VIII, se consolidaron a través de avances que se extendieron por más de siete siglos. España fue ocupada por los musulmanes, quienes entraron por el estrecho de Gibraltar y, a partir de entonces, fueron apoderándose progresivamente de la península ibérica. Como resultado, el poder de los visigodos se vio drásticamente reducido. Aunque se respetaron ciertos acuerdos con aquellos que aceptaron la invasión musulmana, la influencia que habían alcanzado tras la caída del Imperio romano era insignificante en comparación con la autoridad que los musulmanes ejercían.

Los musulmanes avanzaron por el estrecho y se apoderaron gradualmente de la península, comenzando por Al-Ándalus y llegando hasta las proximidades de los territorios que hoy conforman Aragón y Cataluña. Su avance se detuvo en esa zona debido a que los francos se habían establecido allí. El representante de aquella área era Aureolo (u Oriol), y su presencia tenía como principal objetivo impedir que los musulmanes se apoderaran de Francia. De ahí la histórica vinculación de Cataluña con Francia, lo que también contribuye a explicar por qué Cataluña es hoy una de las regiones más prósperas. De todos modos, los musulmanes no tenían intención de avanzar hacia Francia, ya que en la península ibérica encontraban todo lo que deseaban y habían venido a buscar, y porque el clima difería del de sus países natales.

Los musulmanes establecieron su capital principal en Córdoba, donde construyeron edificaciones acordes a sus costumbres, como fuentes y sus característicos lugares de culto, las mezquitas. Hoy día, dicho patrimonio es un legado cultural andaluz que atrae a multitud de turistas. Otras ciudades importantes fueron Sevilla y Málaga, entre otras, lo cual se refleja en los diversos monumentos presentes en dichas urbes. La entrada de los musulmanes en España se vio facilitada por la crisis visigoda y el considerable ejército que los acompañaba.

En el ámbito económico y cultural, los musulmanes introdujeron una agricultura de regadío más avanzada y trajeron cultivos de sus países de origen para aclimatarlos aquí, como el café, entre otros. El comercio floreció bajo su dominio. De ahí que, tras la Reconquista cristiana, se produjera un retroceso en este aspecto, debido a que los cristianos priorizaron la agricultura.

El declive del poder musulmán en la península comenzó con la Batalla de Covadonga en el año 722, protagonizada por el incipiente reino asturleonés. Desde ese momento hasta la caída del Reino Nazarí de Granada, se sucedieron periodos de retrocesos y avances tanto por parte cristiana como musulmana. Todo este largo proceso, conocido como la Reconquista, culminaría con la acción de los Reyes Católicos en el año 1492, con la conquista de Granada.

La Reconquista: Orígenes y Desarrollo

Orígenes de la Reconquista en el Norte Cantábrico

La invasión musulmana de Hispania tuvo lugar en el año 711. Apenas unos años más tarde, todo el territorio de la península ibérica había caído en poder de los musulmanes, quienes apenas hallaron resistencia en su avance. Hay que tener en cuenta que buena parte de la nobleza visigoda aceptó a los invasores, a cambio de mantener sus privilegios y sus propiedades. Ahora bien, los musulmanes no prestaron la misma atención a todo el territorio ocupado. De hecho, los límites efectivos de Al-Ándalus tenían como fronteras septentrionales el Sistema Central, en la zona occidental, y el Valle del Ebro, en la oriental. En la cuenca del Duero se instalaron simplemente unas cuantas guarniciones de bereberes, las cuales, al parecer, abandonaron el territorio a mediados del siglo VIII.

Por lo demás, en las montañas del norte, desde la Cordillera Cantábrica hasta los Pirineos, seguían viviendo los viejos pueblos prerromanos allí asentados, entre ellos los astures, los cántabros, los vascones o los hispani.

El punto de partida de la Reconquista se encuentra en la zona astur-cántabra. Los pueblos de aquel territorio se opusieron a los musulmanes como antes lo habían hecho a los romanos o a los visigodos. De todas formas, en la zona astur-cántabra la presión musulmana era inferior a la existente en la región pirenaica, donde los musulmanes, firmemente instalados en el Valle del Ebro, situaron fuerzas militares con la finalidad de contrarrestar el posible peligro franco. Eso explica que el avance reconquistador fuera más rápido por el occidente de la península que por el oriente. Así las cosas, mientras los cristianos se establecieron en el Río Duero hacia el año 900, la llegada a la zona del Ebro medio no se produjo hasta dos siglos más tarde, en los albores del siglo XII.

En el año 722 los habitantes de las montañas astures, dirigidos por el noble visigodo Pelayo, pusieron en fuga a una columna musulmana que se había adentrado por los Picos de Europa. Dicho acontecimiento es la denominada Batalla de Covadonga. El suceso tenía escaso relieve desde el punto de vista militar, pero las crónicas cristianas elaboradas posteriormente por los clérigos de la corte asturiana la consideraron ni más ni menos como "la salvación de España". A partir de esas fechas se constituyó en las montañas cantábricas el primer núcleo político de resistencia al islam que nacía en la península, el Reino de Asturias.

A mediados del siglo VIII, Alfonso I recorrió la cuenca del Duero, contribuyendo a despoblarla pues, al decir de una crónica posterior, "yermó los campos llamados góticos". En el siglo IX el reino asturiano fue progresando hacia Galicia y hacia las llanuras de la cuenca del Duero, en la medida en que se lo permitían tanto sus posibilidades demográficas como la oposición de los musulmanes. De todas formas, la ocupación de ese territorio no requería su conquista militar previa, pues se trataba de una auténtica tierra de nadie que no estaba sometida a ningún poder político. En tiempos de Ordoño I, la frontera meridional del núcleo asturiano llegaba a la línea marcada por las localidades de Tuy, repoblada el año 854, Astorga, colonizada en la misma fecha, y León, que se incorporó al dominio cristiano en el año 856. Al finalizar el siglo IX, siendo rey Alfonso III, los cristianos, aprovechándose de los conflictos internos que habían estallado en Al-Ándalus, alcanzaron la línea del Duero.

Primero se instalaron en Oporto (866) y años más tarde en Zamora (893), Simancas (899) y Toro (900). En la zona oriental del Reino Asturleonés, es decir Castilla, había nacido Burgos el año 884. Poco tiempo después los condes castellanos llegaban asimismo al Duero, repoblando el año 912 Roa, Osma y San Esteban de Gormaz. El sistema de repoblación puesto en práctica en la cuenca del Duero fue la presura, que consistía en ocupar tierras y ponerlas en explotación. En la misma participaron gentes del norte, pero también mozárabes, emigrados desde Al-Ándalus.

Orígenes de la Reconquista desde la Zona Pirenaica

Paralelamente se constituyeron diversos núcleos políticos en la zona pirenaica: el Reino de Pamplona (posteriormente Navarra) al oeste, el Condado de Aragón en el centro y la Marca Hispánica en el este. Un papel decisivo lo desempeñó el Reino Franco de los Carolingios, deseoso de establecer una barrera al sur de sus dominios para impedir el avance de los musulmanes. Coaligados con los nativos hispani, los Carolingios conquistaron Gerona (785) y Barcelona (801), estableciendo en aquel territorio un mosaico de condados, que en su conjunto formaban la llamada Marca Hispánica.

En la segunda mitad del siglo IX el conde de Barcelona Guifré el Pilós repobló la Plana de Vic y otros territorios contiguos, fijándose la frontera meridional en el curso de los ríos Llobregat y Cardoner. Por su parte, los reyes de Navarra se acercaron al Valle del Ebro, conquistando, a comienzos del siglo X, las villas de Calahorra y de Nájera.

Avances y Retrocesos Cristianos

La Reconquista se vio paralizada en el siglo X, debido a la hegemonía mantenida en dicha época sobre toda la península ibérica por el Califato de Córdoba. Solamente el triunfo cristiano de Simancas (939), logrado por el rey leonés Ramiro II, permitió iniciar la expansión al sur del Duero. El año 940 se ponía en marcha la colonización del Valle del Tormes (Salamanca, Ledesma, entre otras). Paralelamente, el conde de Castilla Fernán González ponía pie en Sepúlveda. Pero esa labor se perdió al poco tiempo, pues en la segunda mitad del siglo X los cristianos se vieron obligados a retroceder a la línea del Duero. La causa fundamental de ese repliegue fueron las terroríficas campañas llevadas a cabo por el caudillo cordobés Almanzor, que atacó todos los flancos de la España cristiana, desde Barcelona, al este, hasta Santiago de Compostela, al oeste.

La desintegración del Califato, acaecida en el año 1031, supuso un cambio radical en la correlación de fuerzas entre los cristianos y los musulmanes de Hispania. Los reyes cristianos pasaron a ejercer un protectorado sobre los diversos reinos de taifas en que se había descompuesto el Califato, a los que cobraban parias o tributos. En la segunda mitad del siglo XI los reyes de Castilla y León impulsaron la repoblación de las Extremaduras, es decir el territorio situado entre el Duero y el Sistema Central. Las ciudades de Salamanca, Ávila y Segovia eran sus puntos principales. Fue aquélla una repoblación de frontera, que dio lugar a la formación de comunidades de villa y tierra, en las que desempeñaban un papel rector los caballeros populares.

Al mismo tiempo los reyes de Aragón se acercaron al Prepirineo, conquistando Huesca (1096) y Barbastro (1100). En el año 1085, por su parte, Alfonso VI de Castilla había entrado en Toledo, mediante un acuerdo previo con el taifa que la gobernaba. Toledo había sido la vieja capital visigoda así como una ciudad clave en el mundo de Al-Ándalus. Poco después cayeron en poder cristiano diversas villas de la zona comprendida entre el Sistema Central y el Valle del Tajo, como Atienza, Guadalajara o Talavera. En esa zona la repoblación consistió en la mera superposición de gentes originarias del norte sobre la población allí establecida de antemano, en buena parte mudéjar.

La llegada a la península de los almorávides, que volvieron a unificar Al-Ándalus, se tradujo en un parón del proceso reconquistador. Sólo Alfonso I de Aragón fue capaz de avanzar hacia el valle medio del Ebro, conquistando, entre otras plazas, Zaragoza (1118), Tudela (1119), Tarazona (1119), Calatayud (1120) y Daroca (1121). Gran parte de la población mudéjar permaneció en aquel territorio, pero también llegaron nuevos pobladores, particularmente a la ciudad de Zaragoza. No obstante, el Imperio Almorávide duró muy poco, pues hacia el año 1145 había desaparecido, fragmentándose nuevamente Al-Ándalus en un conjunto de taifas.

En esas condiciones los cristianos, que en el Tratado de Tudillén (1151) se habían repartido las futuras zonas de conquista, reanudaron el avance militar por tierras de Al-Ándalus. Castellanos y leoneses avanzaron por la Meseta meridional; Alfonso VIII conquistó Cuenca en 1177, en tanto que el monarca leonés Fernando II ocupaba las plazas de Yeltes y Alcántara. Por su parte Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y príncipe de Aragón, incorporó a sus dominios el bajo valle del Ebro, al conquistar Tortosa en 1148 y Lérida en 1149. Su sucesor, Alfonso II, avanzó por los montes de Teruel, entrando en la ciudad del mismo nombre el año 1171. Castilla y Aragón suscribieron en 1179 un nuevo tratado de reparto, el de Cazorla. Por lo demás, la principal actividad militar de la segunda mitad del siglo XII se desarrolló en la Meseta meridional, siendo sus protagonistas las Órdenes Militares Hispanas (Santiago, Calatrava, Alcántara), que acababan de ser creadas.

Antes de concluir el siglo XII Al-Ándalus fue otra vez unificado, en esta ocasión por los almohades, lo que supuso un nuevo alto en la marcha de la Reconquista.

La victoria lograda por Alfonso VIII de Castilla y sus aliados sobre los almohades en las Navas de Tolosa (1212), preparada cuidadosamente como una auténtica cruzada, significó la caída del Imperio islamita. Al-Ándalus se dividió nuevamente en un mosaico de taifas. Así las cosas, el siglo XIII conoció el máximo impulso reconquistador de los cristianos de Hispania. En poco más de treinta años la Corona de Aragón incorporó las Islas Baleares y el Reino de Valencia, en tanto que la de Castilla hacía lo propio con la Andalucía Bética y Murcia.

No obstante, el primero que sacó partido de la victoria de las Navas, aunque no había participado en ella, fue el rey de León Alfonso IX, el cual conquistó en 1227 Cáceres y en 1230 Mérida y Badajoz. Pero el primer paso importante en la lucha contra los musulmanes lo dio la Corona de Aragón, correspondiendo el protagonismo de esa expansión al monarca Jaime I el Conquistador. En las Cortes de Barcelona de 1228 se dio luz verde a la campaña contra Mallorca. Una poderosa marina catalana desembarcó en Mallorca, cuya capital, Palma, cayó en poder cristiano a finales del año 1229. En los años siguientes se ocuparon las islas de Ibiza y de Formentera, en tanto que Menorca, convertida en tributaria, no fue conquistada hasta el año 1287. Aunque quedó en Mallorca población mudéjar, acudieron al calor de los repartimientos muchos repobladores de origen catalán. La conquista del Reino de Valencia fue más larga, extendiéndose desde 1232 hasta 1245. La primera fase se puso en marcha tras los acuerdos de las Cortes de Monzón de 1232. Núcleos como Burriana o Peñíscola fueron ocupados por los cristianos. La segunda fase, iniciada en otras Cortes, celebradas asimismo en Monzón en 1236, tuvo como acontecimiento estelar la conquista de la ciudad de Valencia, en el año 1238. Inmediatamente se procedió a un repartimiento de Valencia y sus ricos territorios próximos, acudiendo al mismo tanto catalanes como aragoneses. La tercera fase consistió en la conquista del sur del reino, siendo sus momentos claves la toma de Cullera (1239) y la de Alcira (1245), el último hecho de armas importante. En el Reino de Valencia permanecieron numerosos mudéjares, particularmente en la zona meridional.

El protagonismo reconquistador del siglo XIII por lo que respecta al núcleo castellano-leonés correspondió al rey Fernando III el Santo. Éste inició la actividad militar en el alto Guadalquivir en el año 1224, cuando sólo era rey de Castilla, logrando la conquista de plazas como Andújar y Baeza. Tras la unión de los reinos de Castilla y León, en 1230, Fernando III reanudó la ofensiva en tierras andaluzas. A la ocupación de Úbeda (1233) siguió la de Córdoba, en el año 1236 y, años más tarde, la de Jaén (1246). En el avance hacia Sevilla fueron cayendo en poder cristiano lugares como Carmona, Lora o Alcalá de Guadaira. Por fin, tras un largo asedio, tanto terrestre como fluvial, a finales de 1248 se rindió Sevilla, la antigua capital de los almohades. La labor reconquistadora en el Valle del Guadalquivir la completó Alfonso X, sucesor de Fernando III, con la toma de Jerez y, finalmente, de Cádiz (1262).

También se realizaron repartimientos en los territorios andaluces recién ocupados, de cuyas ciudades fue expulsada la población musulmana. Mas, después de la revuelta que protagonizaron en 1264, los mudéjares tuvieron que abandonar la Andalucía Bética. Por su parte, el Reino de Murcia, territorio que había sido adjudicado en los tratados de reparto unas veces a Aragón y otras a Castilla, fue incorporado a este último reino en 1243, por obra del entonces príncipe Alfonso, futuro Alfonso X. En los repartimientos murcianos hubo, junto a la población mayoritaria castellana, una importante presencia de gentes de la Corona de Aragón. Los conflictos fronterizos con Aragón, a quien se había reservado la reconquista del Levante hispano, se resolvieron en el Tratado de Almizra (1244), firmado por Fernando III y Jaime I. En él se fijaban los límites entre las zonas de expansión de Castilla y de Aragón.

Últimas Fases de la Reconquista: La Conquista del Reino de Granada

Sólo quedaba bajo el dominio musulmán el Reino Nazarí de Granada, que no obstante pudo subsistir hasta finales del siglo XV. La tarea estaba encomendada a la Corona de Castilla, pues el Reino de Granada se encontraba en la zona de expansión que se le había reconocido en los viejos tratados de reparto. Aunque en el transcurso del siglo XIV la actividad reconquistadora apenas existió, hubo, eso sí, diversos conflictos fronterizos, particularmente en torno al estrecho de Gibraltar, y algunos éxitos cristianos notables, como la victoria del Salado (1340), obtenida por Alfonso XI, a la que siguió la toma de Algeciras (1344). También en el siglo XV hubo diversas escaramuzas.

La más famosa fue la conquista de Antequera (1410), llevada a cabo por Fernando de Antequera, tío y regente de Juan II de Castilla. En tiempos de este último monarca es preciso señalar la victoria lograda sobre los granadinos en la Higueruela (1431).

Sin embargo, la conquista del Reino de Granada no pudo acometerse con éxito hasta el reinado de los Reyes Católicos. La guerra se inició en el año 1481. Tras unos comienzos inciertos, a partir del año 1485 el conflicto se inclinó decididamente del lado cristiano. Hitos significativos fueron la ocupación de Ronda (1485), de Málaga (1487) y de Baza (1489). Para la conquista de la capital del reino fue necesario edificar en las proximidades de Granada la ciudad-campamento de Santa Fe. Con la entrada de las tropas cristianas en Granada, acontecimiento que tuvo lugar el 2 de enero del año 1492, se ponía fin a la Reconquista, un proceso que había durado cerca de ochocientos años. A partir de esos momentos, aunque aún permaneció por algún tiempo en España población adepta a la religión islámica, ya no quedaba ningún territorio bajo el poder musulmán.

Sociedad de los Reinos Cristianos

Los Estamentos Sociales

La organización política que aparece en la Edad Media, al igual que en toda Europa, es el feudalismo, donde algunos señores tenían en su poder la gran mayoría de las tierras y ejercían dominio sobre todos los que habitaban en ellas; estos, a su vez, dependían de otros señores más poderosos, como los magnates y los soberanos, a quienes debían homenaje.

Así, según su organización política, la sociedad española de la Edad Media estaba dividida en tres grupos claramente diferenciados:

A) La Nobleza

Estaba formada por nobles terratenientes que se encargaban de defender sus tierras. Esta, a su vez, se dividía en dos grupos: la alta nobleza (que dominaba las tierras y tenía poder jurisdiccional) y la baja nobleza (formada por los hidalgos y los caballeros).

B) El Clero

Los eclesiásticos, que debido a las donaciones, eran también dueños de grandes propiedades y estaban dedicados a rezar por la salud espiritual de todos. Este también se dividía en dos grupos: el alto clero (formado mayoritariamente por miembros de la nobleza) y el bajo clero (más próximo al pueblo).

C) El Tercer Estado

Este grupo estaba formado por campesinos que trabajaban tierras ajenas para poder alimentar a sus familias y que estaban sujetos a una gran dependencia de su señor feudal.

A los dos primeros estamentos pertenecían los privilegiados; al último, los no privilegiados. Se puede decir que, según el papel desarrollado en la producción de bienes, sólo habría dos grupos sociales: el de los señores (formado por la nobleza y los eclesiásticos, que son los que tenían en su poder las tierras) y el de los campesinos (que son los encargados de trabajar las tierras de los anteriores).

Con esto se puede concluir que, en la época medieval o feudal, poseer tierras equivalía a poseer los medios de producción; es decir, era un símbolo de riqueza, ya que la tierra era la principal fuente de riqueza que existía.

Política de los Reinos Cristianos

Lo primero que cabe mencionar es la razón por la cual los reinos cristianos del siglo VIII en adelante se anexionaron y expandieron por toda la Península Ibérica; esta razón no es otra que la respuesta a la ocupación musulmana que realizaron los árabes tras derrotar a los visigodos de

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