Protagonistas y Destinos en Crónica de una Muerte Anunciada
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Personajes de Crónica de una Muerte Anunciada
Testigos y Comunidad
Asistimos a las declaraciones de numerosos testigos, quienes en general destacan por su miseria moral y mezquindad, ya que tuvieron la oportunidad de impedir el crimen pero no lo hicieron.
Entorno del Narrador
Dentro del círculo cercano al narrador (identificado con el autor, Gabriel García Márquez), destacan figuras como:
- Luisa Santiaga: Madre del narrador.
- Su hermana monja.
- Mercedes Barcha: Quien sería su esposa.
- Cristo Bedoya: Amigo cercano.
Santiago Nasar
Es el joven acusado por Ángela Vicario de haberla deshonrado. El testimonio de Ángela es la única prueba directa de su supuesta culpabilidad. La comunidad parece creerle debido a la percepción de su conducta previa, aunque su tranquilidad, azoramiento y sorpresa al enterarse de que los hermanos Vicario lo buscan para matarlo generan ambigüedad.
Relación con Flora Miguel
Su novia, Flora Miguel, lo echó de su casa al enterarse de la acusación. Posteriormente, Flora se fugó con un teniente de fronteras que, según se cuenta, la prostituyó entre los caucheros de Vichada. Flora era hija de Nahir Miguel, otro miembro de la comunidad árabe. El matrimonio entre Santiago y Flora había sido acordado por sus padres tiempo atrás, constituyendo un noviazgo de conveniencia y sin amor aparente, aceptado por ambos.
Ángela Vicario
Es la figura central del conflicto que desencadena la tragedia. Acusa a Santiago Nasar de haberle quitado la honra. Pertenece a una familia de condición humilde y, a pesar de su belleza, se ve forzada a un matrimonio de conveniencia con Bayardo San Román, hacia quien muestra inicial recelo y rechazo.
Aunque rodeada de desdicha, demuestra una particular valentía al no ocultar a su esposo la pérdida de su virginidad, rechazando las artimañas que le habían enseñado para simularla. Su madre, Pura Vicario, la consideraba bien educada, a pesar de supersticiones como la citada por Luisa Santiaga: “No se peinen de noche que se retrasan los navegantes”. La familia le impone el matrimonio, y su madre le aconseja que “del amor también se aprende”.
Cuando Bayardo la devuelve a su casa tras descubrir que no es virgen, su madre le propina una paliza. Ángela experimenta una notable evolución psicológica: tras ser repudiada y marcharse del pueblo, comienza a desarrollar un profundo amor por Bayardo, escribiéndole cartas durante 17 años hasta que él finalmente regresa con ella, proporcionando un segundo desenlace a la historia. Se transforma en una heroína movida por una pasión tardía hacia el marido al que inicialmente rechazó.
Bayardo San Román
Su caracterización se construye a través de múltiples perspectivas (multiperspectivismo). Descrito como un hombre de unos treinta años bien llevados, con cintura angosta, ojos dorados y piel curtida por el salitre. Las opiniones sobre él son variadas:
- Magdalena Oliver: “Parecía marica. Y era una lástima porque estaba para embadurnarlo en mantequilla y comérselo vivo.”
- Luisa Santiaga: “Ha venido un hombre muy raro [...] y se me pareció al diablo.”
Llega al pueblo seis meses antes de la boda con la intención declarada de encontrar esposa. Es hijo de un héroe de las guerras civiles, el general Petronio San Román, aficionado a las fiestas, buen nadador y, según la percepción del narrador, un hombre con un fondo de tristeza.
Su forma de elegir y conquistar a Ángela es peculiar, mostrando gran prepotencia y derrochando dinero, como al comprar impulsivamente la casa del viudo de Xius. Para la mayoría del pueblo, tras devolver a Ángela, es visto como la víctima, el marido burlado. Después del escándalo, lo encuentran al borde de la muerte por un coma etílico. Años más tarde, reaparece en la vida de Ángela.
Hermanos Vicario (Pedro y Pablo)
Actúan casi como autómatas, impulsados por la necesidad de vengar la ofensa familiar según el estricto código de honor de la época. Mientras Ángela expía su culpa en el exilio autoimpuesto en Manaure, sus hermanos gemelos, Pedro y Pablo, se ven arrastrados a cometer un crimen que, en el fondo, parecen no desear.
Su actitud oscila entre la bravuconería y la determinación en el momento del asesinato, y la publicidad que dan a sus intenciones, sus borracheras, dudas e indecisiones previas. Intentan que alguien los detenga. A pesar de sentirse socialmente obligados y quizás prestigiados por cumplir con su deber, su quiebra interior es evidente:
- Sufren dos días de insomnio tras el crimen (Pedro lo padece durante once meses).
- Clotilde Armenta, dueña de la tienda de leche, los percibe como niños asustados: “Parecían dos niños”.
- El marido de Clotilde, Don Rogelio de la Flor, inicialmente no cree en su amenaza: “Esos no matan a nadie [...] y menos a un rico.”
- Pedro sufre de blenorragia, lo que afecta su estado físico y posiblemente su determinación inicial.
Sus trastornos físicos y psicológicos posteriores al crimen subrayan el peso de sus acciones.