Prudencia y Moderación: Pilares de la Virtud en la Filosofía Aristotélica
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Prudencia y Moderación
A) La Prudencia como Saber de la Acción Contingente
La prudencia se enmarca en el saber sobre las cosas que pueden ser de otra manera a como son, es decir, las contingentes, las no necesarias. Pero hay otro grupo de cosas que son las que afectan a la totalidad del individuo humano en cuanto tal, como ser humano. De ahí que podamos decir de una persona que es un buen carpintero o un buen poeta y, sin embargo, una mala persona, un malvado. La prudencia se relaciona con el discernimiento del *qué*, el *cómo* y el *cuándo* de la acción, siendo un pilar para la constitución de una buena persona.
La prudencia versa sobre cosas contingentes; el saber sobre ellas no procede deductivamente, sino por deliberación. El concepto de deliberación (del griego boulé) es fundamental para entender la ética de Aristóteles y la naturaleza de la prudencia. Deliberar es la actividad racional que calcula y sopesa aquellas acciones que caen bajo nuestra potestad y pueden ser de un modo o de otro. Por el contrario, no deliberamos sobre lo que no podemos hacer, ni sobre lo necesario. La prudencia será una captación, una virtud, de la parte racional, pero no de la que versa sobre lo necesario, sino de la que se ocupa de lo contingente. Por tanto, la prudencia es una virtud fundamental que, una vez cultivada, no se olvida fácilmente, pues guía la acción correcta.
B) Prudencia y Placer: La Moderación
La influencia del placer o del dolor en la percepción del fin. En la acción ética, no hay un fin externo como tal: lo que se busca es la acción por ella misma, en la medida en que nos hace buenos o malos. Por eso, el hombre prudente es, en primer lugar, el que es capaz de discernir lo que es bueno o malo para sí mismo o para la comunidad. Pero resulta que tal percepción del fin está influenciada por las disposiciones de la parte conativa del alma, y por eso es necesaria una moderación o continencia en el sujeto que juzga para que pueda ver correctamente el fin. Estas disposiciones se refieren a las pasiones. Esto significa que, para ser prudente, para percibir el fin, es necesario tener la parte conativa del alma bien dispuesta, es decir, moderada por las virtudes éticas: ser justo, fuerte y templado. Y por eso, se afirma que la moderación es la salvaguarda de la prudencia.
Por eso, Aristóteles insiste en que el fin de la acción es el punto de arranque de la misma, es decir, su principio. Y por eso, si el vicio destruye la percepción del fin, y el vicioso ya no percibe la necesidad de perseguir el bien, toda su acción estará viciada de raíz, será, pues, irracional o insensata.
Hablar de sophrosyne (del griego σωφροσύνη) era la personificación de la moderación, la discreción y el autocontrol.