Relatos Clásicos de la Mitología Griega: Teseo, Prometeo y el Diluvio
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Teseo y el Minotauro
La historia cuenta que el joven Teseo vivía con su madre en Trecén. Su madre le había dicho que, cuando estuviera listo, se enteraría de quién era su padre. Esto sucedería si lograba mover una gran roca, bajo la cual encontraría una espada que le indicaría dónde vivía su progenitor. Tan pronto como pudo mover la roca, se dirigió al encuentro de su padre, Egeo, rey de Atenas.
El rey debía enviar cada siete años a catorce jóvenes —siete varones y siete mujeres— a Creta, para ser ofrecidos al Minotauro. En el palacio de Minos, rey de Creta, había un inmenso laberinto, con cientos de salas, pasillos y galerías. Era tan complejo que si alguien entraba en él, jamás encontraba la salida. Dentro del laberinto vivía el Minotauro, un monstruo con cabeza de toro y cuerpo de hombre. Cuando los jóvenes atenienses llegaban, eran introducidos uno a uno en el laberinto para que el monstruo los devorara.
Mientras todos se lamentaban, el hijo del rey, el valiente Teseo, dio un paso adelante y se ofreció voluntario para ser uno de los jóvenes que viajarían a Creta. Teseo acordó con su padre, el rey Egeo, que, si lograba vencer al Minotauro, izaría velas blancas en su barco al regresar. De este modo, el rey sabría desde la distancia qué suerte había corrido su hijo. (Nota: La historia original incluye la ayuda de Ariadna, hija de Minos, quien le da a Teseo un ovillo de hilo para encontrar la salida del laberinto, aunque no se menciona en este fragmento).
El Diluvio de Deucalión y Pirra
Zeus, considerando que los hombres se habían corrompido, comunicó a los dioses del Olimpo su decisión de exterminarlos. Envió sus tempestades y vientos contra la humanidad, desatando un gran diluvio para purificar la raza humana. Primero, se formó una tormenta que oscureció los cielos. El diluvio desbordó los ríos e inundó campos y ciudades. Poseidón, dios del mar, azotaba la tierra con inmensas olas.
Cuando cesó la lluvia, toda la tierra parecía sumergida en una espantosa inundación. Solo dos ancianos flotaban a salvo en una pequeña embarcación: eran Deucalión (hijo de Prometeo) y Pirra (hija de Epimeteo y Pandora). Se encontraban en esa situación tras haber ido a visitar a Prometeo, encadenado en el Cáucaso (Nota: El texto original menciona que estaban con Prometeo en la roca, lo cual es inconsistente con el mito de Prometeo encadenado; se interpreta que el diluvio los sorprendió tras una visita o advertencia).
Un mensajero divino cumplió la orden del padre de los dioses y la barca se detuvo sobre el monte Parnaso. Allí descendieron Deucalión y Pirra. Pudieron apreciar la ruina en la que se encontraba el mundo y agradecieron a Zeus por haber salvado sus vidas. Se dirigieron entonces al oráculo de la diosa Temis y le ofrecieron un sacrificio. La diosa les indicó que debían arrojar "los huesos de su madre" por encima de sus hombros. Entendiendo que se refería a las piedras de la Madre Tierra, juntaron rocas: de las que arrojaba Pirra surgían mujeres, y de las que arrojaba Deucalión surgían hombres. Gracias a ellos, se creó una nueva humanidad.
El Mito de Prometeo
Prometeo, queriendo favorecer a los hombres, intentó engañar a Zeus durante un sacrificio. Tomó un buey, lo despiezó y preparó dos partes: en una puso la carne y las vísceras, ocultas bajo el estómago del animal; en la otra, puso los huesos, cubiertos con apetitosa grasa. Ofreció ambas partes a Zeus para que eligiera. Zeus, dejándose llevar por la apariencia, eligió la parte con la grasa, pero al descubrir que solo contenía huesos, se dio cuenta del engaño de Prometeo. Enfurecido, le dijo: "Trataste de favorecer a los hombres, pero solo los has perjudicado".
Como castigo, Zeus quitó el fuego a la humanidad, decretando que nunca más volverían a tenerlo. Sin embargo, Prometeo, viendo cómo sufrían los humanos sin fuego para calentarse y cocinar, desobedeció a Zeus. Subió al Olimpo, robó el fuego sagrado y lo llevó a la Tierra.
Zeus, indignado, no se dignó a quitarles el fuego por segunda vez, sino que ideó otro castigo, esta vez para la humanidad y para Prometeo. Ordenó a su hijo Hefesto, dios del fuego y la forja, que mezclara tierra con agua, le infundiera voz y vida humana, y creara una mujer de extraordinaria belleza. Cada dios le otorgó un don (belleza, gracia, astucia, curiosidad...), y por ello fue llamada Pandora ("todos los dones"). Sin embargo, estos dones estaban destinados a ser la perdición de los hombres.
Prometeo había encerrado en una jarra (o caja, según otras versiones) todos los males y desgracias del mundo, sellándola con una pesada tapa. Guardó esta jarra en casa de su hermano Epimeteo, advirtiéndole: "Por favor, esconde bien la jarra y no la abras jamás". Pero Pandora, dotada de una gran curiosidad, deseaba saber qué contenía. Esperó a la primera ausencia de Epimeteo y abrió la jarra. Al instante, todos los males (la enfermedad, la vejez, la fatiga, la locura, el vicio, la pasión, la plaga, la tristeza, la pobreza, el crimen) se escaparon y se dispersaron por todo el mundo. Solo la Esperanza quedó en el fondo de la jarra, pues Pandora la cerró a tiempo.
Finalmente, Zeus castigó severamente a Prometeo. Envió a Hefesto, escoltado por Cratos (Poder) y Bía (Violencia), para encadenar al titán. Lo ataron a una roca en las montañas del Cáucaso y allí lo dejaron. Cada día, un águila enviada por Zeus descendía y le devoraba el hígado, que volvía a crecer durante la noche, renovando su tormento día tras día. Mucho tiempo después, el héroe Heracles (Hércules) pasó por allí, mató al águila con una flecha y liberó a Prometeo de su suplicio.