El Retorno de Ulises: Venganza, Reencuentro y Legado

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Tras haber matado a todos los pretendientes, Ulises ordenó a Telémaco que le dijera al ama Euriclea que él la llamaba a su presencia. Le ordenó a esta que llamase a todas las sirvientas que habían ayudado a los pretendientes y que limpiaran, junto al porquerizo y al boyero, los cadáveres y la casa. Tras esto, mató a todas las sirvientas traicioneras y cortó las manos, los pies, las partes viriles, la nariz y las orejas a Melantio ─ya que había descubierto que habían dejado la puerta abierta de la estancia donde guardaban las armas y se servía de ellas─, y que arrojaran todo esto a los perros. Se describe entonces la figura de Ulises como erguida en mitad de los muertos, toda llena de polvo y de sangre, y se asemeja con la de un león que retorna, saciado a placer de la carne de un buey que mató en la manada. Este le dijo a Euriclea que purificara la casa con fuego y azufre, y que reuniera a las sirvientas y luego a Penélope.

Canto XXIII

Euriclea, llena de gozo, despierta a Penélope para informarle de que su esposo ya está en casa, que ha matado a todos los pretendientes y que su pena está cerca de terminar. Penélope, sin embargo, no la cree y le reprende haberla despertado para tomarle el pelo. El ama insiste en que el mendigo es Ulises y que está en palacio, Telémaco podría confirmarlo. Entonces Penélope se alegra, llora y le pide al ama que le cuente cómo ha podido Ulises acabar con todos los pretendientes, pero Euriclea le dice que no lo sabe, pues ella estaba encerrada con el resto de los pretendientes y, además, eso ahora no importa. Penélope sigue sin creer que Ulises haya vuelto a pesar del empeño del ama.

Canto XXIII

Descendió Penélope entonces al salón y Telémaco le preguntó por qué no saludaba a su padre, a lo que Penélope respondió que, si realmente era el mendigo quien decía ser, ella y él lo comprobarían por las señales secretas que solo ellos conocían. Ulises pide entonces a su hijo que deje a su madre y a él a solas. Ulises manda que se toque música y que dancen las esclavas para que la gente que pase por ahí crea que celebran una fiesta. Cumplieron todas las órdenes de su señor y este se bañó y preparó para hablar con su mujer. Se enfadó con esta por ser tan dura a su llegada y pidió al ama que le preparase una cama para él solo si fuese necesario. Penélope respondió que preparasen la habitación de ambos. Ulises contó entonces cómo él fabricó su lecho nupcial, por lo que Penélope le creyó. Le pidió que no se enfadase con ella, pues lo único que siempre había tenido es miedo de no volver a verlo. Los dos lloraron por el reencuentro y pasaron la noche juntos, contándose todo lo acontecido. Ulises le dice a su mujer que debe cumplir con la profecía que Tiresias le había contado cuando fue al Hades, ofrecer al dios Posidón unas reses hermosas, un carnero y un toro, un montés cubridor de marranas. Los esposos después de gozar del amor deseado, disfrutaban contándose el uno al otro las propias historias.

Canto XXIV

Ulises entró a la casa de su padre, Laertes. Dijo a su hijo y compañeros que mataran al mejor cerdo para después comerlo, que él iría a buscar a su padre, al que encontró triste y empobrecido. Ulises consideró que era mejor hablarle primero sin revelar su identidad, y así lo hizo: le dijo a Laertes que este sabía bien cómo cuidar un campo. Asimismo, le dijo que su aspecto era desaliñado y le preguntó a quién servía. También le dijo que había hospedado al hijo de Laertes y que le había ofrecido muchos dones. El viejo lloró entonces la pérdida de su hijo y le preguntó al forastero quién era y de dónde venía; Ulises respondió que era un forastero llamado Epérito y que venía de Alibante. Su padre volvió a llorar, Ulises no resistió verlo así y le reveló su identidad. El viejo le dijo que si realmente era Ulises que le mostrase un indicio para creerlo, a lo que Ulises le enseñó la cicatriz hecha por un jabalí. Además, le narró todos los árboles que su padre le había dejado. Tras el reencuentro, los dos se dirigen a la casa del padre y Laertes se baña, infundiéndole Atenea una mejor figura. Se reúnen con Telémaco y el resto de los compañeros y se disponen a comer, cuando llega el esposo de la sirvienta, Dolio, que lo reconoce y lo alaba.

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