Roles de Género en Shakespeare: Ofelia y Julieta en la Sociedad Vigilante
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Capítulo 4: Ofelia y Julieta: El género en la sociedad vigilante
El capítulo explora, a través de los personajes de Shakespeare, el papel que la sociedad vigilante asigna al género.
La expulsión, la negación del mundo interno que caracteriza a la sociedad vigilante, produce que los sujetos que la habitan sean lo que el autor llama metonimias, tal vez estereotipos, “personas sometidas a crueles mutilaciones”, ya que con la extirpación del mundo interno se arrebatan partes fundamentales, definitorias del self de esas personas. Más aún, de alguna manera esa mutilación es un requisito de aceptación como ciudadano adulto de pleno derecho en la comunidad, que a partir de ese momento pasará a ejercer un escrutinio perpetuo sobre el individuo, que quedará convertido en un milites, un vigilante, un ciudadano-espía más. Esa pertenencia, esa inclusión en el paisaje psíquico de la comunidad, es lo que el autor llama la tiez.
Uno de los rasgos que la sociedad vigilante más se esfuerza por coartar es la feminidad. Asociada con ternura, receptividad, sensibilidad y olvido del egoísmo, es sin duda un rasgo que no sirve al propósito de guerra constante, de vigilancia. Más bien puede relacionarse con el tiempo de letargia. Así, la feminidad, como rasgo fundamental del self, tanto de hombres como de mujeres, queda proscrita.
En el caso de los hombres, como Claudio, la feminidad es rechazada o ha quedado ausente, como en el caso de Laertes y Polonio tras la pérdida de su madre y esposa. Para las mujeres, la sociedad vigilante reserva un castigo aún mayor, pues se exige el sometimiento, la renuncia a la independencia y la feminidad. Así, las instituciones sociales, como el matrimonio o la familia, someten la feminidad y, más aún, relegan a la mujer a la idolatría y a la envidia a la figura masculina. La idolatría es una amenaza, puesto que vacía al individuo, lo esclaviza. La idolatría puede dirigirse hacia objetos e ideales abstractos (banderas, patrias, ideologías), produciendo la ilusión de omnipotencia, de control sobre el ídolo, pero es el individuo el que se somete.
Es de destacar el papel que cumple el amor, claramente personificado en las marionetas del Bardo Inmortal. El amor puede devenir en idolatría, como Julieta parece intuir y consentir con su matrimonio. El hombre se transforma en el ídolo poseedor de fuerza y poder, con lo que también sale mutilado, metonimizado, del proceso. Es de lo que Hamlet parece querer proteger a Ofelia, evitando con su rechazo a su amor que ésta se entregue a la sociedad que espanta al príncipe. Sin embargo, el amor, el verdadero amor, aquel que no niega el mundo interno, en el que interviene todo el self, permite escapar de la trampa vigilante y rescatar, mediante su completa aceptación, el mundo interno de los amantes, como expresa Romeo con su “Julieta, tu belleza me ha afeminado”.
La feminidad (o su ausencia) juega un papel muy importante en los personajes de Shakespeare. Mientras que Julieta cuenta con su madre y su comadrona que le aportan esta feminidad, esta intimidad, la huérfana Ofelia no tiene más figura femenina que la reina Gertrudis, que se nos muestra vacía de sensibilidad, cómplice del terrible crimen de Claudio. En parte debido a esto, Ofelia no sabe cómo aportarle a Hamlet esa ternura que lo saque de su oscuridad, y clama impotente la ayuda del cielo.