San Agustín: La Antropología del Alma y el Camino al Conocimiento Divino
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La filosofía de San Agustín de Hipona aborda profundamente la naturaleza del ser humano y el proceso del conocimiento, elementos centrales para comprender su vasta obra teológica y filosófica.
Antropología Agustiniana: La Dualidad del Ser Humano
La concepción antropológica de San Agustín es marcadamente dualista, siguiendo el estilo platónico, al diferenciar dos elementos constitutivos del ser humano: el cuerpo y el alma.
- El Cuerpo: Es el elemento material y perecedero.
- El Alma: Es la parte formal y esencial que define propiamente al ser humano. Es una sustancia espiritual, inmortal, simple e indivisible, destinada a regir al cuerpo. San Agustín, influenciado por Platón (especialmente en el Fedón), concibe el alma como inmortal y portadora de las funciones cognoscitivas. Su finalidad última es la sabiduría y la iluminación. Posee dos funciones fundamentales para la filosofía agustiniana: la memoria y la voluntad.
Como se ilustra en el Mito del Carro Alado (una referencia platónica adaptada por Agustín), en ocasiones el alma es incapaz de dirigir al cuerpo, lo que conduce al pecado. La culpa de la condición caída del ser humano se atribuye a nuestros primeros padres, Adán y Eva, y fue heredada por sus descendientes. A partir de la expulsión del Paraíso, el hombre pierde su naturaleza perfecta y se convierte en un ser caído.
Aunque el ser humano lleva el mal en su interior, no está condenado irrevocablemente. Existe la posibilidad de superarlo, ya que está abierto a la gracia divina. El hombre posee un deseo innato de regenerarse y, en el fondo, es bueno, con la posibilidad de redimirse. Sin embargo, no puede lograrlo por sí solo; necesita imperiosamente la gracia de Dios, pues solo Él puede salvar al hombre.
Esta visión contrapone la redención agustiniana al pelagianismo, una doctrina que defendía que el ser humano es capaz por sí mismo de regenerarse del pecado y de alcanzar la salvación, relegando el papel de Dios a un segundo plano.
San Agustín también establece una distinción crucial entre libertad y libre albedrío. Cuando el ser humano elige el mal, está ejerciendo su libre albedrío al optar por un bien inferior. Sin embargo, la verdadera libertad, según Agustín, solo se ejerce cuando se siguen los pasos de Dios, acercándose así a Él. En esta perspectiva, el mal no procede de Dios, sino de la elección humana.
El Camino al Conocimiento en San Agustín: Las Miradas del Alma
El proceso del conocimiento en San Agustín es un ascenso que va de lo exterior a lo interior y de lo interior a lo superior, explicado a través de lo que denomina las miradas del alma. Este ascenso tiene como finalidad última alcanzar la iluminación divina.
Las cuatro "miradas del alma" son:
- Imagen Sensitiva (Conocimiento Sensible): Se adquiere a través de los sentidos, que captan las cosas cambiantes y perecederas del mundo material. Sin embargo, este no es un conocimiento verdadero, sino una simple apariencia que, si no se trasciende, puede llevar al pecado.
- Imagen de la Memoria: La memoria nos permite ser conscientes de nosotros mismos y de nuestra experiencia pasada. Sin ella, no podríamos recordar ni construir nuestro sentido de identidad.
- Imagen del Entendimiento (Conocimiento Inteligible o Racional): San Agustín afirma que "el sabio debe poner en juego su entendimiento". Este nivel se relaciona con un conocimiento científico y racional; no basta con tener información, sino que es necesario comprenderla. Se identifica con la razón inferior, en una analogía con la filosofía platónica.
- Imagen de la Sabiduría o Razón Superior (Conocimiento Contemplativo): En este nivel, el alma accede a las ideas, que son verdades inmutables y eternas. Estas verdades no pueden tener su fundamento sino en un ser eterno e inmutable: Dios. El ser humano alcanza estas verdades a través del alma, que recibe de Dios la luz del conocimiento, un proceso conocido como iluminación divina.
Así, tras estas cuatro miradas del alma, el hombre descubre en sí mismo algo ilimitado que trasciende su propia limitación: el Deus absconditus (Dios escondido) que reside en el interior de cada ser humano.