San Agustín: El Hombre, el Amor y la Ciudad de Dios
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El Hombre según San Agustín
Agustín presenta una visión fluctuante del hombre. Fiel a la tradición divina, lo considera la unión de cuerpo y alma, rechazando la preexistencia del alma, la pluralidad de almas en el hombre y la idea de que la unión con el cuerpo sea consecuencia de un pecado anterior. Posteriormente, adopta el dualismo platónico: el hombre es un alma racional que se sirve de un cuerpo mortal. El alma, inmortal y simple, refleja la imagen de la Trinidad (memoria, inteligencia y voluntad como una sola vida, mente y sustancia).
Su concepción del hombre deriva de la Biblia. Respecto al alma, se inclina por el traducianismo: el alma del hijo es engendrada por los padres. A raíz del pecado original, el alma se vuelve pecadora, prisionera del cuerpo, dominada por la ignorancia y los malos deseos, y solo la gracia de Cristo la libera.
Agustín destaca el papel de la memoria. Gracias a ella, el hombre accede a su propia intimidad y construye su identidad personal. La memoria posibilita la vida anterior y abre el camino a la introspección y la búsqueda interior.
El Amor y la Voluntad
Agustín prioriza la voluntad y el amor sobre el conocimiento. Utilizando el concepto de lugar natural, explica que el amor mueve al hombre; es la fuerza ascendente que lleva al alma a su lugar, estableciendo así el orden.
Las Dos Ciudades
El amor divide a la humanidad en dos ciudades: la ciudad terrena, fundada en el amor propio y el desprecio a Dios, y la ciudad divina, fundada en el amor a Dios y el desprecio a sí mismo. Ante las acusaciones paganas de que el cristianismo causó la caída del Imperio Romano, y la preocupación de que la caída de Roma arrastrara a la Iglesia, Agustín escribe una obra que explica el sentido de la historia.
La Historia y las Dos Ciudades
Agustín presenta una historia lineal, desde la creación hasta el juicio final, dividida en seis edades (como los días de la creación). Su tesis es que, desde la llegada de Cristo, se vive en la última edad, cuya duración solo Dios conoce. El marco de la historia es la lucha entre dos ciudades: la ciudad de los justos y predestinados (ciudad de Dios) y la ciudad de los pecadores y reprobados (ciudad terrena). Ambas subsisten juntas hasta el triunfo final de la ciudad de Dios.