Sócrates y los Sofistas: Pensamiento, Contexto Histórico y Legado Filosófico en la Grecia Clásica

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Sócrates: Vida, Contexto y Legado

Nació en Atenas en el 470 a.C. y murió en el 399 a.C. Vivió en la época más espléndida de la Antigua Grecia, el Siglo de Pericles, en honor al célebre político que convirtió a Atenas en centro de un gran imperio e impulsó su extraordinaria cultura. Ese siglo había presenciado la derrota del inmenso poderío Persa por obra de estados griegos como:

  • Maratón
  • Termópilas
  • Platea

Sócrates tenía poco más de 20 años y pudo ser testigo presencial del proceso de expansión política de Atenas al término de las Guerras Médicas. Todas las edificaciones y obras de arte que embellecieron a Atenas en la época de Pericles —las largas murallas que unían la ciudad con el puerto de Pireo, el Partenón, las estatuas de Fidias, los frescos de Polignoto— fueron comenzadas y terminadas ante sus ojos. Intervino en el sitio de Potidea, sublevada contra Atenas, y en las batallas de Delio y Anfípolis, ocasiones en las que dio muestras de gran valentía y fortaleza.

También fue testigo de la decadencia de Atenas y del paso de la supremacía griega a manos de los espartanos. En el 431 a.C. se había iniciado la Guerra del Peloponeso, que acabó con la derrota de Atenas en el 404 a.C. y el establecimiento de un gobierno filoespartano: el régimen de los Treinta Tiranos. Su pronto derrocamiento por obra de Trasíbulo en el 403 a.C. permitió la restauración de la democracia que, en primer lugar, gracias a Pericles, había producido el ascenso de todos los ciudadanos al poder, es decir, un régimen democrático donde eran los propios ciudadanos quienes intervenían en la asamblea del pueblo.

Murió al beber la cicuta; se tendió en el lecho, se cubrió con una sábana y, bajo esta, esperó la muerte.

Los Sofistas: Maestros de la Retórica y la Virtud

Según se dijo, la participación de los ciudadanos en el gobierno llegó en esta época a su máximo desarrollo. Cada vez intervenía mayor número de gente en las asambleas y tribunales, tareas que hasta entonces habían estado reservadas a la aristocracia. Estos recién llegados a la política sentían la necesidad de prepararse para la nueva tarea que se les ofrecía; deseaban adquirir los instrumentos necesarios para que su actuación en público fuera eficaz.

Por otra parte, necesitaban también expresarse con elegancia, discutir, convencer y ganar en las controversias: el arte de la retórica u oratoria. Los encargados de satisfacer estos requerimientos eran los sofistas. Eran maestros ambulantes que iban de ciudad en ciudad enseñando y cobrando por sus lecciones, y en algunos casos, sumas muy elevadas. No fueron más que meros profesionales de la educación; su finalidad era la de responder a las necesidades de la época.

Hipias, nacido en el 480 a.C., por ejemplo, se hizo famoso por enseñar la mnemotecnia, el arte de la memoria. En general, se consideraban a sí mismos maestros de la virtud. La mayoría de ellos eran preceptores o profesores; sin embargo, algunos alcanzaron verdadera jerarquía, como Protágoras y Gorgias.

Protágoras (480/410 a.C.) dijo: «El hombre es la medida de todas las cosas», es decir, es relativo al sujeto en la esfera del conocimiento. Una cosa es verdadera, justa, buena o bella para quien le parezca, y lo contrario para quien no le parezca. También enseñaba el arte mediante el cual podían volverse buenas las malas razones y malos los buenos argumentos.

La Misión de Sócrates: El Examen del Saber Humano

El origen divino del oráculo convenció a Sócrates de cumplir una misión: la de examinar a los hombres para mostrarles lo frágil de su supuesto saber, para hacerles ver que en realidad no saben nada. Será la de recordarles a los hombres el carácter precario de todo saber humano y librarlos de la ilusión de ese falso saber, la de llevarlos a tomar conciencia de los límites de la naturaleza humana.

Convencido de su misión, Sócrates persigue sin cesar a sus conciudadanos por las plazas, calles, etc., y los interroga constantemente para saber si llevan una vida noble y justa o no, exigiéndoles además en cada caso las razones en que se fundan para obrar tal como lo hacen. Sócrates no comunicaba ninguna doctrina a los que interrogaba; su objeto fue completamente diferente: consistió en el continuo examen de los demás y de sí mismo, considerando que lo más valioso del hombre, lo que lo define, está justo en su capacidad de preguntar.

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