La Supremacía de la Elocuencia Latina: Cicerón frente a los Oradores Griegos según Quintiliano
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Quintiliano, Capítulo 10: La Elocuencia Latina frente a la Griega
Podría comparar legítimamente a Cicerón con cualquiera de los oradores griegos. No ignoro la gran controversia que puedo generar, especialmente porque no es mi intención compararlo con Demóstenes en este momento; y, por tanto, no sería apropiado, ya que considero que Demóstenes debe ser leído como lectura fundamental e incluso aprendido de memoria. Considero que la mayoría de sus virtudes son equiparables, a saber: el criterio, el orden, el método de división y la preparación de todo lo concerniente a la invención.
Comparación de Estilos: Cicerón y Demóstenes
En cuanto a la locución, Cicerón es más denso; Demóstenes, más prolífico. Cicerón concluye de forma más concreta; Demóstenes, de forma más general. Cicerón se distingue por su agudeza; Demóstenes, frecuentemente por su peso. A Cicerón no se le puede quitar nada; a Demóstenes, no se le puede añadir nada. En Cicerón hay más cuidado; en Demóstenes, más naturaleza.
Los romanos superamos en gracia y en empatía, que son los dos afectos de mayor valor. Quizá la costumbre de la ciudad suprimió los epílogos, pero también el genio de la lengua latina nos permitiría menos aquellas cosas que los atenienses admiraban. No hay disputa en cuanto a las cartas o los diálogos, aunque existen de ambos; sin embargo, Demóstenes no tiene diálogos y Cicerón sí. Debe reconocerse a Demóstenes que fue el primero y que, en gran parte, hizo a Cicerón tan grande como es.
La Grandeza de Marco Tulio Cicerón
Marco Tulio Cicerón parece haber imitado la fuerza de Demóstenes, la abundancia de Platón y la gracia de Sócrates, al haberse dedicado por completo a la imitación de los griegos. Y no solo persiguió con su estudio lo mejor de cada uno, sino que la riquísima fecundidad de su ingenio inmortal extrajo de sí mismo muchas, o mejor dicho, todas las virtudes. No recoge las aguas de la lluvia, como dice Píndaro, sino que rebosa de un manantial vivo, engendrado por ciertos dones de la providencia, en el que la elocuencia despliega todas sus fuerzas.
¿Quién puede enseñar de forma más diligente o mover de forma más vehemente a quien poseía tanta dulzura? De tal manera que creerías que esas mismas cosas que arranca con la persuasión las consigue; y aunque lleva al juez a cambiar de opinión con su fuerza, sin embargo, el juez no parece raptado, sino que parece que lo sigue voluntariamente. En todo lo que dice hay tanta autoridad que da vergüenza disentir; no representa el oficio de abogado, sino la fe de un testigo o un juez.
Mientras tanto, todas estas cosas que, una por una, apenas nadie puede conseguir con intensísima preocupación, fluyen sin esfuerzo; y ese discurso, del cual ninguno más hermoso se ha oído, muestra una facilidad más feliz. Por lo cual, no de forma inmerecida, los hombres de su edad decían que Cicerón reinaba en los juicios; en los hombres del futuro consiguió esto: que Cicerón no se considerara un hombre común, sino la personificación de la elocuencia.