El Teatro Romano: Orígenes, Evolución y Grandes Dramaturgos

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El Teatro Romano: Orígenes, Evolución y Géneros Clave

El teatro en Roma ya poseía una rica tradición popular antes de la influencia de la cultura griega. Entre sus primeras manifestaciones se encontraban las farsas y el mimo. Su desarrollo significativo se atribuye a la influencia helénica, especialmente durante la Primera Guerra Púnica, período en el que los romanos establecieron un contacto más estrecho con la cultura griega en el sur de Italia.

El primer autor teatral conocido en Roma fue Livio Andrónico. En aquella época, no existía una distinción clara entre comedia y tragedia, y todas las representaciones se denominaban fábulas. Estas se clasificaban principalmente según su origen y temática:

  • Fábula Crepidata: Tragedias de tema griego, adaptadas al latín.
  • Fábula Praetexta: Tragedias con temas y personajes romanos.
  • Fábula Palliata: Comedias de tema griego, adaptadas al contexto romano.
  • Fábula Togata: Comedias con temas y personajes romanos, surgidas posteriormente.

Los dramaturgos romanos no se limitaban a adaptar obras griegas; también mezclaban elementos de diferentes historias en una misma obra, un proceso conocido como contaminatio. Los primeros teatros estables surgieron en el siglo III a. C. Es importante destacar que todos los actores eran hombres, y algunos interpretaban varios personajes en una misma obra. La música y el canto desempeñaban un papel crucial, aunque el coro, a diferencia del teatro griego, no se mantuvo como elemento central. La entrada a las obras era gratuita, lo que facilitaba su popularidad.

La Comedia Romana: De la Palliata a la Togata

La fábula palliata, el subgénero cómico predominante, se inspiró directamente en la Comedia Nueva griega, cuyos principales exponentes fueron Dífilo, Filemón y Menandro. Era una comedia de costumbres que abordaba situaciones universales, fácilmente reconocibles por el público romano.

Desde el autor Nevio, la práctica de la contaminatio se volvió común, lo que impulsó la adaptación latina de la comedia y, eventualmente, el surgimiento de la fábula togata, que reflejaba la vida y las costumbres romanas. Las fabulae palliatae poseían una estructura clara, que incluía elementos como las didascalias (información sobre la obra), el argumento, el prólogo, el diálogo y los cantos (cantica).

Entre los primeros dramaturgos destacados se encuentran Andrónico y Ennio, pero fue Nevio quien dio un impulso significativo a la comedia antes de la llegada de Plauto. Gracias a las obras de Plauto y Terencio, hoy tenemos un conocimiento profundo de la evolución de la comedia en Roma.

Tito Maccio Plauto (c. 254-184 a. C.)

Nacido en Sársina (Umbría) a mediados del siglo III a. C., Tito Maccio Plauto se vio obligado a realizar trabajos forzosos en Roma tras arruinarse. En su tiempo libre, comenzó a escribir comedias, alcanzando un éxito rotundo. Falleció en el 184 a. C. De su extensa producción, solo 21 obras han sido confirmadas como auténticas. Entre las más célebres se encuentran Anfitrión, Aulularia (La olla), Miles Gloriosus (El soldado fanfarrón) y Captivi (Los cautivos).

Sus comedias, enmarcadas en el subgénero de la fábula palliata, son adaptaciones de obras griegas, especialmente las de Menandro. Estructuradas generalmente en cinco actos y con un prólogo, presentan personajes arquetípicos como soldados fanfarrones, esclavos astutos y parásitos aduladores. El principal objetivo de Plauto era entretener y provocar la risa, lo que le granjeó una inmensa popularidad entre el público romano.

Publio Terencio Afro (c. 190-159 a. C.)

Nacido en Cartago hacia el 190 a. C., Publio Terencio Afro llegó a Roma como esclavo, pero logró obtener su libertad y se integró en un influyente círculo literario. Murió joven, dejando solo seis comedias, entre las que destacan Andria (La muchacha de Andros), El Eunuco y Los Hermanos, todas ellas basadas en modelos griegos.

Aunque sus obras comparten una estructura similar a las de Plauto, Terencio se distingue por un estilo más refinado y una clara intención moralizante. A pesar de no haber sido tan popular en su época como Plauto, su elegancia y profundidad lo convirtieron en una figura muy admirada durante la Edad Media y el Renacimiento.

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