La Tercera Guerra Carlista: Origen, Desarrollo y Consecuencias

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Origen de la Tercera Guerra Carlista

En 1872, los carlistas iniciaron una nueva guerra en el norte de España. Animados por la idea de sentar en el trono a su candidato, Carlos VII, se sublevaron en el País Vasco. La rebelión se extendió rápidamente a Navarra y a zonas de Cataluña, convirtiéndose en un foco permanente de problemas e inestabilidad.

La Tercera Guerra Carlista se inició tras el destronamiento de Isabel II, durante el Sexenio Democrático. El carlismo había revivido como fuerza política gracias al clima de libertad que introdujo la revolución de la “Gloriosa”. Sin embargo, la llegada al trono de Amadeo de Saboya provocó la insurrección armada de una parte de los carlistas, mientras que otra facción optó por la vía política, constituyendo una pequeña fuerza de oposición a la nueva monarquía con posiciones enormemente conservadoras.

Desarrollo del Conflicto

El pretendiente al trono era Carlos VII. El conflicto se extendió hasta la llegada de Alfonso XII, que supuso la definitiva derrota del carlismo. La Restauración borbónica privó a la causa carlista de una buena parte de su hipotética legitimidad, lo que llevó a algunos carlistas a reconocer a Alfonso XII como rey.

El esfuerzo militar del gobierno a lo largo de 1875 hizo posible la reducción de los núcleos carlistas en Cataluña, a pesar de que habían conseguido algunos éxitos militares en las batallas de Alpens y Castellfollit. La intervención del ejército al mando de Martínez Campos forzó finalmente la rendición de los carlistas en Cataluña, Aragón y Valencia.

Sin embargo, el conflicto continuó unos meses más en el País Vasco y Navarra, donde se concentró la mayor parte del ejército gubernamental. Las fuerzas del gobierno consiguieron debilitar la resistencia navarra y vasca hasta su total rendición en 1876. En febrero de ese mismo año, Carlos VII cruzó la frontera francesa hacia el exilio, lo que marcó el final de la guerra en todo el territorio.

Consecuencias de la Tercera Guerra Carlista

La consecuencia inmediata de la derrota carlista fue la abolición definitiva del régimen foral. Los territorios vascos quedaron sujetos al pago de los impuestos y al servicio militar, comunes a todo el Estado. Sin embargo, en 1878 se estipuló un sistema de conciertos económicos que otorgaba un cierto grado de autonomía fiscal a las Provincias Vascas. En virtud de este sistema, las provincias vascas pagarían anualmente a la administración central una determinada cantidad recaudada directamente por las Diputaciones Provinciales.

El final de esta guerra permitió al gobierno concentrar sus recursos en la insurrección cubana, lo que contribuyó al fin de la Guerra de los Diez Años (1868-1878).

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