Tesoros Mitológicos: Hespérides, Fundación de Roma y el Origen de las Musas

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El Jardín de las Hespérides

El Jardín de las Hespérides era una espléndida arboleda cuyos árboles tenían manzanas doradas que, al comerlas, daban la inmortalidad. Este extraordinario jardín procedía de las manzanas que Gea, la diosa de la Tierra, había regalado a Hera en ocasión de su matrimonio con Zeus. Estaba vigilado constantemente por las ninfas Egle, Eritia y Hesperetusa.

El séptimo de los trabajos que el rey de Micenas, Euristeo, impuso a Hércules durante los doce años en que lo tuvo a su servicio, consistía en robar las manzanas de oro del jardín. Según la versión más aceptada, Hércules pidió al gigante Atlas, al que la leyenda hacía padre de las Hespérides, que robara las manzanas para él.

La Fundación de Roma

Roma fue fundada, según la tradición, por dos hermanos gemelos, Rómulo y Remo, que, acompañados de bandidos y vagabundos expulsados de sus propias ciudades, decidieron fundar un nuevo asentamiento junto al río Tíber. Sin embargo, los dos hermanos no se ponían de acuerdo acerca del lugar en que levantarían su ciudad. Remo prefería el promontorio del Aventino, mientras que Rómulo se inclinaba por la colina del Palatino. Así las cosas, decidieron dejar su disputa al arbitrio de los dioses y, apostados cada uno en su colina, se quedaron esperando una señal de lo alto.

La mañana del 21 de abril del año 753 a. C., Remo contemplaba el limpio cielo primaveral desde la cima del Aventino cuando divisó seis enormes buitres sobre su colina. Lleno de euforia, echó a correr hacia Rómulo para anunciarle su victoria. Sin embargo, en ese mismo instante, una bandada de doce pájaros sobrevolaba el Palatino. Seguro de su victoria, y sin esperar la llegada de su hermano, Rómulo cogió un arado y comenzó a cavar el pomerium, el foso circular que fijaría el límite sagrado de la nueva ciudad, prometiendo dar muerte a quien osara atravesarlo.

Pero Remo, enojado por su derrota, lo cruzó desafiante de un salto. Obligado por el juramento que acababa de pronunciar, Rómulo dio muerte a su hermano, que fue el primero en pagar con su vida la violación de la frontera sagrada de Roma.

Esta leyenda encerraba para los romanos una halagüeña promesa: su ciudad sería perfecta y jamás tendría fin, como el foso que rodeaba el Palatino. Pero contenía también una oscura amenaza: la sombra del fratricidio sobre la que estaba fundada planearía como una maldición sobre Roma, en cuya historia abundaron los asesinatos y las guerras civiles.

El Rapto de las Sabinas

Para poblar la ciudad recién creada, Rómulo aceptó todo tipo de prófugos, refugiados y desarraigados de las ciudades vecinas, de procedencia latina. La colonia estaba formada íntegramente por varones, pero para construir una ciudad se necesitaban también mujeres. Pusieron entonces sus ojos en las hijas de los sabinos, que habitaban la vecina colina del Quirinal.

Para hacerse con ellas, los latinos organizaron una gran fiesta, con carreras de carros y banquetes y, cuando los sabinos se encontraban vencidos por los vapores del vino, raptaron a sus mujeres. Al regresar a sus casas y descubrir el engaño, los sabinos declararon de inmediato la guerra a los latinos.

El Origen de las Musas

En la mitología griega, las Musas (en griego Μοῦσαι Mousai) eran, según los escritores más antiguos, las diosas inspiradoras de la música y, según las nociones posteriores, divinidades que presidían los diferentes tipos de poesía, así como las artes y las ciencias. Originalmente fueron consideradas ninfas inspiradoras de las fuentes, cerca de las cuales eran adoradas, y llevaron nombres diferentes en distintos lugares, hasta que la adoración tracio-beocia de las nueve Musas se extendió desde Beocia al resto de las regiones de Grecia y, al final, quedaría generalmente establecida.

Finalmente, terminaría consolidándose en toda Grecia el número de nueve Musas. Homero menciona unas veces a una Musa (en singular) y otras a unas Musas (en plural), pero solo una vez (La Odisea xxiv.60) dice que eran nueve. Sin embargo, no menciona ninguno de sus nombres. Hesíodo (Teogonía, 77 y ss.) es el primero que da los nombres de las nueve, que a partir de entonces pasaron a ser reconocidos. Plutarco afirma que en algunos lugares las nueve eran llamadas por el nombre común de Mneiae (‘recuerdos’).

Las nueve Musas canónicas son:

  • Calíope: Poesía épica
  • Clío: Historia
  • Erato: Poesía lírica
  • Euterpe: Música
  • Melpómene: Tragedia
  • Polimnia: Cantos sagrados
  • Talía: Comedia
  • Terpsícore: Danza
  • Urania: Astronomía

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