La Transformación Intelectual de San Agustín: De Maniqueísmo a la Ciudad de Dios
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El Contexto Vital y Filosófico de San Agustín
San Agustín no solo vivió una época de rápido y dramático cambio, sino que él mismo estaba en constante evolución. Su vida fue un reflejo de los turbulentos tiempos que le tocó vivir, marcados por profundas transformaciones sociales y religiosas.
Una Búsqueda Personal e Incesante
San Agustín experimentó los problemas uno tras otro, saboreó sus dificultades, buscó las soluciones y las elaboró por sí mismo. Por eso, su filosofía es la filosofía de una personalidad: lleva en todas partes el cuño de lo personal e individual. La lectura de Cicerón fue un punto de inflexión que le iluminó en su camino intelectual.
El Maniqueísmo: La Cuestión del Mal
Desde el año 373 y durante nueve años, San Agustín fue un “oyente” maniqueo. En el maniqueísmo, buscó la respuesta a una pregunta que, desde su conversión a la filosofía, le atormentaba: “¿Por qué causas hacemos el mal?”. La respuesta maniquea era el dualismo: el mal no podía provenir de un Dios bueno, sino de una fuerza hostil del mal, de igual poder, eterna y totalmente opuesta, que invadía lo bueno.
El Neoplatonismo: Un Puente hacia la Fe
El Neoplatonismo representó el primer y decisivo encuentro de San Agustín con la metafísica. El contacto con el Neoplatonismo de Plotino produjo en San Agustín la firme convicción de su afinidad con la fe cristiana, sentando las bases para su futura conversión.
La Conversión Definitiva al Cristianismo
Más tarde, el contacto en Milán con San Ambrosio, a partir del año 384, condujo a San Agustín a convertirse definitivamente al cristianismo en el año 386, cuando tenía treinta y tres años. Aunque lo había conocido en la infancia a través de su madre, Santa Mónica, no se había bautizado hasta entonces. En la lectura de las Cartas de San Pablo, encontró la convicción que buscaba desde hacía tiempo para superar sus pasiones: que el hombre es presa del pecado y que nadie puede librarse de él sin la gracia de Cristo.
La Génesis de La Ciudad de Dios
San Agustín comenzó a escribir una de sus obras más importantes, La Ciudad de Dios, en el año 413, tres años antes del saqueo de Roma por Alarico. Su intención era doble: refutar a quienes sostenían que la religión cristiana tenía la culpa de la caída del Imperio Romano, y ofrecer una teología y filosofía de la historia que alentara a quienes desfallecían, influidos por los temores supersticiosos de la época, y comprendieran la labor del Espíritu en la historia de la humanidad.