Trayectoria Poética de Miguel Hernández: Evolución y Compromiso

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Trayectoria poética de Miguel Hernández: Evolución de su poesía

Miguel Hernández Gilabert nació en Orihuela en 1910 y murió en la cárcel de Alicante en 1942. A pesar de su muerte precoz a los 32 años, posee una obra intensa y está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. La figura de Miguel Hernández sirve de puente entre dos etapas de la poesía española: por una parte, su precocidad y su aproximación al grupo del 27 hicieron que Dámaso Alonso le llamara “genial epígono” de esta generación; por otra parte, por edad, se le incluye a veces en la llamada generación del 36. Pero a pesar de que nace en 1910, como dice Dámaso, Miguel Hernández sigue las huellas literarias del grupo del 27 en una carrera densa y acelerada.

En los 10 años que median entre su primer libro, Perito en Lunas, escrito en 1932 y publicado a principios de 1933, y sus últimos poemas (compuestos entre los años 1938 y 1942, correspondientes al ciclo de Cancionero y romancero de ausencias), la obra poética de Miguel Hernández recorre e ilustra las distintas tendencias de la lírica de los años 30, década caracterizada por la progresiva rehumanización de la poesía tras el ideal estético del arte puro de los años 20 que impondrían las vanguardias y los jóvenes poetas del 27.

Tras unos poemas iniciales en su pueblo natal, Miguel Hernández marcha a Madrid (1931). Nace así Perito en Lunas, es una transmutación de la realidad. El poeta canta cuanto le rodea, cuanto constituye su mundo, enjoyándolo con un lenguaje artificioso y recargado, como si quisiera salvarlo de su vulgar cotidianidad. En una especie de acertijo poético, el poeta, sobre la base de algo concreto y real procede con una acumulación de alusiones metafóricas, hasta que el núcleo desaparece bajo la ola alusiva. Perito en Lunas encaja en la parte lúdica de los ismos de la generación del 27, que en la poesía que va a escribir la generación del 36, a la cual pertenecería el poeta por fecha de nacimiento.

La plenitud poética la inicia con un libro escrito entre 1934 y 1935, y publicado en 1936, El rayo que no cesa, libro central y mayor en la poesía española contemporánea. El poeta asimila las formas y los temas clásicos: las contradicciones del barroco y el clasicismo de Garcilaso; pero, además, da rienda suelta a sus emociones, a su verdad personal; asistimos a una poesía fluida, apasionada, cálida y muy humana, que contrasta con Perito en Lunas. En esta obra el amor aparece tratado de un modo cercano al del Cancionero de Petrarca, donde la amada es idealizada y presentada como la causa del sufrimiento del poeta. Durante esta etapa, Miguel Hernández se debate entre una moral rígida que ahoga cualquier manifestación amorosa y una libertad deseada, dualidad que será decisiva para comprender el libro: el poder benefactor del amor y la frustración a la que lleva la insatisfacción del deseo amoroso. El resultado es un libro de amor atormentado.

El libro se compone, sobre todo, de sonetos. Entre 1935 y 1937 escribe una serie de poemas sueltos que ahondan en su sentido trágico de la existencia: contienen presagios de muerte y anuncian su conciencia social. Son significativos títulos como “Vecino de la muerte” o “Sonreídme”, poemas donde aparece la influencia del surrealismo. Con la guerra, Miguel Hernández pone su persona y su pluma al servicio de la zona republicana. Inicia una poesía comprometida. El poeta, que es intérprete de los sentimientos colectivos, dirige su poesía al pueblo. Esta etapa de poesía comprometida tiene su máxima expresión en Viento del pueblo, donde introduce la novedad del romance. Muchos de estos textos eran recitados por su autor en las trincheras, en pleno combate, en los campamentos, para enardecer los ánimos de los soldados.

En la misma línea de poesía combativa se inscribe El hombre acecha, obra en la que irrumpe un acento de dolor por la tragedia de la guerra. También se incorporan en este libro unas composiciones muy elaboradas sobre el mundo de la técnica y la industria que exaltan la producción del mundo socialista, como resultado de su viaje a la URSS. En este y en el anterior libro la preocupación estética es menor: estamos ante una poesía de urgencia creadora. El lenguaje poético es más claro, más directo. La preocupación y el dolor acumulados en El hombre acecha desembocan en el Romancero y cancionero de ausencias (1938-1942), su segunda gran cumbre poética. Miguel Hernández depura de nuevo su expresión, inspirándose ahora en las formas más breves de la lírica popular. Prescinde aquí de toda retórica que no resulte esencial y suficiente para expresar su nueva y desnuda verdad humana. Verso corto, palabra sobria, imágenes precisas.

El libro se inicia a finales del 38, con el dolor por la muerte de su hijo. Breves poemas dedicados al niño, a la madre, a sí mismo, constituyen la primera gran ausencia. La guerra y sus separaciones, la prisión y los recuerdos del horror, significan las otras dos ausencias. El desencanto del hombre, animalizado por la guerra, el fracaso del ideal solidario y el triunfo del odio configuran los principales temas de este hondo libro.

Los poemas de Miguel Hernández no se parecen en nada a los de Lorca o Alberti ya que no pretenden de ningún modo ser expresión popular, sino personal. Son más individualistas y más sinceros. Por lo que respecta a la significación de la obra hernandiana: resume las principales direcciones que caracterizarán la poesía de los años 30 y es testimonio cimero de la fuerza humana de su autor, expresada con una palabra vigorosa, arrebatada, intensa y emotiva. Muerto en 1942, Miguel Hernández dejaba en la poesía española de posguerra una rehumanización llevada a los más hondos y sinceros acentos de solidaridad humana. Por ello, y por su contribución a una poesía social, abrió el camino de la poesía de posguerra.

El compromiso social y político en la poesía de Miguel Hernández

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27. El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Cuando en marzo de 1934 viaja por segunda vez a Madrid, comienza para él una nueva etapa en la que se introducirá en la intelectualidad de la capital y se desprenderá definitivamente del influjo del ambiente oriolano, lo que provocará una crisis personal y poética de la que saldrá su voz definitiva.

En 1931 se incorporará a las "Misiones Pedagógicas", un proyecto educativo español creado en el seno de la Segunda República para difundir la cultura general en aldeas y villas, donde los índices de analfabetismo eran altísimos. Es así como comienza el compromiso social del autor de Perito en lunas (1932). El estallido de la guerra civil en julio de 1936 obliga a Miguel Hernández a dar el paso al compromiso político. Ingresa como voluntario en el 5º Regimiento y más tarde es nombrado Jefe del Departamento de Cultura.

Esta poesía quedará recogida en Viento del pueblo, obra publicada en Valencia en 1937. Se trata de un poemario comprometido formado por múltiples composiciones que denuncian las injusticias y se solidarizan con el pueblo oprimido. La voz poética se alza ahora para proclamar el amor a la patria, para educar a los suyos en la lucha por la libertad y para increpar a quienes tiranizan al ser humano. El optimismo de Miguel Hernández comienza a diluirse al comprobar la insensibilidad de Europa hacia el drama que se vive en España. Pese a la alegría por el nacimiento de su primer hijo, la poesía hernandiana deriva hacia un progresivo pesimismo intimista, con lo que su fe en el hombre se va debilitando. A esta etapa pertenece El hombre acecha (1939), un volumen donde el poeta pasa de exaltar a los héroes a lamentarse por las víctimas. Al acabar la guerra, Miguel Hernández es detenido. En septiembre de 1939, al salir provisionalmente de la cárcel y antes de volver a ella de manera definitiva, entregó a su esposa, Josefina Manresa, un cuaderno manuscrito que había titulado Cancionero y romancero de ausencias, que contenía poemas que comenzó a escribir en 1938 a raíz de la muerte de su primer hijo. Se trata de un libro unitario pero inconcluso que se fue ampliando con poemas escritos desde la cárcel que los editores recogieron posteriormente. Con este último poemario, Miguel Hernández alcanzó la madurez poética con unas composiciones que beben de la sencillez de la lírica popular y abordan los temas más obsesionantes de su mundo poético: el amor, la vida y la muerte, sus "tres heridas".

Tradición y vanguardia en la poesía de Miguel Hernández

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27. El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias.

Miguel Hernández se inspira en la tradición literaria. Garcilaso, Quevedo, Lope de Vega y, sobre todo, Luis de Góngora se convierten así en sus principales referentes desde bien temprano. De hecho, el gongorismo es una tendencia que ya se aprecia en su primer poemario de 1932, Perito en lunas.

El rayo que no cesa, su segunda publicación, de 1936, entronca no solo con el surrealismo, sino también con la tradición, de la que toma la métrica clásica y los motivos temáticos, que nos remiten al Cancionero de Petrarca, donde la amada es idealizada y presentada como la causa del sufrimiento del poeta. Cancionero y romancero de ausencias. Miguel Hernández depura de nuevo su expresión, inspirándose ahora en las formas más breves de la lírica popular. Prescinde aquí de toda retórica que no resulte esencial y suficiente para expresar su nueva y desnuda verdad humana. Verso corto, palabra sobria, imágenes precisas. Tiende Miguel Hernández ahora a una clara síntesis conceptual y lingüística, con notoria reducción de formas (eliminación de signos gráficos, elisión de elementos gramaticales, etc.). Iniciado en 1938 a raíz de la muerte de su primer hijo, esta obra póstuma se fue nutriendo con poemas escritos desde la cárcel que los editores recogieron posteriormente. El neopopularismo está presente no solo en su último poemario, sino también en Viento del pueblo (1937). Miguel Hernández busca ahora una poesía más directa y cercana a los oprimidos; una poesía que pone de manifiesto, en muchos momentos, su carácter oral y épico.

Se puede concluir que en la obra de Miguel Hernández se origina una clara simbiosis entre tradición y vanguardia, y que el predominio de una u otra influencia viene determinado por la propia evolución del artista y por las necesidades expresivas de cada etapa.

La vida y la muerte en la poesía de Miguel Hernández

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27. El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Podríamos decir que toda su producción es una constatación de la terrible definición del filósofo alemán Heidegger: “el hombre es un ser para la muerte”. En efecto, en la poesía de Miguel Hernández se da perfectamente un discurrir dramático que comienza con la vida más elemental y balbuceante, una vida casi festiva, inconsciente y de ficción, que poco a poco, conforme se va configurando el sufrimiento y se va desarrollando la funesta historia personal del poeta, acaba por deslizarse por la pendiente de la tragedia. La mayor parte de los primeros poemas contiene un soporte de cierta despreocupación consciente, de vitalismo despreocupado y hasta, en ciertas ocasiones, de optimismo natural: en esta época su vida va por un camino y su obra por otro.

En su primera etapa, son muchos los poemas en los que se rinde homenaje a la naturaleza. Todo lo vivo es bello, todo lo vivo inspira una gracia contagiosa y sin aristas. Más allá de la vida que confiere a las cosas, el vitalismo de Miguel Hernández percibe los objetos como si estuvieran vivos. Las "heridas" hernandianas ("la de la vida, la del amor y la de la muerte") comienzan a sentirse en El rayo que no cesa (1936), cancionero de la pena amorosa, del sentimiento trágico del amor y de la idea de que la vida es muerte por amor.

En la poesía de Miguel Hernández, amor y muerte se plasman en los símbolos del toro y la sangre, a los que se une una constelación de elementos cortantes e hirientes como la espada, el cuchillo, el rayo, los cuernos o el puñal, instrumentos fulminadores para el poeta. Con la llegada de la guerra, la voz poética adquiere un tono combativo en Viento del pueblo (1937), donde la muerte se convierte en parte de la lucha por la victoria. Así se aprecia en El hombre acecha (1939), donde los muertos ya no son héroes sino víctimas y donde el último estertor rige el destino de los oprimidos. Sin embargo, es en Cancionero y romancero de ausencias, su último volumen, donde los poemas se oscurecen definitivamente con el desengaño y la carencia de todo. La muerte de su primer hijo, la pérdida de la guerra, el odio de la posguerra, la condena a muerte, la posterior enfermedad y la soledad configuran este poemario de la desolación, cercano a la desnudez de la verdad más dura y terrible. En suma, la obra de Miguel Hernández, no solo fusiona gongorismo, simbolismo y ultraísmo, sino que también explora los territorios del surrealismo y de la poesía impura (El rayo que no cesa), sin olvidar su incursión en la poesía social y cívica (Viento del pueblo) o su aproximación al neopopularismo del Cancionero y romancero de ausencias.

Temas poéticos de Miguel Hernández

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27. El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Desde siempre, Miguel Hernández ha estado muy ligado a la naturaleza, como poeta y como persona.

En sus versos de adolescencia plasmó la belleza de la realidad circundante. Perito en lunas (1932), en el que mantiene esa tendencia de reflejar una naturaleza embellecida a través del empleo de inagotables recursos literarios, especialmente la metáfora. Pero a partir de El rayo que no cesa (1936), la naturaleza se convierte en parte sustancial del poeta Miguel Hernández; ya no se trata tan solo de una fuente de inspiración, sino que se integra en la temática creando símbolos y sistemas de asociaciones. Así, las flores, vergeles y vegas remiten al amor; el huerto, a la fecundidad; y el oasis, a la amada. Lo mismo sucede con los fenómenos atmosféricos, ligados a la fuerza de los sentimientos. El viento, que encarna las ansias de libertad, o de la tormenta, representación del dolor. La poesía hernandiana se nutre, además, de símbolos del animalario. Desde El rayo que no cesa hay un paralelismo simbólico entre el poeta y el toro, destacando en ambos su destino trágico de dolor y de muerte, su virilidad, su corazón desmesurado, la fiereza y la pena. En contraposición al toro, el buey representará después, en "Vientos del pueblo me llevan", la mansedumbre, la sumisión y la cobardía. Por otra parte, la poesía del oriolano se modula en torno a tres grandes temas de la poesía de siempre: el amor, la vida y la muerte.

El rayo que no cesa, su principal poemario amoroso. Los ejes dominantes de este volumen son, pues, la queja dolorida, el desdén de la amada y el amor como muerte.

A medida que avanza el conflicto bélico, la posibilidad de la victoria se aleja y el espectáculo cruento del enfrentamiento fratricida se intensifica. El hombre acecha (1939), es un texto donde el poeta pasa de exaltar a los héroes a lamentarse por las víctimas. Las últimas vivencias del poeta, el fallecimiento de su hijo, la derrota, la caída de la República, su encarcelamiento, su soledad se plasman en su último poemario: Cancionero y romancero de ausencias. Miguel Hernández alcanza así la madurez poética con unas composiciones que beben de la sencillez de la lírica popular y abordan los temas más obsesionantes de su mundo lírico: el amor, la vida y la muerte, sus "tres heridas".

Lenguaje poético de Miguel Hernández: Símbolos

Nacido en 1910 en el seno de una familia humilde, el oriolano Miguel Hernández Gilabert está considerado como uno de los poetas más significativos del siglo XX. Aunque cronológicamente pertenece a la Generación del 36, varios factores lo relacionan estrechamente con la del 27. El más importante es la fusión de tradición e innovación en su obra, fruto de la temprana lectura de los clásicos españoles y de la influencia de las vanguardias. Su universo poético se va forjando a medida que evoluciona su concepción del mundo, creando así una obra propia y personal que lo convierte en un artista complejo y original que no solo se somete a la influencia de la imaginería de los clásicos del Siglo de Oro o de los grandes poetas contemporáneos, modelos líricos de Miguel Hernández desde bien temprano. Grosso modo, su lenguaje poético atraviesa por las siguientes fases:

  1. El gongorismo presente en Perito en Lunas (1932), donde el autor ostenta una gran destreza verbal e imaginativa e incorpora una amplia gama de recursos característicos del creador del Polifemo: octava real, hermetismo, complejidad metafórica, léxico culto, bruscos hipérbatos que quiebran la sintaxis lógica...
  2. El clasicismo de El rayo que no cesa (1936), poemario de temática amorosa que nos remite al Cancionero de Petrarca y en el que emplea la metáfora surrealista. Se trata de un volumen especialmente rico en recursos retóricos (aliteraciones, hipérboles, epanadiplosis, ...) que se nutre de la métrica clásica: sonetos, redondillas, silvas o tercetos encadenados. El autor exalta el amor como fuerza benefactora y lamenta su deseo insatisfecho.
  3. El lenguaje directo y claro de Viento del pueblo (1937), formado por una serie de poemas comprometidos que pretenden defender la libertad e increpar a los tiranos. La silva, el romance o el soneto alejandrino son las estrofas más empleadas en él.
  4. El neopopularismo de Cancionero y romancero de ausencias, integrado por composiciones de verso corto y de rima asonante que beben de la sencillez de la lírica tradicional y que concentran, por consiguiente, recursos que favorecen la musicalidad o la expresividad.

Con respecto a los símbolos que le sirven a Miguel Hernández como vehículo expresivo, se aprecia que varían en intensidad y significado según la etapa evolutiva y la trayectoria poética de Miguel Hernández. La crítica establece dos fuentes y ambas proceden de la naturaleza. La primera nos conecta con lo telúrico, es decir, con los elementos terrenales (toro, tierra...); la segunda, en cambio, se vincula con lo cósmico (luna, rayo, lluvia, viento...).

En definitiva, el lenguaje poético de Miguel Hernández experimenta una serie de cambios a lo largo de la trayectoria del poeta; transformaciones que afectan del mismo modo a una métrica que varía en función de la temática y la intención expresiva del autor.

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