Las Vías Tomistas: Explorando la Perfección y el Orden Divino

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Ser Perfectísimo e Inteligencia Ordenadora

Ambas nociones consideran a Dios como el ser al que remiten las dos últimas vías tomistas: la cuarta, basada en los grados de perfección que pueden observarse en el mundo (de clara influencia platónica), y la quinta, que parte de la constatación del orden y de la finalidad que apreciamos en la naturaleza (de influencia platónica y aristotélica).

La Cuarta Vía: Grados de Perfección

Platón afirmaba que todos los objetos del mundo sensible son los que son por su participación en las ideas del mundo inteligible. Así, algo es bello en cuanto que participa de la idea de belleza. En las cosas de este mundo encontramos una jerarquía de valores, o lo que es lo mismo, diferentes grados de ser (hay cosas más o menos buenas, nobles, verdaderas…). Así, debe existir causa y medida del ser, de la bondad… Y de todos los valores que en mayor o menor grado encontramos en las cosas de este mundo, de la misma forma que el fuego como máximo calor es la causa del mayor o menor grado del calor en las cosas.

En consecuencia, hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad y de cualquier otra perfección. El que tiene la perfección absoluta es Dios, que es por ello sumamente veraz, sumamente bueno y noble y, en consecuencia, máximo ser.

La Quinta Vía: El Gobierno del Mundo

La quinta vía tiene en cuenta lo que Santo Tomás llama el gobierno del mundo; en esta vía se parte del orden y de la finalidad que en él puede apreciarse. Se puede constatar, dice Tomás, que el mundo es un cosmos y no un caos, pues en el mundo hay orden y en él todas las cosas se orientan a fines. El ser humano, poseedor de conocimientos, propone sus propios fines en base a su libre albedrío, pero también otros seres sin conocimiento, como los animales y las plantas, obran por un fin. ¿Qué es lo que dispone estos fines? Se podría responder que el azar, pero Tomás de Aquino desmiente esta afirmación. El azar no puede ser una explicación, porque (y aquí el Aquinate sigue a Aristóteles), el azar no es una causa y no puede ser causa de orden cósmico.

Tenemos pues que, puesto que no podemos remontarnos infinitamente en la búsqueda de causas, tiene que existir un intelecto, una inteligencia infinitamente superior a la del ser humano, capaz de ordenar los objetos hacia sus fines concretos de la misma forma que la flecha es dirigida por el arquero, creando así un orden.

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