A fábula de La Fundación: realidade e ficción
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La fábula LF
Buero Vallejo subtituló La Fundación como Fábula en dos partes. Transcurre en una habitación compartida por seis hombres en el seno de una Institución en la que, supuestamente, todos se dedican a desarrollar proyectos de investigación. Cuando se desvela la realidad descubrimos que los seis hombres son presos políticos y que el protagonista, Tomás, incapaz de afrontar sus responsabilidades se ha refugiado en una ensoñación. Así, como si se tratara de una fábula verdadera, plantea al espectador el eterno problema de la realidad y la ficción, producido por el rechazo del mundo exterior, por la imaginación, por el trastorno mental o por la alucinación. Debido a ese enfrentamiento surge un sentido de crisis del concepto de lo real.
Al final del drama, la celda se transforma de nuevo en la hermosa habitación de una Fundación, lista para acoger a nuevos inquilinos. Los testigos de esa nueva transformación somos nosotros, los espectadores, que de alguna manera también debemos elegir. Llama la atención su estructura circular, ya que en el último momento vuelve a surgir la decoración de la Fundación y se vuelve a escuchar la Pastoral de Rossini como al principio. En realidad, como ha señalado el propio dramaturgo, en este final está la clave de la lección ética y social de la obra que significa a la vez pesimismo y esperanza. Buero busca una repuesta: un esfuerzo de superación moral y una voluntad de caminar hacia un mundo mejor. Tales son, para él, funciones que debe desempeñar el teatro: inquietar y curar. La respuesta a la pregunta que queda en el aire al final del drama entraña el nacimiento de un nuevo drama: el de cada espectador, que sale del teatro con un nuevo compromiso consigo mismo. En la mano del espectador y del lector está escoger la verdad y elegir si sigue en la Fundación o reacciona contra ella. La lección permanente de la obra, que es la mayor originalidad de Buero, consiste precisamente en esto: en la creación de una nueva relación activa entre drama y espectador, el cual, lo quiera o no, tiene que decidir en el final de la obra: seguir en la fundación o luchar por encontrar la verdad.
El efecto de inmersión: Tomás, la imaginación y los hologramas LF
Toda la obra está envuelta en el efecto de inmersión, procedimiento que nos introduce en la mente del protagonista imponiendo su punto de vista al espacio escénico, ya que los lectores o espectadores de la obra sólo vemos y oímos lo que Tomás ve, oye y entiende; de esta manera, nuestra percepción de la realidad queda limitada a la del propio Tomás.
Con este efecto de inmersión, Buero intenta que el lector-espectador viva con dicho personaje el regreso desde el mundo idílico de una ‘’Fundación’’, prestigiosa y confortable, al cruel mundo de la prisión, la tortura, la delación, la violencia y la muerte, al mismo tiempo de suprimir la distancia escena/sala y la del ‘’extrañamiento’”, la de una nueva forma de distanciamiento: no estamos locos, pero oímos y vemos a través de la locura de Tomás. En este sentido, la inmersión en la mente del protagonista es la única manera de presentar el proceso de vuelta a la normalidad de Tomás. El arte es el protagonista de otras técnicas de inmersión de La Fundación. Por una parte, la música inicial de Rossini, al inicio y al final; por otra, los distintos cuadros a los que alude Tomás. Por la descripción que éste va haciendo, Tulio identifica los cuadros y corrige los errores de Tomás. Es destacable que Tulio esté verdaderamente interesado por los “hologramas”, así los define; “imágenes que deambulan entre nosotros, de bulto, y no son más que proyecciones en el aire: hologramas.” Lo que a Tulio le interesa como adelanto técnico, le sirve a Buero Vallejo como símbolo de la frágil frontera entre realidad y ficción. Berta es, en ese sentido, casi un holograma que en escena existe únicamente en la mente de Tomás.