Carthago Nova. Arqueología y epigrafía de la muralla urbana.

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Sebastián F. Ramallo Asensio (Universidad de Murcia)

Militum deinde virtutem conlaudavit quod eos non eruptio hostium, non altitudo moenium,non inexplorata stagni vada, non castellum in alto tumulo situm, non munitissima arx deterruisset quo minus transcenderent omnia perrumperentque.

(T. Livio, XXVI, 48, 4)

Este texto de la Historia de Roma de Tito Livio expresa con claridad los elementos integrantes del aparato defensivo de la ciudad fundada por Asdrúbal: la altitud de sus muros, los vados inexplorados de la laguna, el fortín situado sobre alto cerro y la fortaleza bien defendida, componentes todos ellos que, unidos a las excelentes condiciones de su puerto y a su posición estratégica en las rutas de comunicación con África e Italia a través de las Baleares (Apiano, 19), hicieron de Carthago Nova, una de las ciudades más disputadas de la antigüedad, como el propio historiador latino (XXVI, 43) recalca al transcribir la arenga de Escipión a sus soldados en la que se destaca la trascendencia que tenía la conquista de la ciudad en su proyecto de expulsión de los bárquidas del solar hispano:... oppugnabitis enim uere moenia unius urbis, sed in una urbe uniuersam ceperitis Hispaniam.

El carácter de plaza fortificada de Cartagena durante la Antigüedad ha quedado fosilizado en el plano arqueológico por los tres encintados distintos de los existen testimonios de diferente naturaleza; corresponden respectivamente a la época bárquida y ciudad de los siglos II y I a.C., el más antiguo, a la gran remodelación de la ciudad en el último tercio del siglo I a.C., la segunda, y a la reconquista de la ciudad en época de Justiniano, el tercero, y su conocimiento se puede llevar a cabo por distintas fuentes: arqueológicas y literarias para el primer caso, y epigráficas para los dos de cronología más avanzada. Precisamente, de las ciudades romanas de Hispania, Carthago Nova es, probablemente, la que dispone de un mayor número de referencias escritas y epigráficas sobre sus murallas. Esta abundante documentación, que no afecta sólo a las etapas de conquista y renovación monumental en época augústea, sino que se puede hacer extensiva al período de dominación bizantino, con la inscripción de Comitiolus, testimonio único y extraordinario de la presencia imperial en toda la Península Ibérica, traduce el carácter de plaza fuerte que ha estado en la base de los sucesivas fases de esplendor de la ciudad a lo largo de su dilatada historia. Pero junto a las obras artificiales de fortificación hay además que añadir los condicionamientos naturales que constituyen la principal barrera defensiva de la ciudad.

El perfil más distintivo de esta singular topografía lo constituye la laguna o estero – ??µ??, según Polibio – que ocupaba una extensión al norte que duplicaba la superficie de la ciudad (fig. 1). Sus límites pueden ser fijados con un cierta seguridad gracias al hallazgo de las necrópolis que jalonaban las vías de acceso a la ciudad. Por el sector occidental el borde se puede fijar, en un sentido amplio, en una línea que discurre paralela a la actual Alameda de San Antón señalada por los restos de incineraciones decubiertos en la Plaza de España (San Martín, 1985, 133), las inhumaciones, más tardías, identificadas a comienzos del siglo XX al construir la Fábrica de la Luz y la necrópolis de San Antón, con deposiciones características de los siglos V y VI (San Martín y Palol, 1972). En el lado opuesto, la necrópolis de Torre Ciega y la via que esta flanqueaba bordeaban el límite del almarjal, mientras que por el norte una serie de lomas de baja altura donde se han identificado restos materiales de época tardorrepublicana (Ramallo, 1989, 22-23) imponían el límite a las aguas. Aunque no se ha realizado aún un estudio detallado del perfil del estero y su profundidad, esta, sin ser constante en toda su extensión, debió ser considerable en algunos puntos, llegando incluso a alcanzar en algún punto concreto casi los 3 m. de hondo; sólo así se explica la existencia, ya desde época prerromana de una notable actividad pesquera, confirmada arqueológicamente por el hallazgo en los niveles púnicos de la calle de la Serreta, precisamente en uno de los puntos más próximos al linde meridional del estero, de aparejos de pesca (Martín y Roldán, 1995, 89), que refrendan la afirmación de Tito Livio cuando señala a unos pescadores de estas aguas que estaban en Tarragona como la principal fuente de información de Escipión para planificar el asalto a los muros de la ciudad a través de los vados de esta laguna.

Estero y aguas del Mediterráneo envolvían una lengua de tierra donde se erigió la ciudad amurallada. Esta península de tierra tiene una longitud máxima en su eje Este-Oeste de 892,857 m y una anchura máxima Norte-Sur de 642,857m. que se reduce hasta los 321,428 m. en el sector que corresponde al istmo que comunicaba con tierra firme, donde se hallaban las puertas más importantes de la ciudad con una superficie, incluidos los cinco cerros que salpican su solar, de aproximadamente 431,074 m2, esto es algo más de cuarenta y tres hectáreas, superficie muy próxima a las 47 Ha. que se han supuesto para Corduba o las 40 Ha. de Tarraco, fundadas en época tardorrepublicana, pero muy inferior a las aproximadamente 70 Ha. que se han calculado para Emerita Augusta. Según el conocido pasaje de Polibio, quien afirma haberlo examinado personalmente y con atención el perímetro de la ciudad media no más de 20 estadios (= c. 3.700 m), aunque a continuación añade: sé muy bien que no faltan quienes han hablado de 40; hoy es aún más reducido (X, 11). Una posible muralla que englobara todos los accidentes del terreno y cerrara la ciudad por todos sus flancos, incluido el linde con el mar/playa tendría un recorrido máximo de 2.569 m. Además de su situación favorable contribuyó a su prosperidad la existencia de minas de plata, un territorio fértil, un puerto natural excepcional, y su fácil y rápida comunicación con el norte de Africa (Apiano, 19). Todos estos factores están en la base de la rápida conquista de la ciudad por Escipión y en el interés por convertir a la ciudad bárquida en un punto de apoyo decisivo para el control y defensa del mediodía peninsular (Livio, 26, 43). Tras la conquista, el Africano “situó una guarnición y ordenó que se levantara la muralla hasta la altura que alcanzaba la marea” (Apiano, 24).

Una abundante literatura se ha dedicado desde principios del siglo XX a recrear a partir de la documentación escrita los avatares relativos al asalto de la ciudad, el misterio de las mareas, -con interpretaciones de fenómeno descrito por las fuentes relacionadas con los procesos naturales característicos de regiones de alfufera semejantes a Cartagena (Lillo y Lillo, 1987) -, estrategia bélica, situación de los asaltantes y defensores y otros múltiples comentarios sobre el proceso de conquista. Sobre todos estos temas la bibliografía es muy abundante, aunque falta todavía un estudio profundo que combine la información arqueológica, cada vez más completa, con estudios de carácter geomorfológico, geológico y de cartografía histórica (Más, 1979; Ramallo et alii, 1992). Dejando a un lado los comentarios sobre esta cuestión incluidos en las obras eruditas del siglo XVIII, las primeras aproximaciones serias a la topografía de la ciudad de Asdrúbal se hallan en las ediciones anotadas de las Historias de Polibio realizadas a finales del siglo XIX y comienzos del XX. La conocida descripción del historiador megalopolitano ha constituido el soporte elemental en cualquier intento de aproximación a la topografía de la ciudad durante la Edad Antigua. Las propuestas que han tenido un mayor eco han sido las recogidas en las ediciones críticas del texto del escritos megalopolitano debidas a Strachan Davidson (1988), y más recientemente, Walbank, F.W., (1957-1979), especialmente en el capítulo "Scipio's Character and the capture of new Carthage”, destacando y recreando todas ellos el singular emplazamiento topográfíco de la ciudad, uno de los factores esenciales que estuvieron en la base de la fundación bárquida. De toda esta información literaria se pueden extraer las características generales de los muros fortificados que en el momento de la conquista cercaban el perímetro habitado. Todos los autores insisten al narrar el episodio de la conquista sobre altura de los muros (Liv. 26, 46 y Polibio, X, 10, 13: ?? µ?????s ??? ??????), la solidez y las grandes dimensiones de las murallas, excepto en el flanco septentrional, por donde se produjo el ataque definitivo, donde al estar cobijado por la laguna era más bajo y desprotegido (Polibio, (X, 14 y Apiano, 21); incluso Livio señala la ausencia de fortificación por este sector de la ciudad, carencia que pronto se aprestó a reparar Escipión, una vez conquistada la ciudad, cuando “ordenó que se levantara la muralla hasta la altura que alcanzaba la marea” (Apiano, Iber. 24). De las características constructivas de la fortificación los textos aportan muy poca información, salvo la existencia de un paso de ronda sobre la cresta superior de la muralla (Polibio, X, 15, 1: ?? ?? ??µ????... ???????????? ???? ??? ????????), y de almenas (???????s) en el remate del muro; estas últimas se han identificado en las murallas de Mozia (Acquaro, 1974, 182) y Tharros (Pesce, 1966, 165) en forma de lastras rectangulares con el borde superior arqueado y superfie recubierta por un enlucido blanquecino. Por el contrario, más confusa es la posible existencia de torres (??????), mencionadas de forma explícita sólo por Apiano (Iber. 22) y de foso ante el muro, recordado sólo por Apiano (Iber. 20) como una obra de Escipión con el fín de aislar a la ciudad de tierra firme (?????????????). No obstante, este elemento defensivo es frecuente en otros complejos defensivos púnicos, como los de Lilibeo, donde según Diodoro Sículo (XXIV, 1,1) tenía una anchura de 26’40 m. y una profundidad de 17’60 m., y Selinunte, donde cerraba el corredor de tierra situado entre las dos elevaciones que flanqueaban la puerta, si bien aparecen sobre todo en sitios de llanura, aunque su uso se límita, en muchos casos a puntos estratégicos (Treziny, 1986, 193). Sin embargo, en Cartagena, las continuas salidas y rápidas retiradas de las tropas de Magón y Escipión permiten descartar la existencia del foso.

En el interior de la ciudad, una vez traspasadas las murallas, los dos cerros de mayores dimensiones (conocidos hoy como Molinete, el situado al norte, y Cerro de la Concepción, en el sur) debieron constituir dos reductos defensivos muy importantes, tal y como se refleja de los textos de Livio (26, 48, 4), quien diferenciaarx de castellum) y de Polibio que individualiza la acrópolis de la colina oriental (X, 12: ????s

/ ???????s ?????), asi como de Apiano (22), quien especifica como tras el asalto de las murallas por Escipión, Magón se retiró con un puñado de sus hombres hacia la ciudadela (?????), diferenciada con claridad de la plaza pública (??????) a la que en un primer momento se replego el general cartaginés. La individualización del Mons Aesculapii (Cerro de la Concepción) dentro del espacio urbano como una segunda fortaleza interior, se conservaba aún en época de Augusto como se deduce de una inscripción (Abascal-Ramallo, nº 33) encontrada en 1926 en las obras de urbanización del Castillo de la Concepción, dedicada alGenio castelli en época augustea. La reciente identificación de cisternas bajo la Torre del Homenaje del Castillo renacentista de la Concepción, recubiertas del tipico opus signinum liso característico de las obras hidraúlicas romanas, pueden ser el testimonio de una tradición anterior que refrenda ese carácter de fortín (castellum) recordado por los escritores antiguos. Sin embargo, no podemos determinar si existía algún sistema defensivo individual en estos dos cerros, donde se replegaron los restos del ejército cartaginés una vez expugnadas las murallas de la ciudad por Escipión.

En cuanto a las puertas de la ciudad, tanto Polibio como Livio insisten en la existencia de una puerta “que conducía al brazo de tierra” frente a la cual habría dispuesto Escipión su campamento (Polibio, X, 12; Livio, 26, 46). Su ubicación debió ser la misma que hasta inicios del siglo XX ocuparon las conocidas como Puertas de San José dispuestas en una posición equidistante entre el cerro del mismo nombre y el de Despeñaperros, situado al oeste, demolidas para rebajar la cota del terreno circundante durante el proceso de ampliación urbana iniciado a comienzos del siglo pasado. En consecuencia, nada se ha podido reconstruir de este importante sector que fortificaba el istmo, y del sistema de acceso que hay que suponer, si confrontamos con lo que conocemos en fortificaciones contemporáneas del Mediterráneo Central y Oriental, se hallaría flanqueado por dos torres o bastiones cuadrangulares, si bien en el caso de Cartagena esto no deja de ser una simple sugerencia, que justificaría no obstante la afirmación de Livio, cuando señala que los soldados romanos que intentaban asaltar el muro resultaban más vulnerables por sus costados que por el frente.

Junto a este acceso, sin duda el más importante de la ciudad, Livio señala también la existencia de una porta ad stagnum et versa mare, durante el intento de reconquista de la ciudad por Magón, (Liv. 28, 37): (...) dispuestos y armados (los romanos) estaban tras la puerta que da a la laguna y al mar. La existencia de, al menos, dos puertas principales colocadas en puntos opuestos es corriente en otras ciudades púnicas como la de Mozia donde la puerta situada al sur se encuentra próxima al kothon, mientras que la situada en el extremo opuesto constituía en acceso más monumental.

La evidencia material

A pesar de las excepcionales condiciones naturales y defensivas del terreno, hemos visto como las fuentes analizadas insisten en la existencia de poderosas fortificaciones, que aumentaban la inexpugnabilidad de la ciudad, reforzando ese carácter de base de operaciones segura “donde custodiar los rehenes de todos los reyes y pueblos famosos de Iberia, almacenar todo el dinero y el grano, las maquinarias, las armas y todo el arsenal de guerra”, con un “excelente puerto desde el que suministrar por tierra y mar las cosas que exigen las necesidades de la guerra”, argumentos que habrían estado en la base de su fundación por Asdrúbal y en el interés de Escipión por hacerse con la ciudad.

Hasta hace muy poco tiempo, no se disponía de evidencias materiales de estos muros tan alabados en las fuentes escritas. Sin embargo, a finales de los ochenta, al iniciar las obras para la construcción de un aparcamiento subterráneo, junto al Hogar-Escuela la Milagrosa (Cerro de San José), se puso al descubierto, un tramo de muralla que, con una orientación Norte-Sur, cerraba la estrecha lengua de tierra existente entre los Cerros de San José (Mons Aletes) y Despeñaperros (Mons Hephaistos), a la par el único acceso viable al interior de la ciudad desde tierra firme. El análisis del registro arqueológico asociado permitió relacionarlo con los muros asaltados por Escipión a finales del siglo III a.C. 

Descripción muralla

Esta primera muralla, de la que se conserva un tramo de 15 m. del lienzo interior y de casi 30 m. de exterior, con un alzado en algunos puntos de hasta 3,20 m., se construye con un doble forro paralelo de sillares almohadillados de arenisca, bien escuadrados y colocados de forma isodómica, de 1,30/1,20 m. de longitud, 0,60 m. de altura y 0,70/0,80 m de ancho, asentados directamente sobre la roca del terreno previamente recortada como caja de cimentación; ambos paramentos se hallan trabados entre sí por tirantes de sillarejo, al modo del opus africanum, que determinan compartimentos internos de planta cuadrangular de aproximadamente 3,5 x 3/2,5 m. de anchura con acceso desde el interior de la ciudad destinados, probablemente a albergar el cuerpo de guardia, o a almacén de armas e instrumentos relacionados con la defensa. Se han documentado un total de nueve compartimentos, cuatro de ellos muy arrasados, agrupados de tres en tres con el acceso situado en el compartimento central abierto a través del lienzo interno de la muralla (fig. 2). Desde este se accede a las salas laterales mediante puertas de un metro de anchura. El alzado, al menos en el paramento interior donde aún se conservan in situ algunas hileras, debió estar realizado con adobes de grandes dimensiones. Tanto la superficie exterior como, probablemente, la interior estuvieron revestidas de un enlucido blanco de cal, que protegía la piedra de los agentes atmosféricos, disimulaba las desigualdades de los sillares y le proporcionaba un aspecto más homogéneo. Trazas de este revoque se aprecia aún sobre la superficie de algunos bloques. Una terminación análoga se adivina también en las murallas de Kerkouane (Fantar, 1986, 248) y debió ser frecuente en otras construcciones púnicas de Sicilia y Cerdeña (Rakob, 1986, 25; De Socio, 1983. 101-102).

Al margen de los criterios tipológicos y constructivos, que analizo más adelante, la datación de las estructuras exhumadas se ha realizado, sobre todo, por criterios numismáticos y cerámicos. Los hallazgos monetarios han sido estudiados en detalle por M. Lechuga (1993) y proceden de dos sectores distintos; el primer conjunto corresponde, según este autor, a los relacionados con las estructuras defensivas y está compuesto por un total de 87 monedas, de las cuales 38 han resultado ilegibles, mientras que del segundo sector, situado hacia el interior, proceden un total de 37 monedas, con predominio absoluto de la serie romano-republicana. Dentro del primer conjunto, el grupo más numeroso es el constituido por la serie hispano-cartaginesa, con un total de 21 ejemplares, que corresponden casi en su totalidad al tipo VIII de Villaronga en sus distintas variantes. Dentro de la serie Cabeza de TanitPersefone/cabeza de caballo se encuadran dos ejemplares de la variante VIII-I-II, tres de la VIII-I-IIB y otros dos del tipo VIII-II-I; al divisor con Cabeza de Tanit-Persefone/ casco, más numeroso corresponden seis ejemplares de la variante VIII-I-IIIB y otros siete del tipo VIII-II-II. Dentro de la serie hispano-cartaginesa se ha incluido también un posible divisor de la clase XI, aunque con dudas. Tras este grupo se sitúa porcentualmente la serie romano-republicana que representa un total de 12 ejemplares. El resto de emisiones, representadas casi de forma testimonial, corresponden a Numidia y Carthago, representada cada una por un ejemplar, y a las series hispano-punica (3 ejs.), hispano-latinas (2 ejs.), ibérica (1ej.) y romano-imperial, completando el conjunto 7 monedas de época moderna-contemporánea. Por desgracía no se han podido relacionar con claridad las distintos hallazgos monetarios con la seriación estratigráfica documentada durante el proceso de excavación, a partir de la cual se han establecido cuatro fases distintas (Marín, 1997-98, 136).

La primera, aún mal definida, aparece caracterizada por una serie de estructuras de piedra y adobe recortadas en parte en el terreno natural, que son amortizadas por la muralla púnica, en el último tercio del siglo III a.C.; en consecuencia, su datación hay que situarla con anterioridad a la obra bárquida, sin que, de momento, se pueda ofrecer una mayor precisión a partir de los datos publicados. No obstante, es interesante señalar, la aparición entre los niveles de relleno de materiales característicos de la segunda mitad del siglo IV y la primera mitad del III a.C., así como, también, de un fragmento de una copa de cerámica ática de figuras rojas, probablemente del Círculo del Pintor de Marlay, fechada a finales del siglo V a.C. (Martín, 1994, 314), que junto a parte de un Skyphos del tipo llamado de la lechuza (Owl Skyphoi) hallado en un solar de la calle Soledad (Ramallo, 1989, 29), constituye uno de los más antiguos ejemplos de ocupación del solar cartagenero. Otros indicios materiales atestiguados en en Cerro del Molinete o en los niveles inferiores de la Plaza del Hospital, junto al anfiteatro, confirma la existencia de un hábitat ibérico con anterioridad a la fundación de Asdrubal, probablemente distribuido en las alturas que dominaban la península, si bien hasta la fecha no se dispone de ninguna secuencia estratigráfica que permita establecer una continuidad entre ambos períodos históricos.

La siguiente fase individualizada por los arqueólogos que han dirigido los trabajos en La Milagrosa corresponde a la construcción de la muralla y a su uso durante el último cuarto del siglo III a.C, mientras que la tercera, ya en manos de Roma, se extiende hasta mediados del siglo II a.C., momento en el que se abre un paréntesis en la secuencia estratigráfica de la ciudad, tan sólo interrumpido a finales del siglo XVII o comienzos del XVIII cuando sobre los restos de la muralla se instala el cementerio del convento anexo (Martín y Marín, 1993, 125). Es interesante reseñar como los hallazgos numismáticos detectan también ese hiatus entre la segunda mitad del siglo II a.C. y la época moderna (Lechuga, 1993, 158).

No obstante, y a falta de una publicación definitiva que incluya y relacione de forma precisa y sincrónica los niveles estratigráficos, materiales cerámicos y restos arquitectónicos, el estudio más completo y profundo sobre la seriación histórica del yacimiento ha sido realizado por Ruiz Valderas (2000) a partir del análisis de las cerámicas de barniz negro. Esta autora establece cinco fases evolutivas de las cuales la 5 corresponde a los estratos de colmatación y abandono de las estructuras anteriores a la muralla, mientras que la Fase 4 se vincula a la construcción de la primera. De estas dos, la más antigua, se caracteriza por la presencia de algunas producciones características del tercer cuarto del siglo III a.C., como son las de Teano, Pequeñas Estampillas, Gnatia, Taller de Rosas y Barniz Negro cartaginés, que conviven a su vez con las formas antiguas de la Campaniense A (Lamb. 27b, 28, 31, 33a, y 23) y con las cerámicas denominadas pseudo-campanienses de Ibiza. En la fase siguiente, que correspondería al período bárquida, se incrementa el porcentaje de la Campaniense A, incorporándose al repertorio nuevas formas más tardías y desapareciendo las más antiguas, que coexisten con las producciones de Calena Lisa y las pseudo-campanienses de Ibiza (Ruiz Valderas, 2000).

Completa el panorama ceramológico un elevado porcentaje de producciones pintadas ibéricas (Marín, 1998), decoradas con los típicos motivos de semicírculos concéntricos, costillares, líneas onduladas paralelas, etc., característicos de los siglos III y II a.C. y bien representados en otros puntos de la ciudad (Ros Sala, 1989). El repertorio formal está constituido por kalathos de distinto diámetro, vasos de labio vuelto, jarros y ungüentarios, asi como, entre las formas abiertas, platos y cuencos que constituyen las formas predominantes. La presencia de estos materiales en los niveles vinculados a la construcción de la cerámica no vienen sino a confirmar el elevado contingente de población ibérica presente en la ciudad en estos momentos, algo que, por otra parte, refrendan las fuentes escritas.

La necesidad de adecuar el trazado del cinturón murario a la topografía irregular del terreno y de aprovechar las alturas que ciñen el espacio habitado, con el fin de evitar dejar fuera del recinto fortificado elevaciones sobre las que se pudiera atacar la ciudad con facilidad, debió llevar implícita una cuidada planificación de todo el recorrido, estableciendo una superficie amurallada mayor al espacio urbanizado, algo característico de las fundaciones púnicas donde generalmente, y para un mejor aprovechamiento de las condiciones naturales del terreno, se encerraban dentro del perímetro fortificado amplias superficies que en muchas ocasiones tan sólo eran parcialmente ocupadas; la propia Carthago constituye probablemente el ejemplo más paradigmático. En este sentido, parece claro que el encintado púnico de Carthago Nova aprovechaba los accidentes y la topografía del terreno cerrando en su interior toda la Península; ahora bien desconocemos si se trataba de una fortificación uniforme, o si, por el contrario, como parece más probable y se deduce de los textos escritos, presentaba distintos alzados y robustez según los sectores que recorría y las condiciones naturales que les protegían. En el tramo excavado la adecuación al terreno se realiza mediante la explanación de terrazas escalonadas distribuidas a lo largo de la pendiente que debieron proporcionar al muro un aspecto escalonado y descendente desde la cresta del cerro hasta las puertas situadas en el medio del istmo (Marín, 1997-98, 126). Es posible también que en otros tramos, los muros siguieran las curvas de nivel, lo que pudo provocar una disociación entre el trazado de los muros y la trama de la ciudad. No obstante, al margen del tramo estudiado, no existe ningún otro testimonio material sobre la trayectoria seguida por la muralla cartaginesa.

En el plano constructivo, el sistema de construcción empleado, con doble paramento de sillares ligados entre si a intervalos regulares por muros transversales, es bien conocido en la arquitectura militar griega desde finales del siglo V a.C.,si bien es a lo largo de siguiente cuando alcanza una mayor difusión, tanto en ámbitos griegos como cartagineses. Generalmente los compartimentos internos se rellenan con cascotes de piedra y arena, lo que confiere a la obra defensiva una mayor solidez. Así, por ejemplo, los inexpugnables muros de Lilibeo, recordados con admiración por Diodoro Sículo (XXIV, 1, 1), se levantan con un doble paño de opus quadratum separados 5’80 m. entre sí y un relleno de piedra y barro (Coarelli y Torelli, 1992, 67); otras ciudades griegas del sur de Italia com Paestum, Reggio Calabria, Neapolis, Vibo Valentia muestran los tramos de muralla construidos con este sistema de dos muros paralelos de sillares unidos a hueso y trabados a su vez por otros perpendiculares, generalmente asociados a torres de forma rectangular o cuadrangular y, en determinados casos, protegidas, además, por fosos situados unos metros por delante de los muros de piedra, tal y como vemos, por ejemplo, en los sistemas defensivos de Tarento (Greco, 1980, 186).

Sin embargo, a diferencia de lo que sucede en los ejemplos citados, en la muralla de Cartagena los compartimentos internos que determinan los muros transversales no se rellenan, sino que, por el contrario, se emplean con fines mitares y de la defensa, como atestiguan los vanos de acceso abiertos en el paño interior y la comunicación que existe entre ellos. De este modo, los inconvenientes que podía causar la ausencia de un relleno interno, lo que restaba solidez a la obra ante el empuje e impacto de posibles máquinas de guerra, debía ser compensado con otras ventajas derivadas de tal solución constructiva. En Kerkouane, estas depenci depencias, adosadas al muro interno en la muralla africana se integran de pleno en la construcción mediante la habilitación y articulación del espacio situado entre los dos paramentos. En la propia Cartago, la triple muralla descrita por Apiano (Lybica, 95), integraba, de alguna manera, en su interior dependencias relacionadas con la milicia y la defensa, tales como establos, depósitos para forraje y cebada, etc. (Lancel, 1994, 373). La escasa información arqueológica no permite contrastar la información literaria (Lawrence, 1979, 299-301).

La contemporaneidad de los paramentos exteriores y los muros internos se aprecia con claridad en el perfecto ensamblaje que existe en los ángulos de unión, habiéndose atestiguado incluso en algunas esquinas como un mismo bloque de arenisca forma parte de la cara externa y a la vez marca el arranque del muro transversal.

Se pueden sugerir varios factores para justificar la elección de este tipo de fortificación: funcionales, con el fin de obtener unos espacios protegidos donde cobijar a la guarnición y albergar armamento, vituallas y otros enseres. Económico y de ahorro de tiempo, ante la necesidad de construir un circuito murario que en el menor tiempo posible, protegiera el núcleo urbano interior.

Una estructura similar se ha documentado en muralla del Castillo de Doña Blanca, fechada a fines del s. IV o s. III a.C., construida mediante un doble paramento seperado por un espacio interno de 3,5 m., trabados por muros perpendiculares que deetrminan espacios cuadrados y con torres cuadrangulares, con un ritmo de once compartimentos entre dos torres. (Ruiz Mata, 1998, 202), así como en el sistema defensivo de El Tossal (el posterior municipio romano de Lucentum), fechado a finales del siglo III a.C., en dos de cuyas torres se ha atestiguado una compartimentación de tres estancias, destinadas, probablemente a alojar a la guarnición y el equipamiento militar (Olcina, 2002, 255). Sin embargo, es la muralla de Carteia la que desde el punto de vista constructivo y cronológico presenta un mayor número de afinidades. Según la más reciente interpretación de los testimonios arqueológicos, corresponden a la segunda fase de la ciudad púnica los restos de una monumental muralla de casi 7

m. de anchura, bien documentada en el tramo situado junto a uno de los accesos a la ciudad, construida mediante dos anchos paramentos de sillares almohadillados de mediano y pequeño tamaño colocados a hueso, trabados entre si mediante muretes perpendiculares. Como en Cartagena, también aquí se ha supuesto un uso intenso del adobe para el alzado de esta imponente construcción cuya erección se ha relacionado con la revitalización del territorio a manos de los bárquidas (Bendala et alii, 2002, 164165). El uso masivo de este material en construcciones defensivas se ha atestiguado también para el alzado de la muralla republicana de El Tossal (Olcina, 2002, 259) y conmo relleno interior entre paramentos de sillería en la muralla de Tarragona levantada hacia mediados del siglo II a.C. (Aquilué et alii, 1991). No obstante, la combinación de ambos materiales constructivos es frecuente en fortificaciones greco-helenísticas de las áreas suritálica y siciliota, especialmente en aquellas regiones donde la piedra era menos abundante (Adamesteanu, 1986, 108), siendo el ejemplo más representativo, por su estado de conservación, los muros del siglo IV a.C. de Gela, donde sobre un zócalo de sillares de 3’5 m. de altura se levanta el resto de alzado con adobes, incluidos los caminos de ronda y alzado (Coarelli y Torelli, 1992, 126). También la muralla de Camarina construida en época de Timoleón muestra una técnica constructiva similar (Coarelli y Torelli, 1992, 207), lo que se repite de nuevo en Eraclea Minoa (Coarelli y Torelli, 1992, 108). En Mozia, la muralla se levanta con abobes sobre un zócalo de piedra (Ciasca, 1986, 223). y en territorio africano, el hallazgo de adobes caidos junto a los muros parecen sugerir el alzado con este material para los dos cercos que constituyen en complejo defensivo en época helenística (Fantar, 1986, 242).

Estas murallas se han encuadrado dentro del tipo de fortificación denominado de casamata que responde a una arquitectura militar de tradición greco-helenística, ampliamente representada en otros centros púnicos del Mediterráneo Central, de Cerdeña, Sicilia y Magna Grecia. En este grupo se han incluido los muros de Selinunte reconstruidos con materiales reutilizados de construcciones anteriores bajo dominación cartaginesa en la primera mitad del siglo IV a.C. (Coarelli y Torrelli, 1992, 89). Se acepta ya de forma común la datación en época bárquida de las murallas de Carmona y más concretamente de la llamada Puerta de Sevilla (Jiménez, ----)

A una tradición constructiva diferente responde un conjunto de murallas del noreste peninsular donde la influencia de la tradición greco-helenística que gravita en torno a la focense Emporion es muy acusada y donde la persistencia de tradiciones constructivas locales es más duradera. El ejemplo paradigmático de este “tipo” de fortificación lo proporciona el aparejo “ciclópeo” de Tarragona, durante mucho tiempo considerado de época prerromana, y recientemente atribuido a los primeros años del siglo II a.C. La muralla se alza mediante un imponente zócalo de bloques irregulares de tamaños colosales coronados por almenas y flanqueados por torres cuadrangulares realizadas con sillería; en una de estas torres se halló el conocido relieve monumental que conserva la mitad inferior de la diosa Minerva, de perfil y vestida con largo peplo, apoyada sobre la pierna izquierda y armada con escudo oblongo y lanza. En el interior de la torre se descubrieron también los restos de una inscripción dedicada a esta misma divinidad por un personaje de nombre M. Vibio (Alföldy, 1981). Hacia el tercer cuarto del siglo II a.C., se produce una restauración y ampliación del cinturón murario utilizando una nueva técnica edilicia que consiste en un basamento de dos hileras de sillares megalíticos, sobre los que se alza un doble paramento de sillares y un relleno interior de tongadas regulares de adobes.

Principios constructivos semejantes se aprecian en el flanco meridional de las murallas de la Neapolis de Ampurias reconstruidas hacia mediados del siglo II a.C., con materiales procedentes de la muralla griega del siglo IV a.C., previamente arrasada en este sector (Sanmartí; Castañer, y Tremoleda, 1988, 191-200). Su trazado rectilíneo se interrumpe aproximadamente hacia el centro donde se abre una puerta de 2’30 m. de anchura flanqueada por dos monumentales torres cuadrangulares. Todo ello está levantado con grandes bloques poligonales colocados en hileras que tienden a la horizontalidad y que acrecientan en el alzado exterior el sentido de inexpugnabilidad.

Dentro de esta misma tradición constructiva de muralla de “zócalo ciclópeo” se puede enmarcar la muralla fundacional de Girona, levantada hacia finales del siglo II o inicios del siglo I a.C., sobre un imponente paramento de grandes bloques irregulares de forma poligonal y de diferentes medidas, colocados en hileras de tendencia rectilínea y con cuñas en los interticios de unión; carecía de torres a lo largo de su trazado, rasgo que, como ya hemos visto se repite en otros encintados contemporáneos (Nolla, 1987, 33). En el marco de este mismo proceso histórico hay que incluir la fundación de Iesso (Guissona) y Baetulo (Badalona), poblaciones donde el encintado murario constituye una de las primeras actividades edilicias. La primera población se erige en un solar, ocupado en parte por un asentamiento ibérico al menos hasta el siglo IV a.C.; la muralla, de factura y metrología en las dimensiones de los sillares plenamente romana, está formada por un doble paramento de bloques escuadrados de dimensiones irregulares y relleno interior de piedras irregulares y tierra, y ha sido datada por el contexto material asociado a finales del siglo II o inicios de I a.C. (Guitart y Pera, 1994). En el caso de Iluro(Mataró), las murallas se incluyen dentro del primer proceso de “monumentalización” que se inicia hacia mediados del siglo I a.C. (Cerdá; García Roselló y Martí García, 1994, 98). En cuanto al cerco murario de Baetulolocalidad fundada hacia finales del siglo II a.C., atestiguado en distintos puntos de la ciudad, se ha constatado en su construcción la existencia de dos técnicas distintas que podrían corresponder a dos fases. Un tramo rectilíneo de 1’50

m. de ancho dotado de una torre cuadrangular se ha levantado mediante un aparejo de piedras irregulares con la superficie exterior careada, de mayor tamaño las inferiores, y esquirlas y cuñas en las uniones; otro tramo, en cambio, de 1’25 m. de anchura, muestra dos torres de tendencia semicircular y un alzado de opus caementicium (Guitart, 1975, 51-58). En ambos casos, llama la atención, la anchura escasa del muro que contrasta con las construcciones defensivas tardorrepublicanas, mientras que se adecua mejor a la concepción de las murallas de época augústea de menor grosor. Asimismo, sorprende la coexistencia de torreones cuadrados y semicirculares, fenómeno este que, aunque no es extraño en el panorama general de las fortificaciones romanas, con frecuencia en aquellos casos en que se documenta suele ser el resultado de adiciones o restauraciones a momento original de la construcción. En este sentido, y en el caso concreto de Baetulo se podría pensar en un recinto inicial de época fundacional, fines del siglo II a.C., al que corresponderían los tramos con reducido número de torres y la de forma cuadrangular que flanquea la puerta y una restauración posterior a comienzos del Imperio, siguiendo un proceso paralelo al que observamos para Cartagena.

Por el contrario, en Hispania meridional, los recintos fortificados muestran por estos mismos años ciertas particularidades, como resultado, probablemente, de la incidencia sobre el territorio de otras tradiciones. La muralla de la Corduba republicana, fechada hacia en tercer cuarto del siglo II a.C. e identificada en distintos puntos de su recorrido, muestra una anchura similar a la de Cartagena, unos seis m. en total, y está construida, al igual que aquella por un doble paramentos de sillares – de entre 2 y 3 m. el exterior y 0’60 m el interior – con un relleno interno que pudo servir de sustento a un posible camino de ronda. Torres cuadradas y semicirculares reforzaban un encintado que, al menos en su parte norte estaba precedido por un ancho foso (Carrillo et alii, 1997, 45).

A lo largo del siglo I a.C. se introducen nuevas técnicas edilicias y materiales en la construcción de los recintos murarios. La muestra más conocida la proporciona la llamada muralla romana de Ampurias, que tradicionalmente se fecha hacia comienzos del siglo I a.C., y se levanta sobre un zócalo de grandes bloques poligonales sobre el que se alza un segundo cuerpo construido con un relleno de tierra y piedras entre dos paramentos exteriores de opus caementicium (Aquilué et alii, 2000, 80).

Al margen del acabado externo – sean bloques poligonales de contorno irregular y grandes dimensiones o bien sillares bien escuadrados con superficie almohadillada – es una constante en todas estas fortificaciones de época repúblicana el aspecto externo de solidez y la anchura considerable – en torno a los 6 m. – que alcanzan, lo que acentúa el valor defensivo y disuasorio de estos encintados frente a los posteriores de época augustea, donde el componente simbólico y ornamental, visible especialmente en las puertas, se añade a los otros dos.

Las fortificaciones romanas de época republicana

Tras la conquista romana a manos de Escipión, todo parece indicar que durante toda la época republicana la vieja fortificación siguió en uso, una vez reparados los daños provocados por el asalto, si bien desde mediados del siglo II a.C. no hay constancia de estratos arqueológicos que con claridad se puedan relacionar a los paramentos. El registro arqueológico está formado por tan sólo capas de abandono y rellenos en los que abundan las cerámicas campanienses A, B calena y otros productos de procedencia oriental. No obstante, diversas menciones de las fuentes escritas de época republicana perecen traducir la existencia de un núcleo urbano bien defendido y hasta casi inexpugnable, ya que en distintos períodos Sertorio, Pompeyo y Cesar, encuentran protección entre sus muros.

Partiendo de la puerta del istmo, su trazado debía discurrir desde la cresta de Monte de San José hacia donde conduce el tramo excavado hasta ahora hacia el Cerro de Molinete contorneado la curva de nivel de los 20 m. del Monte Sacro, atravesando la depresión situada entre esta colina y la del Molinete, para proteger a continuación, con un recorrido más regular, el tramo de playa y puerto situado al oeste sde la ciudad; a continuación, el muro encaraba la falda meridional del Cerro de la Concepción por la curva de nivel de los 25 m. ante la cual el corte brusco del monte que, en palabras de Polibio ????????? ??s ????????, añadía una nuevo factor natural al aparato defensivo por este sector, reforzando a continuación una zona de pendiente más suave que, a modo de vaguada, debió conectar esta colina (castellum) con la última de las cinco que configuraban la topografía de la ciudad, el Monte de Despeñaperros; este último constituía el bastión natural meridional que, junto al de San José, situado al otro lado, cerraban el istmo. Del trazado propuesto nada se ha podido verificar hasta el momento, a pesar del incremento de los trabajos arqueológicos en estos últimos años; en concreto, en el Cerro del Molinete se han excavado la plataforma superior y las pendientes meridional y occidental, pero los únicos restos defensivos localizados corresponden a la muralla del siglo XVI que contornea y delimita dicha plataforma por su frente septentrional cortando incluso estructuras de carácter artesanal de época republicana en dicho reborde, por lo que habría que suponer un trazado más avanzado y en una cota inferior para la fortificación romana.

Más fructíferos, en el aspecto que aquí nos ocupa, han sido los trabajos realizados en julio y agosto de 2002 en el Cerro de la Concepción, concretamente en el espacio situado entre el anillo perimetral de la cavea del teatro romano y el corte abrupto que delimita por el norte esta colina. En este punto, y desmanteladas por la construcciones de época augustea vinculadas a todo el proceso de reordenación monumental de la zona, se han descubierto restos de poderosas cimentaciones que por sus dimensiones y estructura parecen corresponder a los restos del sistema defensivo de época republicana. No obstante, el reducido espacio excavado nos hace presentar estos datos con suma cautela a la espera de un estudio definitivo de los restos y excavar una superficie mayor que permita valorar los restos con una perspectiva más amplia. No quiero, sin embargo, dejar de señalar la coincidencia que parece existir entre la interrupción del registro material a mediados/finales del siglo II

a.C. en las estratigrafías de la muralla púnica y el contexto material que con una cronología de finales del siglo II a.C. se asocia a los rellenos constructivos de la posible fortificación del Castillo de la Concepción.

En el extremo opuesto de la colina, la falda oriental, ocupada parcialmente desde el siglo I d.C. por el anfiteatro, los distintos sondeos hasta ahora realizados en la denominada Plaza del Hospital han resultado infructuosos, si bien es de suponer que, al menos la muralla de época imperial no debió discurrir muy distante del edificio de espectáculos dada la situación que estos suelen presentar en el urbanismo de las renovadas ciudades augustea.

Es muy probable que a lo largo de estos dos siglos el sistema defensivo sufriera distintas restauraciones aunque sin variar en lo sustancial su recorrido original. Es difícil pensar en una reducción del perímetro amurallado que dejara en el exterior alguna de las colinas dela península, aunque no imposible ya que, es probable que desde época tardo-romana el espacio urbanizado y quizás también la fortificación que lo defendía, se restringe a la mitad occidental de la lengua de tierra que ocupaba la ciudaed augústea, dejando fuera los Cerros de San José, Despeñaperros y Sacro, algo que, si para este período de la Antigüedad Tardía no deja de ser una hipótesis bastante probable, para la época islámica es una evidencia, restringiéndo el perímetro amurallado al viejo fortín republicano – castellum – y en época de losAustrias, sólo los cerros del Molinete y Concepción se incluyen dentro del recinto fortificado, teniendo que esperar al XVIII, y concretamente al proyecto encargado por Carlos III al ingeniero militar Pedro Martín Zermeño para ver de nuevo las cinco alturas englobadas dentro del espacio fortificado. De ellas no existe testimonio alguno; sin embargo, las excavaciones arqueológicas en el resto de la ciudad, junto a la epigrafía nos van desvelando día a día, un panorama más rico y complejo, en el que se adivina, cada vez con más claridad, un primer proceso de expansión y transformación urbana durante el último cuarto del siglo II a.C. e inicios del I a.C., en clara correspondencia con la llegada masiva de inmigrantes atraídos, sobre todo, por la explotación intensiva de las ricas minas del entorno. Corresponden a este momento, varios elementos arquitectónicos como capiteles y basas de orden toscano, pinturas del Primer Estilo, y, sobre todo, numerosos pavimentos de opus signinum, algunos de ellos decorados con inscripción, que traducen la adopción de tipologías arquitectónicas y de programas ornamentales de clara raíz itálica. A todos los efectos, Cartagena se convierte en el último siglo de la República en el puerto más importante del extremo occidental del Mediterráneo, donde desempeña un papel similar al de Delos en la parte oriental, con un intenso tráfico y comercio de mercancías y personas. Precisamente una inscripción fechada hacia estos años conmemora la construcción de una importante obra pública, probablemente instalaciones portuarias, de las que los magistri de un collegium formados por libertos y esclavos, se cuidaron de que se hicieran pilas III et fundament(a) ex caemento, mención que parece aludir a los basamentos de caementicium sobre los que se sustentaba un posible mollis del puerto de Cartagena. Dichas pilae aparecen representadas con su nombre en vasos de vidrio fabricados en Puteoli entre finales del siglo III e inicios del IV d.C., como los hallados en Varsovia, Populania y Ampurias (Ostrow, 1979). La intensa actividad económica se refleja también en los pecios localizados en la bocana del puerto y frente a las costas de la ciudad, siendo el barco Escombreras I, cuyo cargamento compuesto mayoritariamente por ánforas greco-itálicas y campaniense A se fecha hacia mediados del s.II a.C., el testimonio más antiguo de un comercio regular romano frente a las costas de Cartagena destinado en gran parte a aprovisionar a las numerosas tropas romanas acantonadas en España durante las Guerras Numantinas. Este mismo proceso de expansión urbana, que en la ciudad surestina se inicia con la adecuación de nuevas instalaciones portuarias, se detecta también en otras poblaciones costeras del país, como Ampurias, el otro gran emporio comercial hispano del levante peninsular, donde se construye un dique en opus caementicium revestido de grandes bloques de piedra en el último tercio del siglo II

a.C. A nivel más general, el período que comienza tras el final de las Guerras Numantinas con la toma de Numancia en el 133 a.C. se caracteriza por la consolidación del fenómeno urbano, que en el N.E. se traduce en la fundación de numerosos centros, definidos por las fuentes como oppida civium romanorum (Baetulo, Iluro, Blanda, Ilerda, etc), dotados de sus correspondientes fortificaciones, mientras que en otras poblaciones del Levante y Mediodía peninsular se detectan procesos de transformación y ampliación urbana encaminados a dotar a la comunidad cívica de los equipamientos básicos para su funcionamiento como urbes plenamente adaptadas al patrón de vida romano; los ejemplos de Sagunto, Tarraco, o Corduba son muy significativos. En correspondencia con este proceso, se produce un paulatino debilitamiento de los núcleos ibéricos, cuya población es el gran medida absorbida por los nuevos centros urbanos, si bien ello no implica la completa desaparición de los hábitats ibéricos, que, en regiones como el valle del Ebro e, incluso, en puntos alejados de las principales vías de comunicación en la ulterior, continuaran su andadura hasta plena época imperial.

El problema se plantea a la hora de determinar la situación jurídica de muchas de estas poblaciones y, en nuestro caso concreto, el de la ciudad de Carthago Nova durante este período, tema sobre el cual se han elaborado diversas hipótesis, aunque en muchos casos, sin el suficiente fundamento. La existencia de corporaciones profesionales en la ciudad, sirvió de argumento a Kornemann , (RE, vol. IV,1, Col. 1173), para plantear la existencia de un conventus civium romanorum, tal como se ha planteado para Corduba (Stylow, 1996, 80, con bibliografía) que agruparía a toda esta población inmigrada, y que constiutuiría una entidad de carácter jurídico intermedio entre los collegiay la comunidad ciudadana plenamente establecida.

Probablemente, como magistri de un collegium hay que reconocer a los cuartro personajes L(ucius) Baebius M(arci) f(ilius) L(ucius) Cati(us) M(arci) f(ilius), L(ucius) Taurius L(uci) f(ilius) Ser(uius) Aefolan[us -. f.] que recuerdan en una inscripción (CIL, II, 3408 = Abascal-Ramallo, 34) la consagración al Genio op(p)idi de columnam pompam ludosq(ue). Precisamente este texto ha servido también de base a algunos autores para proponer la existencia de un municipio, del cual lo personajes representados seria IIIIviri, con anterioridad a la concesión del estatuto colonial (Hübner, RE., III,2, col. 1625; Ruggiero, II, 123; García Bellido, 1959, 470-472, y también más recientemente. Galsterer, 1971, 29-30, especialmente nota 131). No obstante, descartada la magistratura, la simple mención de oppidum no es argumento suficiente para deducir la existencia de una población con estatuto privilegiado, dada la ambigüedad con que se utiliza el término en los autores latinos.

El protagonismo de la ciudad en acontecimientos de calado para la marcha de la República se incrementa de nuevo a partir del segundo cuarto del siglo I a.C., primero en relación al episodio de Sertorio, y más tarde en el marco de la Guerra Civil que enfrenta a pompeyanos y partidarios de César. En ambos casos, se traduce su carácter de plaza fuerte. Pecísamente, ese protagonismo, y la presencia entre sus muros de personajes muy vinculados a ambas causas, o inclusos de los mismos generales, han procurado suficientes argumentos para defender la promoción jurídica tanto en época de Pompeyo como del Dictador, aunque sin argumentos concluyentes. La vinculación con la familia pompeyana, que ha sido repetidas veces puesta de relieve y se atestigua con claridad a través de las fuentes escritas e inscripciones. Se inicia, probablemente, durante la estancia en Hispania de Pompeyo Magno como gobernador de la Citerior entre los años 77-72 a.C. durante la guerra con Sertorio, y su cuñado C. Memmio, el cuestor, estuvo en la ciudad donde fue cercado por las tropas sertorianas (Amela, 1997-1998, 143). Con posterioridad los vínculos de la familia debieron estrecharse aún más, gracias sobre todo a la presencia de los hijos de Pompeyo en la ciudad. Durante la Guerra Civil la ciudad aparece alternativamente en uno u otro bando. En el 47 a.C. Gneo Pompeyo tomó la ciudad y a él se unieron su hermano Sexto, Atio Varo y Labieno (Dión, 43,30, 1); a este momento parece corresponder la emisión de bronce acuñada en la ciudad por Albinus Hellvius Polio con el posible retrato de Pompeyo Magno representado en el anverso bajo la forma de Concordia, velada y diademada y trofeo militar en el reverso (Llorens, 1994, 45-46), como posible alusión de la victoria de los ejércitos pompeyano frente a los cesarianos (Amela, 1997-98, 142-143); finalmente, la ciudad pasa a manos de César en el año 45 a.C., quién, al parecer, la visita acompañado de su hijo y de Agrippa (Nicolás de Damasco, de vita Aug., 10-11); no obstante, según Dión (45, 10), tras la muerte del Dictador, Sexto Pompeyo volvió a la Bética, conquistó Cartagena y venció a Asinio Polion, legado de César. La presencia de la ciudad en los complejos avatares que se sucedieron a lo largo del siglo I a.C. y de los cuales las fuentes escritas se hacen eco, halla también refrendo en la homonimia de varios ciudadanos con destacados personajes de finales de la República (Koch, 1993, 210). Precisamente, algunos de estos personajes locales aparecen vinculados a la construcción de las murallas.

El caso más sorprendente nos los procura Gn. Cornelius Cinna, hijo de Lucio, adscrito a la tribu Galeria, Iivir quinq., que construyó a sus expensas un paño de muralla de ciento dos pies de largo (30 m.) más otro lienzo, recordado en otra inscripción distinta (Abascal-Ramallo, nº 4), cuyas dimensiones exactas no se han podido precisar al estar fragmentado el texto. La familia de los Cinna desempeña en Roma un importante papel en los acontecimientos políticos que se desarrollan en el último siglo de la República. El más importante de los miembros de la gens del que se puede reconstruir con cierta precisión su cursus honorum fue Lucio Cornelio Cinna, cuñado de Sila, pero abanderado de los populares de Mario, que desempeñó sucesívamente las magistraturas de pretor (90), legatus (90?, 89 y 88) y cónsul (86, 85 y 84) murió en Ancona en el año 84 a.C. (Der Kleine Pauly, I, s.v. Cinna, nº 3). Su hijo Lucio estuvo casado con Pompeia, una hija de Pompeyo, luchó en Hispania junto a Sertorio, volvió a Roma en el 73 y fue pretor en el 44 a.C. (Der Kleine Pauly, I, s.v. Cinna, nº 4). Su hijo, y nieto del primero, es el único que lleva en praenomen de Gneus, además del cognomen Magnus; fue el último de los Cinna nobiles y desempeñó el consulado en el año 5 d.C.; a su muerte, nombró a Augusto como único heredero (Der Kleine Pauly, I, s.v. Cinna, nº 5). Su identificación con el magistrado recordado en la inscripción de Cartagena es poco probable, y más bien habría que pensar en un cliente del magistrado romano del 44 a.C., dada su vinculación con Hispania, y quizás su probable presencia en Cartagena, o con el consul del año 5 d.C.

Forma parte también del elenco de personajes que intervienen en la construcción de la muralla Marcus Cornelius Marcellusaugur quinquennalis que se ocupó de un lienzo de muro de 146 pies (43’20 m.) desde la puerta Popilia hasta la torre próxima y otros 11 pies (3,25 m.) más alla de esta. El epígrafe que recuerda el evento (Abascal – Ramallo, nº 5) sirve para constatar la existencia de torres en el recinto y de una puerta llamada Popilia. El nombre de esta última ha dado pie a diversas elucubraciones. Ha sido vinculada con el gobernador de Hispania Citerior, M. Popilius Laenas (consul en el 139 a.C.). Sin embargo, la frecuente presencia del nomen en la ciudad permite aceptar otras propuestas, entre las que cobra fuerza la posible relación con el Iivir quinq. T.Popilius -o su familia -, que aparece como monetal en las emisiones de la ciudad anteriores a Augusto (Llorens, 1994, 49). Tampoco hay que olvidar a un T. Popilius N.f., recordado en las cartelas de lingotes de plomo originarios, probablemente, de la zona de Cartagena. Cualquiera de estas dos posibilidades puede ser aceptada, si bien esta última parece más improbable dada la escasa presencia que los explotadores de mineral tuvieron en la primera transformación urbana de la ciudad.

El tercer magistrado que participa con seguridad en las obras de la muralla es [¿C?] Maecius Vetus, conocido por una inscripción hallada entre los escombros procedentes de los derribos del casco urbano de Cartagena (Abascal Ramallo, nº 7), que ocupó los cargos de edil y augur, y construyó un lienzo de muralla de 60 pies ( c. 17’7 m.). Si no se trata del mismo personaje, puede ser un descendiente del IIvir quinq. C. Maecius que acuñó moneda junto a L. Acilius hacia el 32 a.C., -según Beltrán (1949, 143) -y junto a C. Appuleius Rufus, al repetir en el cargo en el 27 a.C., según este mismo autor (1949, 145); no obstante, Llorens se muestra más cautelosa al establecer la datación de esta emisiones y sólo las ubica entre las series anteriores a Augusto, si bien el modelo utilizado para la galera de la segunda emisión, los denarios de Marco Antonio del 32-31 a.C. proporciona un seguro terminus post quem para la acuñación de Cartagena (Llorens, 1994, 52-54). Curchin (1990, nº 548) lo situa entre los años 42 y 23 a.C. La inclusión de tipos de carácter militar – vexillium y aguila legionarios, galera – se ha vinculado con el asentamiento de veteranos tras la victoria de Actium (García Bellido, 1962, 370). En línea con este argumento hay que señalar la ausencia del gentilicio Maecius entre los nombres de las familias republicanas atestiguadas en los lingotes de plomo. De los datos analizados parece que una datación en la década de los años treinta sería adecuada para la inscripción si se identifica al personaje de la inscripción con el monetal, mientras que esta cronología se rebajaría al último cuarto del siglo I a.C. si al edil se le considera un hijo del Iivir quiq. Con la información hoy disponible cualquiera de las dos interpretaciones puede ser válida.

Más hipótetico es relacionar con la construcción de la muralla a M(arcus) Cal[purnius] Bibulu[s], que participó en el programa de obras públicas, a juzgar por otra inscripción fragmentada (Abascal y Ramallo, nº 2) donde se ha perdido la mención específica de la fábrica que el personaje se preocupó de que se hiciera faciun[dum coerauit i(dem)q(ue) p(robauit)?] -.

A diferencia de lo que sucede con los restantes individuos, en este caso no se conocen libertos ni otros miembros de la gens en la ciudad, lo que, unido al tamaño de la inscripción y a la calidad de la grafía, podría llevar a pensar en una intervención evergética personal de algún magistrado romano. En este sentido, es muy sugestiva la coincidencia del nombre completo del sujeto de la inscripción con M. Calpurnius Bibulus, edil curul en el 65 a.C.,pretor en el 62, cónsul en el 59 junto a Cesar y procónsul en Siria en el año 51 a.C.; a su regreso fue nombrado comandante de la flota de Pompeyo en el Adriático, con cuartel general en Corcyra, período durante el cual sugiere Koch (1993, 210) pudo haber visitado la ciudad. Murió en Dyrrachium en el año 48 a.C. (Broughton, 1984, 261; Der kleine Pauly, s.v. Calpurnius, nº 9). Un hijo suyo y de Porcia llevó el nombre de Lucius y sabemos que estuvo con Bruto en Macedonia en el 43 a.C., combatió en el 42 a.C. en Philippi; pasó al bando de Antonio y fue praetor designatus en el 36 a.C.; tambien praefectus classis en el 36 a.C. y gobernador de Siria entre el 34 y el 32 a.C. fecha de su muerte (Der kleine Pauly, s.v. Calpurnius, nº 8). Tras su desaparición no se conocen descendientes que detentaran magistraturas destacadas.

Al analizar el elenco prosopográfico de las inscripciones relacionadas con la (re)construcción de la muralla llama la atención, en primer lugar, la ausencia de familias vinculadas con la explotación minera. Esto nos podría hacer pensar en algún tipo de regeneración ciudadana vinculada a los episodios de la guerra sertoriana; es evidentela relación que existe entre los nombres de algunos destacados personajes del bando popular, y en consecuencia seguidores de Sertorio, con los que aparecen en las inscripciones. Sabemos que Sertorio, nombrado gobernador de Hispania Citerior en el 83 a.C. – aunque muy pronto oficialmente destituido – embarcó en Carthago Nova, tras la derrota de su lugarteniente Salinator en los Pirineos, con destino a Mauritania en el año 81 a.C., acompañado de un ejercito de 3000 hombres, según nos narra Plutarco (Sert., 7, 4). De regreso a la Península Ibérica, y en el seno del conflicto que durante los años siguientes enfrentó a los ejercitos senatoriales comandados por Gn. Pompeyo con las tropas sertorianas, la ciudad quedó al margen de las principales campañas bélicas, por lo que es difícil adivinar la posición que adoptaron sus habitantes. Sabemos que en el año 76 a.C. el general romano envió por mar a su cuestor C. Memmio a Carthago Nova, donde este fue sitiado por un ejercito sertoriano. La escasa información disponible parece sugerir que la ciudad portuaria se mantuvo, al igual que la vecina Ulterior, bajo la órbita senatorial, si bien la numerosa población de itálicos puso representar en algún momento un factor de desestabilización a favor del bando sertoriano, aunque, finalmente triunfaran los intereses económicos frente a posibles simpatías, al no querer estas población privilegiada su posición dominante en el comercio del metal.

En cualquier caso, mayor repercusión debieron tener en la ciudad los acontecimientos que años más tarde, y en el marco de la Guerra Civil, enfrentaron a Pompeyo y sus hijos contra Cesar. Este debió ser un momento clave para la historia posterior de la ciudad y prueba de ello es el inicio durante esta fase de las acuñaciones cívicas signadas por duunviros quinquennales. La presencia en su solar de los más destacados personajes del momento se debió traducir en la creación de partidarios y detractores de uno u otro bando, y del conflicto por ello generado son el repetido paso de la ciudad de uno a otro lado. Resultado del conflicto fue, sin duda, la renovación del elenco de familias influyentes. Tradicionalmente se ha considerado a la ciudad como partidaria del bando pompeyano, y, se ha llegado a interpretar la instauración de la colonia como un acto de Cesar para neutralizar este apoyo. Sin embargo, todo parece indicar que, al igual que sucedió en muchos otros puntos del Imperio, esto no supuso la desaparición total de aquellas familias que en un momento determinado habrían apoyado al bando opositor. Un caso significativo sería el de la gens Postumia que no había sido incluida hasta ahora entre las familias influyentes de la ciudad. Ya he hablado de la emisión monetal de Albinus en honor de Pompeyo,fechada en el año 47 a.C. Años más tarde un [--]Postumius Albinus dedica una inscripción de mármol brechoide a Lucio Cesar colocada en el teatro e inscribe su nombre también sobre un pedestal de travertino rojo destinado a sostener una estatua, probablemente de algún miembro de la familia imperial, colocada en un lugar preferente de este mismo edificio de espectáculos. Y probablemente este mismo personaje acuña dos emisiones monetales como Iivir quinquennal La primera de ellas está constituida por ases y semises y presenta en el anverso la cabeza laureada de Augusto junto a la leyenda AVGVSTVS DIVI F. mientras que el reverso está ocupado por la figura de un sacerdote de pie vestido con túnica que lleva un galerus con apex en la cabeza, el simpulum en la mano derecha y una rama en la izquierda (Llorens, 1994, emisión XIV, 67-68). La segunda emisión de este magistrado, esta vez junto a

P. Turullio, muestra como tipo de anverso un templo tetrástilo con el nombre Augusto sobre el arquitrabe y en el reverso una cuadriga que se dirige hacia un vexilo, junto a la leyenda V.I.N.K. que aparece por primera vez en las emisiones cívicas (Llorens, 1994, emisión XVI), si excluimos la controvertida emisión de Palas y estatua sobre pedestal cuya ubicación en la ordenación de la serie es muy problemática.

La segunda acuñación de Postumio es una de las más interesantes y controvertidas de las series de época imperial y su datación ha fluctuado entre las épocas de Augusto y la de Tiberio, defendida por aquellos que han considerado imposible la dedicación de un templo al emperador con anterioridad a su muerte, basándose sobre todo en el pasaje de Tácito (Ann. 1, 78) sobre la instauración del culto imperial. No obstante, su presencia en el teatro, si es que se trata del mismo personaje cosa bastante probable, en una fecha anterior al año 2 d.C., fecha de la muerte de Lucio Cesar, y la fidelidad y exaltación que las dedicatorias manifiestan hacia la familia imperial, refuerzan la posible cronología augustea de las emisiones que ha sido defendida por varios autores.

No obstante, la consolidación de nuevas familias entre la elite municipal no conlleva la sustitución radical de las viejas familias de negotiatores itálicos que en la primera fase colonial, sobre todo, siguieron detentando las más altas magistraturas urbanas (Domergue, 1985, 204), como demuestran las monedas. Más bien se detecta en las parejas de quinquennales la convivencia de descencientes de estas viejas familias (Atellii, Aquinii, FabriciiLaetilii, Turulii, Varii) junto a gentes hasta ese momento desconocidos en la nómina republicana.

Junto a estas inscripciones que, salvo la última, se asocian con seguridad a trabajos de construcción de la muralla se han conservado también otros epígrafes fragmentados que permiten completar la información proporcionada por aquellos. De especial interés es una inscripción conservada en varios fragmentos (Abascal y Ramallo, nº 8) donde se mencionan los tres elementos característicos de cualquier fortificación augústea: turris, portam, murum, realizados además a fundamenteis, esto es desde los cimientos, lo que implica la elevación totalmente nueva de, al menos este paño de muralla – cuyas dimensiones no se pueden precisar -, la puerta que en ella se abría y una torre (XI). En una interpretación reciente hemos vinculado a esta actividad evergética los nombres de L. Fabius y [--] Vergilius, este último perteneciente a una familia bien documentada en el registro epigráfico de la ciudad.

Otros fragmentos de inscripción aluden a murum (Abascal y Ramallo, nº 9 y 10) y turres (Abascal y Ramallo, nº 11) y debieron formar parte de la misma serie conmemorativa, colocada, seguramente sobre un frente visible de encintado urbano, situado probablemente frente a la zona portuaria. La cuestión estriba en concretar la fecha de construcción – y/o reconstrucción – de esta muralla y si su recorrido seguía el trazado de la muralla barquida/republicana. A este respecto hay que señalar que la información arqueológica es prácticamente nula y cualquier comentario al respecto no dejará de ser una simple suposición en tanto no pueda ser verificado por otras fuentes.

La muralla augustea

Pese a todos los acontecimientos narrados y a los numeros vestigios arqueológicos de finales de siglo II a.C. e inicios del I a.C., la siguiente fase en la historia de las murallas de Cartagena corresponde a época triunviral y los primeros años de Augusto, y está en estrecha relación con la concesión del estatuto colonial en época de César o muy poco después. En este caso, y a diferencia de lo que sucede para la etapa anterior, la única documentación existente es la epigráfica, de la que se traduce una intensa restauración y una mayor monumentalización en la zona de las puertas, acompañada del reforzamiento del sector occidental, que debía estar en parte contorneado por zonas de playa. Carthago Nova es la ciudad con un mayor número de inscripciones relacionadas con la construcción de su muralla y recinto fortificado. Solamente en Italia algunas pocas ciudades muestran un conjunto importante de inscripciones de este tipo, aunque menor en número y de cronología más antigua. Son las de Ferentium, Fondi y Telesia. Es muy interesante reseñar como en este proceso intervienen familias desconocidas entre los negotiatores itálicos de época republicana.

No hay duda que la reconstrucción de la muralla es una consecuencia más de la promoción jurídica de la ciudad. La fecha en la que se produce este paso es objeto de discusión. Las distintas propuestas han sido repetidas veces publicadas y se cimentan sobre criterios históricos, epigráficos y, sobre todo, numismáticos (Ramallo, 1989, 60-61). Del apelativo Iulia que presenta el nombre completo de la ciudad se deduce una fundación anterior al 27 a.C.(Galsterer, 1971, 29-30). Repiten el apelativo de Iulia las colonias y municipios cesariano/triunvirales de Tarraco (Col. Iulia Urbs Triumpalis T.), Acci (Col. Iulia Gemella Acci), Hispalis (Col. Iulia Romula), Urso (Col.

Genetiva Iulia Urbanorum), Ucubi (Col. Claritas Iulia U.), Iptuci (Col. Iptuci Virtus Iulia), Iulia Traducta, Calagurris (Mun. C. Iulia Nausica), Ebora (E. Liberalitas Iulia), Sexi (Mun. S. Firmum Iulium), Lacimurga (L. Constantia Iulia), Ugultunia (Mun. Contributa Iulia U.), Seria (S. Fama Iulia), Nertobriga (Mun. Concordia Iulia N.) mientras que añaden el de Augusta las colonias fundadas por el Princeps de Barcino (Col. Faventia Iulia Augusta Paterna B.), Dertosa (Col. Iulia Augusta D.), Ilici (Col. Iulia I. Augusta), y suprimen el gentilicio de César de su denominación oficial las fundaciones augusteas de Emerita Augusta, Caesaraugusta, Asturica Augusta, Bracara Augusta, Lucus Augusti, Bilbilis, Saetabis, Astigi (Colonia A. Augusta Firma), Tucci (C.Augusta Gemella T) (Vid. en general, García y Bellido, 1959 y Pena, 1984).

La concesión del estatuto jurídico privilegiado y la construcción de la nueva muralla. Evidencias literarias, epigráficas, numismáticas y arqueológicas.

La categoría de colonia es recordada por Plinio (III 4, 19): Carthago Nova colonia, cuius a promunturio quod Saturni vocatur Caesaream Mauretaniae urbem CLXXXXVII p. traiectus y por Solino, (23,8): Carthaginem apud Hiberos, quae mox colonia facta est, Poeni condiderunt, Terraconem Scipiones, parapraseando las palabras de Plinio(Tarraco) Scipionum opus sicut Carthago poenorum.

A diferencia de lo que sucede con las emisiones cívicas de otras poblaciones hispanas, en Cartagena la moneda no aporta referencia alguna a la construcción de las murallas. Sin embargo las evidencias epigráficas aluden con insistencia a esta nueva obra levantada, según se especifica en algún caso a fundamenteis.

De las inscripciones conservadas se deduce la intervención, al menos sobre un perímetro de 308 pasos (= 91 m.) del perímetro amurallado, siendo especialmente significativas las intervenciones junto a las puertas, aspecto este al que, en las murallas de época augustea se presta especial atención, dado el marcado carácter simbólico, que junto al tradicionalmente defensivo, adquieren la murallas a partir de este momento (Gros, 1996, 39)..

A nivel arqueológico se detectan en las estratigrafías de la ciudad, estratos de abandono y nivelación datados por la cerámica de barniz negro en torno al 50/30 a.C. y que preceden la construcción de las viviendas de la calle del Duque, Cuatro Santos y Plaza de San Ginés. La fecha propuesta marca el inicio de un nuevo proceso de monumentalización de la ciudad, tras la concesión del estatuto jurídico colonial. En este proceso el primer elemento de renovación urbana sobre el que se interviene lo constituyen las murallas. A su construcción o restauración aluden probablemente diez inscripciones, de la cuales seis especifican, en la parte conservada, algún elemento característico de su trazado: muriturres portae y la restantes se vinculan con esta misma obra por las semejanzas formales aunque en ellas no se conserva mención expresa.

En todos los casos se trata de placas de caliza gris, piedra extraida de las canteras del entorno de la ciudad (Ramallo y Arana, 1987, 90ss), y presentan dimensiones variables aunque, en general, y en aquellos casos que se dispone de medidas completas, superan los 120 cm de anchura y los 60 cm de altura, siendo el grosor de la placa algo mayor de los 30 cm. La altura de las letras suele oscilar entre los 7 y los 9 cm, aunque en algún caso y línea llegan a alcanzar casi los 11 cm. Un rasgo común a todos los epígrafes que con certeza aluden a la muralla es la presencia de interpunciones triangulares hacia arriba, lo que parece constituir una prueba de contemporaneidad. Casi todas han sido halladas en el entorno del Castillo de la Concepción – el castellum mencionado por Livio – aunque esta procedencia no es muy significativa ya que sabemos que para la construcción de la obra medieval se acarrearon materiales de distintos puntos del casco urbano e, incluso, de su entorno.

Aunque no proporcionan datos cronológicos en si mismas, todas parecen corresponder al período que transcurre entre los años 40 y 30 a.C., años inmediatamente posteriores a la instauración de la colonia a manos de César. De este modo se podría pensar en una implantación colonial como castigo a la ciudad por su apoyo al bando pompeyano (Ramallo, 1989, 61), en una reproducción del proceso llevado a cabo en Urso y Corduba tras la batalla de Munda (Carrillo et alii, 1999, 45). Correspondería a este momento la acuñación de la moneda con la imagen en el reverso de estatua -¿Venus? -sobre pedestal, alusión al ancestro divino de la gens,y la inclusión de la titulación oficial C(olonia) U(rbs) I(ulia) N(ova) y la cabeza de Minerva

o Roma en el anverso (Llorens, 1994, 49-50), asi como la inclusión de los nuevos ciudadanos en la tribu Sergia. Este proceso se completaría con la incorporación años más tarde de veteranos de las Guerras Cántabras por parte de Augusto, episodio recordado en las emisiones monetales (García Bellido, 1959, 471); estos nuevos ciudadanos se incluirían en la tribu Galeria, característica de las fundaciones augústeas, y pudieron ocupar las tierras que el Estado romano poseía en los alrededores de Carthago Nova (Cic. De leg. agraria, I, 5, II, 51: Agri publici apud Karthaginem novam duorum Scipionum eximia virtute possessi). En consecuencia, según este esquema, César habría implantado en el 45 a.C. una colonia latina, que posteriormente habría sido transformada por Augusto en colonia civium Romanorum (González, 1989, 141). Sin embargo, la posible promoción jurídica de la ciudad en época cesariana, encuentra varias objeciones, entre las cuales la que ha sido puesta de relieve con mayor insistencia ha sido la existencia de acuñaciones cívicas con magistrados (Iiviri quinq.) con anterioridad a la supuesta estancia del general en la ciudad y la consiguiente promoción, lo que implicaría un situación jurídica privilegiada al menos desde época de Pompeyo (Beltrán, ---------------). Por otra lado, un problema que aún no ha hallado una respuesta satisfactoria hasta el momento es el de la ausencia de la titulación completa de la ciudad en la emisiones monetales hasta finales del reinado de Augusto o inicios de la época tiberiana. La reubicación de la emisión fundacional con estatua y cabeza de Minerva/Roma -, muy abundante por otra parte, en un momento más avanzado de la serie (Abascal, 2002, ------) parece improbable y forzada, dada la escasa relación tipológica y estilísitica que existe entre esta emisión y las de plena época imperial. Además, el contexto arqueológico en que aparecen estas monedas no aporta, de momento, información definitiva.

La información epigráfica tampoco aporta documentación sobre el momento en que se produce la transformación de la situación jurídica de la población. Las inscripciones más antiguas con la mención de la colonia son las dedicaciones de patronato que los ciudadanos – colonei – erigen en honor de P. Silio Nerva, consul ordinario en el año 20 a. de J.C., y legatus Augusti pro praetore en Hispania Citerior durante los años 19-16 a. de J.C. (Alföldy, 1969, 7). Por estos mismos años, concretamente entre 19/18 y el 12 a. de C., M. Agrippa es nombrado patrono dela ciudad, ocupando también la mas alta magistratura urbana de IIvir quinquenal. Casi de forma contemporánea a los dos anteriores fueron también nombrados patronos de la colonia, Iuba II, rey de Mauritania, más seguramente por su relación con el propio emperador que por su calidad de monarca del país africano, cuya capital, Cesarea, situada a 197.000 pasos de distancia (s.Mela,III, 19) debió estar enlazada directamente con la capital hispana y por último, Ti. Claudio Nerón, entre el 19 y el 12 a.de C., en consecuencia, antes de ser adoptado por Augusto y destinado a la sucesión.

Con la radical transformación urbanística y monumental iniciada en los años treinta antes del cambio de era, la ciudad rompe definitivamente con su pasado de ciudad quam dux Poenorum Hasdrubal condidit, incorporándose al elenco de grandes ciudades dotadas de una complejo aparato escenográfico al servicio del poder. La importancia que la ciudad va a tener a partir de este momento aparece explicitamente recogida en su nombre Colonia Vrbs Iulia Nova Karthago con el título de Urbs, distinción que en Hispania comparte con Tarraco, ciudades que debieron pugnar por la hegemonia de la Hispania Citerior cuya capitalidad quedaría finalmente establecida en Tarraco.

Significado de las murallas en el proceso de renovación urbana de época augustea

La construcción y el mantenimiento de las murallas de la ciudad constituye una de las empresas públicas y colectivas más importante de las nuevas ciudades cesarianoaugusteas y como tal queda reflejado en la legislación municipal, de la cual las conocidas leyes de Urso son uno de los ejemplos más paradigmáticos. “Cualquiera fortificación que los decuriones de esta colonia decretasen, siempre que la mayor parte de los decuriones estuviese presente cuando de este asunto se tratare, sea permitido hacerla, con tal que cada año no se exija a cada hombre ya púbero sino hasta cinco días de trabajo no remunerado, y tres por cada par de bestias de acarreo. Los ediles que a la sazón lo sean, emprendan con arreglo al decreto de los decuriones la fortificación, y cuiden que se fortifique conforme se haya decretado por los decuriones, no exigiéndose trabajo contra su voluntad, al menor de catorce años ni al mayor de sesenta. El que en esta colonia o dentro de sus límites, tenga su domicilio

o su predio aunque no sea colono de esta colonia, está obligado como si fuere colono a contribuir a dicha fortificación”.[La Lex Ursonensis: estudio y edición crítica, Actas del Coloquio Internacional, Madrid, 1995, (Salamanca, 1998)].

La intensificación de los trabajos arqueológicos durante estos últimos años permiten perfilar el papel que en el proceso de renovación urbana, que iniciado en época de César se intensifica durante el gobierno de Augusto, tuvieron los encintados defensivos en la nueva imagen de la ciudad (Pfanner, 1990, 85ss). La construcción de nuevas murallas o reconstrucción/restauraciones de los viejos encintados conoce un nuevo impulso en este momento, al margen de las innecesarias necesidades defensivas. En este contexto, y ante la ausencia de testimonios arqueológicos de las murallas de Carthago Nova pertenecientes a esta fase, los hallazgos efectuados en otras poblaciones hispanas permiten una mejor caracterización del tipo de fortificación contruido en Hispania hacia finales del siglo I a.C., paradójicamente tras la completa pacificación del territorio peninsular tras dos siglos de conflictos, y su función en el marco de los símbolos urbanos.

La promoción jurídica en época augustea del núcleo ibérico instalado siglos antes en el Tolmo de Minateda – probablemente el municipium de Ilunum – junto a la via que desde Carthago Nova conducía al interior de la meseta (Sillieres, 1982), implica como tarea prioritaria la construcción de un encintado que anula en su mayor parte una muralla precedente, probablemente de la Edad del Bronce. La nueva obra se erige mediante sillares almohadillados colocados a hueso asentados directamente sobre la roca del monte previamente regularizada (Abad, 1998, 78). En el frontal y grabada sobre algunos de los sillares englobados en el relleno de una fortificación más tardía, una inscripción monumental recuerda a los ciudadanos los benefactores de tal evento, a la vez que sirve para exaltar la figura del emperador Augusto y su sobrino L. Domicio Ahenobarbo (Abad, 1996). La colocación de estos bloques con inscripción recordando las actividades evergéticas de personajes notables de la ciudad debió ser una costumbre extendida como parecen indicar los múltiples sillares con epígrafe de Cartagena y las numerosas referencias epigráficas a la construcción de muros, puertas y torres halladas en distintas ciudades de Hispania e Italia que, en origen, debieron estar situadas en los muros a los que aluden. También las murallas de Belo, con un recorrido de c. 1.400 m., en su fase augustea, que se conserva sobre todo en los frentes oriental y noreste, se construyeron con sillares de gran tamaño unidos a hueso y las superficies de unión cuidadósamente aplanadas (Sillières, 1995, 74). Este encintado conoce una remodelación y reconstrucción de gran parte de su trazado hacia mediados del s. I d.C. utilizando como técnica constructiva predominante el opus caementicium en los paramentos exteriores que comprimían un relleno central.

Probablemente en el marco del amplio proceso de renovación monumental derivado de la promoción jurídica de la ciudad desde estipendiaria a municipium hay que contemplar la construcción de la muralla de Segobriga, fechada en época tardoaugustea (Almagro, 1990, 210). Destaca en este caso la ausencia de torreones en un paño continuo de entre 2’5 – 3 m. de anchura levantado con un doble paramento de bloques irregulares bien careados y que flanquean un relleno de tierra y que en determinados puntos de su recorrido, sobre todo coincidentes con los accesos, es reempladado por obra de opus caementicium revestida exteriormente con sillares almohadillados (Almagro y Lorrio, 1989).

Más emblemático aún es el caso de Emerita Augusta, donde la muralla romana se adecua a la realidad topográfica preexistente y, al igual que debió suceder en Cartagena, aprovechó los accidentes del terreno para reforzar su trazado (Feijoo, 2000, 571). En este caso, la cerca, asentada directamente sobre la roca virgen y con una anchura que varía entre los 2’30 y los 3 m. y un perímetro de casi cuatro kilómetros, se construye con un doble paramento de aparejo irregular y relleno intermedio de opus caementicium, flanqueado por torres de planta semicircular y con un foso ante los muros cuyo material se habría reutilizado para el relleno interior de la obra. Varios portillos o accesos menores con una separación de 82 m comunicaban a través de la muralla con el exterior (Alba, 1997, 290). En el siglo IV d.C. al menos parte de la fortificación fue reforzada mediante la la adición de un paramento de opus quadratum realizado con sillares de granito (AA.VV., 1994, 200).

También Bilbilis, donde el encintado, construido seguramente a comienzos o en el primer cuarto del siglo I a.C., sigue un trazado irregular condicionado y adaptado a la topografía irregular del terreno (Martín Bueno, 1971, 207), animados por torres cuadrangulares de aparejo irregular en piedra local, al igual que los paños rectilíneos, en una de cuyas cimentaciones se halló un conjunto de restos humanos asociados a restos animales y material cerámico que han sido interpretados como parte de un ritual de carácter indígena cuyo origen y explicación no está aún del todo clara (Martín Bueno, 1975, 706).

El recinto urbanizado en época augustea comprendía todo el interior del perímetro amurallado, si bien es probable que nunca se llegará a completar con viviendas o construcciones públicas, tal y como parecen atestiguar los restos hallados en la Plaza de Isidoro Valverde y en la Calle de San Diego, espacios próximos al paño oriental de la vieja muralla púnica donde se ha identificado la trama urbana con sus correspondientes infraestructuras, pero no así las viviendas que teóricamente les flanqueaban. Algo similar se ha observado también en Pompeya, y en la hispana Mérida, y debió ser un fenómeno extendido en otras ciudades del Imperio.

Con el trazado occidental de la muralla, en el sector más próximo al puerto y a las zonas de playa quizás habría que poner en relación el hallazgo en 1903 de varios sillares labrados formando un muro, uno de los cuales mostraba en relieve una representación fálica, de características similares a las que con frecuencia se incrustan en fortificaciones urbanas en las zonas próximas a las entradas (Beltrán, 1952, nº10). La muralla romana de Ampurias, entre otros ejemplos, nos ofrece una buena referencia para el sillar cartagenero

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