Historia Medieval Universal - Siglos X al XIV

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Hª MEDIEVAL UNIVERSAL
TEMA 1
: LA EUROPA POSTCAROLINGIA.

1. El fin del imperio: luchas entre los herederos.
Tras el Tratado de Verdún en el 843, los hijos de Luis el Piadoso se dividieron el Imperio en tres partes: Carlos el Calvo se quedó con Francia Occidental, Luis con Francia Oriental y Lotario con la franja que quedaba en medio del territorio imperial (desde Roma hasta los Países Bajos). El territorio de Lotario quedó como futuro territorio de expansión de uno de los dominios de sus hermanos. Y así, muerto Lotario en 870, Carlos y Luis se repartieron la Lotaringia mediante el Tratado de Meersen, por el cual se formaban nuevas estructuras políticas en Europa, como la Francia de Carlos el Calvo, la Alemania de Luis y dos nuevos reinos más pequeños bajo la influencia de los grandes reinos: Borgoña e Italia.
Los reyes del lado oriental se centraron en las luchas internas derivadas de rebeliones y luchas de quienes se creían con derecho a ocupar el poder, a la vez que luchaban contra los eslavos, obstáculo para la comunicación y desarrollo económico de Sajonia Oriental y Turingia. La victoria sobre los magiares o húngaros permitió el afianzamiento de los ozónidas, extenderse hacia el Este y recuperar el Imperio con Italia. Los magiares entonces, crearon pequeños estados en la frontera oriental ejerciendo un control sobre las rutas comerciales.
En el siglo X comienza a desaparecer lo que quedaba del Imperio Carolingio, tras la muerte de Luis IV, y aparecen las grandes divisiones de la
Francia Oriental: Sajonia, Franconia, Suabia, Lorena y Baviera. En ellas se conformará la política futura de Europa. Son las clases nobiliarias quienes conforman estos estados o demarcaciones por la lucha por el poder. Pero por primera vez se ve una política exterior unitaria frente a magiares y eslavos.
A finales de siglo IX - principios del siglo X, los magiares, eslavos y ávaros atacarían Baviera, Turingia, Suabia y Franconia. Esto provocó la despoblación de los campos y la emigración hacia las ciudades amuralladas.
Conrado I, rey de Alemania, duque de Franconia, no era el más poderoso de aquellos nobles, pero fue el elegido por sus dotes militares frente a los magiares. La batalla del río Inn puso fin al peligro magiar (913), iniciando un período de tranquilidad. Llevo a cabo la organización institucional de Alemania con la oposición del resto de nobles, ya que Conrado I defendía la restauración del reinado para hacer frente a los peligros de la Francia Oriental. Por ello, buscó el pacto con los obispos y la Iglesia para frenar el crecimiento político del resto de nobles. Pero no consiguió configurar la hereditariedad de la casa de Franconia al frente de Francia Oriental. Antes de morir, Conrado sugirió que su sucesor fuese Enrique de Sajonia, a quien el envió las insignias reales en modo de reconocimiento.

Enrique I o Enrique el Pajarero (919-936), era hijo de Otón, consejero de Luis V, y accedió al poder con la aprobación inicial de la nobleza de Sajonia y Franconia, de Suabia y Baviera la obtendría después de algunas concesiones: acuñación de moneda, nombramiento de obispos y control de las tierras reales. Pese a estas concesiones, Enrique I inicia una época de fortalecimiento de la monarquía.
Enrique I fue, ante todo, un jefe militar, llegando a recuperar Lorena y preparó la recuperación del Imperio. También intervino en Bohemia dando impulso a la evangelización. Entre 924 y 933 llevó a cabo reformas militares necesarias para detener a los magiares, por un parte fortaleciendo los enclaves urbanos y, por otra parte, construyendo fortalezas, a la vez que crea una potente caballería pesada para luchar contra los eslavos, a quienes vencieron en Lencen.
Al tiempo que llevaba que llevaba estas reformas, llevó otras como en movimiento de colonización denominado “
Drang nach osten”, afectando al norte y este del reino y fortaleció esas zonas frente a las invasiones.
En el
ámbito religioso, apoyó a las comunidades monásticas y se valió de numerosos eclesiásticos para la Administración del Estado. También hizo frente a los daneses que amenazaban Sajonia Septentrional; pero sería sobre todo la magnitud del peligro magiar lo que hizo que los duques uniesen sus esfuerzos con el rey, quien recibió el apoyo de príncipes vecinos como Wenceslao de Bohemia.
La sucesión de Enrique I siguió el principio de hereditariedad carolingio, accediendo al trono su hijo Otón I; pero no repartió el reino entre sus hijos, lo que ocasionó constantes rebeliones y enfrentamientos sucesorios entre 936 y 941, que nunca reconocieron a Otón como rey.

2. El Imperio Otónida.
  Otón I (936-972) sucedió a Enrique I. organizó el reino de Alemania y sus actuaciones exteriores fueron excelentes. Su coronación en Aquisgrán tuvo signos de prestigios inusuales: elección por nobles, aclamación popular, asistencia de los duques de Baviera, Lorena, Franconia y Suabia. Pero, el sometimiento de los nobles no era total y Otón I tuvo que trabajar para afianzar el prestigio de la corona; pero, a la postre, con el apoyo de la alta jerarquía eclesiástica y los duques citados, Otón I logró consolidar su poder.
Los
continuos problemas de los primeros años mostró la debilidad del reino. Sus hermanos Enrique y Thankmar se sublevaron una y otra vez, y en el 953 y 054, se sublevó su hijo Liudolfo, duque se Suabia, que temía el matrimonio de su padre con Adelaida de Provenza; por último, sería su yerno, Conrado, quien se sublevaría. En segundo lugar, la nobleza, a la que Otón I recortó su poder y limitó su hereditariedad con el objetivo de conservar la capacidad de nombramiento. Hubo revueltas nobiliarias en 937 y 952 para evitar que se primara más a unos que a otros. Lorena se dividió en dos ducados (Alta y Baja Lorena), mientras que Turingia y Westfalia se consolidaban como ámbitos de poder y se desgajaba de Sajonia todo el territorio de Carintia y del Este; Suabia no fue dividida, pero tuvo siempre un duque forastero. Sólo se formaría una dinastía ducal de Sajonia. Mediante esta política, Otón I consiguió que los títulos condales estuvieran con la Corona y a la hora de defender la paz pública.

Uno de los fundamentos del poder regio de Otón I radicaba en la alianza con la
Iglesia: Otón y sus sucesores se consideraban patronos de las iglesias episcopales, las pusieron bajo su protección y otorgaron privilegios de inmunidad sobre sus dotaciones temporales, asignaron atribuciones del poder regio sobre mercados, peajes y acuñación de moneda. Así, en el siglo XI se podían ver obispos con funciones en tierras ajenas a su sede; la Iglesia se convirtió en un firme soporte de la autoridad monárquica que perduró hasta la reforma gregoriana.
Otón I caminaba hacia el fortalecimiento de la Corona, pero para conseguir el respeto hacía falta una victoria decisiva sobre las
amenazas exteriores. Otón I se dirigió contra los magiares, derrotándolos en Lechfeld, cerca de Augsburgo (955). Este año también se dirigió contra los eslavos del Elba, a quienes venció en Recknitz, impulsando la expansión germánica al este, proporcionando amplios territorios con los que premiar a sus guerreros y colonizar, a la vez que organizó una provincia eclesiástica eslava con una sede en Magdeburgo (968).
Otón I intervino en Francia, en donde ejerció su influencia con la elección de Luis IV (936-954), casado con una hermana de Otón I con quien firmó la
Paz de Visé-sur-Meuse (942), por la que el rey francés renunciaba a Lorena que se integraba en el Imperio.
La misma política se mantuvo con
Lotario (954-986), quien tras la muerte de su padre quedó bajo la tutela de Bruto, arzobispo de Colonia y hermano de Otón I. en Francia, el poder regio era muy débil frente a los grandes nobles, sobre todo Hugo, el poderoso “Dux Franciae”, casado con una hermana de Otón I y que era el auténtico árbitro de la política que evolucionaba en su favor, ya que la prematura muerte de Luis V (986-987), facilitó que Hugo Capeto, hijo del “Dux Franciae”, fuese nombrado rey con el apoyo alemán y la Iglesia.
Referente a
Borgoña, Provenza e Italia, el llamado “Pacto de recomendación” establecido en 937, por el que Conrado III de Borgoña reconocía que si muriese sin hijos, Borgoña sería heredado por el Imperio. En Italia, accedió al trono lombardo Berengario II (950-962) quien prestó homenaje a Otón, pero los seguidores del difunto Lotario se unieron con Adelaida de Provenza, y lograron que Otón entrara en Italia, tomase Pavía, contrajese matrimonio con Adelaida y ciñese la corona de hierro de los lombardos. En Roma, la mayoría de las facciones aristocráticas apoyaron a Agapito II a la hora de negar la corona imperial. En ausencia de Otón I estallaron rebeliones (952) que obligaron al rey a regresar al Imperio, y Berengario II recuperar el trono.
Berengario II y sus pretensiones sobre el ducado de Spoleto, hicieron que el Papa
Juan XII (955-964) rogase a Otón I que le ayudase con el compromiso de concederle el título imperial. Berengario II era derrotado en 962 en Pavía y Otón I era coronado emperador en Roma (2-II-962) y otorgaba el “Privilegium Ottoniarum” por el que confirmaba las donaciones de la Iglesia desde Pipino el Breve, también recogía las exigencias imperialistas de la “Constitutio Lotharii” del 824, la obligación de obtener el “placet” del emperador antes de consagrar a ningún papa, y que el elegido y el aceptado le prestara un juramento de fidelidad. Otón I no aceptaba sujeciones políticas con respecto al pontificado, sino que era éste el que quedaba supeditado a la voluntad del emperador.

La historia del Pontificado en estos años muestra una alternancia entre intervenciones imperiales y períodos de desorden dominados por los grandes linajes romanos. En el 962, Emperador y Pontífice tenían intereses opuestos, y las maniobras de Juan XII contra Otón I provocaron que éste convocara un sínodo para derrocar al Papa y sustituirlo por
León VIII (963-965), provocando una lucha entre los dos papas hasta que Juan XII murió en 964. Pero, habiendo huido León VIII con Otón I, los romanos eligieron a Benedicto V, quien trabajó para limpiar la imagen de su predecesor. Pero, al mes de su proclamación, León VIII y Otón I regresaban a Roma, y depusieron en un sínodo a Benedicto V, lo rebajaron a diácono y lo desterraron a Hamburgo.
Muerto León VIII, el emperador impuso a
Juan XIII (965-972) creyendo que podría gobernar sobre Roma; no obstante, dos meses más tarde se produjo una rebelión y Juan XIII huyó con Otón I. El 14-XI.966, con numerosas tropas imperiales, regresaba el Papa a Letrán y Otón I, tras castigar a los cabecillas de la rebelión, impuso como duque de Roma a Crescencio I (966-984), hermano del Papa, pero Otón I desconfió, y se quedó en Italia hasta 972. El emperador, mientras, negoció una alianza con algunos nobles italianos, como el duque de spoleto y el marqués de Toscana, con el objeto de asentar una doble ofensiva: contra los bizantinos de Apulia y Calabria, y contra los musulmanes de Sicilia. Pero los ataques fracasaron, e incluso Nicéforo Focas negó la validez del título imperial de Otón I y reclamó Roma y Rávena. No obstante, las relaciones con Constantinopla entraron en una vía de concordia diplomática, acordándose el matrimonio entre la princesa bizantina Teófano y Otón, hijo y sucesor de Otón I, que se celebró en Roma en 972 y poco después regresaba Otón I a Alemania, donde murió al año siguiente, siendo enterrado en Magdeburgo.

Otón II (973-983) ascendió al trono imperial con 18 años. Era rey desde el 961 cuando fue coronado en Aquisgrán y coemperador en 967. Su reinado fue más fácil que el de su padre, pues no tendría que enfrentarse a los duques; pero tuvo problemas internos y externos. Tuvo que hacer frente a las injerencias de su madre y a la rebelión de su cuñado Enrique, duque de Baviera, y lo mismo tuvo que hacer en Bohemia, donde el duque Boleslao II (972-999), quiso emanciparse, al igual que Mieszco I de Polonia, que restableció la situación anterior tras años de lucha.
La inestabilidad en el Imperio fue aprovechado por
Lotario, rey de los francos occidentales, que entró en Lorena y saqueó Aquisgrán (978). Otón II no pudo contestar por estar ocupado con las rebeliones de los duques de Baviera y Bohemia; pero, una vez dominadas, atacó a Francia, llegando a las puertas de París, donde fue detenido por Hugo Capeto a cambio de ceder a Otón II la totalidad de Lorena, es decir, la Alta y Baja Lorena, incluido el ducado de Bravante.
Otón II había recibido una formación y unas tradiciones muy distintas a las de su padre y se podía proveer una vinculación mayor en los asuntos italianos. Pacificada Alemania y la frontera occidental, Otón II decidió ocuparse de
Italia, donde llegó en el 980 a Pavía, Rávena y Roma, restableciendo el dominio imperial, contando con la ayuda de obispos y abades, a la vez que proyectaba la expansión hacia el sur.
Otón II reclamó la dote de Teófano que incluía las tierras bizantinas en Italia; pero se estableció la organización de una campaña militar sobre
Tarento (981), en la que las tropas imperiales fracasaron. Al año siguiente, contra los musulmanes en Sicilia y Calabria, organizando un poderoso ejército que fue derrotado en Cabo Colonna (982). Las repercusiones del desastre llegaron al Imperio, en el que los daneses habían pasado la frontera y los eslavos se sublevaron en Elba, destruyendo la tarea de cristianización de Otón I. Pero, Otón II permaneció en Italia y cuando al año siguiente murió de malaria, seguía pensando en dirigir una urgente campaña contra los musulmanes.

El trono quedaba en manos de un niño de 3 años,
Otón III (983-1002), y la posibilidad del inicio de una crisis en el Imperio cobraba más fuerza, pero salvada por Teófano y sus consejeros Wiligis, arzobispo de Maguncia, el canciller Hildebaldo, obispo de Worms, y Adelaida, que se hizo cargo de la regencia en el 992, tras el fallecimiento de Teófano.
Elegido rey en Verona y coronado en Aquisgrán por el arzobispo de Maguncia, a los 14 años iniciaba su breve reinado distinguido por su teoría original y sus proyectos políticos, inspirados por sus consejeros Adalberto de Praga y
Gerberto de Aurillac. Fue una mezcla de dureza sajona de Otón II y el espíritu refinado de su madre. Con él culminó el régimen sajónico del reino Franco Oriental, y su conjunción con el Imperio Romano. El Imperio Otónida siguió ofreciendo la misma duplicidad que se constató en el siglo X y la política italiana no impidió que los emperadores se centrasen en la política alemana; la Corona había detenido a eslavos, húngaros y daneses, y a los francos occidentales; pero los ducados alemanes y las amenazas exteriores requerían la presencia regia en Alemania.
En 994 se dirigió contra los eslavos, a quienes derrotó un año después. Entonces, Otón III pudo centrarse en su
política italiana, queriendo convertir Roma en centro político de su dominio, llegando a adoptar simbología imperial bizantina como parte de la “Renovatio Imperii Romanorum” que quería efectuar. En 996, Otón III conoció en Rávena la muerte del Papa Juan XV, quien le había pedido ayuda frente a Juan Crescencio II, un noble usurpador del título de “Patricio de los Romanos” que correspondía a Otón III. Inmediatamente, designó Papa a su primo Bruno, nieto de Otón I, quien tomó el nombre de Gregorio V (996-999). Gregorio V coronó al joven emperador alemán como emperador.
Papa y Emperador eran alemanes y Roma, centro del Imperio. Otón III era “
Imperator Augustus Romanorum” e inició la Renovatio Imperii. Roma desplazaba a Aquisgrán, la corte otónida en el Monte Aventino revitalizaba el simbolismo romano y recuperaba los títulos antiguos buscando atraer a la nobleza italiana. Pero la nobleza romana no aceptó un Papa y Emperador alemanes, y cuando Otón III regresó a Alemania, Gregorio V quiso imponer su autoridad a las facciones romanas. En 997, los disturbios provocados por Juan Crescencio provocaron la huida de Gregorio V que dejaba el campo libre a Juan Crescencio, apoyado por Bizancio, designó como nuevo papa al griego Juan Filagatos, embajador imperial en Constantinopla y que pasó a denominarse Juan XVI (997-998), pero sus escasas dotes políticas demostradas en la rebelión de las tropas griegas en Italia contra Otón III, quien las disolvió al llegar a Roma y castigar a Juan Crescencio con la muerte, le hicieron ser capturado por un general germano: su castigo fue durísimo, se le cortó la nariz, fue cegado, tajadas las orejas y encerrado en un monasterio, tras ser humillado por las calles de Roma.
Mientras Gregorio V atendía la
reforma de la Iglesia, Otón III designaba como obispo de Rávena a Gerberto de Aurillac, quien unía esfuerzos con el Pontífice. En 999, a la muerte de Gregorio V, Gerberto fue designado Pontífice como Silvestre II (999-1003). Otón III y Silvestre II podían poner en marcha su proyecto político-teocrático, con las esferas de poder complementadas. Otón llevaba a la culminación su política de apoyo al alto clero, e intentó una conciliación con Polonia, Bohemia y Hungría, para integrarlos en la cristiandad. La peregrinación de Otón III a Praga para orar ante la tumba de San Wenceslao fue un símbolo de nuevas realidades político-religiosas en el Imperio.
Silvestre II, mientras, sostenía ahora la primacía del obispo de Roma; avanzó en el camino integrador y se convirtió en el gran organizador de la Iglesia en Polonia y en Hungría, logrando la conversión del
rey húngaro Esteban (1000-1038).
Pero, el marco italiano no estaba nada tranquilo y tampoco lo estaban los vecinos del Imperio, que se negaban a aceptar el poder de Otón III. En Roma, una
revuelta nobiliaria obligaba al Emperador y al Papa a salir de la ciudad, y en Polonia, el rey Boleslao I (998-1025), se negaba a aceptar la autoridad de Otón III. Cuando la rebelión romana estaba a punto de ser sofocada, moría Otón III en el castillo de Paterno (1002). Silvestre II pudo regresar, pero no retomó durante mucho tiempo el gobierno, pues murió en el 1003.

Tras la muerte de Otón III, fue coronado rey Enrique de Baviera,
Enrique II (1002-1024), quien contó con el apoyo del arzobispo de Maguncia Wiligis, de quien recibió la corona. A esta coronación se opusieron dos magnates: uno fue Ekkebard, margrave de Meissen, y Herman, duque de Suabia. La fragilidad del estado quedaba puesta de manifiesto, pero el principio efectivo de la Corona se fortalecía a la vez que el problema de la cuestión sucesoria se solucionaba con el asesinato de Ekkebard y la sumisión de Herman. La participación de eclesiásticos contra el emperador no se olvidó, como el arzobispo de Magdeburgo que apoyó al duque de Suabia.
Enrique II no acudió a Roma a recibir la corona imperial hasta 1014, ya que era necesario permanecer en Alemania para pacificar a la aristocracia germana y acabar con las sediciones; a la vez que continuaba la política de aproximación monárquica a los obispos.
La ausencia del emperador en Italia fue tomada como una ruptura de las conexiones con el Imperio y un sector de la aristocracia italiana eligió como rey al
conde de Ardoino de Ivrea. La reacción de Enrique II fue fulminante y, en 1004, las fuerzas alemanas devolvieron Italia a la tutela imperial y Enrique II era coronado rey de Italia en Pavía, tras lo cual otorgó una autonomía completa a aristócratas y ciudades del reino, fomentando el desarrollo político de los núcleos urbanos.
Posteriormente, en 1013, Enrique II volvería a Italia con sus fuerzas a causa de los enfrentamientos que suscitaba el acceso al Pontificado, pues en Roma, los
Tusculum y los Crescencio pugnaban por la ocupación de los puestos papales. Los Crescencio acudieron a Enrique II quien, tras poner orden en Roma, recibía la Corona Imperial en 1014. La misma actitud que mostró con aristócratas y ciudades, mostró con Roma y el Papado, donde hasta 1046, sólo intervinieron los emperadores indirectamente, a través de los condes de Tusculum. Por ello, el reinado de Enrique II supone un cambio radical respecto a la política mantenida hasta entonces por la cabeza del Imperio, ya que el emperador comprendió que sus intereses estaban en Alemania a la que había prestar atención para cerrar las filas aristocráticas, controlar el nombramiento de los duques y sus ducados, para después asegurarse una base sobre la que apoyar su gobierno. Los problemas venían de la nobleza condal alemana, por lo que convirtió a la Iglesia en ese apoyo fiable para gobernar, otorgándole derechos y tierras, mayoritariamente en Sajonia; promovió y aumentó la riqueza de los monasterios alemanes y mejoró el sistema de elección episcopal.
La colaboración con el papa
Benedicto VIII (1012-1024), permitió al emperador controlar los asuntos de la Iglesia y de Italia central. Pontífice y Emperador trataron de solucionar el concubinato y la simonía de los clérigos. Enrique II se apoyó en la Iglesia para desarrollar su política de sometimiento y pacificación.
La guerra contra
Boleslao I de Polonia terminó con la derrota polaca y la firma de la Paz de Bautzen en 1018; el triunfo se completó con la anexión de Bohemia como ducado. Al mismo tiempo, Rodolfo III de Borgoña, reconocía a Enrique II como heredero, siendo la razón por la que Borgoña se uniese al Imperio, pero conservando la organización política de la aristocracia.
En 1024 moría Enrique II y elegía como lugar de enterramiento un obispado erigido por él, el de
Bamberg. Enrique II murió sin herederos, provocando un cambio dinástico: la Casa de Sajonia fue relevada por la de Franconia.

3. La “Renovatio Imperii” y sus fundamentos.
La reconstrucción del Imperio, tras la desaparición de la dinastía carolingia, es el resultado de la obra política de Enrique I. Se establecía entonces un lazo de sangre que convertía la Corona en patrimonio de la familia de Enrique, un bien que se transmitía de forma hereditaria, aunque el sucesor debería ser ratificado por el sistema electivo sajón.
En este nuevo Estado existía un principio por el cual los príncipes de los distintos ducados podían elegir entre ellos a quien sería rey de Alemania y esta elección debía ser ratificada por los
príncipes laicos (duques, condes y margraves) y eclesiásticos (arzobispos, obispos y abades). Los Otones, mediante el expediente de asociar en vida a sus hijos con le trono, intentaban reconducirlo hasta la hereditariedad, para lo cual era necesario tener un descendiente varón por línea directa; pero a la muerte de Otón III, sin herederos, reinstauró el sistema electivo y se consolidará con la muerte de Enrique II y la llegada al poder de la Casa de Franconia.
Varios factores hicieron que la herencia sustituyese a la elección por voluntad de Enrique I. Primero, un
prestigio superior ganado en los campos de batalla; segundo, una política matrimonial de largo alcance que permitió crear sumisiones y dependencias, pero esto no excluía la posibilidad de que hubiese disputas a la hora de la sucesión, como demostró la lucha de Otón I con familiares usurpadores, para ser coronado para ser coronado por Hildeberto de Maguncia, quien exclamó: “Otón era rey por designio de Dios, elección de su padre y aclamación de los príncipes alemanes”.
Se iniciaba entonces el camino hacia la “
Traslatio Imperii”. Tras vencer a los magiares, Otón I estaba en condiciones de acceder a la dignidad imperial y un hito importante lo representa su nombramiento como “Rex Italicorum” en Pavía (951). La “Traslatio Imperii” ocasionaba a Otón I más obligaciones que poderes. Aún así, reforzaba su posición frente a la Iglesia y le convertía en protector de los Estados Pontificios. El título se lo ofrecía el Papa a cambio de protección.
En el 962 se restaura el
título imperial y comienza una nueva fase que durará hasta 1066 y se realizarán todo tipo de reflexiones y opiniones sobre su significado y alcance. Todas ellas introducen matizaciones o novedades con respecto a las existencias de época carolingia, aunque a su vez son fundamento de las futuras tomas de postura proimperial (gibelinos) y las posiciones teocráticas (güelfos) defendidos por el Papado.
En la
coronación de Otón I hay similitudes con la de Carlomagno. El rey alemán era acreedor a un título que lo pusiese por encima de los reyes. Para el Pontificado el Papa ejercía el derecho de otorgar el título imperial y el acto del 062 vincula el título a los Reyes Alemanes y, aunque Otón I no deduce que de este hecho se derivase ningún menoscabo a su poder, pero si asume la obligación de regir un Imperium Christianum y, con ello, la sujeción a fundamentos legitimados de carácter religioso.
Otón I restauró el sistema de elección y coronación en la ciudad de
Aquisgrán, él y sus herederos se considerarán herederos de Carlomagno y del título imperial. Desde Otón III la figura de Carlomagno se engrandece y se rodea de leyendas que serán la base de futuras utilizaciones como arma política y señuelo mítico. Otón I adoptaba el título de “Imperator Augustus” y Otón II añadía el vocablo “Romanorum”, a la vez que reglamentó la utilización de la corona imperial mandaba hacer por Otón I, a la vez que dotaba a la ceremonia de coronación de influencias bizantinas aportadas por su madre, la emperatriz Teófano.
Las ideas desde la
óptica religiosa, la renovación del imperio recoge los conceptos de “Respublica Cristiana” y la “realeza sacerdotal”, magnificados ahora con una simbología que se presenta como “Lugarteniente de Cristo” al emperador, dotado como aquel que “lleva el nombre y la figura de Cristo”. Esta simbología se recogería en la corona imperial: “cuatro placas adornadas con piedras preciosas, delante los doce apóstoles, atrás las doce tribus de Juda, y en los lados temas referentes al Apocalipsis. Entre ellas, cuatro esmeraldas recordando a los Profetas y Reyes del Antiguo Testamento. En total, ocho lados, el número de la vida eterna. De la frente a la nuca un arco elevado, para poder llevar una mitra bajo la Corona, como los grandes sacerdotes de Israel”. También llevaba un cinturón, campañillas y un manto de fondo azul, con bordados de oto de los signos del zodíaco y las figuras del Apocalipsis. Otón III añadió otros símbolos del poder: la espada como defensor de la Cristiandad, el anillo como pacto entre emperador y cristianos y el báculo; ya con Enrique III el globo terrestre, atributo de Cristo como “rey de reyes”.

El Imperio era universal, nutrido de
dos fuentes: una religiosa o espiritual, que estaba en la esencia misma del emperador, rector de Imperio como el espacio geográfico habitado por la Cristiandad y defensor e impulsor de la fe, y otra temporal o política, pues se consideraban la fase final en la serie de espacios políticos imperiales. La idea de “Traslatio Imperii” se recogía en escritos de Adso de Montiérender, y con ella el concepto de la legitimidad imperial sólo la podía otorgar Roma, sede y cuna del Imperio que se renovaría libre de cualquier intervención pontificia, y esa es la idea de Otón III cuando fijó la capital política en Roma y proclamar la “Renovatio Imperii Romanorum”, acompañada de una jerarquía que se agrupaba en torno al Imperio: el Papa al modo de “gran sacerdote”, los diversos poderes de las grandes regiones o nacionalidades constitutivas del Imperio como aliados y subordinados suyos en el espacio común de la “Cristianitas” universal. Otón III representaba la síntesis de la tradición carolingia, las aspiraciones germánicas y las influencias bizantinas, reforzado cuando, tras la muerte de Gregorio V, el emperador designó a Gerberto de Aurillac como Papa, convirtiéndose en Silvestre II. Se evocaba a aquellos tiempos anteriores en los que el Imperio era regido por Constantino y la Iglesia por Silvestre I, aunque la relación entre Emperador y Papa era distinta.
En todo caso, Otón III “
servus apostolorum” y Silvestre II “servus servorum dei” se esforzaron por fundar una monarquía universal sobre la comunidad cristiana, fruto de la estrecha colaboración derivada de la gran amistad personal, de la conjunción entre la autoridad laica y religiosa, pero no en un plano de igualdad ya que el segundo quedaría subordinado a la autoridad temporal y territorial de Otón III. Así, los principios de espiritualidad y materialidad se unen bajo la voluntad única de Otón III a quien corresponde el exclusivo ejercicio del poder: “potestas”.
El
principio agustiniano de las dos ciudades, el dualismo de lo espiritual y lo temporal, simbolizado en las dos espadas, en el “sacerdocium” y el “imperium”, se convertía en el fundamento de la obra de Emperador y Papa. El cesaropapismo otónida daba el poder temporal al emperador para que lo ejerciese en el Imperium Christianum, mientras que al papa quedaban reservados los temas inherentes a la Iglesia y los asuntos de su gobierno, quedando como instrumento del poder del emperador que, a través del pontífice, podía intervenir en el gobierno eclesiástico. Para demostrar su hegemonía Otón III declaró falsa la Donación de Constantino y, en compensación, entregó a silvestre II ocho condados de la Pentápolis, a la vez que ratificaba su voluntad de gobernar sobre Roma. Roma será protegido por Otón III que también era el protector de la Iglesia y Papado.
Pero no hay que olvidar que el ámbito de dominio efectivo político imperial no iba más allá de los reinos de Alemania e Italia, aunque el emperador tuviese el mayor poder y prestigio en toda Europa.
Italia exigió siempre esfuerzos y dedicaciones que serían la mayor causa de decadencia del poder imperial, so pena de abandonarla a su suerte. Pero, no faltaron emperadores, como Otón III, que quisieron basar su poder en el territorio políticamente inestable de Italia, mientras que otros comprendieron con claridad que su fuerza venía y radicaba en y de Alemania, y se esforzaron e engrandecerla a base de operaciones en la frontera oriental, la más propicia para este objetivo. Los emperadores de la primera mitad del siglo X son ejemplos de cómo los intereses germanos prevalecieron de manera más continua.

4. El ejercicio del poder.
El sistema institucional otónida era muy rudimentario y sus dimensiones reducidas, ni siquiera pasado el 950 se puede encontrar una corte organizada y una administración sólida. El número institucional era escaso, lo mismo que pasaba con los colaboradores en el ejercicio del poder, en la administración de justicia y en la burocracia en los asuntos de Estado. Tampoco existía una capital fija y la corte era itinerante y no ejercía su poder de forma igual para todos los territorios integrados en el reino otónida, ya que Enrique I y sus descendientes mostraron más interés por Sajonia.
Siguiendo los
modelos institucionales carolingios, se desarrollaron como principales organismos de poder la capilla y la cancillería, ambas servidas mayoritariamente por clérigos, siempre desplazándose con la Corte. Los “capellani” tenían encomendadas funciones regias, como asesorar al monarca o tramitar las peticiones dirigidas al rey, o misiones diplomáticas, caso como el de Juan de Gorze, enviado a la corte califal de Córdoba (953) o de Liutprando de Cremona, embajador en Bizancio (963). Estos “capellani” eran integrados por personas de gran intelectualidad, además de clérigos conocidos por su virtud y rectitud de conducta. Su número fue incrementado por Otón III.
Los clérigos también se ocuparían de la
Chancillería regia: conjunto de personas que como escribanos, amanuenses e iluminadores se encargaban de escribir y despachar los diplomas, no muchos, otorgados por los monarcas; sin duda, la escasez de documentación se debía a la inexistente tradición de administración a través de mandatos u órdenes escritas en Alemania. Sólo se ha conservado de los Otónidas un documento, el “Indiculus Loricatorum” (981), referidos a los refuerzos enviados a Italia.
Instituciones carolingias, como los
missi, se mantuvieron al sur de los Alpes, y su papel quedó desvirtuado, mientras que en Alemania eran los nuncii quienes desarrollaban esas tareas.
Dadas las peculiaridades del sistema otónida, las
conexiones entre monarca y territorio a través de delegados no eran necesarias, pues esa corte itinerante realizaba la conexión, aunque exigía la presencia física del soberano, quien en sus desplazamientos debía convocar y presidir la asamblea de sus súbditos, ejercer frente a ellos su autoridad y actuar como juez en las cuestiones que fuere menester. En sus viajes, el monarca realizaba diversas funciones, sobre todo, impartir justicias; junto a ella, la obligación de prestigiar a iglesias de los territorios por los que transcurría. Era el rey el que vinculaba la monarquía con sus súbditos.
Respecto a la
administración local, la tradición carolingia no pervivió y son escasas las muestras de actuación de una serie de personajes (judices, vicarii y exactores).
El rasgo más característico del gobierno otónida era su
itinerancia y es la causa de su rudimentariedad al no existir una capital fija y una sede fija, ya que Aquisgrán era sólo la capital “oficial”, y tampoco existía un palacio ni centro que centralizara las tareas administrativas. Al igual que el rey, se desplaza la corte y su séquito, lo mismo que todas aquellas personas que necesitaban acudir a la ley, se desplazaba. Los otónidas se movieron de acuerdo con sus propiedades y rentas, de ciudad en ciudad, donde residían durante sus paradas.
Esta corte tenía el respaldo económico en el fisco y las rentas. El
patrimonio otónida se basó en Sajonia y Turingia, y tras la batalla de Lechfeld, experimentó un fuerte crecimiento. La organización de las marcas orientales, la consolidación de los “pagi” y “Burgos”, y la organización de una geografía eclesiástica posibilitaron la percepción de abundantes rentas y la creación de una red de fortalezas para la defensa del imperio. En las marcas orientales se organizó un incipiente sistema fiscal del que carecía el corazón del reino, a base de exacciones, censos y diezmos, sumado a los tributos que pagaban los eslavos y otros feudatarios del Imperio, como Bohemia y Polonia. En la defensa de la frontera oriental y el fisco que los sustentaba se implicaba la aristocracia, laica y eclesiástica. Los duques ejercían muchos de los derechos del rey, para pagar sus apoyos y participación en empresas militares. La percepción de esas rentas permitía al rey pagar a los “fideles” y “milites”. Este fisco también permitió la creación de una Iglesia poderosa a través de dotaciones monacales, incremento del patrimonio de sedes episcopales y creación de iglesias.
A la mejora de la situación económica contribuyó la explotación de las
minas de plata de las montañas del Hartz, que permitió a los otónidas otorgar privilegios de acuñación de moneda, sobre todo a Sajonia. El Tesoro Real, del que se ocupaban los “camerarii” creció en las aportaciones de la explotación argentífera, con los impuestos de las marcas orientales y con las cantidades procedentes de los expolios de la guerra y con la adquisición de nuevas tierras. Todo ello proporcionó estabilidad a la dinastía y al gobierno, pero no fue suficiente para convencer a los monarcas de realizar una centralización hacendística a partir de la contaduría incipiente que llevaban a cabo los “camerarii”.

5. La periferia imperial: Bohemia, Hungría y Polonia.
El Imperio se centraba en Alemania, Italia y Borgoña, y en torno a su periferia se hallaban territorios inestables que obligaron a los otónidas a actuar militarmente en ellos, consiguiendo gran prestigio militar para futuras proposiciones políticas. En la zona septentrional la presión la ejercían los daneses, cuya cristianización y unificación política se produjo en la segunda mitad de siglo X, fase que coincide con Canuto el Grande, gobernador del Imperio Norteño (Inglaterra, Dinamarca y Noruega), que mantuvo una política conciliadora con Alemania.
En la frontera oriental, los
magiares se establecieron en la llanura húngara, desde donde realizaban incursiones hacia el Oeste y Sur de Europa, sometiendo a los eslavos y destruyendo el Principado de Moravia. La acción devastadora de los magiares en monasterios y aldeas germanas de la zona oriental fue la razón por la Enrique I puso en un lugar prioritario la vigilancia de Turingia y Sajonia Oriental.
Los
eslavos del Elba y Saale habían convivido con población germana y muchos de ellos se habían asentado como colonos. Pero la estabilidad fue rota por los magiares durante la primera mitad del siglo X, que variaron las circunstancias políticas y militares en la zona oriental, en la que nacieron nuevas entidades políticas como Bohemia, Polonia y Hungría. Otón I despejó la zona oriental tras la batalla de Lechfeld y la subsiguiente reorganización de las marcas: los magiares fueron obligados a sedentarizarse, y desde la sede de Magdeburgo, Otón I ordenó el envío de expediciones evangelizadoras hacia el Este, realizándose avances en la cristianización de los búlgaros y colonización de territorios eslavos. Todo ello se recoge en la bula papal de Juan XII (962) por la cual consideraba que Otón I merecía la corona imperial porque venció a los magiares y otros pueblos paganos. Otón I consiguió alejar la constante amenaza de estos pueblos y potenciar su supremacía política y militar, a la vez que las disensiones políticas de esos pueblos provocó la soberanía del Imperio Alemán sobre Bohemia, esporádicamente sobre Hungría y a una sumisión de Polonia. Los tres tuvieron una estrecha relación con el Imperio desde el siglo X.
- Bohemia. A comienzos de siglo X, los príncipes de Praga dominaban un territorio cristiano dentro de Bohemia. Praga basaba su progreso en el comercio, al ser cruce de vías económicas (Maguncia-Kiev y Mar Báltico-Constantinopla). Los ingresos del mercado eslavo en Praga permitieron a Bohemia tener una economía saneada. Los príncipes de Brandeburgo también se aprovecharon de su situación en un cruce de caminos para acrecentar sus ingresos y tener una economía casi al mismo nivel de Praga. La economía bohemia llamó la atención a Enrique I, quien se atrajo a los príncipes de Brandeburgo y Praga. Finalmente, Enrique I reclamó sus derechos sobre Bohemia como heredero del Reino Franco Oriental, y añadió a los príncipes bohemios como duques en su reino.
Bohemia se convirtió en un ducado regido por los
Premyl, protagonistas de la unificación política y territorial. Contemporáneos a Enrique I fueron Wenceslao I (924-929) y Boleslao I (929-967). El primero llevó a cabo una política similar a Enrique I, facilitando la misión evangelizadora de los clérigos alemanes. Pero, Boleslao I llevó a cabo una política nacionalista, rechazando cualquier injerencia extranjera. Pero, Otón I sometió al duque de Bohemia, obligándole a prestar un vasallaje personal al rey alemán. Bohemia debió asumir la hegemonía del Imperio Otónida, pero eso no significó la pérdida de identidad y expansión, que con Boleslao I llegó a Moravia, Silesia, Cracovia y parte de Eslovaquia. La cristianización en Bohemia se había consolidado, y el obispado de Praga se convirtió en el principal foco de la organización eclesiástica en Bohemia.
- Hungría. La sedentarización de los magiares inició un proceso político que sería el origen de una realeza, y se iniciaron los primeros movimientos de unidad. El proceso institucional y político alcanza gran auge en época de Geza (970-997), cuando se consolidó la monarquía a la vez que se iniciaba un proceso de evangelización por misioneros alemanes, y se abandona definitivamente el régimen tribal y el nomadismo. Precisamente, Vayk, hijo de Geza y protegido de Adalberto de Praga, recibió el bautismo en Colonia y recibió el nombre de Esteban I (996), siendo testigo Otón III.
  Esteban I se convirtió en el primer rey cristiano de Hungría, casado con la hermana de Enrique II, fue el verdadero organizador del reino, para lo que fue favorable su relación con Otón III y Silvestre II, quien puso bajo la protección de la sede apostólica al reino y organizó la Iglesia húngara, que envió un legado que coronó a Esteban con la diadema real el día de Navidad del año 1000. La “Corona de San Esteban” sería el símbolo del rey, y Esteban se convertiría en el patrono del país. Al monje húngaro Astric, enviado a Roma para ser consagrado obispo, el papa le dio facultades para consagrar prelados en Hungría, y estableció la sede metropolitana en Esztergorn, desde donde se impulsaría la evangelización al resto del país.
Esteban llevó una ingente labor en la reorganización política del reino borrando todo vestigio del
régimen tribal: consolidó la monarquía y le dio una base legislativa en la que se integraron leyes que unían tradición húngara y bávara. Esteban se lanzó a lograr su gran objetivo: reunir los 39 territorios autónomos en un Estado político y religioso estable, logrando que por primera vez el Estado húngaro tuviese una capital fija en Szekesfehervar, centro administrativo y residencia de la corte de la que dependían el resto de divisiones territoriales, denominados comitats donde se fijaron puntos fortificados o castros y promovieron la formación de burgos en las que residía el gobernador y las guarniciones, a la vez que se convertían en núcleos de fijación del campesinado y de organización del comercio, aspectos principales en las que se basará el crecimiento económico húngaro en el siglo XII.
Junto a la organización política y administrativa, Esteban dio un gran impulso al desarrollo eclesiástico, consolidando la sede Esztergorn (1010) y patrocinó la creación de una red de sedes episcopales (10 diócesis y 29 diaconías), además contó con la ayuda de
benedictinos de Cluny a quienes apoyó en todo el reino con la fundación y prestación de monasterios, siendo el más importante el de San Martín de Pannonhalma, que se convirtió en gran centro de la actividad misionera. La canonización de Esteban en 1063 por Gregorio VII se fundó en su gran obra poítica en el seno cristiano y en la estrecha relación entre el reino y la sede papal.
Esteban I moría en Szekesfehervar en 1038, dejando abierta la
lucha por la sucesión tras la temprana muerte del heredero Ernerico. En medio de una guerra civil, la reina Gisela se encerró en el monasterio benedictino de Passau (Alemania), desde donde conoció la noticia del triunfo de Geza I Arpád (1044-1077) que iniciaba la dinastía de la Casa de Arpád que gobernaría hasta el asesinato de Andrés III en 1301. La época de la dinastía Arpád se caracterizará por un desarrollo relativamente equilibrado, sólo interrumpido por el ataque de las huestes tártaras-mogolas en 1241, que en un año arrasaron un país que hubo de ser reconstruido. La Hungría que creó Esteban se consideró un centro importante en los siglos bajomedievales.
- Polonia. El territorio polaco culminó su proceso unitario con Miezsko I de la dinastía Piast, artífice de la creación del Estado Polaco.
Los años de gobierno de Miezsko I coinciden con la expansión alemana hacia Lusacia y fundaban el obispado de Magdeburgo (967), que hizo que el rey polaco patrocinase una política contra la intervención eclesiástica de Alemania, y se
convirtió al cristianismo (966) convirtiendo a Polonia en un territorio de la Europa occidental. Estableció la sede episcopal en Poznan (968), regida por el obispo Jordan. Miezsko I completó su conversión casándose con Dubranka, hija de Boleslao I de Bohemia. Finalmente, como Hungría, solicitó el patrocinio espiritual de la Santa Sede que acogió bajo su protección al territorio polaco (990).
También Miezsko I demostró gran habilidad política para crear un Estado fuerte y capaz de participar en la política europea. Desde el 972, Miezsko I iniciaba las operaciones para ocupar
Pomerania, centro de gran actividad mercantil en la desembocadura del Oder. Pese a su declaración de amistad con el emperador, apoyó a Enrique de Baviera durante las revueltas contra Otón II y Otón III quien se aprestó en ir contra el polaco, pero finalmente Miezsko I juró fidelidad a Otón III y recibió ayuda para hacer frente a la rebelión de los eslavos del Elba (986-992), aprovechando la situación para ocupar Silesia y Cracovia (990), con lo que proseguía la expansión que iniciaba con la incorporación de Pomerania.
El primer gran apogeo de Polonia, se debe a
Boleslao I (992-1025), quien en su último año de vida ciñó la corona real. La primera etapa de su gobierno se caracteriza por las buenas relaciones con Otón III y Silvestre II, quienes patrocinarán la fundación de la sede metropolitana de Gniezno, nueva provincia eclesiástica que acompañaría el nacimiento de un nuevo reino cristiano amparado por el Papado y el Emperador, quienes otorgaron al duque polaco los títulos de “hermano y cooperador del Imperio” (999) y “amigo y aliado del pueblo romano” (1001). Así, Boleslao I integró Polonia en la “universitas cristiana”, además, consolidaba una línea de expansión en Pomerania, sobre todo en la zona del Bajo Vístula, e incluso proyectará dirigir la conquista y cristianización de los eslavos de Lusacia y Misnia, entre los ríos Elba y Oder, como feudatario del Imperio.
En 997, Boleslao I organizó la expedición misionera de Adalberto de Praga, pero, ese mismo año, moría martirizado cuando predicaba a los paganos de Pomerania, y fue canonizado por silvestre II en 999. La peregrinación de Otón III en el 1000 a Gniezno, fue aprovechada por el Emperador para exponer sus ideas de unificación del mundo cristiano y la colaboración que esperaba del duque polaco, quien, a cambio, recibió la autorización de Otón III de transformar el ducado en reino, que sucedería en 1025.
Las relaciones con Enrique II fueron muy tensas. En 1003, Boleslao I ocupaba Bohemia y se iniciaba una guerra contra el Imperio que finalizaría con la
Paz de Bautzen en 1018, que permitió a Boleslao I conservar sus derechos sobre Lusacia y Misnia y recuperar Galitzia de manos rusas. Boleslao I siguió con sus expediciones hacia el Este para consolidar su dominio en la Europa centro-oriental, gracias a la victoria en Kiev (1018). A la muerte de Enrique II, el duque polaco pidió y exigió la independencia de Polonia y decidió asumir el título y la corona real, pero su fallecimiento impediría su proyecto.












TEMA 2: LAS CRUZADAS EN TIERRA SANTA.

1. Introducción.
Las Cruzadas, para la Cristiandad occidental del siglo XI y XII, fueron guerras santas o peregrinaciones armadas, capitaneadas por la Providencia divina dirigida por el Pontífice, cuyo objetivo era derrotar al Islam y liberar a palestina. Al margen de intereses económicos, se puede afirmar que fueron guerras caballerescas, emprendidas con ánimo y honor por aquellos que portaban la cruz sobre el vestido.
Este fenómeno se inició antes en España y Bizancio, pero, con los siglos, el carácter de las cruzadas fue modificándose y su espíritu también, al igual que la de nobles díscolos y mercaderes ávidos de riqueza que antepusieron sus intereses económicos privados al factor espiritual y caballeresco.
El
origen está en la narración de muchos peregrinos que volvían de Jerusalén, tras la toma de la ciudad por los selyuquíes en el 1078, y a una supuesta petición de ayuda de Alejo I (1081-1118) al conde de Flandes en 1098, Roberto el frisón, con una carta falsa. Pero, por un lado, se cree que tras la muerte del sultán Malik Sha en 1092, el poder de los turcos selyuquíes debía ser muy débil y, por otro, no parece que los nuevos dueños de Jerusalén tratasen peor a los peregrinos que sus antecesores, dueños de la ciudad desde hacia 400 años cuando el califa omeya Umar conquistó Palestina tras la batalla de Yarmuk (636).
La idea de Cruzada pudo tener su origen en
España, ya que, desde el 1063, el Papado se interesaba por las luchas de reconquista del reino de Aragón en tierras del Ebro, patrocinando las campañas por bulas que solicitaban a los caballeros de Europa occidental que acudiesen a las mismas. Tres de estas empresas, tras las bulas papales, tuvieron como escenario las tierras hispánicas, antes de que las expediciones se trasladasen a Oriente.
- La cruzada que, tras una bula de
Alejandro II, condujo a la efímera conquista de Bobastro por las tropas de Sancho Ramírez de Aragón, apoyadas por fuerzas aquitanas del duque Guillermo VIII y por guerreros de Champaña.
- La segunda cruzada, con Gregorio VII, fue apoyada con tropas de Champaña, pero sin éxito.
- La tercera cruzada, con
Urbano II, condujo a la caballería francesa a la toma de Huesca (1089). Entre tanto, Alfonso VI, rey de Castilla y León, junto con tropas francesas, tomó Toledo en 1085.
Si el Pontificado mostraba interés en las luchas de Reconquista era porque el
“Reino de España había pertenecido antaño a San Pedro”.

2. El espíritu de la Cruzada. El concilio de Clermont.
En el año 1095, el papa Urbano II dio un giro universalizador a su actuación, acercándose a Bizancio y diseño una empresa que uniría al conjunto de la Cristiandad: la cruzada. En los concilios de Piacenza y Clermont en 1095 se estableció la plataforma para lograr el fin de esas ideas.
En
Piacenza, insistió sobre la nulidad de las ordenaciones realizadas de manera ilegal o simoníaca y renovó la condena de Gregorio VII de las doctrinas eucarísticas de Beregario de Tours (1010-1088), un teólogo preescolástico, que reconocía la presencia de Cristo en la Eucaristía, pero negaba cualquier cambio material de pan y vino. En Piacenza se recibió la petición de ayuda de Alejo I tras la derrota bizantina de Mazinkert (1071) que provocó una gran pérdida territorial y el establecimiento del sultanato de Rum. Por otro lado, la muerte de Malik Sha debilitó la unidad de los distintos jefes turcos y posibilitó la contraofensiva bizantina, pidiendo ayuda el Emperador en forma de mercenarios. No obstante, el deseo de Urbano II de acercarse a Bizancio y superar el cisma para lograr la supremacía romana fue madurando.
El
concilio de Clermont se celebró del 18-28 de noviembre de 1095. Ha quedado como el llamamiento del Papado para la liberación de Jerusalén. Como Piacenza, era una asamblea reformadora, que condenó los mismos puntos, si bien, en cuanto a la investidura laica, la prohibición se extendió a la prestación de juramento de fidelidad Ligia a los laicos, por lo que se rechazaba cualquier intervención en la Iglesia que no fuera romana. Otras medidas reformadoras como las instituciones de paz (Tregua de Dios) que la Iglesia había estimulado localmente desde el siglo X, se generalizan ahora al resto de la Cristiandad, mientras que algunos tratan de anatemas y penas contra cismáticos o contra los quebrantadores de los principios morales: las excomuniones contra Enrique IV.
Sólo un canon conciliador hacía referencia a la locución pontificia anunciadora de la cruzada. Todos los que acudieron a la cruzada, Urbano II
dispensaría perdón por los pecados cometidos; se trata de una disposición que recogía la tradición eclesiástica ligada al peregrinaje, voluntario o expiatorio, a los grandes centros de la Cristiandad: Roma, Jerusalén y Santiago. Pero la remisión de penas llevaría al perdón de las faltas y en la anulación de las expiaciones no terrenales.

En
27-XI-1095, en una reunión exterior con nobles de Francia, Urbano II predicó la cruzada, no para ayudar a Alejo I y Bizancio sino para conquistar Jerusalén, teniendo el control de la misión Ademaro de Montreil, obispo de Lepuy.
El sermón de Urbano II se propagó por todo el Occidente como la pólvora. Pero, el sermón no era suficiente para poner en marcha una muchedumbre en pos de tan difícil misión (70.000 hombres). Esto hará que la visión de la cruzada esté desvirtuada, pues muchos de ellos eran ladrones y villanos.
La cruzada predicada y dirigida por el Pontífice aparece como una prolongación de las instituciones de paz, capaz de llevar la pacificación interior de los Estados al exterior de Europa. El llamamiento de Clermont se inserta, así, de
ascenso de la Iglesia y el Pontificado. Las palabras de Urbano II, multiplicadas por hechos anteriores (fin del mundo en el año 1000), tienen su éxito gracias a la unión de fundamento religiosos y circunstancias de oportunidad social y política.
La expectativa de peregrinar a Oriente para recibir el perdón no era como la peregrinación a Santiago y Roma, ya que Jerusalén era desconocida por los occidentales, que tienen la imagen de
Jerusalén Celestial, de la perfección del Nuevo Cielo y Nueva Tierra que surgirían tras la segunda venida de Cristo, por lo que la ciudad se consideraba el centro del mundo. La cruzada obtendrá un sentido religioso escatológico, derivada del convencimiento del fin del mundo, del que sería preludio la peregrinación a Jerusalén terrestre y su conquista por los cristianos.
Urbano II, al promover la Cruzada, aumenta su prestigio y el peso de su posición en la Iglesia, y la vincula a una corriente de religiosidad cristiana occidental que, por entonces, producía emociones y entusiasmos colectivos, a la vez que dirigía el buen orden religioso de la peregrinación masiva. Los reyes y nobles, al apoyarla, obtenían la fundamentación y objetos religiosos de su poder.
Las
circunstancias políticas de la segunda mitad del siglo XI ayudarán al éxito y difusión de la Cruzada: para la aristocracia feudal de Francia, Borgoña y Alemania era un medio de derivar violencia y excedente humano hacia el exterior; mientras, para los normandos del Sur de Italia e Inglaterra, constituirían una prolongación de sus luchas anteriores. Al ampliar la cruzada en sentido de lucha contra los infieles o para la defensa de la fe, se dio mayor importancia a las acciones bélicas que se combinaba con la práctica religiosa de la peregrinación. Que por otra parte, la conquista de rutas mediterráneas por marinos y mercaderes italianos encontraba en la Cruzada un apoyo, pero en ellos prevalecía el interés comercial por unas tierras más variadas y amplias que la Palestina buscada por los cruzados.

3. La Primera Cruzada.
3.1. La Cruzada Popular.
El acercamiento del proyecto de Urbano II a los grupos sociales más bajos tuvo como protagonistas a miembros itinerantes del bajo clero, destacando Pedro el Ermitaño (1050-1115), un eremita de Amiens que pudo haber peregrinado a Jerusalén y regresado con una petición de ayuda a urbano II. En todo caso, la figura de este personaje se agigantó tras la alocución de Clermont, que adaptó a masas urbanas y rurales, generando un movimiento ajeno al papa, cuya visión de la expedición era puramente aristocrática. Y es que la predicación de distintos clérigos cohesionó las difusas vivencias populares.
La llamada
Cruzada Popular es un movimiento espontáneo, dirigido por los predicadores, en el que participan desde nobles hasta bandoleros, pasando por campesinos y burgueses. La oleada más importante, encabezada por Pedro el Ermitaño, partió de Colonia el día de Pascua de 1096, siguiendo la ruta del Danubio hasta Constantinopla; pero no era fácil controlar aquella masa mal organizada, que atacarían las juderías de varias ciudades renanas, convencidos de que la liberación en la ciudad santa debería ir precedida del exterminio de los deicidas de Occidente.
Los
problemas de abastecimiento hicieron saquear aldeas en Hungría y los Balcanes, asaltando la ciudad de Semlin, provocando la primera matanza de la Cruzada, y Belgrado corrió la misma suerte. Los enfrentamientos con las guarniciones bizantinas provocaron la muerte de un cuarto del conjunto de los cruzados.
El entusiasmo religioso de parte de esta gente era realmente importante y cuando Godofredo de Bouillon, al enterarse de que partían, preguntó que equipamiento llevaban, y uno de ellos dijo:
“la cruz en el pecho”, a lo que siguió el grito “Dios vencerá”.
Alejo I vio con inquietud la llegada de esta masa de gente, por lo que facilitó su rápido traslado al otro lado del Bósforo y su instalación en el campamento de Civetot, en el golfo de Nicomedia. Allí se produjo el desastre de esta primera cruzada, pues los cruzados se lanzaron contra los turcos sin medios ni organización necesaria. En
Nicea ocurrió el desastre, y la flota de apoyo bizantina sólo pudo rescatar 3.000 supervivientes.
Pedro el Ermitaño, se hallaba en Constantinopla negociando con el Emperador, y no se encontraba en la debacle. Con posterioridad se integró en la Cruzada militar y participó en la conquista de Jerusalén, y parece que su discurso en el Monte de los Olivos precedió al saqueo de la ciudad y la matanza de sus ciudadanos desarmados. Regresó a Europa y se convirtió en prior en una casa de agustinos.
La
segunda oleada de la Cruzada Popular tiene su origen en algunos enclaves de Alemania. La intensidad de la predicación de la cruzada situó a los judíos en el punto de mira por su adecuación, y el papel de las comunidades judías en la sociedad cristiana, como grupos cerrados dedicados a actividades relacionadas con el mundo del dinero, y, por ello, no suscitaban simpatías.
Esta segunda oleada comenzó a liberar sus energías con las
comunidades judías de Alemania y Centroeuropa que conocieron la violencia de los cruzados, en contra de los consejos de los obispos que trataron de proteger a los judíos; las agresiones antisemitas no eran algo nuevo en Europa, pero sí precedieron las futuras conversiones forzosas a la fe cristiana de siglos posteriores.
Los peregrinos intentaron repetir sus actuaciones, pero el rey húngaro
Colomán (1095-1116) respondió aniquilándolos casi totalmente. Los escasos supervivientes se dispersaron y algunos regresaron. Aunque la Cruzada Popular fue destrozada en Asia Menor, importa por ser la primera y más intensa manifestación de los movimientos y emociones de las masas a que dio lugar el espíritu de los cruzados.

3.2. La Cruzada Militar.
El 15 de agosto de 1096 se inició la larga marcha hacia Constantinopla, que fue el punto de reunión de los ejércitos de la Primera Cruzada, la de los caballeros, aquella en la que Urbano II había pensado realmente. En ella se integran franceses, normandos, loreneses, alemanes, catalanes de Rosellón y Cerdaña y algunos navarros: era una verdadera expedición militar, formada por 3.000 caballeros y 12.000 infantes, con el equipamiento y mantenimiento necesarios. Entre los meses de octubre de 1096 y mayo de 1097, los diferentes grupos de peregrinos llegaron a la capital bizantina. Entre los cuerpos del ejército distinguimos a los de Francia del Norte (Hugo de Vermandois, Godofredo de Bouillon y sus hermanos Balduino de Flandes y Eustaquio III de Boulogne), los de Languedoc y Provenza (Raimundo de Saint Gilles), y los normandos del sur de Italia (Bohemundo de Tarento y su sobrino Tancredo de Tarento o Galilea).
Las fuerzas de Godofredo de Bouillon siguieron la ruta terrestre-fluvial del Danubio, mientras que Raimundo de Saint Gilles siguió la ruta de la costa del Adriático, y los otros hicieron el viaje por mar.
En la primavera de 1097, las expediciones se encontraban acampadas en las afueras de Constantinopla.
Alejo I los recibió, pero mostró sus recelos, pues no era un contingente mercenario dependiente del emperador, sino una fuerza de guerreros aristócratas que no tenían ninguna conexión con Alejo I, y la divergencia de objetivos pronto se puso de manifiesto y los problemas aparecieron.
Esta
diferencia de intereses hizo que Alejo I pusiese condiciones a la hora de trasladar a la otra orilla del Bósforo, lo que provocó el estallido del enfrentamiento entre cruzados y bizantinos: Alejo I no trasladaría y garantizaría al contingente cruzado hasta que los distintos jefes cruzados le prestasen un juramento de fidelidad y que asegurase al Imperio que las tierras conquistadas serían devueltas a Alejo I. Finalmente se solucionaron los problemas: Ademaro parecía controlar la Cruzada y Alejo I parecía que apoyaba la misma; pero todo eran apariencias.
El
primer objetivo de los cruzados fue el sultanato de Rum y su capital Nicea, que se rindió en junio de 1097 pero sólo a una expedición imperial, no a los cruzados, lo que impidió el saqueo de los occidentales y se consideraron traicionados por Alejo I, y aparecieron las primeras disensiones, pues Ademaro de Montreil, legado pontificio, tenía dificultades para controlar la empresa, y Raimundo de Saint Gilles, jefe laico, no conseguía imponerse como tal.
Los cruzados avanzaron hacia su siguiente objetivo:
Antioquía, pero los problemas de abastecimiento provocó la división del ejército y encontrarse más tarde. Cerca de Dorilea, el grupo de Bohemundo decidió acampar, y al día siguiente fueron atacados por los turcos que diezmaron a los cruzados con su caballería y arqueros. La caballería de Godofredo barrió a los arqueros turcos a su llegada e hizo huir a los turcos. Esta victoria abrió las puertas de las rutas de Asia Menor con Tierra Santa.
El camino hacia Antioquía exigía atravesar los Montes Tauro y obligó a los cruzados a un desvío por el Noreste y llegar a las llanuras de Siria. Pero dos líderes cruzados atravesaron el Tauro:
Balduino de Flandes y Tancredo, que se disputaron el control de las ciudades de la costa de Cilicia. Balduino se dirigió a Edesa, tomándola en 1098, fundando el Condado de Edesa, el primer principado latino.
En octubre de 1097 se cerca Antioquía, un cerco difícil y largo, con un duro invierno y el peligro de un ataque musulmán. El sultán
Kerbogha de Mosul, había iniciado un movimiento de reconquista y se dirigió a Edesa y después a Antioquía, a donde llegó un día después de la conquista cristiana, gracias a una traición lograda por Bohemundo de Tarento. Ahora los cristianos estaban sitiados y solicitaron la ayuda de Alejo I, pero éste no hizo nada debido a informes que le decían que los cristianos quedaron aniquilados. Los sitiados, entonces, lanzaron un ataque que rompió el cerco musulmán y provocó la desbandada musulmana. Bohemundo vio reconocido su mérito en la conquista y quedó al mando del segundo principado latino.
La conquista de Antioquía mostraba las diferentes opiniones, ya sin ser moderadas por el papa, que murió el 1 de agosto. La cruzada se quedó sin el líder superior y, a la vez, quedó enemistada con Bizancio, incómoda ante las diferentes prácticas religiosas y carente de homogeneidad interna. La cruzada se alejaba de sus principios y caía en disputas entre los líderes cruzados.
Esta situación provocó la paralización de la cruzada, y cuando los combatientes vieron que el objetivo no estaba logrado, se reanudó la marcha hacia Jerusalén. Raimundo de Saint Gilles consiguió el control de
Trípoli, y pocos meses después se llegaba a Jerusalén (1099), que estaba bajo poder fatimí. El 15-VII-1099 se asaltaba la ciudad y se producía una masacre. El objetivo cruzado se había cumplido.
Una vez tomada Jerusalén, hubo de continuar la empresa contra los fatimíes, terminando con la
victoria de Escalón (1099), que significó el fin de la Cruzada. Se inició entonces el retorno de los cruzados a Europa y la organización de las unidades políticas, entre ellas el Reino de Jerusalén.
Días después, el gobierno de Jerusalén fue otorgado a Godofredo de Bouillon, quien no quiso adoptar el título de rey, sino el de
“abogado del Santo Sepulcro”, reconociendo la superioridad del Papa y asumiendo la defensa de la Iglesia.
Muerto Godofredo en el 1100, fue sustituido por su hermano Balduino, quien sí asumió el título de Rey de Jerusalén, convirtiéndose en
Balduino I (1100-1118). En el nuevo reino, extendido hasta la costa gracias a la flota italiana, se implantó un feudalismo tipo francés, siendo feudatarios el principado de Antioquía, el condado de Edesa y de Trípoli. Sin embargo, el poder del Rey de Jerusalén era más teórico que real.
En los primeros años del siglo XII, la afluencia de refuerzos desde Europa permitió la
conquista de Palestina, anexionando Beirut, Sidón, Acre, Haifa, Cesarea y Jaffa. A partir de entonces se organiza la defensa frente al peligro musulmán de Siria y Egipto.
El resultado de la cruzada fue espectacular: desde Cilicia hasta el delta del Nilo y el golfo de Akalea, y los musulmanes habían perdido su acceso al Mediterráneo. Pero el peligro de ataques del interior hizo que los cristianos organizasen sus defensas con la construcción de grandes fortalezas, los
kraks. Pero el éxito de la cruzada se basó en la fragmentación de los poderes islámicos, y, una vez que el Emirato de Mosul se elevó por encima del resto, se vio la fragilidad de la Cruzada, ya que el Condado de Edesa cayó en 1144, originando la Segunda Cruzada.
Además, la escasez de hombres de armas latinos, paliada con la conversión en 1118 del antiguo albergue para peregrinos en la
Orden Militar de los Hospitalarios de San Juan, y la fundación de la Orden de los Caballeros del Temple, que permitió que Jerusalén tuviese el único ejército permanente, impidió la efectiva defensa del territorio.

4. El Reino de Jerusalén.
El Reino de Jerusalén adquirió una identidad institucional, económica y social, pasando a ser el primer dominio colonial europeo. La organización política se basó en el feudalismo y el rey de Jerusalén se situaba en lo alto de una pirámide vasallática, cuyos primeros escalones lo integraban los príncipes y condes latinos del reino. De otro lado, con obligaciones militares y eclesiásticas se mantenían la Iglesia y las Órdenes militares. El cuerpo legal se formaba con los “Assises de Jerusalén”, código redactado por Godofredo, y el marco institucional reprodujo muchos aspectos del Reino de Francia, pero admitió herencias administrativas bizantinas o musulmanas. El Reino de Jerusalén no atrajo a mucha masa de europeos, por lo que el núcleo de población se basaba principalmente de judíos y musulmanes. La organización eclesiástica se impuso con rapidez y se crearon dos patriarcados: Jerusalén y Antioquía, junto a otros arzobispados y obispados.
Apenas se produjo un contacto entre las élites francas con la población nativa; en cambio, los soldados y colonos agricultores sí contrajeron matrimonios mixtos. No se formó una sociedad mestiza, pero sí hubo una aculturación que extrañó a peregrinos y colonos recién llegados, que veían el Islam con prejuicios.
En la
convivencia cotidiana jugaron un importante papel los cristianos de otros ritos, así como judíos, aunque la mayoría emigraron en 1099. La importancia de establecimientos occidentales en Tierra Santa en el diálogo entre civilizaciones y la transferencia de cultura intelectual y teórica fue menor que la que acarrearon otras zonas de contacto entre civilizaciones, como España y Sicilia, destacando la aportación musulmana o bizantina en las técnicas de construcción y arquitectura militar defensiva, siendo la transferencia de cultura literaria y de la medicina inexistente. Los inmigrantes aportaron una cultura intelectual, pero como dice Runciman, “los soldados poco podían aportar al nivel intelectual de Occidente”.
Hubo relaciones entre los cruzados y la expansión de las
Repúblicas italianas en el Mediterráneo, pero con objetivos diferentes. Los mercaderes italianos recibieron en los enclaves urbanos de Palestina y Siria barrios privativos con privilegios y franquezas fiscales y dominaron el tránsito de productos de Egipto, Mar Rojo y Siria, que nutrió las arcas del rey de Jerusalén y otros señores latinos gracias a las rentas de las aduanas. Pero los mercaderes también traficaban con Egipto y Siria directamente, siendo Alejandría un enclave principal en el comercio latino, e incrementaron sus actividades tras las conquistas de Chipre y Constantinopla en siguientes cruzadas, de manera que, para ellos, los enclaves orientales no eran indispensables. Por el contrario, los cruzados establecidos en Tierra Santa siempre necesitaron el concurso de las flotas mercantiles para asegurar sus comunicaciones y sus campañas militares, y aquella dependencia era desfavorable ya que los territorios dominados por los cruzados eran deficitarios en productos agrarios de primera necesidad para un occidental, como cereal y vino, y ganado mayor, y sus carencias no se compensaban con los cultivos orientales de olivos, caña de azúcar, lino, seda o madera del Líbano.
Las
condiciones de defensa en el Reino, Principado y Condados de Tierra Santa fueron, en principio, muy sencillas y arcaicas, debido a que no se consiguió dominar las bases de partida de los musulmanes: Damasco y Alepo y el Delta del Nilo. Por ello, cualquier iniciativa musulmana ponía en peligro el sistema cruzado y así fue como Zengi, emir de Mosul, consiguió conquistar el condado de Edesa en 1144, antes de hacerse dueño de Damasco (1154) y unificar bajo dominio suyo esas zonas islámicas. Su proclamación como muyahid anunciaba una actitud nueva: más combativa y basada en la Guerra Santa por recuperar los territorios ocupados y en especial Jerusalén por una emocionalidad religiosa comparable, en cierto punto, al de cruzada.
Balduino II (1118-1131) tuvo que hacer frente con sus fuerzas a una invasión conjunta de selyúcidas de Siria y de los fatimíes de Egipto, logrando la retirada de las tropas musulmanas sin presentar batalla, gracias a la rapidez para desplegar sus tropas. En 1119, el Principado de Antioquía fue invadido y el rey se puso al frente de sus tropas y se dirigió al Norte, pero el príncipe Roger de Salerno no le esperó y fue derrotado en la batalla de Ager Sanguinus, que supuso la pérdida de Antioquía, recuperada en ese mismo año por Balduino II. En el Reino se crearon las primeras órdenes militares: en 1118, Hugo de Payens fundó la Orden del Templo, y la Orden del Hospital evolucionó hacia una auténtica orden militar. Balduino II convocó el Consejo de Nablus en 1120 en el que dispuso las primeras leyes escritas del reino y extendió los derechos y privilegios de las comunidades burguesas.
En 1125 el rey fue capturado intentando rescatar al conde de Edesa de manos islámicas, escapando al año siguiente gracias a los armenios. Poco después, los cruzados tomaban Tiro gracias a la flota veneciana, estableciéndose en las ciudades costeras donde gozarían de exención de impuestos y obligaciones militares. Más tarde, Balduino reunió a los cruzados para derrotar a los selyúcidas en la
batalla de Azaz (1125), recuperando la influencia pérdida tras el “Ager Sanguinus”. Si Antioquía y Edesa no hubiesen luchado entre sí tras la batalla, Balduino II hubiese atacado Alepo e impedir que se uniese a Mosul bajo el poder de Zengi. Balduino II intentó tomar Damasco (1129) con la sola ayuda de los templarios, pero fracasó. Balduino II carecía de hijos varones y designó como su sucesor a su hija Melisenda, ocupando el trono en 1131.
El gobierno de
Melisenda (1131-1153) estuvo salpicado por incidencias causadas por su esposo Fulco de Anjou. Fulco disputó el trono con su esposa hasta que aquel murió en 1143. La situación impidió una atención efectiva a la amenaza islámica que se acercaba a los reinos latinos.

5. Las sucesivas expediciones a Oriente.
El Condado de Edesa era el territorio cruzado más extenso y menos poblado: 10.000 habitantes en Edesa y el resto era desierto alrededor de las fortalezas. El condado, en su máxima extensión, se extendía desde Antioquía hasta más allá del Éufrates, y desde Armenia hasta el poderoso territorio de Alepo. Sus habitantes eran sirios, cristianos, griegos ortodoxos y musulmanes.
La unión del territorio sirio por el gobernados de Mosul, Zengi, permitió que Edesa se expusiera al peligro musulmán, terminando por caer en manos del Islam en
1144, y esta situación provocó la petición de ayuda a Roma por Melisenda, Balduino III y Raimundo de Poitiers, príncipe de Antioquía.

5.1. La Segunda Cruzada.
La Segunda Cruzada (1147-1149) se planifica tras la noticia de la caída de Edesa, provocando un impulso a la Cruzada, promovida por el papa Eugenio III y Bernardo de Claraval, quien escribió un texto para atraer a los europeos para luchar en Oriente y en el que intentó acabar con las luchas entre los reinos de Europa Central.
Esta segunda cruzada sí tendría la presencia de grandes dirigentes europeos:
Luis VII de Francia y Conrado III de Alemania, seguidos de personajes como Federico de Suabia.
La Segunda Cruzada se puso en marcha gracias al apoyo de los monarcas, con un ejército de 150.000 hombres, distribuidos en dos cuerpos: uno siguió la ruta del Danubio y el otro la ruta marítima, y que conquistó Lisboa, Almería y Tarragona. El ejército recorrió Anatolia y llegó a Palestina tras el saqueo de ciudades y la tensión que se vivía con el emperador bizantino Manuel I, ya que el emperador alemán y el bizantino contaban con la alianza de Roger II de Sicilia, y Luis VII quería englobar la isla en su órbita. Los éxitos militares no sonrieron a los cruzados, y la decisión de atacar
Damasco se reveló como un grave error porque agotó las fuerzas del ejército cruzado. La Cruzada acabó con un rotundo fracaso y empeorando la situación en Oriente: agudizó los problemas con Bizancio, se manifestó la tensión entre los cruzados recién llegados y los establecidos allí, promovió la unión de los musulmanes y vieron a los latinos como no invencibles. Años después, la desunión de los musulmanes permitió a los cruzados, bajo el gobierno de Amalarico I de Jerusalén, imponer su ley al fatimí de El Cairo. Sería por poco tiempo, pues la reacción fatimí no tardó en producirse.

5.2. Saladino y la Tercera Cruzada.
En Damasco, tras el asesinato de Zengi en 1146, su hijo, Nur al-Din, accedía al poder e iniciaba operaciones contra Antioquía, derrotando a Raimundo de Poitiers en las proximidades de la fortaleza de Inab (1149). En 1154, Nur al-Din conquistaba Damasco y unía por fin toda Siria, ocupándose de los cruzados que, en 1153, tomaban Ascalón y separaban Egipto de Siria, esperando a ver cual era la respuesta del dirigente musulmán. En 1163, los cruzados atacan Egipto, y el califa fatimí solicitó ayuda a Nur al-Din, quien envió un ejército con el general Shirkuh, quien era acompañado por su sobrino Saladino, y que derrotó a los cristianos. El territorio egipcio fue conquistado por Shirkuh en 1169 para Nur al-Din, quien le nombró gobernador de Egipto. Al año siguiente moría el militar, y fue sucedido por Saladino, reconocido por Nur al-Din, y que reorganizó el territorio con gran autonomía, rehusando obedecer algunas órdenes del Nur al-Din, provocando tensiones y aprestando a una batalla que no se produjo, pues Nur al-Din moría en 1174 y le sucedería su hijo Ismail al-Malik; pero Saladino, sobre quien pesaba la sospecha del asesinato de al-Din, cuando murió al-Malik sin descendencia, se convirtió en sultán de Siria y Egipto, hasta su muerte en 1193. Desde el momento en que Saladino unió los dos principales territorios musulmanes en Oriente, se dedicó a debilitar la posición de los latinos en Oriente, iniciando su lucha contra el Reino de Jerusalén.
Saladino sabía de la superioridad de su ejército, pero desconfiaba de la gran capacidad de los ejércitos cruzados en batallas a campo abierto. Por ello, atacó
Tiberiades con el propósito de cerrarle el paso en una zona desértica, donde el ejército se agotaría y en ese momento de debilidad atacarlo. Al enterarse los cruzados, enviaron rápidamente un ejército en socorro de Tiberiades. El ejército, bajo el mando del rey Guido de Jerusalén, los maestres de las órdenes del Temple y de San Juan y los nobles más importantes, tuvieron que batirse en retirada hasta Hattin, donde los musulmanes le cerraron el paso, provocando el desconcierto de los cruzados. El ejército cruzado fue aniquilado por los musulmanes.
Con esta victoria los reinos cristianos quedaban a merced de Saladino, que empezó a conquistar todas las plazas fuertes cristianas, como Acre, Jaffa o Ascalón, liberando más de 20.000 esclavos musulmanes y sometiendo a la esclavitud a casi 100.000 cristianos. Los únicos que aguantaron fueron los grandes castillos, como Belfort o Toron y Tiro, pero Saladino rápidamente pasó a centrarse en el
asedio de Jerusalén (1187), donde empezó a lanzar ataques usando catapultas, o el temible fuego griego, hasta que al cabo de diez días sus zapadores consiguieron abrir una brecha en las murallas, quedando la ciudad a merced de Saladino. El representante de la ciudad fue enviado a parlamentar para negociar la rendición de la ciudad, que concluyó con el abandonó de la ciudad por parte de los cristianos que pudieron pagar un rescate, aunque los que carecían de medios fueron tratados con respeto.
Al enterarse de estas trágicas noticias, el Papa
Gregorio VIII llamó a Europa a las armas para recuperar el Santo Sepulcro. La respuesta fue masiva, destacando los reyes Federico I del Sacro Imperio Romano Germánico, el rey francés Felipe II Augusto y el monarca inglés Ricardo I Corazón de León. El emperador Federico decidió iniciar su viaje por tierra, mientras que Ricardo y Felipe los iniciaron por mar con el objetivo de ayudar a Guido de Lusignan, que estaba siendo asediado por Saladino.
La flota francesa llegó sin contratiempos a Tiro, donde Felipe fue recibido por su primo,
Conrado de Monferrato. La armada de Ricardo, en cambio, fue sorprendida por una violenta tormenta poco después de zarpar de Sicilia. Uno de sus barcos, en el que se transportaban grandes riquezas, se perdió en la tormenta, y otros tres -entre ellos en el que viajaban Juana y Berenguela de Navarra, prometida del rey-, debieron desviarse a Chipre. Pronto se supo que el emperador de Chipre Isaac Ducas Comneno se había incautado de las riquezas que el barco transportaba. Ricardo llegó a Limassol el 6 de mayo de 1191 y se entrevistó con Isaac, quien accedió a devolverle sus pertenencias y enviar a 500 de sus soldados a Tierra Santa. De regreso en su fortaleza de Famagusta, Isaac rompió su juramento de hospitalidad y ordenó a Ricardo que abandonase la isla. La arrogancia de Isaac empujó a Ricardo a apoderarse de su reino, lo que logró en pocos días. A finales de mayo, toda la isla estaba en manos de Ricardo.
Tras ser liberado por Saladino, Guido de Lusignan reunió fuerzas para recuperar los territorios perdidos ante Saladino y también Jerusalén, y ayudado por el rey francés y Conrado de Monferrato, cercó
San Juan de Acre y gracias al desembarco de Ricardo I se conquistó la ciudad (1191).
Pronto comenzaron las
disensiones ente los cruzados, pues Ricardo I, Felipe II y Leopoldo V no se pusieron de acuerdo en el reparto del botín, ya que Leopoldo V exigía un reparto igualitario, mientras que Ricardo I arrojó el estandarte alemán, situado en la torre principal de la ciudad, al foso. Además se discutió quién debía ser el futuro rey de Jerusalén, si Guido de Lusignan, apoyado por Ricardo I, o Conrado de Monferrato, apoyado por Felipe II, llegando al acuerdo de que Guido sería el rey y Conrado heredaría el reino. Pero, las tropas francesas y alemanas se fueron de la ciudad, y Felipe II Augusto volvió a Francia para recuperar los territorios que los ingleses mantenían en Francia.
Poco después, Saladino inició negociaciones para liberar los prisioneros musulmanes de Acre, llegándose a un acuerdo entre ambas partes. Pero la demora en cumplir el acuerdo por parte de Saladino hizo que Ricardo I, temiendo un ataque del musulmán, ordenase la ejecución de todos los prisioneros. En los 18 meses siguientes, Ricardo I combatiría sin éxito, ganándose su apelativo.
El objetivo era Jerusalén y, por ello, Ricardo I partió al Sur para apoderarse de Jaffa, pero Saladino salió a su encuentro en el
valle de Arsuf (7-IX-1191), donde Saladino fue derrotado. Ricardo I era consciente de que podía conquistar Jerusalén, pero no mantenerla, por lo que no atacó y decidió marchar contra Ascalón sin la ayuda pedida a Conrado: Ascalón no se tomó y poco después Conrado era asesinado en Tiro. Guido de Lusignan se convirtió en rey de Chipre y Enrique II de Champaña en el nuevo rey de Jerusalén.
Nuevos combates se produjeron en 1192: Saladino atacó Jaffa y la recuperó, y pocos días después sería reconquistada por Ricardo. El 5 de agosto se enfrentaron de nuevo, y el rey inglés salió vencedor y, obligado a regresar a Inglaterra por la usurpación de
Juan sin Tierra, abrió negociaciones con Saladino: se acordó una tregua por 5 años y la seguridad de los peregrinos y el respeto del culto cristiano en Jerusalén. El 2-IX-1192 se cerraron las operaciones militares. La última cruzada del siglo XII demostró las escasas posibilidades de mantener Jerusalén en manos occidentales.
Ricardo I abandonó Tierra Santa en octubre y Saladino moría meses después. La muerte del sultán, las disensiones entre sus sucesores y la ausencia de expediciones europeas, pese a la alemana de 1197, mantuvieron la situación en Tierra Santa al cese de la Tercera Cruzada, prolongándose las treguas hasta el inicio del siglo XIII.

5.3. La Cuarta Cruzada.
La tregua de 1192 dejaba en poder de los cristianos una franja costera de Tiro a Jaffa. Esta situación pareció peligrosa a Inocencio III, quien mostró un gran interés por los territorios cristianos de Oriente. En 1198 ordenó la predicación de una cruzada para aliviar la presión de los musulmanes sobre los cristianos, pero no tuvo éxito ya que los reyes y príncipes europeos estaban inmersos en problemas internos: Alemania estaba enfrentada con el Papado y Francia e Inglaterra estaban en guerra entre sí. Por ello, la Cruzada atrajo a nobles del Norte de Francia y Países Bajos, Norte de Italia y Venecia, que aportó los barcos para transportar al ejército, bajo el interés de asegurarse el control comercial con Oriente.
La oratoria del papa y sus legados consiguió levantar un ejército al mando de Teobaldo II de Champaña y que contaba con Balduino IX de Flandes, su hermano Enrique, Luis de Blois, Godofredo III de la Pèrche, Simón IV de Montfort, Reinaldo de Dampierre y Godofredo de Villehardouin.
La expedición tenía el problema del
transporte, debido a que s carecía de suficientes barcos y la ruta terrestre era muy complicada por la situación en los Balcanes. Por ello, se decidió desembarcar en Egipto y avanzar por tierra hasta Jerusalén. En 1201 moría Teobaldo de Champaña, y Bonifacio de Monferrato sería el nuevo jefe cruzado, quien entró en tratos con Alejo porque éste quería recuperar su trono imperial.
Se llegó a un acuerdo con
Venecia por el que la Señoría se haría cargo del transporte hasta Egipto de un ejército de 33.500 cruzados a cambio de 95.000 marcos de plata. pero a la hora de embarcar, los cruzados, cuyo número era menor de lo que habían previsto, no tenían el dinero acordado y Venecia se negó a transportar al ejército, retrasándose el envío de tropas hasta que Bonifacio llegó a un acuerdo económico con el Dux veneciano.
Todo parecía estar preparado, pero los intereses ajenos se pusieron de acuerdo y la Cruzada, dirigida a la conquista de Alejandría y Damieta, fue dirigida a otros objetivos. Una vez iniciada la expedición, los venecianos la aprovecharon para recuperar
Zara, cuya conquista pagaba el coste del transporte. Bonifacio y Enrico Dandolo zarparon de Venecia el 8-XI-1202 y, desoyendo al papa Inocencio III, ocuparon Zara días después y, así, Venecia pasaba a controlar de nuevo el comercio adriático. Inocencio III excomulgó a los expedicionarios, pero más tarde perdonó a los cruzados, no así a Enrico.
En Zara, una embajada enviada por
Alejo prometió a los cruzados pagar la deuda que tenían con los venecianos y entregar un ejército de 10.000 hombres y ayudar en la conquista de Egipto si los cruzados le ayudaban a recuperar el trono imperial. Monferrato y Dandolo aceptaron la oferta, pero algunos cruzados disconformes, se dirigieron a Siria para luchar contra los musulmanes.
Los cruzados, tras varios intentos, consiguieron abrir brecha en la muralla de
Constantinopla y, cuando la ciudad parecía que iba a caer, Alejo III, hermano de Isaac II, huyó y los dignatarios imperiales decidieron restituir en el trono a Isaac II. Tras una negociación, se acordó que Isaac II y Alejo serían coemperadores. Para cumplir las promesas prometidas por Alejo, no dudó en subir los impuestos, incluso a los nobles, y tampoco en expropiar propiedades de la Iglesia.
Sin embargo, no se alcanzó lo prometido, y los cruzados decidieron tomar por la fuerza lo que se le adeudaba, ocupar la ciudad y poner un emperador latino, el cual fue elegido por una comisión de francos y venecianos. El 6 de abril de 1204 comenzaron los ataques contra Constantinopla, y días después, los cruzados tomaban la ciudad, provocando la huida de Alejo IV y su Corte. Teodoro Láscaris rechazó la Corona imperial y también huyó con el Patriarca y varios nobles para fundar el
Imperio de Nicea.
Constantinopla fue brutalmente saqueada durante días. Finalmente, se reestableció el orden y se repartió el botín. Se fundó el Imperio Latino de Constantinopla con el emperador Balduino de Flandes. El Imperio subsistiría hasta el reinado de Balduino II, cuando en 1261 huyó de la ciudad imperial para ponerse bajo la protección de Manfredo de Sicilia. Balduino solicitó ayuda a Urbano IV y Venecia, proyectando una cruzada contra Miguel VIII, que no tuvo éxito.

5.4. Las Cruzadas restantes.
- Quinta Cruzada (1217-1221). En la primavera de 1213 el Papa Inocencio III promulgó la bula papal Quia maior, llamando a toda la cristiandad a unirse en una nueva Cruzada. Inicialmente, los reyes europeos, ocupados con sus propias luchas no acudieron a esta llamada. Además el propio Inocencio, dados los antecedentes de la fracasada Segunda Cruzada prefirió atraerse para esta causa a la baja nobleza, caballeros y población en general. En el Concilio de Letrán de 1215 se trató el tema de la recuperación de la Tierra Santa, entre otros asuntos. Inocencio pretendía que la Cruzada estuviera dirigida por el poder papal, para evitar las desviaciones de la Cuarta Cruzada
La cruzada no tuvo gran predicamento entre los caballeros franceses, ocupados como estaban en su propia
Cruzada Albigense, no así en Alemania, donde el propio emperador Federico II acabó por intentar unirse a la Cruzada, lo que seguramente iba en contra de los deseos de Inocencio, teniendo en cuenta que precisamente este monarca era el gran enemigo del poder papal. El conflicto finalizó con la muerte de Inocencio en 1216. Su sucesor Honorio III impidió que Federico se uniera a la Cruzada, pero si permitió que lo hicieran Leopoldo VI de Austria y Andrés II de Hungría al mando del ejército cruzado, que partió de Europa en 1217.
A la llegada del ejército cruzado a San Juan de Acre se le unieron refuerzos del rey de Jerusalén, Chipre y Antioquía. El primer objetivo era la conquista de Egipto, en manos de los
Ayubí: de este modo, en 1219 se tomó la ciudad de Damieta, donde murió el sultán ayubí. Sin embargo, la falta de apoyos desde el continente europeo y las disputas entre los jefes cruzados provocó la derrota de éstos en 1221 frente al sultán al-Kamil, con el que se firmó un acuerdo de paz, que significaba la devolución de Damieta y un nuevo fracaso de otra cruzada.

-
Sexta Cruzada (1228-1229). El emperador Federico II había intervenido en la Quinta Cruzada enviando tropas alemanas, pero sin llegar a liderarlas personalmente, pues necesitaba consolidar su posición en Alemania e Italia antes de embarcarse en una aventura como la Cruzada. No obstante, prometió tomar la cruz después de su coronación como emperador en 1220 por el Papa Honorio III.
En 1225 Federico se casó con Yolanda de Jerusalén, hija de Juan de Brienne, regidor nominal del Reino de Jerusalén, y Maria de Montferrat, por lo tanto Federico tenía aspiraciones al trono de dicho reino, o lo que es lo mismo, tenía una razón poderosa para intentar recuperar Jerusalén. En 1227, siendo ya Papa
Gregorio IX, Federico y su ejército partieron de Brindisi hacia Siria, pero una epidemia les obligó a volver a Italia. Esto le dio a Gregorio la excusa para excomulgar, por romper sus votos de cruzado, a Federico, que llevaba años luchando por consolidar el poder imperial en Italia a expensas del Papado. Tras varios intentos de negociación con el Papa, Federico decidió embarcarse nuevamente hacia Siria en 1228 a pesar de la excomunión, llegando a Acre en septiembre. Una vez allí pronto se vio atrapado por la complicada política del Oriente Próximo.
Por un lado entre los propios cristianos muchos veían en esta nueva Cruzada un intento de extender el poder imperial. Se produjo en Tierra Santa una continuación de la lucha mantenida en Europa entre los defensores del Papado (
güelfos), y los del Imperio (gibelinos). Del otro lado, los musulmanes tenían sus propias luchas intestinas, por lo que el sultán al-Kamil firmó un tratado con Federico para unirse contra su enemigo al-Naser. A cambio, el emperador podría obtener varios territorios, entre ellos Jerusalén, exceptuando la Cúpula de la Roca, sagrada para el Islam, y una tregua de 10 años. A pesar de la oposición papal a este acuerdo, Federico se coronó Rey de Jerusalén, si bien legalmente actuaba como regente de su hijo Conrado IV de Alemania, nieto de Juan de Brienne.
La partida de Jerusalén de Federico, acosado por graves problemas en Europa y la espiración de la tregua en 1239 supondría el final de la breve recuperación de Jerusalén por parte de los cruzados. La Ciudad Santa, reconquistada por los musulmanes en
1244 no volvería a estar en manos de cristianos. No obstante, Federico había sentado un precedente: la Cruzada podía tener éxito aun sin apoyo papal. A partir de ese momento los reyes europeos podían, por iniciativa propia, tomar la Cruz, como hicieron Luis IX de Francia, séptima y octava cruzadas, y Eduardo I de Inglaterra en la novena cruzada.

-
Séptima Cruzada (1248-1254). En 1244 los musulmanes retomaron Jerusalén tras la tregua de diez años que siguió a la Sexta Cruzada. La llamada a la cruzada, por tanto, no fue inmediata ni generalizada: los monarcas europeos estaban ocupados en sus asuntos internos, y sólo el rey de Francia, Luis IX, declaró su intención de tomar la cruz en 1245.
En aquella época, Francia era posiblemente el estado más fuerte de Europa, y tras tres años recolectando fondos, un poderoso ejército, estimado en unos 20.000 hombres, fuertemente armados, partió de los puertos de Marsella y Aigues-Mortes en 1248.
Fueron en primer lugar a
Chipre, donde pasaron el invierno negociando con las distintas potencias locales. Finalmente, decidieron que su objetivo sería Egipto por considerar que sería una buena base desde la que atacar Jerusalén y aseguraría el suministro de grano para alimentar a los cruzados. Al igual que en la Quinta Cruzada, el ataque se centraría en primer lugar en la ciudad de Damieta, que ofreció poca resistencia a los europeos. No obstante, las inundaciones del Nilo volvieron a intervenir en contra de los occidentales, obligándoles a permanecer en la ciudad durante unos seis meses.
En noviembre, Luis IX marchó hacia
El Cairo. Una fuerza liderada por Roberto I de Artois y los caballeros templarios atacaron el campamento egipcio, pero fueron derrotados y Roberto murió. Al mismo tiempo, la fuerza principal liderada por Luis era atacada, y también derrotada, por el general mameluco Baibars.
Tras un nuevo fracaso en el asedio de
al-Mansourah, Luis decidió regresar a Damieta, pero fue tomado prisionero en el camino. En mayo, tras el pago del rescate, fue liberado, e inmediatamente abandonó Egipto, dirigiéndose a Acre, capital del Reino de Jerusalén. Mientras estaba allí, una revuelta en Egipto puso en el poder a una dinastía mameluca, iniciada en la persona de Turanshah.
En Acre, Luis se dedicó reconstruir las ciudades cruzadas y a pactar con los mamelucos e intentar hacerlo con los mongoles la nueva fuerza que había irrumpido con tremenda fuerza en el Oriente Medio.
En 1254 se agotaron los recursos económicos de Luis; además se requería su presencia en Francia, pues su madre y regente
Blanca de Castilla había muerto recientemente. Con el retorno del rey a sus tierras, la cruzada concluyó en un fracaso para los europeos, sin embargo el prestigió de Luis IX aumentó. Más tarde protagonizaría un nuevo intento de retomar Tierra Santa en la Octava Cruzada, que acabaría también en fracaso.

-
Octava Cruzada (1270). Entre los años 1265 y 1268, los egipcios mamelucos conquistaron una serie de territorios cristianos en el litoral de Palestina y del Líbano, como Haifa o Antioquia, además de Galilea y de Armenia. El Oriente Medio vivía una época de anarquía entre las órdenes religiosas que deberían defenderlo, así como entre comerciantes genoveses y venecianos. El rey de Francia, Luis IX, retomó entonces el espíritu de las cruzadas y lanzó una nueva iniciativa armada, la Octava Cruzada, en 1270, aunque sin gran repercusión en Europa. Los objetivos eran ahora diferentes de los proyectos anteriores: geográficamente, el teatro de operaciones no era el Levante si no Túnez, y el propósito más que militar, era la conversión del emir de la misma ciudad norte-africana.
Luis IX partió inicialmente para Egipto, que estaba siendo devastado por el sultán Baibars, y de donde tuvo que salir derrotado el ejército francés. Se dirigió entonces hacia Túnez, con la esperanza de convertir al emir de la ciudad y al sultán al Cristianismo. El sultán
Muhammad lo recibió con las armas, pero no llegaron siquiera a tener oportunidad de combatir: apenas desembarcaron las fuerzas francesas en Túnez, fueron acometidas por una peste que asolaba la región, muriendo gran número de cruzados, entre ellos San Luis y uno de sus hijos. El hijo del rey, Felipe, firmó un tratado de paz con el sultán y volvió a Europa.

5.5. Consecuencias.
· Se unen los Reinos de Jerusalén y Chipre bajo la figura de Hugo II de Lusignan en 1254.
· En 1261 desaparece el Imperio Latino de Constantinopla tras la huida de la ciudad de Balduino II.
· Los mamelucos recuperaron poco a poco los territorios y castillos que habían pertenecido a los cruzados tiempo atrás.
· San Juan de Acre cae en 1291 en manos musulmanas. Tras la caída de Acre, sólo permanecían en manos latinas las factorías italianas, la isla de Rodas y de Chipre.
· En el siglo XIV se sucederán pequeñas Cruzadas pero sin cumplir el objetivo principal: retomar la Ciudad Santa.

6. Repercusiones de las Cruzadas.
El balance de la mayor parte de los historiadores de las Cruzadas es negativo, debido al poco éxito y al gran esfuerzo desplegado por las potencias europeas.
Por un lado, las Cruzadas provocarían un
ansia de revancha en los musulmanes que obtuvieron gran empuje con Saladino; más tarde, la expansión mameluca y otomana acabaría por absorber todos los territorios cristianos. Sólo permanecería Malta desde el siglo XVI.
En
Bizancio, la animadversión contra los cruzados debido a los actos inmorales de las tropas provocó el declive de Bizancio, sobre todo desde la Cuarta Cruzada. Además, la llegada de núcleos cristianos occidentales provocó el descontento y estupor de la Cristiandad oriental.
La Cruzada, al ser un fenómeno religioso y eclesiástico, tuvo consecuencias más allá de Tierra Santa. Con la excusa de financiar expediciones, la
Iglesia aumentó su política fiscal y su peso en Europa; además de otorgar indulgencia y perdón a todos aquellos que participaran en las cruzadas.
En las Cruzadas se antepusieron
intereses particulares e hizo desaparecer el espíritu originario de la cruzada. También se olvidó el lugar principal de la lucha contra los musulmanes, y se trasladó a España, Balcanes o Francia. Las cruzadas desarrollaron el antijudaísmo, una actitud ya presente en Europa, pero que se acentuó en esta época.
Por otro lado, los cruzados integraron en Europa
tácticas y técnicas de guerra orientales, además de un refinamiento de la civilización occidental, al mismo tiempo que las formas de vida se transformaban.
El latín volvió a ser el idioma internacional. La cultura oriental fue mejor conocida. Las Órdenes Militares se trasladaron a Europa. Y Europa experimentó una expansión territorial y económica.

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