Rusia en el siglo XVIII

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1. Introducción. Inicio de la dinastía Romanov.

  Los Romanov fueron zares de Rusia de 1613 a 1917. El origen de la dinastía se sitúa a principios de siglo XVII.

  Antes de su ascenso al trono ruso, a fines del siglo XVI, la línea de descendencia directa de Iván el Grande había desaparecido. En la llamada época de los disturbios se sucedieron guerras civiles y usurpaciones del trono, y la anarquía consiguiente suscitó la intervención extranjera. Dadas las circunstancias, se convocó en Moscú, en 1613, una gran asamblea nacional para elegir al zar y ésta le dio la corona a Miguel Fedorovich Romanov, descendiente de un noble lituano, Glianda Kambila, emigrado a Moscú a comienzos del s. XIV, el cual se hizo ortodoxo y tomó el nombre de Iván. Su quinto hijo llegó a ser cabeza de los Koshkins, muchos de los cuales ocuparon lugares importantes en la corte de Moscú, en los s. XIV y XV. A comienzos del siglo XVI uno de ellos, cuyo primer nombre era Román, se denominó Romanov. Su hija Anastasia fue la primera esposa de Iván el Terrible y el hijo de ella, Teodoro, fue el último zar de la dinastía Rurik. Sobrino de Anastasia fue Fedor (el futuro patriarca Filáret), admirado en Rusia por su cultura y sus modales refinados, y al que Boris Godunov, celoso de la popularidad de los Romanov, obligó a divorciarse y hacerse monje. Su hijo era Miguel Romanov el iniciador de la dinastía Romanov en 1613.

  Los Romanov en el siglo XVIII se caracterizan por la occidentalización de Rusia y el traslado de la capital a San Petersburgo (1715); dos reinados cumbres de la historia moderna de Rusia, los de Pedro I el Grande y Catalina II; y entre ambos, un gobierno predominantemente de mujeres que supone un retroceso hacia la anarquía feudal.

 

2. Significado de boyardo, cosaco y tártaro.

  Boyardo es el título que se les daba a los nobles terratenientes eslavos a partir del siglo IX o X, y se empleaba sobre todo en el ámbito ruso y rumano. Posteriormente, en Rusia se asocian a una nobleza rural que se caracterizaban por una indumentaria particular: abrigos largos de brocado y terciopelo, forrados de pieles, llegando hasta los pies, altos gorros de cibelina y largas barbas. A partir de Pedro I el Grande, a principios del siglo XVIII, se produjo un revolucionario cambio en sus costumbres e indumentaria, imponiéndose la costumbre occidental de los trajes europeos, el uso de peluca, afeitarse la barba, etc. También se impuso el uso de los títulos nobiliarios europeos.

  Los cosacos son una población antiguamente nómada o seminómada de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), sobre todo de ascendencia rusa y ucraniana, que vivían principalmente en las estepas al norte del mar Negro y las montañas del Cáucaso y que se extienden hacia el este hasta los montes Altái en Siberia. Los habitantes de las regiones de los ríos Don y Kuban reciben el nombre de cosacos del Don y del Kuban, respectivamente.

  Durante los siglos XVII y XVIII, los cosacos, con el apoyo de los campesinos, se vieron implicados en dos amplias revueltas en 1670-1671 y en 1773-1774, en el bajo valle del Volga. En sus últimos años, los zares utilizaron a los cosacos como tropas fronterizas y como fuerza especial militar y policíaca para sofocar los disturbios internos.

  Los tártaros  son una minoría musulmana de habla turca que se encuentra concentrada en la República Autónoma del Tatarsrtán, a orillas del Río Volga, pero que se encuentran dispersos por toda Rusia.

  Los tártaros ocuparon el que fuera uno de los imperios más grandes del mundo: los mongoles de Gengis-Khan  hasta mediados del siglo XIII. Este imperio se extinguió al dividirse en Kanatos más pequeños, entre los cuales el más importante era el de Kazán. Estos kanatos cayeron bajo el dominio ruso a mitades del siglo XV. Desde entonces, el pueblo tártaro ha tenido que padecer un exilio de casi siete siglos, siendo firmes y fieles a su cultura y tradiciones, han tenido que resistirse a la “rusificación” y a los regímenes zarista y comunista en los últimos tiempos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

3. Expansión rusa desde Pedro I el Grande.

  El reinado de Pedro I el Grande (1689-1725) marca un momento crucial e inaugura un siglo de nueva expansión territorial, de rápido desarrollo económico y de participación directa de Rusia, proclamada Imperio en 1721, en la política europea. Las reformas de Pedro el Grande hicieron avanzar súbitamente, en la vía del modernismo occidental a Rusia, que toma sitio entre las monarquías ilustradas del siglo XVIII, conservando sus estructuras tradicionales. El Siglo de las Luces fue un gran siglo para Rusia.

 

Mapa de

 

 

La guerra, favorecida por los progresos de la industria metalúrgica y de la organización militar, cuyas bases las estableció Pedro I el Grande, permitió que Rusia accediera al Báltico y al mar Negro, y que se convirtiera en una potencia marítima. El éxito de la guerra del norte contra Suecia (victoria de Poltava, 1709) incorporó al Estado ruso, con la Paz de Nystad (1721), una gran parte de los países bálticos (Estonia, Letonia) y de Carelia.

 

 

Aunque, al sur, Pedro I el Grande no puede conservar la ciudad de Azov frente al kanato de Crimea en la guerra contra el Imperio otomano entre 1711-1713; anexiona el litoral occidental del mar Caspio en su campaña contra Persia entre 1722-1723 y consigue introducir la influencia rusa entre los pueblos del Cáucaso. La ciudad de Azov fue reconquistada bajo la emperatriz Ana al final de la guerra contra Turquía (1735-1739).

  Rusia, cuya armada, con el reclutamiento nacional, desarrolla cualidades de iniciativa y una táctica ofensiva y de persecución completamente nueva, se compromete a iniciar contra Prusia la Guerra de los Siete Años, en 1756. En 1760, las tropas rusas entran en Berlín; pero, la muerte de la zarina Isabel en 1761 y el ascenso al trono de Pedro III, admirador de Federico II de Prusia, ponen fin a la guerra.

  En cuanto al gobierno de Catalina II, referente a su política exterior, adoptó primeramente el "sistema del Norte", defendido por su Ministro Panin, que acercaba Rusia a Prusia, interesadas ambas por el mantenimiento de la anarquía polaca, pero que suscitaba la hostilidad de Francia.

 En 1772 se estableció un tratado entre el Imperio Ruso, Prusia y el Imperio Austro-Húngaro para el reparto de Polonia, debido a que se había convertido en un reino débil y molesto para las tres potencias. En San Petersburgo se firmó el tratado por el cual, ante la resignación de la Dieta polaca, Rusia se apoderó de Livonia y Bielorrusia hasta el Dvina y el Dniéper; Austria se anexionó los siete voidovados de la Galitzia Oriental y la Pequeña Polonia, excepto Cracovia; y Prusia, gobernada por Federico II el Grande, quien había movido los hilos para la desmembración de Polonia, pudo realizar su sueño de unir Brandeburgo y Prusia a través de Prusia Central (excepto Danzig y Thorn), que anexionó a su reino junto a una porción de Polonia que iba hasta el Nietze.

  En 1793, una sublevación de los polacos reclamando su independencia y su posterior derrota, permitió a Rusia hacerse dueña de Lituania hasta el río Niemen.

 

 

4. Pedro I el Grande y Catalina II la Grande.

4.1. Pedro I (1682-1725).

  El reinado de Pedro I el Grande se caracteriza por los cambios en las estructuras políticas, sociales y culturales de Rusia, así como el proceso de occidentalización de Rusia se le atribuye a él.

  Los primeros años de reinado están marcados inmediatamente por el sello de la guerra. Como sus predecesores, el zar se encuentra enfrentado al eterno enemigo turco, que protege a los tártaros de Crimea y controla el litoral del mar Negro. En 1695 comienza una guerra por las fortalezas de la costa meridional, que se prolonga hasta 1700, fecha del Tratado de Constantinopla, por el cual los rusos obtienen Azov y Taganrov, y el derecho de poseer un ministro permanente en Turquía. Además, Rusia, aliada de Dinamarca y de Polonia, entra en guerra contra la Suecia de Carlos XII en 1700, para imponerse en el Báltico. Las operaciones militares, inciertas durante años, giran en beneficio de Rusia en la batalla de Poltava, en 1709, donde el ejército sueco es aniquilado. Pero hay que esperar al 1721 para que la Paz de Nystad se firme: ésta atribuye a Rusia Lituania, Estonia, así como una parte de Carelia, y le devuelve Finlandia. Esta guerra le abre una puerta a Occidente, permitiéndole implantarse de forma duradera en el Báltico, y modifica el equilibrio de las potencias en el norte de Europa.

  Pedro I llevó a cabo una serie de grandes reformas que afectaron a la estructura militar, política, institucional y económica.                                                                               

 

Las derrotas de los primeros años en la Gran Guerra del Norte demuestran a Pedro I que en el ámbito militar se imponen reformas. Sus esfuerzos conducen a la creación de la primera armada permanente moderna en Rusia, lo que ningún zar había conseguido realizar hasta ahora. Pedro I, desde el principio de la guerra, instaura un reclutamiento universal: todos los grupos sociales, hasta la nobleza, y exceptuando al clero y a los mercantes (miembros de las guildas), están sometidos a un servicio armado casi permanente, de una duración de 25 años como mínimo. Paralelamente, las armas y las técnicas se mejoran, se organizan contingentes de élite, se arma una flota en el Báltico, y se crea una industria naval.

  Preocupado por romper con todos los símbolos políticos de la antigua Moscovia, se atribuye el título de Emperador, rompiendo con la titulación tradicional de zar. Con este cambio, notifica su voluntad de marcar su igualdad con las otras familias que reinan en Europa. La fundación de San Petersburgo, en 1703, marca el corte sin precedente con el pasado ruso. Decidiendo instalar su nueva capital en la desembocadura del río Neva, Pedro I destruye el símbolo de la vieja Rusia, que odia, y confirma la apertura de su país hacia Occidente.

  El nuevo emperador abriga las instituciones que, en la Rusia moscovita, le podían limitar su poder de soberano, para crear otras que le subordinan. Se suprimen los regímenes de streltsy (un cuerpo militar de élite ruso), manipulados por sus enemigos al principio de su reinado, y la duma de los boyardos (antiguo consejo de gobierno compuesto por las familias nobiliarias más antiguas). En 1711, instituye un Senado dirigente, instancia suprema para los asuntos judiciales, financieros y administrativos. A partir de 1717, Pedro I, influenciado por la organización política sueca, reemplaza a los antiguos prikaz o palacio ministerial, demasiado numerosos e ineficaces, por colegios, verdaderos ministerios, que administran las relaciones internacionales y la vida económica del país. La administración local también se reforma: a partir de 1699 y, sobre todo, después de 1720-1721, la gestión urbana se confía a los consejos de mercaderes elegidos, pero el resultado es decepcionante. La reforma provincial, también innovadora, no es un éxito: desde 1708, el país está dividido en grandes circunscripciones: los “gobiernos” se definen en cincuenta provincias, al mando de un voivodo, y que están divididas en uyezdi o municipios, dirigidas por un comisario.

  En el ámbito financiero, Pedro I, presa de las constantes necesidades económicas, debe poner en pie nuevos impuestos: en 1718 se instaura la capitación, o impuesto por cabeza, y acaba representando el 53 % de los ingresos anuales. Para llevarla a cabo, se efectúa un censo no sólo de los siervos y de los esclavos que cultivan la tierra, sino también de los esclavos domésticos y de dependientes que no trabajan la tierra. Los propietarios son responsables del buen funcionamiento del sistema y van incluso a prohibir a los siervos que abandonen su propiedad sin autorización escrita. Se deducen otros impuestos de los molinos, los baños, las colmenas, los hornos, las barbas, etc. El monopolio del Estado se amplía con nuevos artículos, como el papel timbrado, necesario para las distintas transacciones legales. Adepto al mercantilismo, Pedro I estimula el papel del gobierno en el desarrollo industrial y se dedica a convertir la balanza comercial en excedente gracias a una política proteccionista. El Estado implanta nuevas manufacturas, básicamente en tres sectores: las industrias militar, metalúrgica y textil. Bajo el reinado de Pedro I, la región del Ural se convierte en el gran centro minero y metalúrgico, y se instalan las primeras fábricas de paño en Moscú y San Petersburgo.

  La occidentalización forzada de la sociedad pasa por medidas a menudo violentas contra las tradiciones más arraigadas: el afeitado obligatorio de la barba ofende profundamente a los tradicionalistas, que piensan que se destruye así la imagen de Dios en el hombre y que los rusos parecerán a "católicos despreciables" o incluso a animales. El calendario también se occidentaliza: los años ya no se cuentan a partir de la creación del mundo, sino a partir del nacimiento de Cristo; el año tampoco comienza el 1 de septiembre, sino el 1 de enero. Estas reformas no son bien acogidas por la masa popular, que no duda en protestar. No obstante, a pesar de la fuerte resistencia, el zar consigue imponer estas innovaciones, recurriendo sin dudarlo a la violencia.

 

4.2. Catalina II la Grande (1762-1796).

  Princesa alemana, la zarina Isabel la eligió como esposa de su sobrino y heredero, el gran duque Pedro, y fue llevada a Rusia en 1744. Entró en seguida en la Iglesia ortodoxa y recibió sus nuevos nombres de Yekaterina (Catalina) Alexeievna y se casó con Pedro en San Petersburgo el 21 de agosto de 1745. su marido, Pedro III, amaba la vida germana, mientras que Catalina se esforzó por aprender las costumbres e idioma rusos. De este modo, los nobles, hartos de la profesión de admiración de Pedro III por Alemania, decidió alinearse con Catalina, que el 9 de julio de 1762, junto con las tropas que le habían jurado lealtad, decidió ocupar el trono en defensa de la fe ortodoxa y por la gloria de Rusia, obligando a su marido a abdicar al día siguiente.

  Catalina II estuvo relacionada con filósofos franceses como Voltaire, Alembert, Grimm (con el que mantuvo correspondencia) y, sobre todo, Diderot, al que ayudó comprándole su biblioteca; al igual que Federico II el Grande y de José II, quiso reinar como "déspota ilustrada". Abrió escuelas y creó, en 1764, la primera institución de niñas de Rusia, protegió las ciencias, fomentó fundaciones de imprentas y requirió en su imperio a artistas extranjeros. Ella misma fue una mujer de letras, escribió comedias, un drama inspirado en el legendario Oleg, emprendió una historia de Rusia y dejó unas Memorias.

 El reinado de Catalina II, en el se que vivió el primer desarrollo industrial de Rusia (más de 2.000 fábricas a finales de siglo XVIII y aproximadamente 200.000 obreros), se acompañó de una explotación creciente de la población trabajadora. Más de la mitad de los rusos eran siervos y estaban bajo una inflexible opresión feudal.

  La secularización de las propiedades terratenientes de la Iglesia (1764) únicamente hizo que más de 2 millones de campesinos, que pertenecían a los conventos, dependieran del Estado. El poder de los nobles no dejaba de crecer: desde 1765, un ucase les autorizaba a deportar a sus campesinos a los penosos trabajos siberianos. Pero, poco después, estalló la mayor de las guerras campesinas de la historia rusa, el levantamiento de Pugachov de 1773 a 1775. Este cosaco del Don, que se presentaba como Pedro III y que abarcaba un inmenso territorio, desde Siberia occidental hasta el medio y bajo Volga, estuvo a punto de destruir el trono. Uniendo durante varios meses en un inmenso movimiento feudal a cosacos de Yaik, obreros del Ural meridional, alógenos bashkirios, siervos de las tierras del Volga, los rebeldes se entregaron a una especie de gobierno. Pero, en 1775, la intervención de la armada, liberada de la guerra ruso-turca por el Tratado de Kuchuk-Kainardji, sofocó esta revuelta. Pugachov fue vencido finalmente y decapitado en enero de 1775, y Catalina II, aconsejada por su nuevo favorito, Potemkin, tomó medidas enérgicas para evitar que una sublevación del estilo pueda volver a desarrollarse.

  En cuanto en política exterior, en 1764, Catalina II había colocado a uno de sus antiguos amantes, Stanilas Poniatowski, en el trono de Polonia, y, contra la mayoría católica polaca, apoyó activamente los derechos de los “disidentes ortodoxos y luteranos”. Así, en 1772, Rusia pudo hacerse dueña de territorios polacos en lo que se conoce como la primera división de Polonia.

  Pero, Stanilas Poniatowski, tras haber concluido con Prusia una alianza dirigida contra Rusia en 1790, había obtenido el voto de una nueva constitución que disminuía las prerrogativas de la nobleza y aseguraba la herencia de la corona en 1791. Los nobles, descontentos, se agruparon en la Confederación de Targowica y recurrieron a Catalina II: las tropas rusas invadieron el país, y Prusia, abandonando a su aliado, prefirió tratar con la zarina. La segunda división de Polonia en 1793, atribuyó a Rusia Podolia, Volínia, Vilba y Minsk.  Al año siguiente, Polonia dejó de existir y Rusia se adjudicó Curlanda y el resto de Lituania para llevar su frontera hasta el Burg.

  En el mar Negro, Francia había incitado a su aliada Turquía para que declarara la guerra a Rusia en 1768. Catalina II tomó la ofensiva por tierra y por mar, ocupó las provincias rumanas en 1769, y la escuadra de Orlov, tras haber rodeado toda Europa, hizo su aparición en el mar Egeo y destruyó la flota turca en Chesmé en 1770. Tras la primera división de Polonia, Catalina II tuvo manos libres contra Turquía: en el Tratado de Kuchuk-Kainardji en 1774, el sultán tuvo que ceder las costas del mar Negro, de la península de Kerch en Dniéster, abrir los distritos a los navíos mercantes rusos y reconocer a Rusia como protectora oficial de los cristianos del Poderío otomano. Catalina II empezó a soñar con restituir el Imperio de Oriente en beneficio de su nieto. Las tierras del sur de Rusia, adquiridas en 1774, se beneficiaron gracias a las atenciones de Potemkin, se inició la creación de la flota del mar Negro, se acondicionaron los puertos de Kherson, Sebastopol, Nicolayev, y finalmente, en 1783, Crimea fue anexionado oficialmente. El imperialismo ruso en esta región se afirmó simbólicamente por el largo viaje de Catalina II en la “Nueva Rusia” en 1787. La segunda guerra ruso-turca de 1787 a 1791, finalizó con el Tratado de Iassy el 9 de enero de 1792, que reconoció a Rusia la península de Crimea y la región entre el Burg y el Dniéster.

  Catalina II, la antigua amiga de los Enciclopedistas, debía aceptar con indignación la Revolución Francesa y se posicionó contra Francia: participó en las coaliciones contra la Revolución Francesa y el Primer Imperio. Sus armadas llegaron hasta Suiza e Italia (1799). Una reconciliación aparente acercó un momento a Napoleón I y Alejandro I (paz de Tilsit, 1807) y le permitió anexionarse, en 1809, Finlandia que, en el marco del Imperio Ruso, permaneció como un gran ducado autónomo.

 

5. La Iglesia ortodoxa en los gobiernos de los zares.

  Precisamente para controlar la Iglesia rusa que Pedro I sabía muy vinculada a las tradiciones, en 1700, cuando murió el patriarca que la dirigía, el zar decidió no sustituirle. A partir de 1721, fecha en la que Pedro I instituye los "colegios", confió a uno de ellos, integrado por nueve obispos y llamado el Santo Sínodo, la dirección del clero ruso. No obstante nombró como su representante a un funcionario imperial, el "procurador", que de hecho fue quien pasó a dirigir la Iglesia rusa.

  El Sínodo permaneció por casi 200 años en su carácter de órgano supremo de la Iglesia Ortodoxa. Durante el período sinodal, la Iglesia Rusa prestó especial atención al desarrollo de la educación religiosa y a la tarea de evangelización en los márgenes del país. Se reconstruían antiguos y se construían nuevos templos. El siglo XVIII  destaca por la actividad de notables teólogos: los mismos en buena medida contribuyeron al desarrollo de ciencias, tales como historia, lingüística y orientalismo.

 

6. Gran Guerra del Norte (1700-1721).

  El Imperio sueco, forjado a raíz de los acuerdos de Westfalia, chocaba en su escenario geopolítico con los intereses de Polonia, Rusia, Dinamarca y Brandeburgo, e incluso se había inmiscuido en los asuntos continentales por los compromisos y ventajas adquiridas en el siglo XVII.
  Numerosas coincidencias tuvieron lugar en 1698, preámbulo de la Guerra del Norte. El matrimonio del duque de Holstein-Gottorp con Edvige Sofía, hermana de Carlos XII, crispó a Cristian V de Dinamarca, porque contemplaba impotente el cierre de la frontera sur y aumentaba el peligro de una invasión, y provocó su acercamiento a Pedro I, deseoso de la recuperación de las tierras bálticas y de la apertura de una puerta al mar. Al mismo tiempo, los nobles livones, capitaneados por Patkul, se consideraron agraviados por la reducción  aplicada en la provincia y conspiraron para facilitar una irrupción en el territorio.
  Augusto II de Polonia asaltó Livonia con tropas sajonas, pero fueron rechazados por Suecia en Riga gracias a las dotes de estratega y diplomático del monarca. Carlos XII atacó a los daneses y firmó el Tratado de La Haya de 1700 con las potencias marítimas, preocupadas por atraer a Suecia al bando antifrancés, que aportaron contingentes navales para invadir las islas danesas y conseguir la Paz de Travendhal, en agosto de 1700, con el reconocimiento de la plena soberanía del duque Holstein-Gottorp.  

  Después, los suecos realizaron varias operaciones en la costa oriental báltica y hostigaron a rusos y sajones, con la famosa victoria de Narva contra Pedro I. También persiguieron a los ejércitos de Augusto II hasta Polonia, al que depusieron a finales de 1704 y lo sustituyeron por Estanislao Leczinski, perteneciente al bando de partidarios, e impusieron el Tratado de Varsovia., en noviembre de 1705, por el que podían reclutar hombres en Polonia, nutrir con suecos las guarniciones de las fortalezas, cerrar los puertos comerciales, canalizar los intercambios hacia los puertos livones, anular los pactos concertados sin su aprobación, eximir a los comerciantes suecos de aranceles en sus negocios o en los de reciente creación y, por último, ordenar la incorporación del tratado a la legislación polaca para su juramento en las coronaciones.  

  Al comienzo de la invasión de Sajonia, Estocolmo lanzó una red diplomática para que los países de Europa occidental no justificasen la intervención por la intromisión sueca en el Imperio. Se adujo que no habían actuado antes porque la guerra era favorable a los aliados y, por tanto, innecesaria, mientras que ahora Francia obtenía los mejores resultados en los campos de batalla. La excusa tuvo los objetivos previstos y no existió una condena unánime a la entrada sueca en el Electorado.


  El rey sueco quiso el rescate de las zonas tomadas en 1700 y la rectificación de las fronteras a favor de Suecia y Polonia. La ruta poco habitual adoptada en la campaña de 1708, atravesando Ucrania para mantener contacto con los cosacos, no asustó al zar, quien propuso conversaciones de paz con la sola condición de conservar la desembocadura del Neva. La importante presencia sueca en los foros internacionales disuadió al resto de los países de cualquier intervención como mediadores. Pedro I, fracasada la vía diplomática, reorganizó su ejército, abandonó el suelo polaco y utilizó la estrategia de la tierra quemada con excelentes resultados. En el verano de 1709, los rusos recibieron la orden de resistir en la plaza de Poltava, desafió buscado por los suecos para fortalecer su posición en Occidente y atraerse a cosacos y turcos. Pero el refuerzo de la fortaleza, la retirada de Carlos XII herido y la desmoralización general de su ejército provocó la rendición de Perevolovna, en julio de 1709, con catastróficas consecuencias: Suecia, desprovista de sus contingentes militares, pasó a un segundo plano en Europa y sólo mantuvo su prestigio en el Báltico; el rey se vio obligado a refugiarse en el Imperio otomano, donde quedó aislado durante años; los cosacos fueron castigados con la pérdida. de sus libertades y sus colonias pasaron a la supervisión de los vaivodas o gobernadores locales; Augusto II, por su renuncia a los derechos sobre Livonia y por la conveniencia estratégica rusa, recuperó la Corona polaca; el ataque conjunto de los daneses a Suecia y Holstein-Gottorp se tradujo en devastaciones y agresiones constantes; la Paz de Travendhal se anuló por la falta de concurso de los países garantes, enfrascados en la Guerra de Sucesión española.
  Conocida la situación, las potencias marítimas celebraron las Convenciones de La Haya de 1710 para asegurar la neutralidad de las posiciones suecas en el Imperio, único medio de preservar la paz en Alemania y utilizar las tropas sajonas y danesas contra Francia. El resultado fue un antagonismo permanente entre Carlos XII y las potencias marítimas y el consiguiente acercamiento a los Borbones, ratificado con la firma de una alianza en abril de 1715. Las proyectos de contraofensiva se oponían no sólo al acuerdo, sino también a los planteamientos del Consejo de regencia de Estocolmo, mucho más preocupado por los problemas internos, en especial por la crisis económica y por la oportunidad de limitar la autoridad real en favor de la mejora del papel político de la nobleza, que por la anhelada reorganización del ejército pedida por el rey ausente.
  Nadie supuso que la estancia de Carlos XII en Turquía duraría cuatro años. Obsesionado por la reparación de los efectos de Poltava, intrigó en la corte del sultán Ahmet III contra Pedro I hasta que consiguió la declaración de guerra en 1711. No estaba solo en tales conspiraciones; los hábiles enviados franceses procuraban que continuase la antigua posición de fuerza de los suecos en la Europa septentrional.

  Desde Poltava, el zar había ganado un indiscutible prestigio en los foros internacionales, sobre todo en Oriente, ya que se perfilaba como una gran potencia a la que no se podía olvidar. Después de conversaciones bilaterales, se firmó el Tratado de Adrianópolis, en junio de 1713, por el que se rectificaron las fronteras meridionales rusas hasta el río Orel, al tiempo que se producía la retirada de Polonia, y Augusto II fue reconocido por la Sublime Puerta. El giro político otomano se explicaba por la posesión veneciana de Morea y la presencia constante de su flota, lo que despertaba el temor de una invasión de la capital.

  En septiembre de 1714, Carlos XII, acompañado de sus colaboradores Estanislao Poniatowski y Felipe Orlik, abandonaron el Imperio otomano en dirección a Stralsund para, después, pasar a Suecia. Con el regreso se abrió un período reformista orientado a sentar las bases para recomenzar su proyecto y lograr el expansionismo exterior. Las reformas le permitieron disponer de nuevo de un ejército disciplinado, numeroso, bien pagado y magníficamente pertrechado. Como se esperaba, las reivindicaciones de Carlos XII desencadenaron la guerra en 1715.
  Cualquiera que fuese el resultado del conflicto desestabilizaría el juego de fuerzas en el área septentrional y hasta el derivado de los Tratados de Utrecht-Rasttadt. Suecia podría recuperar su anterior protagonismo, que sólo había ocasionado problemas al resto de los países porque siempre había seguido una política confusa y cambiante, mientras que la sustitución por Rusia también despertaba grandes recelos. Carlos XII, condicionado por las alianzas enemigas, inició conversaciones de acercamiento con Rusia y Gran Bretaña, consideradas otra vía alternativa para sus fines. Fracasó por varias razones: la negativa rusa a la devolución de los puertos de la costa oriental, las pretensiones de Jorge I de ocupar Bremen y Verden, el rechazo de Carlos XII ante cualquier demanda considerada de importancia, la creencia generalizada de todos los participantes en las negociaciones de que podrían conseguir mayores ventajas con un conflicto bélico, el menosprecio danés por la firma de acuerdos que mantuviesen la inestabilidad en la zona y, por último, las conspiraciones de Estocolmo por medio de contactos con Jacobo Estuardo y el zarevich Alexis, que motivaron el recelo de Jorge I y Pedro I.
  Envalentonado por el triunfo de sus reformas internas y la actitud negociadora de los aliados, Carlos XII continuó en 1718 con la campaña de Noruega y murió en el asalto de la plaza de Frederiksten. Con este accidente se truncaban los sueños imperialistas de los suecos, aunque el suceso no significó el final de la contienda porque sus generales, identificados con la causa, intentaron cumplir las órdenes recibidas. De este modo finalizaba la Gran Guerra del Norte, en 1721 con la firma del Tratado de Nystad.

  Por este tratado, Rusia desplazaba a Suecia como la potencia hegemónica del Norte de Europa, obteniendo de Suecia los territorios de Estonia, Livonia, Ingria y gran parte de Carelia. Los Tratados de Estocolmo supusieron asimismo el final del conflicto entre Rusia y las otras partes enfrentadas, como Hannover, Prusia y Dinamarca.

 

7. Bibliografía.

 

· Pedro el Grande, Robert K. Massie. Editorial Ballantines Books, 1981.

· www.artehistoria.com

· www.wikipedia.org

· www.rusiaonline.iespana.es

· www.geocities.es

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