La Alianza de Dios con la Humanidad: Un Recorrido por la Historia de la Salvación

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La Herida Interior y la Distancia con Dios

La experiencia universal del sufrimiento humano, tanto interno como externo, nos deja heridas profundas. Sentimos esta herida como una distancia entre el bien que deseamos hacer y el mal que cometemos. Esta dolorosa discrepancia entre nuestras intenciones y acciones nos aleja de Dios y dificulta reconocernos como su imagen.

El anhelo de Dios por Sanar y Salvar

A pesar de las heridas que acumulamos a lo largo de la vida, Dios nunca nos abandona. Su deseo es sanarnos, curarnos y salvarnos. Esta mano extendida del Padre hacia sus criaturas se manifiesta a través de la historia, convocando a un pueblo elegido. Desde Abraham hasta Moisés y los profetas, Dios ha guiado y sostenido a su pueblo. Sin embargo, debido a nuestra tendencia a alejarnos, Dios nos envió lo mejor de sí mismo: su Hijo, Jesucristo, para establecer una Alianza definitiva e inscribirla en nuestros corazones.

La Muerte y Resurrección de Jesús: Nueva Alianza

El plan de Dios para la salvación se concreta a través de Jesús de Nazaret. Jesús proclama el Reino de Dios con palabras y acciones, llamando a una comunidad y eligiendo a doce Apóstoles para participar en su misión. Esta elección de doce recuerda la formación del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, donde Dios convocó a las doce tribus de Israel a través de Moisés. La novedad de la Nueva Alianza radica en la persona de Jesucristo y su sacrificio redentor.

Los Doce Apóstoles y el Nacimiento de la Iglesia

Los doce Apóstoles, con Matías reemplazando a Judas, se convierten en el germen de la Iglesia. La diferencia fundamental entre el Antiguo y el Nuevo Pueblo de Dios reside en la presencia de Jesús y la Nueva Alianza sellada con su sangre.

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