Conquista y Romanización en la Península Ibérica

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Conquista y romanización. En el contexto de la guerra contra Cartago, tras la toma de la colonia griega de Sagunto por Aníbal, Roma inició la conquista de Iberia en un largo proceso en el que se distinguen tres etapas: la II Guerra Púnica (218 – 201 a.C); las Guerras Celtíberas (155 – 133 a.C) y Lusitanas (150 – 139 a.C) y las Guerras Cántabras (29 – 19 a.C).

Respectivamente, en cada una de ellas Roma incorpora a su control la franja litoral levantina y andaluza, ambas mesetas y el oeste, y la franja cantábrica.

Romanización de los pueblos prerromanos

Roma dominó a los distintos pueblos prerromanos, alternando la presión militar con el pacto político. Las culturas prerromanas peninsulares se fueron adaptando progresivamente a las pautas culturales y modos de vida romanos, en un proceso conocido como romanización. El grado de asimilación fue dispar, siendo más fácil en los pueblos del ámbito mediterráneo (ya influenciados por fenicios, griegos y cartagineses) que en los pueblos del centro y, sobre todo, del norte.

La más evidente señal de romanización fue el latín, que desplazó a las lenguas indígenas, sobre todo entre las élites. Sin embargo, no desapareció el sustrato lingüístico prerromano. El derecho romano se impuso en la Península, así como la organización administrativa del territorio. La literatura latina cuenta con algunos de sus autores más destacados en la península, como Séneca, y las obras públicas (puentes, acueductos, calzadas, teatros...) jalonan todo el territorio peninsular. Además, Zaragoza, León y otras muchas ciudades fueron fundadas por los romanos.

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