Educabilidad de la dimensión religiosa

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            La “religiosidad” es la faceta actitudinal y comportamental de la persona en su relación con el Misterio, con el Trascendente, con el radicalmente “Otro”, con lo sagrado,… con Dios. La religiosidad es una experiencia profunda que “toca” a todas las otras facetas del ser: mente, corazón, sentimiento, sociabilidad… Lo religioso en la persona es un factor que lo conforma totalmente. De ahí que el hombre, basado en la religión, se sienta motivado para realizar grandes proyectos y afrontar difíciles conflictos personales o sociales, aunque, a veces, debido a una deformación de su conciencia religiosa, la respuesta que da sea antihumana.

            Al igual que la dimensión religiosa, la dimensión moral constituye una faceta del hombre y hace referencia a la actividad del individuo en relación a los valores, a las normas, al deber, etc. Si el hombre es por naturaleza “homo religiosus”, también hay que decir que es un “ser moral”.

            La Concepción integral del hombre incluye esta dimensión moral como faceta fundamental de su personalidad. Incluso la consecución de la propia identidad está condicionada por la dimensión moral, ya que a través de ella es como la persona (a diferencia de los seres irracionales) orienta su vida.

            Ciertamente la dimensión religiosa y moral son distintas, aunque la segunda está condicionada por la primera, al menos para el hombre religioso.

Qué razones se pueden aducir para justificar que ambas dimensiones –religiosa y moral- son educables y se deben educar.

La educabilidad de la dimensión religiosa está fundamentada en la educabilidad de la persona en su integridad. El educando (el hombre) es un ser dinámico. La personalidad no está prefijada, aunque sí condicionada. Lógicamente la dimensión religiosa es objeto también de evolución, de desarrollo, de crecimiento, como las otras facetas del ser.

La justificación de la educación religiosa desde la más tierna infancia se basa en los siguientes principios psicopedagógicos:

  • La educación es un proceso dinámico, continuo y permanente. Por tanto, la persona, desde que es tal, es sujeto de educación.
  • El sujeto de la educación es el educando y todo él, en su integridad.
  • Los comienzos del proceso educativo se identifican con los orígenes del “ser personal” y de “cada persona”. Los comienzos de la educación religiosa hay que ligarlos a los mismos orígenes del ser.
  • Cada faceta a educar deberá responder a las exigencias características y mecanismos propios de cada momento y edad del educando. De ahí la necesidad de una educación adecuada a la edad, que responda al desarrollo intelectual y afectivo.

            Por otro lado, la educación de la dimensión moral no solo es posible, sino que es necesaria y fundamental para el mismo proceso de formación y de maduración humana de la persona. Y esta formación se inicia desde la más tierna edad, porque desde la infancia se está construyendo la propia personalidad y se está forjando el cuadro de valores que regirá la vida personal y social del individuo.

            “Es esencial e imprescindible la educación del sentido moral, es decir, la adquisición de criterios capaces de orientar y dar consistencia a las decisiones que la persona ha de tomar día a día y que colaboran decisivamente a conformar su carácter moral

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